Capítulo 6

Los Hopi celebraban la victoria cantando y bailando alrededor de las hogueras.

Reso, Clemo y las gemelas sonreían y daban palmas con ellos, divertidos por su modo de moverse y cantar. Los devoradores habían sido eliminados. La cúpula se había reforzado. Ahora, era momento de cenar y celebrar la proeza de los ocho guerreros que habían bajado de los cielos para plantar cara a los devoradores, por tanto, los Hopi estaban preparando una cena especial para ellos.

Traían platos de barro llenos de tajadas de melones y calabazas asadas, y también servían frijoles fritos, maíz y piki, esto último era un tipo de maíz que cocían sobre piedra muy caliente.

Sin embargo, Gabriel les oía tocar sus flautas y sus tambores, y escuchaba a sus guerreros hablar y reírse con sus valkyrias mientras disfrutaban de aquella hospitalidad, pero él no estaba con ellos. ¿Cómo iba a estar con ellos si no sabía lo que le pasaba a Gúnnr? ¿Estaría bien? ¿Qué estaban haciéndole?

Róta y Bryn se la habían llevado a una zona resguardada de la meseta porque iban a prepararle la cuna. Una serie de rayos caían tras el peñasco en el que su amiga estaba oculta bajo los cuidados de sus hermanas.

Se oyó otro quejido acompañado de un grito desgarrado. Se puso tenso y hundió los dedos en la roca en la que estaba apoyado. Ese grito era de Gúnnr.

Quería ir a ayudarla. Él era su einherjar y él debía cuidar de ella. ¿Por qué se lo impedían?

Súbitamente, como de la nada, apareció Róta. Se encaramó de un salto sobre la roca y lo observó incriminatoriamente, como si él fuera menos que una mierda.

Gabriel puso los ojos en blanco. Aquella chica era una insolente y no tenía respeto por sus superiores. Pero entendió que aquella animadversión era culpa suya. Cuando era humano ya le pasaba, a veces las mujeres confundían el buen rollo y la simpatía como si fueran una invitación para que a uno le perdieran el respeto.

—¿Cotilleando como una portera? —Preguntó la valkyria.

—Quiero ver a Gúnnr, ¿qué le estáis haciendo?

—¿Te importa, Engel?

Gabriel odiaba utilizar la intimidación con una mujer, pero Róta empezaba a merecerlo. Otro grito y otro relámpago colmaron la noche. Gabriel se estremeció y maldijo en voz baja.

—¡Maldita sea! —Se impulsó con los talones y subió la roca para estar a la misma altura que Róta. Él era mucho más alto que ella y le gustó ver el gesto de sorpresa en sus ojos azules—. ¡¿Qué le estáis haciendo?!

—¡No le hacemos nada! —Exclamó ofendida—. Ella acaba de nacer y necesita una cuna.

—¡Y un cuerno acaba de nacer! Gúnnr es una mujer no un bebé.

—¡Caramba, ya era hora! ¿Ya te diste cuenta de que es una mujer? ¡Por fin! —Hizo un ademán con las manos—. ¿Y bien?

—¿Y bien, qué?

—¿Harás algo al respecto? —Lo miró como si fuera tonto.

Gabriel se apretó en puente de la nariz.

—Te lo voy a decir solo una vez. Lo que pase entre mi valkyria y yo, me concierne a mí y a Gúnnr. A nadie más.

—No cuando dejas a mi hermana en ridículo —negó ella rotundamente—. Como la dejaste ante todos. Todo el Valhall se enteró de que el Engel prefería la cura de otras valkyrias en vez de la suya. ¿Cómo crees que le sentó? ¿Es que no tienes corazón?

—¡No soy un puto ogro, Róta! —Gritó exasperado—. ¡Y no tengo por qué hablar de esto contigo! Soy tu superior, no un jotun, y me debes respeto. ¡Ahora me vas a decir dónde está y qué puedo hacer para ayudarla o te envío de vuelta al Valhall!

Los ojos azules claros de Róta se enrojecieron y lo aniquilaron con la mirada. La mujer apretó los puños y se mordió la lengua para no soltar la biblia de los tacos por la boca.

—Precisamente… Venía a informarte, Engel —su voz era engañosamente dulce—. Es el einherjar quién tiene que ayudarla en su metamorfosis.

—¿Metamorfosis? —«¿En qué mierda se está convirtiendo? ¿En una jodida mariposa?».

Róta sonrió con pericia y lo miró de arriba abajo.

—Es labor del einherjar ayudarla a salir de… su crisálida —agregó sin subterfugios, meneando las manos como si fueran pequeñas alas.

Un relámpago, éste más potente que el anterior, cayó a escasos metros de dónde él estaba. Un gemido derrotado llegó a sus oídos. Por Dios que insoportable era saber que Gúnnr estaba sufriendo.

—Dime qué tengo que hacer para ayudarla, por favor —suplicó desesperado.

Ella se cruzó de brazos y lo miró de arriba abajo. La comisura del voluptuoso labio de la valkyria se alzó en una sonrisa llena de intriga.

Bryn colocó la última piedra alrededor de la balsa improvisada que había creado para Gúnnr. Estaba llena agua de lluvia, agua fría. En el centro de la balsa había un palo de madera de unos dos metros al que Gúnnr se agarraba como si fuera un chaleco salvavidas.

La valkyria apretó los labios, apoyó la frente en la madera y clavó las uñas en ella. Bryn miró al cielo y alzó el puño con orgullo.

—Ahí va otro, Gúnnr —la Generala intentaba animarla como podía, sabedora de que era una empresa difícil.

Su hermana estaba recibiendo el bautismo de las valkyrias. Habían creado para ello una cuna, la vugge. La cuna constaba de una bañera llena de agua y una vara metálica que actuaba a modo de antena conductora para los rayos. Pero, como no tenían nada de eso en aquellas condiciones áridas, habían hecho una cuna casera. Un agujero profundo en la roca que habían llenado de agua de lluvia, un tronco de árbol clavado en el centro y, por supuesto, la valkyria, que sería la verdadera conductora de la electricidad, pues su cuerpo tenía el agua más ionizada de lo normal. Cuando las valkyrias nacían en el Valhall, lo hacían en un medio acuoso, es decir, mediante un parto acuático y natural. Freyja lo había pedido así porque las bebés atraían los rayos y habían provocado muchos destrozos en el Víngolf, y de ese modo se aseguraba de que los relámpagos cayeran sólo donde debían caer. El agua era conductora y atraía a los rayos, pero el cuerpo de las valkyrias lo eran más, así que de ese modo creaban un circuito cerrado, y evitaban accidentes. A ellas no les dolía, y si les dolía ya no lo recordaban pues apenas tenían días de vida y su memoria no alcanzaba para tanto.

