14

Encuentros

DEBEMOS parar, mi señora.

Rekla no prestó atención a las palabras de Filla y siguió caminando delante de él, impertérrita, con los hombros encorvados y el paso inseguro en algunos tramos, avanzando por el desfiladero que habían tomado. Desde que habían entrado allí ya había tropezado en un par de ocasiones, y la segunda vez se había partido el labio inferior.

—¡Mi señora!

Filla la sujetó de la muñeca y la obligó a detenerse. Notó los huesos frágiles bajo la presión de su mano, la piel apergaminada. Sintió una tristeza insondable.

—¡No me toques! —gritó ella al tiempo que liberaba el brazo.

La vejez parecía haberla atacado partiendo desde abajo. Su aspecto era el de una mujer de más de setenta años —su verdadera edad—, y la imagen de aquella cabeza acoplada a un cuerpo en plena decadencia tenía algo de grotesco y de trágico a la vez. Su rostro tenía un aspecto más joven sólo en apariencia, las arrugas ya estaban empezando a ascender por el cuello, resecándolo como una fruta marchita, y su piel había perdido toda su tersura. Tenía las mejillas hundidas, y los ojos levemente entelados. Su cabello blanqueaba en las puntas y sólo conservaba su habitual color rubio en las raíces.

Filla la había atraído hacia sí, sujetándola por la cintura con ambas manos.

—Tenéis que descansar, o no estaréis fresca para el combate.

El tiempo había sido inclemente con Rekla, pero él la encontraba igual de fascinante, y su sufrimiento aún la hacía más deseable. Había sido su maestra, había crecido a su lado sin verla envejecer jamás, y la admiración que le profesaba desde que era niño se había convertido en adoración. Por ella, más aún que por Thenaar, sería capaz de dar su vida.

—¡Nunca me faltará la fuerza para servir a mi dios, nunca! —dijo Rekla con voz contrariada.

Trató de zafarse, pero Filla la retuvo. Aunque ahora fuese vieja, seguía haciendo gala de un vigor insospechado, con toda seguridad fruto del adiestramiento.

—Si continuáis así, os mataréis antes de encontrarla, y entonces ¿de qué habrá servido?

—Tú no puedes entenderlo, nadie puede entenderlo —protestó Rekla con mirada febril—; yo soy distinta a todos, sólo Thenaar me conoce. Debo seguir adelante por él, y si muero tratando de complacerlo, será una buena muerte.

—Comprendo vuestro deseo, y sé que el ensordecedor silencio de Thenaar os está mortificando —le confesó Filla mirándola a los ojos.

Rekla se quedó cortada unos instantes. Era la primera vez que alguien intuía acertadamente el origen de su dolor.

—¡No oses ponerte a mi nivel! —exclamó escandaliza—. ¡Jamás! —Dicho lo cual, le propinó una bofetada.

Él siguió mirándola sin retroceder un paso.

—Thenaar quiere que lo sirváis, no que muráis. No lograréis congraciaros con él perdiendo la vida tras la pista de esa chica. Debéis vivir para servirlo.

Rekla cerró los puños y bajó la vista. Respiraba con dificultad, y Filla comprendió que habría querido llorar, pero que no podía hacerlo delante de él.

—Dejadme que yo os lleve —le dijo con un tono de voz inusitadamente arrebatado.

Ella lo miró sorprendida.

—Yo seré vuestras piernas, y os juro que correré, y seré más veloz de lo que vos lo habéis sido hasta ahora. Pero ahora descansad, os lo ruego.

Un destello de gratitud iluminó los ojos azules de la mujer. Pero al momento su expresión volvió a endurecerse y sonrió con sarcasmo.

—¿Tan débil me ves? ¿Una maldita vieja sin fuerza, una larva incapaz de serle útil a su dios?

Rekla gritó, presa de la desesperación, y el eco de sus palabras reverberó en las paredes rocosas de la garganta. Una piedra se desprendió de la cresta que tenían encima, cayó rodando y acabó a sus pies. Ambos se quedaron inmóviles.

