Las nubes habían creado una cortina fascinante, un muro que llegaba desde el cielo hasta la tierra. Rayos, relámpagos y lluvia eran arrastrados por esa fuerza de la naturaleza que a pasos acelerados se acercaba al poblado Hopi, siguiendo el ritmo ferviente y extasiado de los indios que atraían las tormentas. Y, ¡por todos los dioses! Qué bien se veía el desierto árido de las Cuatro esquinas, era el mejor mirador para un espectáculo así.
Gúnnr miraba con creciente admiración a los Hopi, si en la Tierra había seres humanos como ellos, personas sabias que respetaban el medio ambiente y que vivían en armonía con la naturaleza ¿Por qué aquel reino medio estaba en tan malas condiciones? Suponía que era porque no todos los humanos tenían la misma paz espiritual que aquellos indios norteamericanos. Porque no todos eran así… ¿No?
Los dioses hablaban del Midgard como la cuna de una nueva civilización pero nunca eludían el significado de su doble personalidad. Eran destructores y creadores. Capaces de lo peor y lo mejor. Pero lo mejor todavía no se había visto. Irremediablemente inconscientes la gran mayoría e insultantemente conscientes no los suficientes, que eran una parte marginada y aislada del resto. Como aquel pueblo amable que les habían acogido.
Róta y Bryn se colocaron a su lado y miraban excitadas como la tormenta eléctrica acudía a ellas.
—Ahí viene, nena —susurró Róta ilusionada—. Viene hacia nosotras.
Gúnnr le sonrió mirándola de soslayo.
—Después de tu bautismo Gúnnr vas a disfrutar esto mucho más —aseguró Bryn poniéndose las manos en las caderas—. Ya lo verás es nuestro poder, el único y absoluto, el originario de las valkyrias. Báñate en él y disfrútalo.
Gabriel les había explicado a todos lo que iban hacer con la tormenta y cómo utilizarla a su favor. La llevarían desde Utah y ahí tomarían un avión. Gúnnr sabía que la idea de Gabriel era muy válida y después de subirse en un avión, no obstante, había algo en su interior que se negaba a esa orden. Y no porque no soportara las ordenes, que estaba descubriendo que no las toleraba, sino porque ella sentía que se podía hacer algo más, que había un camino mejor.
—¿En qué piensas? —preguntó Róta mirándola fijamente.
—En nada en concreto, tengo una sensación extraña.
—¿Sobre qué?
—Sobre el plan a seguir.
—¿Qué problema tienes? —Preguntó Gabriel a su espalda tan cerca que sus cuerpos se rozaban—. ¿Algo que objetar?
Gúnnr dio un respingo y lo miró sobre el hombro. Él la estudiaba inquisitivamente y levantó una ceja rubia.
—No es un problema, es un presentimiento.
Gab inclinó la cabeza a un lado y clavó los ojos en la tormenta.
—¿No puedes explicármelo mejor, Gunny?
Ya estaba aquel tono tierno y amigable que a ella tanto le gustaba y que hacía que todo su cuerpo se pusiera a temblar.
—Tengo la impresión que debemos ir a un lugar… Es como un llamado. Hay algo que está tirando de mí.
Róta y Bryn la repasaron de arriba abajo en busca de algún tipo de cuerda que la sujetara.
—Puede que todavía sientas la electricidad recorrer tu cuerpo Gúnnr —intentó explicar la Generala—. Puede que sea ésa la sensación de la que hablas.
Gúnnr negó con la cabeza y miró al suelo con frustración.
—No se trata de eso. La tengo desde que desperté.
Se sentía como si ella fuera un imán y algo intentará atraerla hacia algún lugar. Antes de abrir los ojos había tenido extrañas visiones de Mjölnir. Como si él la llamara. ¿Cómo? ¿Cuándo? Y, ¿por qué? No lo sabía.
Gabriel le dio la vuelta y le alzó la barbilla.
—Cuéntamelo.
Él debía escuchar a todos sus guerreros. Como líder, tenía que hacer caso a cualquier instinto o percepción que tuviera su equipo respecto a la misión, Gúnnr era una valkyria y debía escucharla.
Ella lo miró a los ojos y pasó las manos por el flequillo.
