11
Reclusión
A media noche, Dubhe sintió que estaba a su lado. Volvió la mirada haciendo un esfuerzo y vio el resplandor de otro rostro. Pensó en todas las veces que, durante el viaje, Lonerin y ella habían visto el brillo de unos ojos en la espesura. Ahora sucedía lo mismo. Los ojos de Rekla eran feroces.
—Te he oído gemir —le dijo.
Su voz sonaba tan tranquila que helaba la sangre.
La visión de aquella mujer le produjo náuseas, sobre todo porque del fondo de su pecho sentía ascender una petición. Apretó los dientes para que las palabras no llegasen a sus labios, pero la Guardiana ya lo había intuido.
—Sé lo que quieres.
Sonreía. Así fue como vio a Rekla la primera vez, sonriente.
Ésta extrajo una ampolla de su mochila y la hizo oscilar muy cerca de su rostro. Dubhe sabía lo que era, sintió la pujante presencia de la Bestia en lo más hondo de su estómago, pero se contuvo.
—¿La quieres? —le preguntó Rekla con voz melosa—. Una traidora como tú no la merece. Sólo mereces sufrir. —Y estrechó la ampolla en su puño.
Estaba satisfecha, su brebaje había surtido efecto.
—Había algo que no debería estar en la poción que te he dado, por eso te sientes mal. Tengo que llevarte viva al templo, pero nadie me ha ordenado cómo.
A Dubhe le rechinaron los dientes. Por eso sentía aquel extraño y doloroso aturdimiento. Se sintió desfallecer.
—No la quiero —dijo. Le temblaba la voz. Era una mentira piadosa.
—Si pudieras moverte me la arrancarías de las manos.
Dubhe gimió. Ya no podía resistirlo más. No podía rebajarse hasta tal punto por mera supervivencia. No ahora que había visto otras cosas fuera de los muros de su prisión, y poco importaba que aquel mundo nuevo le estuviese vetado. Existía.
—¿Sabes qué? Te torturaré —siguió diciendo Rekla—, hasta mañana por la mañana, o quizá más tiempo.
—Si me siento mal no podremos proseguir la marcha.
Rekla se encogió de hombros, indiferente.
—Mi dios me exige que no te mate ahora, y obedeceré. Pero no creo que se enfurezca por este pequeño gusto que me he concedido. Ya sabes que, para mí, verte sufrir constituye un delicado placer.
Dubhe trató de mover las manos, que seguía llevando atadas a la espalda, pero su intento de liberarse resultó inútil.
—¿Por qué me haces esto?
Rekla pareció realmente sorprendida.
—Por mi dios.
—¡No tengo nada que ver —gritó Dubhe—, sólo trato de salvarme!
—Aunque así fuera, has osado engañar a Thenaar, y no existe perdón para eso.
Rekla se le acercó. Apenas rozó su hombro herido, y Dubhe gimió. Le puso una mano en la boca.
—Chist, si sigues así despertarás a Filla, y este momento sólo es para ti y para mí.
La chica cerró los ojos, no quería darle la satisfacción de aquella complicidad.
—No hay salvación, Dubhe. Nunca la ha habido. Yeshol creyó que eras una Niña de la Muerte, y lo eras, pero has renegado de tu naturaleza. Ahora bien, no se puede huir de Thenaar, y él te transformó en una máquina de matar útil para nuestra causa.
Dubhe sacudió la cabeza enérgicamente.
—¡Yo nunca he sido de los vuestros, y nunca lo seré!
—¡La Bestia es de los nuestros, la Bestia es Thenaar! Yo preparé la aguja, Dubhe, la que te inoculó la maldición. La tuve entre mis manos y se la entregué al chico. Sabía que moriría, pero lo hice igualmente, porque era su destino.
Dubhe le lanzó una mirada incendiaria.
—Y tu destino es el del cordero sacrificial. Thenaar te ha utilizado todo cuanto ha podido, pues has vertido sangre para él, y mucha.
Aquellas palabras le produjeron una honda impresión, fueron como una bofetada. Rekla se le acercó aún más, y Dubhe sintió con aprensión el hálito de su respiración en el cuello.
