17
El demonio del odio
—AHÍ están.
Rekla le hizo una seña a Filla, y éste se detuvo. La bajó con delicadeza. Ya se había convertido en la sombra de sí misma, pero su cuerpo se obstinaba en no dejarse doblegar por el paso de los años. Se asomaron a la cima y los vieron.
Debajo, Dubhe y Lonerin estaban caminando por un estrecho desfiladero de roca. Se hallaban situados algo más atrás con respecto a la posición que ocupaban los chicos, lo cual les proporcionaba un buena ventaja.
—Por una vez lo has hecho muy bien —dijo Rekla, volviéndose hacia su compañero.
La idea de llevarla a cuestas había sido todo un acierto. Filla había empleado a fondo todas sus energías y había tratado de ir todo lo aprisa que podía. Ahora estaba agotado, pero al menos había acortado casi por completo la distancia que los separaba de Dubhe.
La Guardiana se dejó de remilgos casi de inmediato y permitió que la ayudara, en vista de que estaba demasiado débil para poder continuar por sus propios medios.
—Son dos, el mago vuelve a estar con la chica —observó Filla—. No es posible…
Ella lo intuyó de inmediato, en cuanto hallaron de nuevo su rastro, pero de ahí a constatar que realmente había sobrevivido había un trecho.
—De hecho, nunca dimos con su cuerpo —dijo con voz sibilante y sarcástica.
Filla suspiró. Estaba al límite de sus fuerzas, y ella se sentía débil por la falta de poción. Desde luego, no era una vieja cualquiera, pero en aquellas condiciones no sería capaz de enfrentarse a dos enemigos.
—Yo me ocuparé del chico, y vos, de Dubhe.
—De eso nada, tú no estás en condiciones. Te has fatigado en exceso durante la travesía.
—Sólo es un mago, no un guerrero. Podré con él, señora. Dubhe es vuestra. Es el merecido premio que os permitirá vengaros por todo cuanto os ha hecho sufrir. Para disfrutarlo plenamente no tendréis más que véroslas a solas con ella.
Al oír aquellas palabras los ojos de Rekla brillaron. Se lo quedó mirando, y Filla tuvo tiempo de sobra para recrearse en aquel rostro devastado por la vejez, en la telaraña de arrugas que lo cubría y en la opacidad que nublaba sus ojos. La amaba igualmente, incluso más que antes.
—Gracias —dijo ella apartando la cara, casi con timidez, y él sintió que se le derretía el corazón—. Jamás ningún otro pupilo me ha servido tan devotamente como tú —añadió.
Filla agachó la cabeza. Sintió una gran agitación en el pecho, y una alegría incontenible. Sin pensar demasiado en lo que iba a hacer, la sujetó por los hombros y antes de que pudiera decir nada posó su boca en los labios enjutos y secos de ella. Sólo los mantuvo así un instante, y en seguida volvió a separarlos. Al ver que sus ojos reflejaban una gran estupefacción, habló antes de que la consternación diera paso a la ira por la osadía que acababa de cometer.
—Vence también por mí —le susurró, y salió corriendo.
* * *
En cuanto la pared de roca se desplomó, Lonerin se echó al suelo. Oyó que Dubhe lo llamaba. El polvo lo cegó unos instantes, y para no caerse se apoyó en la pared que tenía a su espalda. Después cesó el estrépito y los gritos de los dragones también se disiparon. Y finalmente todo se volvió silencioso, incluso demasiado. En sus oídos aún resonaba el estruendo del desprendimiento, y se sentía aturdido.
—Dubhe —llamó sin dejar de toser.
Aún no había acabado de pronunciar aquel nombre cuando sintió una tenaza de acero sobre su garganta, y entrevió un objeto refulgente que avanzaba hacia él. Su instinto lo salvó.
La palabra del sortilegio sonó ronca al salir de sus labios, casi ahogada, pero resultó igual de eficaz. El cuchillo chocó contra la sutil burbuja plateada que acababa de formarse, envolviendo su cuerpo. Lonerin vio la mano tensa sujetando la empuñadura y distinguió claramente la inconfundible silueta de un puñal negro, con la guarda en forma de serpiente. La presión en su garganta apenas osciló un instante, pero él no dejó escapar la ocasión. Se zafó y se encaró con su agresor. Ya sabía lo que iba a encontrarse.
Era el rostro impersonal de un Asesino. Desde que había estado en la Casa, su odio hacia los Asesinos había aumentado exponencialmente, y después de haberse enfrentado a Rekla ya nada podría cambiar aquel sentimiento.
No tenía miedo, no se sentía culpable. Pensaba en Dubhe, al otro lado de la pared de roca, esperando a que acudiera en su ayuda. Pensaba en la noche que habían pasado juntos, pensaba en cómo la habían tratado cuando la capturaron. Y se acordó de su madre, su cuerpo entre otros muchos, abandonado en la fosa común. En ese instante supo que su mayor deseo era luchar, y pensaba hacerlo.
«Por fin ajustaremos cuentas. Seré libre, y Dubhe lo será conmigo».