—Yo sólo quiero ayudaros, sólo eso. Habéis sido traicionada, os han reducido a este estado mediante engaños. Con mi cuerpo puedo lograr que recuperéis todo cuanto os han arrebatado, y pienso hacerlo.

Filla tenía el corazón desbocado. Rekla guardó silencio durante un tiempo que a él le pareció infinito, como si sus palabras no tuviesen nada que ver con ella. Por fin esbozó una breve sonrisa, casi comprensiva.

—De acuerdo. Pero no me pidas que me detenga. No me pidas que abandone. No puedo.

Filla estaba exultante. Asintió y le hizo una larga reverencia.

—Lo sé, mi señora, lo sé.

* * *

Dubhe parpadeó un par de veces. Estaba oscuro, terriblemente oscuro, y se sentía muy confundida.

—¿Se puede saber qué diablos estabas intentando hacer?

Se llevó un buen sobresalto. Sí, sin duda podría reconocer esa voz entre otras miles. Era él. La casaca rota, justo donde Rekla lo había herido; su rostro, puede que más delgado y pálido, y sus ojos verdes, intensos y llenos de vida.

—¿Ya te sientes mejor?

Lonerin acercó su rostro al de ella para poder verla mejor, y en ese instante Dubhe le saltó al cuello, olvidándose de sus miembros agarrotados por el frío y de la angustia que unos momentos antes la había empujado a lanzarse al agua. No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Lonerin había sobrevivido, estaba allí, junto a ella, y la sensación de soledad que la había estado atormentando todos aquellos días se desvaneció en un instante. Nunca se había sentido tan feliz.

—Despacio —murmuró él, pero ni siquiera lo oyó, y lo abrazó con más fuerza. Su piel desprendía un perfume extraordinario y en ese preciso instante Dubhe reparó en lo bien que olía. Respiró profundamente, aspirando con placer aquel olor familiar.

Lonerin la abrazó con firmeza, casi con desesperación. Hacía mucho tiempo que deseaba hacerlo: él también la había echado mucho de menos y ahora, por fin, todas las piezas empezaban a encajar.

Ambos cayeron sobre la dura roca que circundaba el lago, abrumados de tanta satisfacción y tanta alegría.

Dubhe alzó la vista y miró a su compañero con los ojos brillantes, sin acabar de dar crédito al regalo que tenía ante sí. Era un milagro, un espléndido milagro. Lonerin estaba vivo, y lo tenía entre sus brazos, como si nada hubiera pasado. Él la miraba a los ojos, intensamente, y entonces, de improviso, la besó con pasión, apretando los labios contra los de ella.

Dubhe se quedó sin aliento, incapaz de moverse.

La había cogido por sorpresa, y de pronto se sintió arrollada por un torbellino de emociones, como un río en plena crecida. La imagen del Maestro volvió vívida a su mente, como si no hubiera transcurrido ni un día desde aquella noche, cinco años atrás. Se sentía confusa, no lograba discernir dónde se encontraba, ni de quién eran aquellas manos que acariciaban su rostro con dulzura. Pero se dejó llevar: era lo justo, lo sabía, y a fin de cuentas lo estaba deseando. Correspondió a aquel beso fugaz e inesperado. No pensaba que sería capaz, y se sorprendió al comprobar con cuánta seguridad actuaba. Se sentía triste y feliz al mismo tiempo, suspendida entre el pasado y el presente, como nunca hasta entonces. Lonerin le susurraba al oído palabras que no comprendía, pero que descendían suavemente por su cuello. Se rindió, y se dejó transportar por aquel calor. Era tal como siempre había soñado cuando el Maestro aún estaba vivo, y también tal como esperaba que habría de ser tras su muerte, cuando se abandonaba a los deseos propios de una adolescente que nunca tuvo niñez.

—Te quiero —le confesó él.

Dubhe abrió los ojos, no estaba segura de haber oído realmente aquellas palabras. En la penumbra de la cueva, el rostro de Lonerin era casi idéntico al del Maestro. Su aliento sabía a mar, y Dubhe recordó la casa frente al océano, cuando el viento soplaba con fuerza y las tablas del tejado crujían. Su voz era como la resaca, y los recuerdos empezaron a desfilar ante sus ojos.

«Maestro…».