—Te mataré con mis propias manos. La piscina se llenará con tu sangre mientras la Bestia te devore por dentro. No habrá poción que te salve, Dubhe. —Exhibió una sonrisa maligna—. Thenaar y tú sois una misma cosa, y lo servirás hasta el final, quieras o no.
El horror de aquellas palabras superó cualquier otro dolor. Dubhe sintió que el pánico le atenazaba las sienes. Pero había otra cosa, cuya existencia ignoraba hasta ese momento.
—¡No! —gritó otra vez—. ¡Yo no pertenezco a Thenaar! ¡Y no me matarás en esa maldita piscina! ¡No os pertenezco!
Le palpitaba la garganta, y su voz ronca y dolorida rompió el silencio de la noche. Un pájaro alzó el vuelo.
Filla apareció al cabo de unos segundos con el puñal en la mano. Sin duda, al final todo aquel alboroto lo había despertado.
—Está delirando —dijo Rekla.
—¿Qué le pasa?
Son las heridas, nada más. Mañana por la mañana, con un poco de poción todo estará arreglado. Duérmete de nuevo.
—Él la miró incrédulo.
—Te he dicho que duermas —le espetó Rekla entre dientes.
Filla se marchó lentamente.
Ella permaneció inmóvil, observando a Dubhe.
—Ya veremos si perteneces a Thenaar o no.
Dicho lo cual, cerró los puños y se dirigió hacia su jergón.
Dubhe no se durmió. Le dolía todo, pero tenía la sensación de que una pequeña parte del peso que lastraba su corazón había desaparecido. Por fin había tomado una decisión. Lo decidió de repente, movida por el dolor y la frustración.
Durante casi diez años había seguido adelante sin esperar nada, sin tan siquiera tratar de interrumpir el incontenible flujo de los acontecimientos. No tenía sentido resistirse, y probablemente eso fuera lo más justo.
Así pues, ¿era lo más justo dejarse devorar por la Bestia? ¿Era justo que la consumación de su vida fuera un gesto inútil? ¿Y el Mundo Emergido? ¿Acaso era eso lo que se merecían sus miles y miles de habitantes?
¡No! Había abandonado la casa para siempre, y nunca más volvería allí.
Huiría, no importaba cuán difícil le resultase, y seguiría adelante con la misión ella sola. ¿Por qué tenía que creer que todo había acabado? ¿Sólo porque había perdido la esperanza?
Durante el instante en que lo vio por última vez, Lonerin no sólo le dejó en prenda su odio. Al final le sonrió. Estaba seguro de que ella seguiría adelante, de que lo haría también por él. Y pensaba hacerlo. ¡Debía hacerlo! Por fin tenía un objetivo que le pertenecía sólo a ella.
El día despuntó con un cielo de una intensa tonalidad rosada, y Dubhe fue devuelta al presente de una patada. Rekla estaba arriba, mirándola con furia. Le cambió los vendajes sin el menor miramiento, tratando de hacerle daño, después mezcló algunos ingredientes en un cuenco y le hizo beber el brebaje a base de hierbas. Tenía un sabor distinto, señal de que esa vez no había añadido ingredientes extraños. A continuación le estrechó aún más las ligaduras de las muñecas y los tobillos y la cargó en las espaldas de Filla.
—No intentes ninguna jugarreta —le dijo cogiéndola del pelo y levantándole la cabeza—, o ya sabes lo que te espera.
Dubhe se sentía demasiado mal para intentarlo, tendría que esperar unos días antes de poder escapar, un par al menos. Seguramente, el brebaje contenía una droga que Rekla utilizaba para mantenerla sometida. Decidió que debía hallar el modo de mantenerse lúcida, y que la próxima vez lo lograría. Y, además, antes de fugarse forzosamente tenía que robar algunos viales para la Bestia. Rekla había cogido el macuto de Lonerin y había transferido lo que contenía a su mochila. Siempre lo llevaba colgado y, por la noche, lo guardaba entre los brazos.