Gúnnr murmuró una imprecación y se preparó para el siguiente rayo que, no tardó en llegar. Cayó justo en el extremo del tronco y recorrió la piel blanquecina de la valkyria como si se tratara de una lengua de luz.

«Dioses, cómo quema», pensó Gúnnr. No obstante, el dolor, el dolor era bien recibido. Aguantaría eso y mucho más, y lo haría estoicamente porque necesitaba esta iniciación. A diferencia de sus hermanas valkyrias, ella nunca la había tenido, no había recibido la vugge. Ella no había respondido a la canción de cuna de Freyja. La diosa cantaba a todas las valkyrias una canción que las instaba a agitar las manos. Cuando agitaban las manos, las bebés sacaban rayos, la prueba de que eran auténticas valkyrias.

Ella no había sacado ni uno, las había agitado como un bebé normal, porque hasta esa noche, ella no había tenido furia, nunca la había experimentado. Pero ahora sí. ¿Por qué ahora? ¿Habría sido Gabriel el detonante? Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza. Era pensar en él y todo su cuerpo se encendía.

Otro relámpago cayó sobre su espalda y ella se arqueó como si la hubieran fustigado. Gritó y tembló hasta que pasó la quemazón. Le temblaban las rodillas y le castañeaban los dientes.

—Es el poder, Gunny —susurró cariñosamente Bryn. Esperó pacientemente hasta que Gúnnr giró el cuello hacia su dirección y la miró. La rubia valkyria permanecía acuclillada delante de ella, con los codos apoyados en las rodillas y las manos que caían muertas entre las piernas—. Recíbelo. Nunca había visto un nacimiento como éste —juró maravillada—. Tendrías que verte… Toda tú desprendes energía.

Gúnnr impresionaba. Estaba de espaldas a ella, con el cuerpo completamente desnudo tal y como había venido al mundo. Tenía todo el pelo húmedo echado sobre un hombro, y en aquella elegante espalda relucían sus alas tatuadas. Alas que todas las valkyrias tenían, y sin embargo, no había unas alas iguales. En realidad, eran tribales que simulaban alas abiertas, y en condiciones normales eran de color dorado, como si todo el dibujo hubiese sido salpicado de purpurina. Gúnnr nunca iba con la espalda descubierta porque le daba vergüenza lucirlas. ¿Por qué iba a lucir unas alas que la marcaban como algo que en realidad no era? Cuando la valkyria se enfurecía, el tatuaje refulgía con un magnético color rojo furioso, como si se tratara de un metal ardiendo. Odín había pedido que las valkyrias representaran de algún modo a uno de sus animales favoritos: Las águilas. De ahí que Freyja las marcara con esos intrincados y artísticos tatuajes en sus pieles.

—Quema —protestó Gúnnr cogiendo bocanadas de aire de forma desesperada—. Por Freyja, Bryn, esto quema una barbaridad.

—¿Sí? Yo no me acuerdo de cómo fue mi nacimiento. Tú al menos estás naciendo conscientemente. ¿No es maravilloso?

—¡No! —Bramó de forma desoladora cuando otro rayo la alcanzaba de lleno en la espalda—. ¿Cuándo… —susurró con voz débil—… cuánto dura la iniciación, Bryn? Sólo quiero mentalizarme.

La Generala se levantó y miró la noche estrellada. Los rayos venían del Valhall. ¿Debía decirle que iba a estar horas recibiendo el bautismo?

—Puede que hasta el amanecer. Aunque nunca se sabe… —Se encogió de hombros.

«¿Hasta el amanecer? Fantástico…», pensó Gúnnr con sarcasmo. Se abrazó al palo de madera como si buscara un poco de consuelo, esperando que la viga la abrazara y la calmara, y cerró los ojos, rendida.

En el Valhall nunca se había enfurecido. Jamás. Ella siempre había sido diferente, se había sentido distinta al resto de sus hermanas. Y la verdad era que tampoco se había sentido realmente viva hasta que el «Ricitos de oro», se había encomendado a ella. Pasó el tiempo y su cuerpo despertó de otra manera. Seguía aletargado en muchos aspectos. Cero rabia, cero furia, cero temperamento, pero no era indiferente a la presencia de Gabriel. Sentía. Sentía cosas por él. Y eran las primeras sensaciones que recorrían su ser en forma auténtica. Porque ella había nacido con una especie de anestesia general permanente, una indiferencia por todo que incluso la había llegado a asustar.

Hasta que Gabriel la rechazó. Hasta ese momento.

En dos semanas sus emociones se habían descontrolado y ya no tenía control de su cuerpo. Alzó las manos y observó cómo las hebras eléctricas bailaban a través de sus dedos, sus muñecas y los antebrazos. Cerró los puños y los volvió a abrir. Era fascinante.

—¿Me enseñarás? —Preguntó mirando a Bryn por encima del hombro—. ¿Me enseñarás a controlar este poder?

La Generala sonrió ampliamente hasta que le salieron unos hoyuelos en las mejillas. Tanto ella como Bryn tenía esos socavones tiernos risueños que sólo emergían cuando alzaban las comisuras de los labios. Asintió con la barbilla.

—Por supuesto que sí, nonne.

Se quedaron en silencio. Gúnnr estaba tensa, en cualquier momento recibiría otra descarga que la dejaría desvalida de nuevo. Tenía que pensar en otras cosas.

—Bryn.

—¿Mmm?

—¿Iras a buscarle?

El rostro de Bryn se ensombreció y su mirada se tornó melancólica.

