Epílogo

En algún lugar del océano Atlántico.

Miya y Bryn se morían de frío.

No habían dormido desde que habían salido volando desde Diablo Canyon. Y llevaban cinco horas prácticamente bajo el helicóptero militar.

Habían logrado alcanzar al helicóptero que había salido de Diablo Canyon. Mataron a los dos vampiros que hacían de pilotos, y se hicieron con la cabina y el control de la aeronave. Gracias a ello, pudieron entablar comunicación con el otro helicóptero que llevaba el contenedor de rehenes y que se dirigía a Escocia, pero habían recibido nuevas órdenes de desembarcar en Cork, zona portuaria de Irlanda.

Siguieron el rastro del otro helicóptero mediante radar. Gracias a que los cristales estaban tintados, Miya había podido resistir las horas diurnas con más comodidad.

En algún lugar del océano Atlántico, el helicóptero en el que iban se había quedado sin combustible, pero estaban a casi una hora del otro, que era el que más les interesaba. Él y Bryn habían dejado que su transporte cayera al mar, y ellos continuaron volando.

Nunca en su vida había volado a tanta velocidad como en ese momento. Un vanirio desesperado podía ser muy rápido, aunque tuviera que cargar con una valkyria.

Y entonces, lo habían localizado; y pensaron que, para no llamar la atención y no poner ni a los rehenes ni a los tótems en peligro, lo mejor era que no los vieran. Por eso se habían colocado bajo la cabina. La valkyria de pelo rojo estaba ahí, encima de él, y él todavía no podía hacer nada. Si hacían algo indebido y los descubrían podían pasar muchas cosas y ninguna buena. Por eso, antes de arriesgarse, se aseguraría de no quedar desvalidos en medio del océano, con todos los rehenes malheridos en un helicóptero sin apenas combustible y a plena luz del día. Ni hablar. Actuaría en el momento justo.

Su olor se desvanecía. El olor de Róta, tan adictivo y matador para él, se esfumaba. Era como si estuviera dejando atrás su esencia.

Miya clavó los dedos con rabia en las ruedas de aterrizaje del Chinook al que estaban cuidadosamente sujetos. No soportaba no poder entrar en su mente.

No podían verles, estaban bien escondidos. Nadie se asomaría a mirar bajo las puertas de la cabina y del fuselaje. No sabían que estaban ahí.

Miya quería contactar con Róta sólo para que se sintiera un poco mejor y supiera que no estaba sola, pero… Ya no podía.

Joder, había perdido el control.

Definitivamente.

O rescataba a Róta o se reuniría con su amigo Ren más rápido de lo que nunca se hubiera imaginado.

Aquella mujer de pelo rojo e increíbles ojos azules había acabado con su serenidad y su cordura en una maldita noche. En unas horas.

Desde que la muy atrevida lanzó contra él su propia chokuto en el Hard Rock, había puesto todo su mundo y a toda su eternidad de disciplina y respeto patas para arriba. Así, sin más.

«Valkyria provocadora», gruñó.

—Queda poco más de hora y media para que amanezca —dijo Bryn—. O nos damos prisa, o te alcanzará el sol, Miya. Y tenemos que liberarlos antes de que lleguen a Irlanda.

Miya sabía que la Generala tenía razón. En medio del océano estaba a merced del sol. No podría ocultarse.

Bryn era una valkyria impresionante. Rigurosa y ordenada. Pero Bryn y Róta tenían una empatía fuera de lo común, y la Generala sufría mucho debido a eso.

Después de que secuestraran a su amiga, a veces la había visto cerrando los ojos con fuerza y temblando por la impresión. Y no dudaba de que sentía todo lo que experimentaba Róta en su cuerpo.

Miya le había preguntado qué era lo que estaba pasando con Róta, pues a él le era imposible entrar en su cabeza. Pero su amiga se había negado en redondo a darle una mísera descripción o detalle sobre lo que había vivido o estaba viviendo la joven.