—Dime Gunny —insistió él—. Tu opinión es importante para mí.
—¿De verdad? —Ella asintió conforme—. Tengo la impresión de que puedo moverme a través de la tormenta…
—Todas podemos —admitió Róta frunciendo el ceño.
—Sí, pero no me refiero a eso. Es una certeza, una corazonada —se llevó la mano al pecho. Qué difícil era convencer a alguien de algo que se sabía con certeza pero no se podía ver ni tocar. Se centró en Gabriel.
—Engel me gustaría poder explicarlo mejor, pero no sé que se supone que debo hacer yo para estar tan convencida de que puedo llevarte hasta el martillo.
—¡¿Qué?! —Gritaron las gemelas con Reso y Clemo caminando tras ellas.
—¡Silencio! ¿Sabes dónde está el martillo? —Gabriel la tomó de los hombros—. ¿Dónde? Dímelo.
—No. No lo sé —se apresuró a negar—. Pero desde que desperté me vienen ráfagas mentales con imágenes del martillo. No te puedo decir donde está porque no lo sé. Pero es como si él me intentará atraer a algún lugar.
Reso y Clemo resoplaron.
—Recibió el bautismo ayer, Engel —aseguró Clemo—. Puede que este aturdida aún.
—No estoy aturdida —le dirigió una mirada venenosa y sus pupilas se volvieron rojas por completo.
—Eh —Gabriel le puso una mano en la mejilla y la obligó a que se centrara en él—. Calma a la furia, valkyria. Tus ojos están completamente rojos.
—Entonces dile que no me provoque.
Él no podía permitir que hablaran de ella como si fuera tonta o como si todavía se tratara de una niña. Cerró los ojos un segundo y cuando los abrió eran de aquel color azabache tan especial.
Le había ordenado algo al Engel. Todos carraspearon y Gabriel achicó los ojos con diversión. Esa Gúnnr con su genio, contestona y divertida le gustaba.
—Podía ser solo una intuición —le dijo Gabriel—. No podemos desviar la misión solo por un presentimiento tuyo, Gúnnr, ¿lo entiendes?
Gúnnr apretó los dientes y asintió. ¿Qué se pensaba? ¿Qué Gabriel se replantearía la dirección del siguiente paso porque ella dijera que tenía una corazonada? Estaba acostumbrada a que no la tomaran en serio. En el Valhall nadie lo había hecho y todos la miraban mal porque era una valkyria defectuosa sin poderes y sin furia. Por lo visto, ahora había despertado sus poderes pero el cartel de «inútil e inofensiva» todavía lo llevaba colgado en la espalda. Sin embargo, aún entendiendo la posición de Gabriel respecto a ella, le había dolido su falta de confianza.
—Seguiremos el rumbo indicado, ¿de acuerdo? —dijo el Engel a su equipo.
—En posición, la tormenta se acerca.
Gab no había pasado por alto la actitud derrotista de Gúnnr, así que la tomó de la mano y entrelazó sus dedos con ella.
Gúnnr se quedó mirando fijamente cómo la mano enorme del guerrero había engullido por completo a la suya. Las mejillas se le pusieron rojas y alzó los ojos hacia él.
—¿Cuidarás de mi en la tormenta, valkyria? —Puso cara de contricto conocedor de que ella se sentiría menos agredida si viera que él realmente la necesitaba.
Gúnnr tragó saliva y asintió con convicción.
—No te sueltes.
Él sonrió orgulloso y le apretó la mano en agradecimiento.
Ankti aprovechó el momento y se colocó delante de ellos. Los Hopi seguían bailando y cantando alrededor de las hogueras. Se ayudaban de flautas y tambores, y reinaba en ellos el fervor y alegría por lo que hacían.
—La mujer araña nos ha escuchado y nos trae la lluvia y los rayos a nosotros —aseguró con una sonrisa complacida, vestía una túnica blanca y roja y tenía el cabello cano dividido en dos trenzas, sujetas con una cinta negra.
—¿La mujer araña? —Preguntó Sura sin comprender.
—La diosa de la tierra —explicó Ankti alzando los brazos al cielo.
—Ella habla con nosotros y nos ayuda siempre que le cantamos y oramos.