Gúnnr conocía la historia de Bryn y su einherjar. Había sido un tema muy popular en el Valhall. Todos consideraban a la Generala una mujer fuerte y orgullosa que no cedía por nada ni por nadie, y tampoco había cedido por aquél que se había encomendado a ella. Pero ella sabía que su querida hermana tenía heridas que no dejaba que nadie viera. Todos sufrían por una razón u otra. Nadie se salvaba de tener el corazón libre de culpa o arrepentimiento, y Bryn no era la excepción.

—No —contestó con serenidad, humedeciéndose los labios—. Ésta es mi misión y no puedo desviarme —se dio la vuelta para que su hermana no viera el padecimiento que se reflejaba en su cara.

Pero, al darse la vuelta, se encontró con alguien inesperado y en condiciones todavía más inesperadas.

Gabriel. Y no un Gabriel cualquiera, no. ¡Gabriel en pelotas!

Tenía las dos inmensas manos cubriéndole el paquete para que ella no se lo viera. La mente perversamente valkyria de Bryn no pudo evitar hacer una cábala: «Si necesita dos manos para cubrirse es que tenemos a un Engel muy bien dotado». Abrió los ojos hasta que casi se le salen de las órbitas. Y justo cuando iba a soltar una exclamación parecida a: «¿Hola? ¡¿Se puede saber qué ha pasado con tu ropa?!», el guerrero le sugirió que se callara poniéndose el dedo índice sobre los labios. Luego le indicó con la cabeza que desapareciera de su vista.

Bryn entrecerró los ojos y lo señaló con un dedo acusador, mientras fruncía las cejas en una uve perfecta rubia platino.

El guerrero estuvo a punto de soltar una carcajada por la situación en la que se encontraba. Charles Chaplin estaría muy orgulloso de ellos, pensó. Negó rotundamente con la cabeza y con un movimiento de barbilla la invitó a irse.

Bryn exhaló.

Gabriel resopló.

Finalmente, la Generala miró hacia atrás. Gúnnr no se enteraba de nada. No se había dado cuenta de que Gabriel estaba allí.

Bryn centró sus ojos azules en el cuerpo desnudo de Gabriel y alzó la mano para hacer un gesto de tijeras con los dedos índice y anular, mientras miraba el paquete cubierto por las manos del einherjar. «Si te pasas con ella te la corto», eso era lo que venía a decir el gesto.

Gabriel la fulminó con la mirada y se dio golpecitos en el interior de la mejilla con la lengua: «Chúpamela, valkyria», le dijo de modo ofensivo.

Bryn sonrió, levantó el dedo del corazón y les dejó solos.

El Engel fijó la vista en aquella especie de piscina en la que se hallaba Gúnnr. Róta le había explicado cómo proceder para que ella no sintiera dolor y eso iba a hacer, porque si estaba en sus manos, ella no sufriría más. Y lo que no soportaba Gabriel era oír gritar a su valkyria porque sintiera un dolor que nadie podía curar. Él podía. Y lo haría.

Con decisión dio dos pasos al frente y se internó lentamente en aquella improvisada cuna.

—Sé muy bien cuáles son las órdenes, Bryn. Pero ¿es que no te apetece verle? Ya sabes —Gúnnr se abrazó con desesperación a la viga de madera y cogió aire—. Dioses…, esto me pone de los nervios. Ahí viene otro rayito y cada vez es más fuerte.

Gabriel se quedó con la mirada fija en su espalda. El agua le cubría sobre el hueso sacro. Los músculos de la espalda se tensaban y se relajaban debido a las convulsiones que estaban sacudiendo a la joven. Nunca le había visto las alas a Gúnnr. Las valkyrias acostumbraban a ir con poca ropa en el Valhall y sí que había visto bellos tatuajes en el cuerpo de sus guerreras, pero no el de Gúnnr. Ella siempre iba muy discreta y nunca enseñaba más de lo debido.

Gabriel sonrió con nerviosismo. Se moría de ver la cara de la chica cuando él la tocara.

Róta le había dicho que tenía que estar en contacto con ella físicamente. Que al ser su einherjar y al ser el uno la cura para el otro, ella no sentiría tanto dolor como sentía, porque él iba a aplacarlo con su propio cuerpo.

Pero, caramba… Gúnnr estaba bañada por la luz de la luna y las estrellas. Su piel lucía azulada debido a la oscuridad y a la humanidad del astro nocturno. Aun estando un poco afligida, la imagen de Gúnnr abrazada a la viga, con el agua acariciando su trasero y cubriendo sus piernas y pintada por la extraña claridad de la noche era, de lejos, la imagen más sensual que él había visto en su vida mortal e inmortal. Un espectáculo.

De repente, sintió que le temblaban las manos y que el corazón le latía más rápido de lo normal. Estaba nervioso. Joder, ¡como para no estarlo! Gúnnr podía convertirse en Tormenta de X-Men en un abrir y cerrar de ojos.

Se acercó a ella hasta estar a un centímetro de distancia de que sus pieles se tocaran.

—¿Bryn? —Las orejas de Gúnnr se agitaron—. ¿Te has metido en el agua conmigo? —Preguntó agradecida—. Sal de aquí, por favor. Esto te hará daño.

Gabriel se mordió el interior de la mejilla para no reírse ahí mismo y puso voz de mujer para contestarle:

—Me encanta que me hagan daño, cariño.

La valkyria clavó las uñas en la madera y se envaró. Ni siquiera pestañeó. Se quedó con la mirada roja clavada en el horizonte. Estaba desnuda, ¿qué hacía él ahí?

—Gabriel.

Gabriel repasó con la mirada el tatuaje de Gúnnr línea a línea. Eran unas alas preciosas. Hundió una mano en el agua y luego vertió el agua por el femenino hombro.

Róta le había sugerido que Gúnnr tenía que estar húmeda.

Orgulloso, comprobó que la marfileña piel de la joven se erizaba y se ponía de gallina. Seguro que los pezones se le habían endurecido.

Se tensó de golpe. No podía pensar en Gúnnr de aquella manera. Ella era… Sólo una amiga. Una amiga especial. Carraspeó.

—Gabriela para ti, cielo —dijo con voz cantarina.

—Lárgate —replicó ella arisca, retirando el hombro de su alcance. Se abrazó al poste, como si se quisiera fundir en él.

Él esperaba ese recibimiento. Gúnnr estaba enfadada con él. Él también lo estaba consigo mismo. Bueno, la iba a resarcir, por eso había decidido acatar los consejos de Róta.