Desenvainó el puñal que ella le había dado poco antes de salir de la gruta y se puso en guardia. Había recibido algunas clases de esgrima tiempo atrás, pero sin duda estaba desentrenado. Y además, no estaba empuñando una espada, sino un puñal. Se dijo que tampoco había tanta diferencia, se trataba simplemente de dar rienda suelta a su instinto.
Estaba absorto pensando en todas esas cosas cuando sintió una terrible quemazón en la oreja izquierda. El Asesino había logrado alcanzarlo aprovechando su desorientación. Lonerin apretó el puñal y lo apuntó hacia su adversario. Ya estaba listo para defenderse, ahora no pensaba bajar la guardia.
El otro sonrió irónico ante aquella reacción.
—¿Qué pasa? ¿Has decidido convertirte en sicario?
Alzó la mano que sostenía el arma, como si fuera a atacarlo. El cuchillo salió disparado como una flecha hacia la garganta de Lonerin. El mago adelantó una mano, pronunció una única y perentoria palabra y en una fracción de segundo el escudo plateado volvió a materializarse ante él. El cuchillo resbaló en su superficie. En esa ocasión fue el Asesino quien tuvo que esquivarlo, aunque lo hizo sin mayores dificultades. Tenía la agilidad de un gato, exactamente igual que Dubhe, igual que un Victorioso.
Lonerin se preparó para el ataque y se lanzó contra él, gritando con todas sus fuerzas, pero sus movimientos eran demasiado torpes para dar en el blanco.
El Asesino saltaba con gran rapidez, esquivaba. Un nuevo cuchillo. Otro ataque. Lonerin logró sortearlo ladeándose.
—Vaya, qué velocidad —comentó Filla con sarcasmo.
Ambos se detuvieron para estudiarse mutuamente unos instantes. El mago estaba sin resuello, y estrechaba convulsivamente el puñal entre sus manos. Su adversario no parecía tener mejor aspecto. Él también respiraba con dificultad, y tenía la frente sudorosa.
«Está agotado, puedo vencerlo», pensó Lonerin para darse ánimos.
En algún momento su rostro debió de iluminarse con una renovada determinación, pues su rival se permitió componer una mueca feroz.
—¿Acaso piensas matarme?
Lonerin no dijo nada, pero algo en su interior respondió: «Sí».
—¡Es inútil que lo intentes, jamás te dejaré pasar al otro lado! —gritó Filla—. Mi señora necesita estar sola, tiene una cita con tu amiga.
De repente, Lonerin sintió vértigo. ¿Cómo no había asociado antes las dos cosas? Si ahora tenía enfrente a aquel hombre, entonces, al otro lado del desprendimiento seguramente debía de estar Rekla. Dubhe se hallaba en peligro… Tenía que apresurarse. En ese instante el Asesino se le echó encima y lo atacó con el cuchillo que acababa de desenvainar. Lonerin logró parar la ofensiva, pero con cada movimiento de su adversario retrocedía un paso.
Y en esos momentos el golpe llegó inesperadamente. Apenas tuvo tiempo de verlo con el rabillo del ojo. Un relámpago negro directo a su costado. La palabra acudió de inmediato a sus labios, y Filla gritó de dolor. Lonerin recuperó la distancia de seguridad.
Lo había hecho. No podía creérselo. Lo había hecho sin pensarlo dos veces, como si fuera lo más natural del mundo.
«He pronunciado una fórmula prohibida».
Miró al hombre que estaba arrodillado frente a él, con los ojos exageradamente abiertos y el rostro contraído en una máscara de sufrimiento. Se sujetaba la mano derecha, aquella con la que sostenía el puñal. Estaba carbonizada, y él rechinaba los dientes para no gritar.
Lonerin no se sintió horrorizado, más bien estaba asombrado de la facilidad con que había desoído una de las más importantes advertencias de su maestro, Folwar.
«Pensarás que en determinados casos las fórmulas prohibidas pueden resultar un atajo, incluso el único camino, pero no son más que engaños. Es una magia que siempre te exige una parte de tu alma como pago». Sin embargo, Lonerin estaba satisfecho. Había herido a un Victorioso, era tan fuerte como ellos. Era como si todos los años que había pasado estudiando y sacrificándose para ser mejor persona lo hubieran conducido necesariamente allí, a ese momento de suprema liberación.
El Asesino exhibía una sonrisa feroz; tenía el rostro desfigurado por el sufrimiento.
Lonerin reaccionó por instinto, lanzó un grito y atacó. Su adversario era terriblemente veloz pese a estar herido, y tras dar algunas estocadas logró arrinconarlo de nuevo. Entonces, el mago pronunció la palabra por segunda vez. Filla rodó por el suelo en dirección al precipicio, pero tras un último esfuerzo logró detenerse antes de que fuera demasiado tarde. Volvió a levantarse como pudo, apoyando todo el peso de su cuerpo en una sola pierna. Lonerin aprovechó para gritar otro sortilegio. Al instante, el brazo del Asesino se puso lívido y se endureció, y al cabo de un momento, del codo hacia abajo se había convertido en piedra. Lonerin estaba a punto de sonreír triunfal, pero comprendió que había dado un paso en falso, En efecto, el brazo herido había quedado inservible, pero al ser de piedra también resultaba insensible al dolor.