Viajaron todo el día, y Dubhe simuló sentirse más aturdida de lo que en realidad estaba. Quería estudiar a sus verdugos, hallar sus puntos débiles. Cuando hicieron un alto para curarla, notó que Filla la trataba con amabilidad. No era como Rekla, tal vez sintiera compasión de ella. Atendía su herida con delicadeza; tenía que aprovechar su buena predisposición. Formaban una pareja demasiado dispar, no entendía por qué Yeshol había decidido emparejarlos. Tal vez incidiendo en sus diferencias hallaría el modo de escaparse.
De nuevo pasó la noche despierta. Se sentía agotada, pero tenía que estudiar la situación. Cada vez que el sueño la vencía, se volvía ligeramente del lado del hombro herido. No era lo más recomendable para curarse, pero el dolor la ayudaba a mantenerse desvelada.
Controló el sueño de sus enemigos. Notó que la respiración de Filla se hacía más pesada al cabo de un par de horas, mientras que Rekla se despertaba a intervalos regulares para echar un vistazo a su alrededor. No parecía del todo despierta, aunque Dubhe no podría asegurarlo. Era sensible al menor ruido, y en cuanto se oía el más leve crujido se llevaba rápidamente la mano al puñal y abría los ojos.
Nunca soltaba la bolsa. La mantenía entre los brazos, y sujetaba la correa con una mano.
De pronto, vio que se despertaba y se levantaba. Estaba temblando. Dubhe entrecerró los ojos para que no la descubriera. Rekla hurgó desesperadamente en su mochila, con los hombros temblorosos, presa de espasmos. Parecían flacos y envejecidos. Su rostro también tenía un aspecto distinto. A la luz de la luna, Dubhe pudo observar que su piel estaba ajada y llena de arrugas. Entonces tuvo una inspiración. Toph, el compañero que Yeshol le había asignado en su primera misión, se lo había dicho: «La vi de lejos, pero andaba encorvada, y su piel… era como si de repente hubiera recuperado su auténtica edad».
Utilizaba una poción para rejuvenecer. Si no la tomaba regularmente, envejecía de golpe. Sin duda se hallaba en uno de esos momentos.
Dubhe abrió los ojos, permaneció atenta. No temía ser descubierta. Rekla parecía demasiado absorta como para vigilar a su prisionera. Sacó una pequeña ampolla de la mochila.
La chica trató de grabar en su memoria las características de aquel recipiente, ya que su color era indefinible. La Guardiana se llevó la ampolla a los labios y bebió, echando la cabeza hacia atrás. Su cuerpo sufrió un último espasmo, y al momento sus hombros volvieron a erguirse y su frente se alisó. Se dirigió tranquilamente a su jergón y se durmió de nuevo.
Dubhe sonrió en la oscuridad. Aquella noche había acabado resultando decisiva.
* * *
Al amanecer, Rekla le dio la habitual patada en las costillas. Dubhe simuló despertarse y clavó los ojos en ella sin quejarse del dolor. Su mirada fue tan desafiante que Rekla volvió a golpearla como castigo.
Filla acudió para contenerla, cogiéndola de los hombros.
—Dejad, ya me ocupo yo.
La mujer se volvió, furiosa.
—¡No me toques!
—¡Perdonad…, perdonad, y haced el favor de calmaros!
Había una especie de solicitud en los gestos de Filla, a la que Rekla respondía de malos modos pero con naturalidad al mismo tiempo. Debían de haber trabajado juntos en otras ocasiones.
—¡Me provoca —bramó Rekla con fastidio—, pero cuando le clave mi puñal en el corazón, no me mirará así!
Escupió al suelo y se alejó.
Filla esperó unos instantes e incorporó a Dubhe.
—¿Por qué te obstinas en hacerla enfadar? —preguntó entre dientes.
No supo qué responder. Él tenía la mirada triste. Parecía sinceramente preocupado por su compañera.
La ayudó a recobrarse y la miró a los ojos.
—Hay un río aquí cerca. ¿Quieres refrescarte?
Dubhe lo miró asombrada, y Rekla, que lo había oído, le espetó:
—¿Estás loco o qué?
—Hay peligro de infección. —La voz de Filla temblaba ligeramente. Tenía miedo.
—No te dejes engatusar —masculló su compañera—, basta con que respire cuando llegue a la Casa.
—A este paso puede que no llegue.