—Sigues enfadada conmigo.

Gúnnr apretó la mandíbula pero no contestó.

—Está bien —echó mano de su sentido del humor. Siempre lo hacía para romper el hielo—. Te perdono por querer violarme en el Valhall y por llamarme capullo delante de mis guerreros. ¿Amigos?

—¡Yo no quise violarte en el Valhall! —Chilló ofendida—. Tú me llamas florecilla… ¡Y toda flor tiene a su capullo! ¿No te parece? No fue un insulto.

—Eres una chica muy lista —adoraba intercambiar ocurrencias con ella.

—No quiero hablar contigo —confesó—. Estoy cansada. Vete.

—Va a ser que no, valkyria. ¿Por qué no te das la vuelta y me miras a la cara? Tienes una espalda y un cuello preciosos, pero no me gusta hablar con una columna vertebral con alas.

—Sabes que estoy desnuda, Engel.

—¿De verdad? —Fingió sorpresa.

—¡Sí! ¡Y estás en mi cuna!

—Soy un asaltacunas —bromeó él—. Deja de llamarme Engel, florecilla. He venido a disculparme por mi comportamiento contigo y, sobre todo, he venido a curarte.

Gúnnr intentó mantener el ceño fruncido, pero cuando Gabriel le hablaba de ese modo tan sincero, poco podía hacer para seguir enfadada. Sin embargo, se sentía dolida.

—¿Sabes qué? —La voz de Gabriel sonaba rara. Había bajado un tono—. En este momento, las palabras Gúnnr y cuna no pueden ir en una misma frase.

Gúnnr tragó saliva. Era un zalamero, un peligroso y rufián zalamero. Su labia y su sentido del humor le salvaban en muchas ocasiones.

—Estoy esperando tu disculpa. Y llamarme acosadora no es una disculpa. —Ella estaba muy nerviosa. Ningún hombre la había visto desnuda. ¿Y tenía que ser él, que ni la deseaba, ni la quería, el primero en verla? Eso no podía estar pasando. No iba a ceder—. Cuando la oiga te irás y me dejarás en paz, ¿de acuerdo?

El labio del einherjar se elevó formando una media sonrisa.

—Me estás echando —ronroneó. ¿Qué coño estaba haciendo? ¿Por qué no podía apartar la mirada de la elegante espalda tatuada y el trasero que se adivinaba bajo el agua?—. No voy a irme. Además, quiero que me cures, valkyria.

Gúnnr apretó los puños. Gabriel estaba igual de herido que ella. Y aquellos cortes en la piel picaban mucho. Pero no podía pensar en ello. Ya llegaba el rayo…

—¡Vete de aquí!

La lengua de luz alcanzó la madera y Gúnnr echó el cuello hacia atrás. De su garganta emergió un grito terrible de dolor y desesperación. Fue entonces cuando sintió algo caliente y duro pegado a su espalda. Las manos enormes del guerrero cubrieron las suyas, y la sepultó, cobijándola entre él y la viga. El dolor, el terrible dolor menguó considerablemente, hasta sentirlo como una pequeña e inocente descarga eléctrica.

El olor de Gabriel la inundó, un olor limpio a hierba mojada. A hierbabuena. Ése era su olor. El olor que a Gúnnr la volvía loca de remate. No sentía el agua fría, ni siquiera la brisa del desierto que acariciaba su piel. Sólo podía sentir la piel curtida de ese hombre en contacto con la de ella.

Él entrelazó los dedos con los de Gúnnr y se acercó todavía más a su espalda, como una ventosa.

—¡Joder! ¡Lo siento! ¡Perdona! He sido un tonto, tonto… —dijo afectado, hablando rápido y sintiéndose repentinamente culpable por todo. Ver cómo el rayo la alcanzaba y hería a Gúnnr delante de sus narices lo había noqueado—. Yo aquí hablando en vez de cuidar de ti como debería haber hecho desde el principio. ¿Me perdonas, Gunny?

—Engel…

—¡Mierda! ¿Es esto lo que tengo que hacer para que estés bien? —Hablaba atropelladamente—. ¿Para que los rayos no te dañen? Dime qué quieres que haga y lo haré. Róta me ha dicho algo sobre…

—¿Róta? —El cerebro de Gúnnr estaba embotellado—. Engel…

—… sobre tocarte y hacerte sentir bien. Lo que sea, Gúnnr. No soporto verte así —sus manos se deslizaron por sus antebrazos y se quedaron inmóviles en sus caderas.

Ella abrió los ojos y la boca. ¿Qué le había contado Róta a Gabriel? ¡Le había mentido! ¡Era una trolera! ¡Una lianta! Pero ni siquiera eso era lo más importante.

—Engel…

—¡Gabriel! —Gritó él dándole una sacudida por las caderas—. No me llames Engel. Soy Gabriel —murmuró inclinando su cabeza e inhalando inconscientemente el olor de su pelo chocolate—. ¿Oye, a qué…? —La consciencia de la cercanía y el perfume de la valkyria le golpearon como un puñetazo—. Caray, hueles como a nube de azúcar. A golosina.

—Gabriel —dijo finalmente con voz ahogada—. ¿Se te ha colado otra ramita en los pantalones? —preguntó débilmente.

Él miró hacia abajo. «¡Pedazo de erección, colega!», pensó asombrado. Y esta vez, ni siquiera había pensado en Daanna. ¿Qué coño pasaba?

Sencillo. Que Gúnnr era una mujer, y él era un hombre que llevaba demasiado tiempo sin sexo. Eso pasaba. Y a su polla poco le importaba si era Gunny o no. Se trataba de una mujer hermosa desnuda bajo la luz de la luna.

—Es una rampa —se cachondeó él.

—¡¿Estás desnudo!? ¡¿Estás loco?! —Su voz, siempre suave y sosegada, esta vez era la voz de pito de una histérica.

—Sí. En bolas. —Gruñó clavándole los dedos en las caderas. «En bolas. Qué galán», se mofó de sí mismo.

La valkyria sonrió y negó con la cabeza. Surrealista. Una situación surrealista.

—Deberías… Deberías dejar de acercarte a mí mientras piensas en Daanna —le aconsejó ella sin maldad.