Gúnnr se alzó de puntillas y le dijo al oído a Gabriel.
—Se debe referir a Nerthus.
Nerthus era la madre de Freyja. Odín la había relegado a cuidar de la tierra y mover los hilos convenientes para iniciar y despertar a todos aquéllos que podían luchar en el nombre de los dioses en el Ragnarök. Era la gran diosa.
Ankti se apoyó con las dos manos en el bastón y los miró a cada uno.
—No les he preguntado de donde han venido porque no es importante. Pero son hijos de los truenos y a ellos deben volver. Nosotros los Hopi seguiremos aquí, esperando el día en que el todo deba decidirse. Hasta entonces no dejaremos de danzar y de invocar a la lluvia y a las tormentas para que les ayuden en el final de los tiempos. Somos muchos los que sabemos que habrá una batalla entre la luz y la oscuridad y desde nuestro corazón Hopi, esperamos que cuando la señal aparezca en el cielo, todos nos hayamos reunido en feliz comunión para que la balanza se decante del lado del amanecer de un nuevo día, y no de la eternidad de la noche. Los Hopi aunque nos vean precarios en medios, seguimos en contacto a nuestra manera con todos esos humanos que ayudan a su causa, «los danzantes de la luz». No necesitamos ser muchos para lograrlo. Se trata de una cifra. Con su nuestra ayuda y la de ustedes evitaremos que el coyote nos destruya. La tierra es de todos.
Gabriel se emocionó al oír el discurso de despedida de Ankti. Si Ankti, que era un indio que no media más de metro y medio, tenía tanta confianza en ellos, ¿cómo no la iban a tener ellos mismos?
—Ángel —Ankti agarró la mano de Gabriel y se la apretó—, la humanidad esperará ver la estrella azul en el cielo, y nos indicará que el tiempo de dejar de tener miedo y luchar por aquello que queremos ha llegado. Pero a veces no necesitamos alzar los ojos al cielo para encontrar una estrella que nos guíe en el camino. A veces están a nuestro alrededor y no sabemos verlas —Ankti se echó a reír y le enseñó todos los dientes.
Gabriel se tomó muy en serio las palabras del jefe indio. ¿Había llegado el momento de luchar por lo que quería?
Gúnnr sonrió a Ankti y éste le hizo una reverencia mientras le comunicaba con los ojos más cosas de las que ella podía captar.
—No le sueltes la mano colibrí —le pidió Ankti con humildad.
¿Qué no le soltara la mano? Por supuesto que no lo haría, de lo contrario, Gabriel se achicharraría con los rayos.
Chosobi corrió al lado de Ankti y se puso en frente de Gúnnr.
—Esto es para ti —le dijo ofreciéndole un colibrí tallado en madera, de manera artesanal. Era precioso, pequeño, dulce y lleno de detalles como Gúnnr.
Ella miró el pequeño presente como si se tratara de algo lleno de oro y diamantes.
—¿Lo has hecho tu? —Preguntó con los ojos brillantes de emoción.
—Por supuesto, Chosobi sabe hacer muchas cosas, colibrí —sonrió mirando de reojo a Gabriel.
Ella tomó el regalo artesanal entre sus manos y lo acarició.
Gabriel se sintió malvado al ver que le molestaba la alegría desmesurada de Gúnnr. ¿Por qué actuaba así por una figurita de madera?
—Nadie me había regalado nunca nada, Chosobi. Muchas gracias. —Le dio un beso en la mejilla que apartó rápidamente, admirando su regalo como si fuera una niña con un juguete nuevo.
¿Nadie le había regalado nunca nada? ¿Nunca? Entonces se sintió mal por no ser el primero en poder regalarle todo lo que ella necesitara. Pero se aseguraría de ofrecerle todo lo que le habían negado. Chosobi, había sido el primero en darle un beso y hacerle un regalo personal. Él sería el primero en todo lo demás. Estaba en su naturaleza cuidar de la gente que quería, y él quería a Gúnnr, estaba bajo su cargo y responsabilidad, no la iba a defraudar.
—Prepárate —le ordenó tirando de su mano, más gruñón de lo que hubiera deseado—. El pájaro se va a chamuscar con los truenos.