El Asesino dejó escapar una carcajada salvaje.
—¡Gracias por el regalo!
Su adversario atacó con una fuerza inaudita. Lonerin trastabilló, cayó al suelo y de rebote se golpeó la espalda contra las rocas. Apenas tuvo tiempo de apartar la cabeza en el último instante y el cuchillo se clavó profundamente en la roca de al lado. Un rugido lejano resonó por todo el valle. El hombre cogió al mago por la garganta y con mano de hierro lo levantó del suelo.
—Ya es hora de acabar con esto —le dijo con voz sibilante acercándose hasta casi rozar su rostro.
Lonerin sintió que iba a desmayarse. No estaba acostumbrado a pelear, la lucha con el puñal y las dos fórmulas prohibidas lo habían agotado. Pero tenía que salvarse. Había llegado al extremo de vender su alma, ahora ya no podía detenerse.
Movió la mano lentamente y se palpó la herida del hombro. Era un corte superficial, pero bastó para que las yemas de sus dedos se impregnasen de sangre. A continuación alzó la mano y salpicó el rostro del Victorioso con la sangre, mientras musitaba un sortilegio. Las gotas se transformaron en unos largos filamentos, estrechos como cuerdas, que envolvieron al Asesino en una mordaza asfixiante, obligándole a soltar su presa. Una vez libre, Lonerin se deslizó por la pared de roca. Se arañó la piel y estuvo a punto de ahogarse. Tosía sin cesar, tratando de que el aire entrara en sus pulmones. Se tomó unos pocos segundos para recuperar las fuerzas y por fin se puso en pie, presa de una rabia incontenible.
El Asesino estaba tendido en el suelo, con los brazos atados, y forcejeaba sin dejar de gritar:
—¡Maldito!
A Lonerin aquello le pareció un hermoso espectáculo. Había derrotado a uno de los asesinos de su madre, y en esos momentos éste se debatía como un insecto atrapado en una telaraña.
«Es mío, y puedo hacer lo que quiera con él. Ha tratado de asesinarme, pero lo he derrotado. Ahora puedo matarlo, la razón me asiste, nadie podrá reprochármelo».
Cogió el puñal con mano temblorosa a causa de la excitación. La sangre tenía una consistencia viscosa en la palma de su mano, pero carecía de importancia. El Asesino le escupió y trató de decirle algo, pero Lonerin le puso un pie en el pecho y lo empujó con fuerza.
—Cállate —le ordenó.
Nunca había matado a nadie, pero en ese preciso instante sentía una gran urgencia de hacerlo, allí, sin pensarlo. Se había pasado toda la vida reprimiendo el odio que sentía hacia la Gilda. Para derrotarla, había decidido emplear la magia en lugar de las armas. Por eso había seguido las enseñanzas de Folwar, gracias a las cuales logró recuperar el control de sí mismo. Pero ahora, todos los años que había pasado tratando de erradicar sus ansias de venganza parecían haber desaparecido. No había pasado ni un solo día en que no deseara exterminar a la secta responsable de la muerte de su padre.
«Tengo derecho a hacer justicia. Tengo derecho a vengar tanto sufrimiento. No pude salvar a mi madre, pero con Dubhe aún estoy a tiempo. ¡Debo hacerlo!».
Alzó el puñal. El hombre que tenía a sus pies no dio muestras de sentir miedo, al contrario, su cara era la de alguien que por fin iba a ser libre. Pero Lonerin no se decidía. Algo le impedía dar aquel paso.
—¿Qué sucede? ¿No eres capaz? —le preguntó Filla, sonriente.
«¡Hazlo ahora, ya!».
El cuchillo brillaba suspendido en el aire. Al mago le temblaba todo el cuerpo.
«¡Hazlo!».
Gritó. Hincó el cuchillo en el suelo, a unos milímetros de la cabeza del hombre.
—¡No conseguirás que lo haga! ¡O harás que me convierta en aquello contra lo que he luchado toda mi vida!
Había gritado con tanta furia que ahora le dolía la garganta. Se echó al suelo y se tapó la cara con las manos. Estaba desesperado. Pero no lo mataría. Sentía infinitos deseos de hacerlo, pero no lo haría. No podía, de lo contrario todos aquellos años no habrían servido para nada.
Oyó al hombre riéndose, a su lado. Era una risa amarga, desesperada.
—Cobarde —murmuró.
Lonerin tenía la vista clavada en el suelo.
—Tú no puedes entenderlo. Ésta es la profunda diferencia que existe entre tú y yo. Tú no puedes entenderlo, ni podrás jamás —exclamó.
—Eres tú quien no comprende —replicó el sicario mirando al cielo.
Lonerin se volvió y lo miró con incredulidad. Y en ese instante un grito inhumano los hizo estremecer a ambos.