Gabriel tragó saliva. No estaba pensando en Daanna.

—No estoy pensando en… da igual. Estoy preparado y dispuesto para lo que quieras, florecilla. Dime qué necesitas —se ofreció amablemente.

—Esto no está pasando —musitó para sí misma—. Esto no está pasando…

Gabriel sintonizó con los nervios de Gúnnr y comprendió todo al instante.

—He venido porque Róta me ha dicho que, como tu einherjar que soy, puedo ayudarte a superar el bautismo estando en contacto contigo y dándote placer. Ella me ha dicho que tenía que entrar desnudo y… me hace polvo ver cómo sufres —reconoció con sinceridad—, así que he accedido. —Gabriel era muy consciente del trasero de Gúnnr tocando sus muslos. Suave. Muy suave—. Pero me parece que me ha engañado, ¿verdad? —Murmuró distraído por la tersura de le chica—. Creo que la mataré —dijo sin convicción.

—Sí. Te ha mentido.

—No sé nada de vuestro bautismo, nunca me lo contaste —susurró sobre su cabeza, mientras la mantenía fuertemente abrazada. Aquello había sonado como un reproche.

—Nunca preguntaste —le recriminó ella.

Su contestación también había sonado como otro reproche.

Era cierto. Habían hablado sobre muchas cosas, pero nunca sobre temas íntimos o importantes. No sobre ellos. Qué curioso. No sabía por qué razón Gúnnr había despertado a su naturaleza tan tarde, ni sabía nada sobre qué debía hacer al respecto. No sabía nada sobre aquella chica que olía a chuchería.

—Entonces… —Susurró ella decepcionada—. ¿Has venido desnudo a mí porque Róta te lo ha pedido?

—No. He venido porque quiero estar contigo y ayudarte a pasar por esto. No sé si es porque eres mi valkyria, Gúnnr, pero no llevo bien verte en peligro o que te hagan daño… Me… Me molesta. Por eso quise que lucharas conmigo. No quería ofenderte. Es que, de ese modo, estando conmigo, podía vigilarte y ayudarte en caso de que te encontraras en dificultades. No puedo explicar el porqué, pero así me siento respecto a ti. Eres importante para mí. Y aquí estoy.

Se quedaron en silencio. Gabriel podía oír el engranaje del cerebro de Gúnnr ajustándose a las nuevas revelaciones. No le había dicho ninguna mentira. Se había abierto en ese momento como no lo había hecho con ninguna otra chica. Era fácil comunicarse con ella.

—Soy tu valkyria, pero… me abandonaste, Gabriel —acusó ella con voz afligida—. Estuve esperándote. Me dijiste que ibas a venir al día siguiente y no viniste más. Me dejaste… sola.

Gabriel apoyó la barbilla sobre su cabeza. Era agradable abrazar así a Gunny. Era como ser acariciado por el sol después de estar rodeado de frío y hielo.

—No llevo muy bien la situación del kompromiss, florecilla. Yo nunca conté con que hubiera un interés real entre nosotros.

—¿Lo hay?

—Eres preciosa, es imposible que no me gustes.

Ésa no era una declaración de amor, pero bastaba.

—Sé cuáles son los términos entre los einherjars y las valkyrias —prosiguió Gabriel—, pero pensé que tú y yo estábamos bien como estábamos. No quería herirte de ningún modo.

Gúnnr resopló.

—Pues tu «rampa» no dice que no lleve bien la nueva situación, ella va por libre.

—¿Esto? —Adelantó las caderas y rozó su pene a propósito contra la parte baja de la espalda de Gúnnr.

—¡Gabriel!

—¡¿Qué ha pasado?!

—¡Estate quieto! ¡Hablo en serio!

—¡Ha sido una anaconda! —Se echó a reír, divertido al ver su incomodidad.

—¡Estás como una cabra! —Le acusó ella, girando el cuello para mirarlo por encima del hombro con dos rubíes acusadores.

Las ganas de bromear se le pasaron de golpe. Tuvo que tragar saliva porque la garganta se le había quedado repentinamente seca. Las largas y negras pestañas de Gúnnr estaban húmedas de las lágrimas que había derramado al recibir los rayos. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos rojos y brillantes como los de un animal perdido e inocente que aún no conocía su verdadero poder. Se le veían los colmillos a través de aquellos labios tan dulces que pedían a gritos un beso. ¿Un beso?

Sí, pensó Gabriel, definitivamente el espíritu de Bragi lo había poseído.

El efecto fue el mismo para Gúnnr. Gabriel llevaba el pelo largo húmedo y suelto, rubio y oscuro por la noche, una sonrisa por bandera y aquellos hombros enormes que podían soportar muchísimo peso. Y el pectoral… Ella estaba enamorada de su pecho. Tan definido, musculoso e hinchado…

—Vaya… —Murmuro él, cautivado por el modo en que ella lo miraba. Era una chica adorable. Virgen. Y era suya. Su valkyria. Tenía que ser responsable con su situación, como lo era con aquella misión que los dioses le había ordenado—. ¿Me perdonas verdad, Gúnnr? —se pegó a ella y la aplastó de nuevo contra la viga.

—Sí —contestó sorbiendo por la nariz y mirando al frente. Se frotó la mejilla con el hombro—. En un día te he perdonado ya dos veces, einherjar. No tientes a la suerte.

—No lo haré —le acarició las caderas arriba y abajo—. Gracias por cubrirme las espaldas ahí abajo. Fue increíble. Me alegra que hayas despertado, Gunny.

Gúnnr sonrió secretamente. Cómo le gustaba recibir ese tipo de halagos por parte de su guerrero.

—Róta te ha engañado. No necesitas darme placer para que el bautismo no me duela. Ella sólo… sólo quería ayudarme —se mordió el labio, incómoda y a la vez excitada al sentir las caricias de Gabriel. No podía mentir sobre eso. No era justo. Sin embargo, se entristeció cuando él cesó sus caricias de golpe.

—Me lo imaginaba —un gruñido lleno de rabia salió de su pecho.

—Bien. Ya puedes soltarme. —Intentó separarse de él pero la tenía bien cogida.