—No puedo. Lo siento. —Había apretado la mandíbula y había mirado hacia otro lado para esquivar sus ojos instigadores, ocultarse de ellos y esconder todas esas verdades que él quería revelar—. Al menos, ahora está tranquila. No… no le hacen nada.

—¿Está bien? ¿Pasa frío? ¿Tiene hambre?

Bryn sonrió sin ganas y clavó los ojos en el insondable mar que había bajo sus pies. El viento azotaba su melena rubia de un lado para otro.

—Sólo siente dolor. Sólo… dolor. Y mucha pena —Bryn se acongojó y dejó de hablarle durante un buen rato.

Él lo había hecho muy mal con Róta. No debió haberla tocado. No debió haber perdido el dominio de sí mismo. Pero la mirada desafiante de esa mujer lo había echado todo a perder.

Uno nunca espera encontrarse con una mujer que es un huracán y una deslenguada. Los samuráis y las personas como esa valkyria son completamente antagónicos.

—Miya, contéstame algo: ¿Mordiste a Róta? —Preguntó Bryn sin ningún tipo de censura en su mirada.

Un músculo incómodo palpitó en la fuerte mandíbula de Miya.

—No es asunto tuyo.

—Sí lo es —replicó Bryn—. Si haces daño a mi nonne se convierte en algo personal.

—Y me lo dices tú —el samurái alzó una ceja— que le giraste la cara delante de todos los guerreros.

Bryn se calló de golpe y el arrepentimiento cruzó su rostro. Ella estaba tan arrepentida… Se le veía en los ojos.

Un silencio lleno de recriminaciones cayó sobre ellos.

—Quiero salvarla, Miya. —Su voz sonaba débil y muy afectada—. Quiero salvarla para pedirle perdón y para decirle que la quiero. Pero estoy en este maldito helicóptero, sé que la tengo encima de mí, destrozada, y no puedo ir a por ella. ¡Me muero de la impotencia, Miya!

—La salvaremos, Bryn —le prometió él—. No lo dudes. Cuando el helicóptero baje a repostar, será nuestro turno.

Miya apretó los puños y negó con la cabeza. «Róta, aguanta».

Ahora necesitaba recuperarla. Necesitaba rescatarla.

Si su hermano Seiya había puesto sus sucias manos sobre esa valkyria sólo porque lo había olido a él en ella; si había hecho daño a Róta solo porque tenía su marca; si Seiya había abusado de ella sólo para hacerle daño a él, entonces, nunca se lo perdonaría por haber sido tan descuidado.

Y entonces, Miya no iba a tener más remedio que reclamarla. Aunque fuera lo último que debiera hacer, pero por su alma maldita que lo haría.

Seiya la mataría y la torturaría por diversión. Y Miya no lo podía permitir.

Así que iba a ignorar todas las malditas leyendas que hablaban sobre él y su maldición. Ya sabía que eran ciertas. Sólo tenía que mirar a su alrededor.

Todos aquéllos a los que quería, morían. Sus padres, Naomi, Ren y Sharon… Todo aquél con el que podía tener un vínculo afectivo, acababa desapareciendo de su vida para siempre.

Pero no importaba. Prefería eso, a dejar a Róta en manos de un desalmado como Seiya.

Él tenía un plan que había urdido y visualizado en su cabeza, por lo menos veinte veces, desde que perseguían al helicóptero con el contenedor.

Gabriel ya estaba informado sobre sus avances. Ellos vendrían tarde o temprano, pero mientras tanto, sólo Bryn y él podían obrar el milagro.

—¿Por qué la quieres salvar tú? —Preguntó Bryn de repente—. Has hecho un gran esfuerzo para llegar hasta aquí, como si te fuera la vida en ello. Y no sólo estas aquí por los objetos. Estás aquí por ella. Así que dime: ¿Por qué razón quieres recuperarla?

Miya inspiró profundamente y después de exhalar dijo:

—La salvaré para decirle: Gomenasai[51]. Has conocido al gemelo malo. Yo soy el gemelo bueno.