Ella se apenó y miró algún lugar de su cuerpo en el que pudiera guardar su preciado tesoro. Dirigió la mirada a su escote y lo metió ahí.
—Así no le pasara nada —lo miró condescendiente.
Las cuatro valkyrias miraban la escena con interés. Róta sonreía y Bryn le dio un codazo para que se centrara.
—Espero que Gúnnr juegue bien su partida —Róta se frotó el brazo dolorido por el codazo de Bryn.
—Déjalos, no te metas.
La tormenta se cernía sobre ellos.
Los ocho se prepararon para llamar a los truenos. Las nubes negras se desplazaban amenazadoras, y el muro blanco de cumulonimbos ya había tocado tierra. Los truenos y relámpagos iluminaban el cielo, y la lluvia y el viento azotaban la superficie seca.
Gúnnr sentía la llamada de Mjölnir, pero no tenía ni idea de lo que debía hacer ¿Dónde estaba? ¿Por qué se sentía así?
En un movimiento ágil y rápido, Gabriel se colgó a Gúnnr a la espalda y le hizo que le rodeara la cintura con las esbeltas piernas. Colocó las manos sobre sus muslos y la sostuvo así.
—¿Qué haces? —Estaba completamente abierta de piernas y él podía sentir como ella se acoplaba a su espalda. O cómo sus pechos se aplastaban contra aquella pared de músculos.
—¡Me niego a ir agarrado a ti como si fueras una liana! Te agarras a mí con las piernas y utilizas los brazos para desplazarte a través de los relámpagos. Es mejor.
Gúnnr frunció el ceño al ver que Clemo y Reso hacían lo mismo con Sura y Liba.
—Esto es muy…
—Ridículo —dijo Bryn.
—Incómodo —dijo Gúnnr avergonzada.
Gabriel le dio una cachetada en la nalga y la miró por encima del hombro. Disfrutó al ver la que la joven valkyria había agrandado los ojos y estaba roja como un tomate.
—Así es como yo lo quiero, es una orden. No me desafíes.
Gúnnr hecho humo por las orejas puntiagudas.
—¿Me has zurrado? —su voz sonó baja y ronca, llena de sorpresa.
—¡Allá vamos valkyrias! —Exclamó Bryn. Cuando las nubes estuvieron suficientemente bajas gritó—. ¡Asynjur!
La sensación de levitar sobre las nubes y mecerse por los rayos era inexplicable y única. Las piernas increíblemente fuertes de Gúnnr se habían agarrado perfectamente a él. El viento y la lluvia les azotaban sin piedad, pero se movían bajo los gritos eufóricos de sus valkyrias, que disfrutaban de lo lindo en su medio más natural.
La única que no gritaba era Gúnnr. Se veía concentrada en lo que hacía y no dejaba de mirar por encima de las nubes, más allá de la tormenta.
—¿Qué te pasa? —Gabriel le apretó los muslos para que le prestara atención.
Gúnnr negó con la cabeza y siguió con lo suyo.
No. Ni hablar él necesitaba escuchar sus pensamientos.
—¡Habla Gúnnr!
Ella se mordió la lengua no quería volver a importunarlo con sus corazonadas, pero la sensación era cada vez más fuerte. Y esta vez algo en el centro de su pecho le hormigueaba y la llenaba de energía, como si fuera un receptor que acumulaba potencia para poder estallar en cualquier momento.
—No me vas a escuchar.
—¡Siempre te he escuchado! ¿Qué sucede? —Preguntó preocupado.
—¡No debemos mover la tormenta! Debemos volar sobre ella y encontrar algo.
—¿Algo?
—Sí. Algo.
—¿El qué?
Gúnnr gruñó frustrada y le clavó los dedos de una mano en el hombro. La otra mano estaba ocupada con el relámpago.
—¡No lo sé! Yo… Gabriel, yo solo siento esto pero no tengo idea… ¡Por Odín!
Un increíble relámpago atravesó el pecho de Gúnnr y ella echó el cuello hacia atrás. Las piernas le temblaron pero en ningún momento soltó a su einherjar. Él pudo sentir la potencia y la energía de esa extraña luz. No había sido un relámpago normal.