—Espera. —Deslizó las manos hacia arriba hasta acariciarle los costados de los pechos y detuvo sus manos bajo sus axilas—. Pero has sentido menos dolor cuando yo te he abrazado, ¿no es así? —no estaba dispuesto a soltarla.

—Es verdad —contestó aturdida. Alzó los ojos al cielo negro y estrellado—. Se acerca otro, Gabriel —susurró abrazando la viga con fuerza.

Él se fundió con ella y la rodeó con sus inmensos brazos, Gúnnr era pequeña pero estaba llena de energía y poder. Cubrió sus manos con las suyas más grandes y pegó los labios a su oreja puntiaguda.

—No te dolerá —susurró son dulzura—. Yo estoy contigo, me quedaré hasta que tu iniciación acabe. No voy a dejar que sufras sola, ¿de acuerdo? ¿Tú quieres que me quede?

Los ojos de Gúnnr se llenaron de lágrimas y los cerró con fuerza para que él no las viera. Agradecería a su Engel que se quedara con ella en ese momento, y no únicamente en ese momento. Lo quería con ella para siempre.

Asintió con la cabeza.

—¿Me quedo así? ¿Desnudo? ¿Te vas a aprovechar de mí? —Intentaba relajarla y alejarla de la inquietud que le suponía ser alcanzada por otra descarga.

Los hombros de Gúnnr temblaron de risa.

—Dioses, cállate ya… Me han dicho que hay una anaconda por aquí, no hagas ruido.

—Entonces no te muevas, florecilla. Cualquier movimiento la despierta —murmuró acariciándole el lóbulo de la oreja con los labios.

Róta tenía razón. Cualquier caricia de Gabriel podría hacerla sentir bien. Pero ¿por qué actuaba así? Ya le había dicho que no era necesario.

—Oye… no hace falta que… te he dicho que Róta…

—No me hables de la bruja de pelo rojo —pasó los labios por el cuello y el hombro de Gúnnr. No estaba actuando ni con premeditación ni con alevosía. Por un momento, le pareció natural tocarla de ese modo. Era natural estar con ella. Tenían un kompromiss—. Escúchame bien —murmuró de nuevo en su oreja—: Mi deber es cuidar de ti en todos los ámbitos. Creo que somos amigos y somos adultos, ¿no?

—Sí —contestó ella cerrando los ojos.

—Bueno, aunque estemos en tu cuna quiero decir.

Gúnnr se echó a reír mientras negaba con la cabeza.

—Eres tonto.

—Y tú eres mi valkyria —se sorprendió de lo tontorrón, cromañón y arrogante que sonaba aquella afirmación. Se sintió bien al no recibir ninguna réplica negativa al respecto—. Creo que podemos hacer uso de nuestra situación.

—¿Qué situación?

—Reclamo tus atenciones, he decidido que las quiero y a cambio yo te doy las mías.

—¿Perdón? —¿Hablaba en serio? ¿Iban a intimar de verdad?

—Eres virgen, Gúnnr. No voy a permitir que nadie te ponga una mano encima y te haga daño, ya te he dicho cómo me siento respecto a ti —él no podía ver la sonrisa orgullosa que dibujaban los labios de la valkyria—. Y bien sabe Dios que estoy harto de machacármela como si fuera un mono. Así que voy a acceder a cualquier cosa que puedas darme. Pero con una condición.

Gúnnr lo miró por encima del hombro. Gabriel estaba dando a entender que quería intimar con ella, sí, pero ¿con condiciones? A ella le daban igual las condiciones si podía disfrutar del Engel en todo su esplendor. Si podía tocarlo, acariciarlo o besarlo, las condiciones no eran importantes. Porque ella estaba loca por él y ya era hora de empezar a reconocerlo. Así que saltó al vacío.

—Condiciones.

—Ajá. Eres una mujer muy guapa, Gúnnr —inhaló su pelo húmedo—. Yo voy a tomar todo lo que quiera, sin compromisos. Sin ataduras. Pero no voy a reclamar tu corazón —se apartó ligeramente para ver la expresión de la cara de Gúnnr—. ¿Estás de acuerdo?

—No quieres mi corazón.

—No. Porque yo no puedo darte el mío. Lo entregué hace tiempo.

Gúnnr no podía entender que Gabriel estuviera prendado por una mujer que incluso después de su muerte. ¿Qué habría hecho con ella? De todo, suponía. Para quererla tanto y para no poder quitársela de la cabeza, esa Daanna tendría que ser un dechado de virtudes. Se sintió celosa de pensar que él y ella habían compartido tantos momentos juntos.

—Entonces será sólo… placer —concluyó confundida.

—Amistad y sexo. Podemos ser amigos con derecho a roce. Si acatamos estos términos, nuestro kompromiss irá viento en popa. Pero si en algún momento exiges más de lo que estoy dispuesto a darte, entonces me iré.

—¿Tan seguro estás de que no puedes sentir nada más por mí? —No debería haber hecho esa pregunta. Ese tipo de preguntas no se hacían porque la respuesta podía destrozarla.

Gabriel pensó en Daanna un momento.

—Cuando llegué al Valhall, el único deseo que me otorgaron los dioses se lo di a ella. Era lo más importante. Y todavía no ha dejado de serlo.

Un rayo cayó sobre los dos, y éste vino sin avisar. Gabriel la abrazó con fuerza y sepultó su rostro en el cuello de Gúnnr. Pero el dolor ya no hacía mella en ellos. Ahora estaban los dos enfrascados en una conversación muy importante. Cuando el rayo desapareció, ambos respiraban con agitación.

Gúnnr apoyó la frente en la viga.

Menudo mazazo. El rayo no había sido nada comparado con la respuesta de Gabriel. Ella no iba a superar a Daanna jamás.

—¿Y si no acepto? ¿Y si no estoy de acuerdo con estas condiciones? Das por hecho que diré que sí sin dudarlo. Das por hecho… muchas cosas.

Gabriel se quedó de piedra. Gúnnr debía aceptar el trato sí o sí. Eso no era negociable.

—Soy la mejor elección para ti, florecilla —deslizó una mano por su cintura y la bajó hasta su muslo herido. Una energía de color dorado surgió de los dedos de Gabriel e iluminó la cuna—. Es la primera vez que hago esto contigo. Es como si lo hubiera hecho siempre. —Gúnnr suspiró y apoyó la cabeza en el amplio pecho masculino. Se sentía tan bien—. ¿Te duele? —Preguntó él preocupado.