Sólo entonces se dio cuenta de que había algo equívoco en lo que estaba haciendo, pero ya no podía echarse atrás, ahora que la metamorfosis ya se había completado, que todo era como debería haber sido.

Una lágrima descendió por su mejilla, y Lonerin la enjugó delicadamente con la palma de la mano.

—No llores…

Ella sacudió la cabeza, estaba oyendo el mar, y ante sí tenía la imagen del Maestro.

* * *

Después, el mundo le pareció un lugar silencioso y apacible. Entonces ¿así era el amor que ella no había conocido jamás? ¿Eso era lo que sucedía cuando un hombre y una mujer se encontraban? Todo parecía un sueño del que no querría despertar nunca. Sabía que volver a la realidad resultaría duro, y que cuando despertase iba a hallar respuestas que no le gustarían. Pero ya no estaba sola, pertenecía a alguien, y los besos de Lonerin eran la señal de esa pertenencia, tan dulce y tranquilizadora. ¿No era eso lo que había deseado cuando murió el Maestro?

Dubhe se sentó en el suelo y acarició las vendas que Lonerin se había puesto en las heridas. Una en el hombro, vagamente teñida de rojo, la otra en el abdomen.

—Aún no han cicatrizado, hay que coserlas… —murmuró.

Se volvió, y le pareció que el rostro de Lonerin transmitía serenidad y satisfacción, una expresión completamente nueva y desconocida.

—No son tan graves como parece —replicó Lonerin.

Ella no hizo caso de sus palabras, se puso en pie, cogió la bolsa, sacó todo cuanto pudiera necesitar de entre las provisiones que le había robado a Rekla y volvió a donde él estaba. Sonreía. Ella se detuvo.

—¿Qué pasa? —le preguntó, confusa.

—Eres… preciosa.

Dubhe se ruborizó. Había algo terriblemente embarazoso y fuera de lugar en aquella escena, algo que la impulsó a ser diligente y a concentrarse en lo que tenía que hacer.

Cogió aguja e hilo y unos cuantos frasquitos llenos de hierbas.

—¡No querrás darme potingues! —exclamó Lonerin poniendo los ojos en blanco.

—Los necesitas.

—De eso, nada. —Sacó una pequeña ampolla de su pantalón y la paseó ante sus ojos—. ¿La reconoces? —le preguntó sonriente.

—Ambrosía…

—Gracias a ella puedo contarlo. Si no la hubiera llevado encima, ahora estaría muerto.

Dubhe no se dejó convencer. Pese a las protestas de él, le retiró cuidadosamente las vendas y dejó ambas heridas al descubierto. Estaban bien curadas, teniendo en cuenta todo lo que debía de haber pasado. Sin embargo, aún estaban abiertas en algunos puntos, y brillaban en la penumbra de la caverna.

—¿Lo ves? He sido un sacerdote competente.

—Aquí no —le replicó ella al tiempo que tocaba una herida que aún no estaba cicatrizada. Notó cómo contraía el abdomen de golpe.

* * *

—Fue una auténtica suerte que debajo estuviera el río. Créeme, cuando Rekla se me echó encima, me sentía tan mal que creí que todo había acabado. Pensé seriamente que iba a morir. Nunca antes me habían herido, ¿comprendes?

Lonerin la miró buscando su comprensión, pero Dubhe seguía cosiendo y escuchándolo, absorta.

—No sé cómo Rekla logró zafarse de mi abrazo. Recuerdo que cuando se agarró al borde del precipicio, su tobillo resbaló de mi mano y caí. Tardé bastante antes de zambullirme en el lecho del río, el impacto fue terrible. Perdí el conocimiento unos instantes; cuando me recobré no sabía dónde me encontraba, sólo veía el azul intenso del agua que me envolvía por completo. No sabía dónde se hallaba la superficie, y las heridas me producían un dolor insoportable. De algún modo logré salir a flote; la desesperación me dio fuerzas para agarrarme a una piedra y pude arrastrarme hasta la orilla. Había una especie de pequeña playa rocosa. No sé cuánto tiempo permanecí allí, pero me desvanecí de nuevo, estaba totalmente exhausto.