Rekla empezó a caminar arriba y abajo, como una fiera enjaulada. Filla tenía razón; ella no quería ahorrarle ni un instante de sufrimiento a Dubhe. Pero no tenía elección, y al final le hizo una seña con la cabeza.
El hombre ayudó a la chica a ponerse en pie tirándole del brazo, como para demostrar que no lo movía la compasión. Dubhe sabía que Rekla hallaría el modo de vengarse por aquella concesión. Esa noche se esforzaría para no tomar la poción.
Cuando ya había logrado sostenerse sobre sus piernas le sobrevino una intensa sensación de vértigo.
—Apóyate —le dijo Filla.
Resultaba curioso oír hablar de aquel modo a uno de la Casa. Era raro que alguien de la Gilda tuviera atenciones con otra persona.
—Mi señora está nerviosa, eso es todo —le susurró al oído, con una voz insólitamente afligida—; no hagas nada que la irrite, y todo irá mejor.
Apenas habían dado unos pocos pasos cuando Dubhe divisó a cierta distancia un manantial de aguas cristalinas.
—Date prisa, adelante —dijo Filla—. Sólo te he sacado de en medio para que se calme. Si te hiciese algo antes de llegar a la Casa, se arrepentiría amargamente.
Dubhe pensó que en esos momentos ya estaba todo claro. Se había preguntado por qué Yeshol había escogido a aquella pareja en apariencia tan curiosa. Filla adoraba a Rekla y, de algún modo, velaba por ella y atemperaba su ardor y su violencia.
Al agacharse casi rodó por el suelo. Estaba increíblemente débil y, desde luego, eso no la ayudaría en su huida.
Alzó la cabeza y vio su propio rostro reflejado en el agua. No se reconoció. Estaba llena de moretones, y tenía una parte del rostro inflamada. Tenía razón Rekla, había hecho un buen trabajo con ella.
Sumergió directamente la cabeza en el agua y sintió alivio cuando el frío le aguijoneó el rostro. Le habría gustado sumergir todo el cuerpo, lo necesitaba imperiosamente, pero notó que le tiraban del pelo y la sacaban del agua.
—¿Estás loca? ¿Quieres morir?
Dubhe apartó la mirada.
Con la ayuda de Filla se lavó la herida con agua, y él le cambió el vendaje y le aplicó el compuesto que Rekla había preparado.
—No te hagas ilusiones —puntualizó lanzándole una mirada severa—. Sólo lo hago para que mi señora pueda cumplir su venganza dentro de la Casa, por eso te necesito viva.
Dubhe se fijó en que el bol que contenía el compuesto era de cristal. No podía dejar escapar la ocasión. Cuando Filla hubo terminado las curas, hizo un movimiento imperceptible, el recipiente resbaló de los dedos del hombre y cayó al suelo. Ella puso rápidamente la mano encima. Oyó un crac, pero fingió no haberse dado cuenta.
Filla suspiró contrariado.
—Da igual, ya había acabado.
La obligó a ponerse en pie. Dubhe se llevó la mano al bolsillo. Dejó caer un fragmento de cristal en el interior.
Cuando estuvieron de vuelta, la obligaron a tomar la poción. Un sabor amargo se expandió por toda la boca: Rekla había vuelto a añadir otro ingrediente. Logró que cayera un poco mientras bebía, pero la cantidad que descendió por su garganta bastó para volver a aturdirla y a someterla a otra noche infernal, presa de convulsiones.
Antes de acostarse, la Guardiana permaneció un buen rato a su lado. La velaba, deleitándose al oír sus gemidos de dolor. Dubhe se prometió que únicamente se concedería un solo día más; en cualquier caso, tampoco podría seguir soportándolo.
A la mañana siguiente, Filla fue el encargado de darle la poción. Su mano era bastante menos firme que la de Rekla, y su determinación para hacerla sufrir, bastante menor. A Dubhe le bastó con mostrarse más débil de lo que en realidad estaba. Una parte del líquido se derramó mientras bebía, y la otra la escupió aprovechando un momento en que el hombre se había alejado para devolverle el vial a Rekla. Con tan poca poción en el cuerpo, era el momento idóneo para fugarse. Decidió que lo haría esa misma noche.
«Sólo un día más —se dijo—. Uno sólo».
La suerte estuvo de su parte.