Ella negó con la cabeza y se quedó mirando el cielo estrellado. Los cortes de los arañazos se habían cerrado, pero la mano no se detenía y ahora acariciaba su muslo de una manera muy excitante.

—Date la vuelta, Gúnnr —su voz sonó tan ronca que parecía la de un animal—. Déjame ver como tienes el brazo.

Gúnnr se dio la vuelta hipnotizada por el sonido estimulante de las palabras de Gabriel, estaba desnuda, sí, pero le daba igual. Vamos, que si le decía que saltara a pata coja ello iba y lo hacía sin dudarlo. Se había metido en un buen lío.

—No te apartes de la viga —le pidió suavemente, apoyando su espalda en el tronco de madera—. ¿Te cubres? ¿No dejas que te vea? —los ojos azules de Gabriel se habían oscurecido y estaban centrados en sus pechos, cubiertos por las manos.

«Es una virgen. Es una virgen. No la asustes», se decía una y otra vez.

Pero no podía evitar devorarla con la mirada. No la veía muy bien. La luna no alumbraba con la claridad suficiente como para que contemplara el cuerpo de su valkyria a placer, pero incluso eso lo hacía todo más excitante. Era el juego de la insinuación.

—Tienes suerte de ser tú, florecilla —dijo entre dientes—. Todavía puedo controlarme un poco.

Gúnnr bajó la mirada avergonzada. ¿Tenía suerte de no saber descontrolarlo?

—Siento no ser el tipo de mujer que te…

—No, no, no lo entiendas mal —le corrigió él—. Tienes suerte de ser virgen, Gunny, sino, estaría ahora mismo hundiéndome entre tus piernas como un bruto. Tu primera vez no puede ser así, empalada contra una viga. Ni hablar —se pasó la mano por los labios mientras sus ojos brillaban llenos de sensualidad.

—Eres demasiado descriptivo.

—Déjame verte —se acercó tanto a ella que sus piernas se tocaron y su pene erecto quedó estirado sobre su vientre.

—Por Freyja —ella dio un respingo. Se relamió los labios y miró hacia debajo de refilón. No quiso mirarlo fijamente y apartó los ojos. Ella no tenía ningún control sobre la situación. Cuando se había ofrecido a tocarla en el Valhall, a satisfacerle, había sido su decisión y además, ella estaba convencida de poder darle placer y exorcizar a Daanna de su cabeza. Pero ahora… Estaba en su cuna. Una cuna que llegaba con siglos y siglos de retraso. Y encima tenía a su Engel desnudo ante ella. Un hombre que se ofrecía para ser su amigo con derecho a roce, pero nada más. ¿Eso estaba mal? Los humanos podían tener ese tipo de relaciones, los mismos dioses eran muy promiscuos y poco fieles entre ellos, pero ella… No sabía si lo llevaría bien.

Gabriel colocó las manos sobre la viga, por encima de la cabeza de Gúnnr.

—No voy a tocarte si no quieres. Pero estoy desnudo, florecilla. El agua no me cubre tanto como a ti. Soy más alto y tengo la anaconda que está sacando la cabeza para tomar aire. Puedes mirarme todo lo que quieras, pero yo también quiero mirarte a ti. Es lo justo —un rizo largo y rubio cayó sobre su ojo.

«Respira… ¡Respira! Dioses, qué guapo es…», se decía Gúnnr.

—¿Florecilla? —Pasó la mano por la herida que Gúnnr tenía en el brazo, y la cerró al momento—. Si tuviera al eton en frente, lo mataría poco a poco por haberte hecho esto… —se lamentó—. No te protegí bien.

—¡No es verdad! —Replicó ella—. Yo me fui de tu lado, no puedes dividirte, Gabriel.

Pero él no la miraba. Gúnnr se había destapado inconscientemente y ahora le enseñaba los pechos.

«¡Por la polla de Odín!», grito él mentalmente. Esa chica tenía un busto tan bonito que a uno le entraban ganas de llorar con sólo verlo.

Gúnnr empezó a hiperventilar y se quedó sin fuerzas en los brazos para volver a cubrirse. Su cuerpo temblaba descontrolado, y se sentía poderosa por despertar un anhelo tan profundo como el que se vislumbraba en los ojos del Engel.

—Joder —él exhaló—. Gunny… tú eres…

Gúnnr apretó los dientes y los puños. Llevó las manos hacia atrás y se agarró a la viga.

—Abrázame, Gabriel. ¡Abrázame, por favor!

Él la cubrió con su cuerpo inmediatamente, antes de que el relámpago les diera de lleno. Ella dejó caer el cuello hacia atrás y gritó con todas sus fuerzas, pero a medio grito su boca encontró el pecho cálido de Gab. La había cogido por la nuca y apretándola él mientras con la otra mano la rodeaba por la cintura y la pegaba completamente a su cuerpo.

—Aguanta, florecilla —le pidió él, soportando la electricidad del rayo, cada vez más fuerte que el anterior. ¿Cómo podía un cuerpo tan pequeño como el de esa mujer ser un receptor tan grande de energía?

Cuando el caudal de energía eléctrica desapareció, ambos estaban íntimamente abrazados. Gúnnr le había clavado las uñas en la espalda y la pobrecita temblaba por la impresión.

—Éste ha sido muy fuerte… —murmuró sobre su pecho, sorbiendo por la nariz como una nenita pequeña. Después pasó sus dedos por su espalda llena de cortes, le ofreció la cura y los cicatrizó.

—Gracias —murmuró él sobre su cabeza.

Sí. Había sido muy fuerte. Él le acariciaba el pelo húmedo con mucha suavidad y le masajeaba la espalda con aquellas manos inmensas que Dios le había dado. Tenía las manos muy grandes. Una mano de las suyas acariciaría por completo las nalgas de Gúnnr.

—Ouch… —Se quejó ella.

—¿Qué? —la apartó con cuidado para ver dónde se había hecho daño, tenía una gotita de sangre en el labio. Se había cortado al morderse. Los ojos rojos y brillantes de Gúnnr lo miraban con una mezcla de asombro y cansancio—. Te has mordido.