—¡Gunny! —Se giró como pudo y acabó de cara a ella—. ¿¡Estás bien!?
—No —lloriqueó, negando con la cabeza y tomando aire de forma compulsiva—. ¡Arriba! ¡Vayamos arriba, Gabriel!
Él miró a sus guerreros que se habían quedado suspendidos en el cielo, sostenidos por los rayos, mirando a Gúnnr sorprendidos. La tormenta estaba bajo control y no perdía nada en escuchar a Gúnnr.
—¿Por qué? ¿Qué hay arriba?
—Siento que tengo que ir. Mjölnir me llama —sus ojos estaban rojos por completo y sus pupilas se habían dilatado por la ultima descarga—. Sé que no lo entiendes pero…
—Mírame, cariño —la tomó de la barbilla—. ¿Crees que puedes llevarnos a Mjölnir? ¿Cómo?
Ella no podía darle una respuesta a eso, porque no sabía si era capaz de llevarlos hasta él. Pero el llamado era cada vez más fuerte. El martillo estaba taladrando su entrecejo y estaba bombardeándola con imágenes.
Tomó aire y le dijo:
—Gabriel ¿Confías en mi? —Clavando en él los dos rubíes que tenía por ojos.
Confiar o no confiar. Ceder momentáneamente el mando de su misión a Gúnnr o decidir no hacerlo.
¿Qué perdía? Estaba dando palos de ciego en su búsqueda y al menos su valkyria estaba segura de algo.
Ella nunca había tomado la iniciativa en nada. No había tenido suficiente valor, o había sido suficientemente valorada para ello. Gúnnr había cuidado de él como nadie lo había hecho. Le había escuchado y se había entregado a él, sólo para darle placer, obviando siempre el suyo. No había nadie menos egoísta y más desinteresado que ella. Si no confiaba en ella ¿En quién lo haría?
—Confío en ti, florecilla. Llévanos arriba.
Gúnnr sonrió.
—¡Asynjur! —Una lengua eléctrica recorrió su brazo y se cerró sobre su antebrazo como una liana.
Gabriel y Gúnnr fueron impulsados hacia arriba, traspasaron las tupidas nubes y quedaron mirando el cielo estrellado. Con un movimiento de cabeza, Gúnnr señaló una extraña bruma dorada que levitaba sobre la tormenta.
—Ahí debemos ir, ahí.
Gabriel miró el extraño polvo dorado. ¿Qué era eso?
—¿Estás segura Gunny? —Él le acarició la mejilla—. Te estoy dando las riendas, nena. Más vale que no estés equivocada. —Un brillo rojizo más claro iluminó las profundidades de los exóticos ojos de la valkyria. No parecía ofendida, más bien interesada en lo que ocultaba esa amenaza.
—No tengo ni idea de lo que es eso. ¿Estás segura?
—Sí. Debemos meternos ahí.
Otro rayo salió de la bruma dorada y rodeó a Gúnnr por completo. Ella se abrazó a Gabriel mientras chillaba contra su cuello. La energía electroestática ondeaba el pelo de ambos y los mezclaba creando una masa rubia azabache alrededor de sus caras.
—Gabriel…
—¡Juntos Gunny! —Ese rayo era diferente. Quemaba y picaba al tacto, pero sobretodo provocaba una sensación de mareo muy incómoda.
—¡Bryn! —Necesitaba ayuda. El rayo quería engullir a Gúnnr y la arrastraba sin esfuerzo hacia una nube de polvo que se movía haciendo extrañas ondas.
Bryn y Róta intentaron liberar a Gúnnr del anormal rayo que cambiaba de color y adoptaba la textura de la nube de polvo.
Reso, Clemo y las gemelas corrieron a detenerlos también. Crearon una bola humana y fueron presas de aquel extraño estrato que los llevaba a una dimensión desconocida.
Todos abrazados los unos a los otros. Gabriel hundiendo la cabeza en el pecho de Gúnnr y ella sepultando la cara en el cuello de él, fueron absorbidos por el cirro dorado. El cuerpo de Gúnnr se iluminó entonces, la nube de partículas brillantes explotó como una supernova, creando una onda expansiva de luz azul, para luego desaparecer en el suelo, como si nunca hubiera existido.