Tras la enésima jornada de marcha, acamparon más tarde de lo habitual, y la oscuridad descendió con rapidez. Las nubes tapaban la luna de forma esporádica. Cuando Dubhe notó que Filla y Rekla dormían profundamente, sacó el trocito de vidrio y empezó a cortar las cuerdas que inmovilizaban sus muñecas y sus tobillos. Sherva había sido un gran maestro: tardó bastante, pero al final logró liberarse. Se incorporó procurando no hacer ruido.
La cabeza le daba vueltas. Se apoyó en un árbol y se obligó a mantenerse de pie. Necesitaba habituarse. No estaba al máximo de sus fuerzas, pero sentía que podía conseguirlo.
Cogió algunas piedras y se acercó hasta donde estaban Filla y Rekla.
Un solo paso bastó para que la mujer se despabilara levemente. Dubhe permaneció inmóvil. El sueño de Rekla era muy ligero, el menor ruido podría despertarla. Dubhe puso a prueba toda su pericia. Trató de hacerlo mejor que nunca, mejor que cuando le robaba las bolsas de joyas a la gente mientras dormía, mejor que cuando se adiestraba con Sherva para moverse silenciosa como un fantasma.
«¡Despacio, lentamente!».
Tardó unos cuantos minutos, pero al final su rostro estuvo frente al de Rekla. Podía contar sus pecas una a una, y ver sus labios apenas entreabiertos, sus sonrosadas mejillas de jovencita. Sólo sentía repugnancia y deseos de matarla, en ese instante más que nunca. Hincarle un cuchillo en el corazón, acabar con ella… Pero no podía. Habría matado a uno de los dos, pero no a ambos. En su estado no sería capaz de abatir a Filla. No, tenía que limitarse a huir.
Se agachó, y la hierba crujió bajo sus rodillas. Rekla parpadeó levemente.
El zurrón estaba allí, entre sus brazos, pero Dubhe no podía cogerlo. Empezó a sacar las ampollas una por una, sustituyéndolas de vez en cuando por una piedra.
Fue un trabajo tan sumamente laborioso que la frente se le perló de sudor. Tenía que realizar movimientos fluidos, precisos, delicados. Sus manos empezaron a temblar. Rekla estaba inquieta, sin duda se despertaría de un momento a otro. Si eso sucedía, todo habría acabado para ella. Sin embargo, siguió impertérrita, con los brazos doloridos, hasta que logró extraer todo cuanto pudiera resultarle de utilidad.
Y entonces se alejó.
Exhaló un largo suspiro y examinó el botín: dos frascos de poción contra la Bestia, una cantidad ínfima, y tres ampollas similares a la que Rekla había bebido la noche anterior. Primero se ocupó de ésas. Las destapó y vació su contenido dispersándolo por el suelo.
No podía matarla, pero sí podía obligarla a morir devorada por su propia ancianidad.
También estaba el puñal, su puñal, el del Maestro. ¡Lo había recuperado! Se lo ciñó a la cintura, y cuando se ajustó la correa de cuero, sintió que se cargaba de una renovada energía.
Finalmente revisó las hierbas. Las conocía todas. Y había una que iba a resultarle de gran utilidad. Por desgracia no había venenos; evidentemente, Rekla no los consideraba necesarios.
Tardó poco tiempo en prepararlo todo, para lo cual utilizó una de las ampollas vacías.
Oyó que Rekla gemía y se daba la vuelta. Se apresuró, aunque con mucho cuidado de no hacer ruido. Antes de añadir el último ingrediente se cubrió el rostro con la mano.
La ampolla liberó un sutil vapor, suficiente para provocarle una ligera sensación de vértigo.
Vertió con delicadeza un poco de aquella mezcla sobre la hierba, cerca de la boca y la nariz de Filla, y a continuación dejó la ampolla con la mitad del contenido junto al rostro de Rekla. Se puso en pie muy despacio. La mixtura tardaría un poco en surtir efecto, pero los aturdiría el tiempo suficiente para poner de por medio algunas millas de distancia.
Se alejó caminando de espaldas, cautelosa. Y, cuando Rekla y Filla desaparecieron de su vista, se volvió y echó a correr.
Era libre.