—Ha sido sin querer… mis colmillos se han disparado cuando me has abrazado… yo no sé lo que me ha pasado…

—Calla —él no dejaba de mirarle el labio inferior—. Los vanirios se alimentan de la sangre de sus parejas, ¿sabes?

Ella tragó saliva y asintió con la cabeza. Daanna lo hacía.

—Lo sé.

Los dos se estudiaron en silencio.

—¿Te han besado alguna vez?

«¡No! ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Bésame! ¡Bésame!», gritaban sus hormonas.

—Chosobi me ha dado un beso, antes —especificó.

Gabriel gruñó y pego su cuerpo al suyo hasta atarla a la viga con sus propios brazos.

—¿Chosobi? —murmuró rabioso.

—Sí. Fue muy dulce. En la mejilla.

—Dulce, ¿eh? Sea lo que sea que te ha hecho Chosobi, nena, no tiene nada que ver con lo que yo te voy a hacer ahora. Voy a ser el primero en todo florecilla.

Gúnnr alzó una ceja insolente y Gabriel quiso bajársela con un beso.

—No he accedido a tu propuesta.

—Créeme, lo harás.

Gabriel inclinó la cabeza y pegó sus labios a los de ella. Fue un beso que tenía un objetivo claro. Hacerla volar y desprenderse de su cuerpo. Los labios de Gabriel se abrieron y apresaron su labio inferior. Lo sorbió con delicadeza y ella sintió una palpitación entre las piernas. Necesitaba cogerse a él o se desmayaría. Llevó las manos a su largo pelo rubio y él soltó un gruñido de placer.

Así que eso era ser besada. La suavidad, la pasión, el hambre… Gúnnr sentía su sexo arder, cada vez más caliente. Si con un beso se ponía así, no quería pensar en lo que pasaría cuando él la tocara de verdad. El agua fría de la cuna la refrescaba entre las piernas, pero aquello, en vez de calmarla, la estimulaba de todos modos.

Gabriel llevó una mano a su mejilla e inclinó la cabeza para profundizar el beso. Gúnnr abrió la boca para respirar y ese gesto fue aprovechado por el einherjar para introducirle la lengua. Ella cerró el puño sobre su pelo rubio y deslizó su otra mano hasta su pecho frío y duro como el mármol. Gimió en su boca y él sonrió orgulloso.

—Tu lengua, Gúnnr. Dame tu lengua —le pidió sobre sus labios. Gúnnr lo atrajo hacia ella de nuevo y lo besó, abrió la boca y sacando la lengua a la calle para que jugara con la de él. Las puntas se tocaron y acariciaron, y eso provocó que los dedos de los pies se le agarrotaran de placer. Gabriel saqueaba su boca como si la quisiera desvalijar, y ella pegó su pecho al de él y se puso de puntillas para besarle con más comodidad. ¡Oh, por Idúnn y sus manzanas! Sentía el cuerpo arder. Estaba a punto de explotar y le costaba coger aire.

—Gabriel…

Él la besó de nuevo. Quería absorberla. Nunca había sentido nada parecido. Eso era un beso de verdad y todo lo demás habían sido tonterías, meros juegos de niños. Sabía a nube. ¿Cómo era posible?

Gúnnr movía las caderas y se frotaba contra él. Él tuvo ganas de gritar victorioso.

La besó con labios, lengua y dientes y no le dio descanso. Ella no se quejaba, al contrario, parecía disfrutar de ese beso desgarrador y agresivo. ¿Cuándo se había vuelto así?

Gúnnr le arañó la espalda y tiró de los pelos de su nuca.

Eso lo puso cachondo y duro como un toro. Deslizó sus manos por la femenina espalda y le amasó las nalgas, acariciándolas y masajeándolas, siguiendo la forma perfecta y curvilínea de Gúnnr.

Ella se apartó para coger aire de nuevo y cerró los ojos apoyándose en la viga. Cuando los abrió, los tenía completamente escarlatas y brillaban tanto que cautivaban.

Él se inclinó de nuevo, pero ella le puso los dedos en el pecho para mantenerlo a distancia.

—No se te ocurra apartarme ahora, nena —murmuró él con un deje autoritario.

—Espera, espera… —Le rogó ella mirando todo a su alrededor como si no viera bien—. Algo pasa…

—¿De qué hablas? —Gabriel se llevó la mano a la erección y sonrió al ver sus colmillos de entre el labio superior—. No te vas a escapar, Gúnnr.

Ella lo apartó de nuevo.

—Gabriel, hablo en serio… —Intentaba coger aire y le dolía la espalda. Las alas le escocían.

—¿Qué te pasa? —Se lamió el labio superior y sacudió la cabeza—. Ya veo, vas a dejarme así, ¿verdad? —se señaló la imponente erección pero ella no la miró—. Es tu particular venganza.

Ella negó azorada.

—Entonces, déjame que te haga sentir mejor. Lo que te pasa es que sientes cosas que nunca has sentido —Gabriel la tomó de las caderas y la acercó a él de un tirón—. Yo te enseñaré.

—Te he dicho que no, Gab…

Él no la escuchaba. Estaba ardiendo por su culpa. Si Gúnnr besaba así cuando nunca la habían besado, ¿qué pasaría cuando hiciera el amor por primera vez? Él iba a ser el único en averiguarlo.

—Ven aquí —gruñó y le besó el cuello.

—¡No! —Gúnnr lo empujó con tanta fuerza que el cuerpo de Gabriel salió volando fuera de la cuna.

La valkyria se miró las manos. La electricidad y los rayos bailaban de palma a palma. Los ojos le ardían y un sabor alcalino se instaló en su lengua.

—¡No te acerques!

Un rayo más grande que el propio cerco de la cuna, cubrió a Gúnnr.

Otro rayo más potente se unió a éste y un tercero elevó el cuerpo de la valkyria, el pelo de Gúnnr bailaba electrocutado de un lado al otro. Sus ojos y su boca emitían luz. Su cuerpo desnudo dibujaba un arco en el cielo, y era puro rayo.

De repente, tal y como los rayos habían aparecido, se esfumaron, y el cuerpo de Gúnnr cayó a la cuna provocando que el agua salpicara por todas partes. La joven estaba inconsciente.