Dubhe cortó el hilo con los dientes y pasó el dedo por la última herida que acababa de coser, apenas un par de puntos. Lonerin se estremeció.

—No presumas de haber hecho un gran trabajo: yo ya lo tenía casi todo controlado.

Dubhe le respondió con una sonrisa tímida. Le había crecido el pelo; ya le caía por la frente en forma de pequeños mechones, y ella pareció ocultarse detrás. Se puso a juguetear con las hierbas. Lonerin observó su rostro pálido y ensimismado, en el que todavía se apreciaban las señales de los golpes recibidos durante su cautiverio. Alguna mancha cárdena, el rastro rosado de un corte… Pensó furioso en lo que debía de haber hecho Rekla con aquel rostro tan delicado, sometido a infinidad de torturas. Sin embargo, le pareció bellísima, aunque muy demudada, y triste.

—Prosigue —le dijo ella alzando la cabeza.

—Creo que los dioses decidieron salvarme por algún motivo que desconozco. Durante un día y una noche permanecí allí, al aire libre, expuesto al frío. No podía usar la magia para restablecerme, pues estaba demasiado débil. La ambrosía era mi única salvación. La usé para curar las heridas y traté de descansar; durante un par de días no hice otra cosa. Pensaba todo el tiempo en ti, en qué te estaría haciendo Rekla, en si aún estabas viva… Fue terrible.

Dubhe lo miró intensamente, tanto que él al final bajó los ojos, Empezó a aplicarle sobre las heridas el emplasto que acababa de preparar. Estaba fresco, tenía un tacto delicado, agradable. Lonerin disfrutó de aquellas sensaciones, y se sorprendió a sí mismo al pensar que no podía ser verdad.

—Entonces me puse en marcha y empecé a buscarte.

—¿Cómo podías saber dónde estaba, y que seguía con vida?

Lonerin desvió inmediatamente la mirada hacia el brazo de ella, allí donde tenía el estigma coloreado de la maldición. Sintió una opresión en el pecho, y un deseo irreprimible de abrazarla.

—El sello.

Dubhe lo miró intrigada.

—Yo percibo la magia, todos los magos tienen esa capacidad. El sello no es un sortilegio como tantos otros, es mucho más potente. Existen fórmulas específicas para captar el rastro mágico que deja tras de sí, y yo las empleé para encontrarte. No se requiere mucha energía para hacerlo.

Dubhe apartó las manos de las heridas y fue a lavárselas a la fuente cercana.

—¿Qué pensabas hacer antes, cuando he llegado?

Ella se quedó inmóvil, y no respondió.

—Ibas hacia el fondo, y no parecía que tuvieras intención de volver a subir.

Se incorporó y caminó hacia él.

—¿A qué obedecía el odio que había en tu mirada cuando Rekla y Filla nos atacaron?

Aquellas palabras cogieron a Lonerin por sorpresa.

—¿Qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando?

—Tiene que ver.

—Estás tratando de eludir mi pregunta.

—Tú también.

Lonerin se la quedó mirando unos instantes, y suspiró.

—¿Qué sucedió después de que yo cayera?

La chica se sentó, cruzó las piernas y empezó a contárselo. Fue muy escueta, como de costumbre, pero Lonerin supo leer entre líneas todo el sufrimiento que había padecido. Las torturas de Rekla, el cautiverio, y también su soledad, su viajar sin destino.

—Has estado maravillosa —le dijo cuando acabó su relato—. Estaba seguro de que seguirías adelante.

Ella esbozó una sonrisa forzada.

—No iba a ninguna parte, tú también te has dado cuenta: estaba a punto de tirar la toalla.

Lonerin sacudió la cabeza.

—No estabas muy lejos del camino correcto, he estudiado qué dirección hemos de tomar. Estamos cerca, lo presiento.

Dubhe sonrió sin mucha convicción, y entonces él la atrajo hacia sí y la besó. Ella no se opuso y correspondió a su beso, pero entre ambos seguía flotando una sensación de frío y de dolor.

«Pronto la redimiré de todo su sufrimiento, le extirparé la Bestia del pecho y la libraré de la Gilda. La salvaré, y será sólo mía».