Capítulo 26

Reino de Asgard, Púdheirmr (Hogar de la Fuerza).

Palacio de Bilskinir.

Ella no quería morir. Gúnnr sólo quería regresar con Gabriel, cuidarlo hasta que se recuperara de sus heridas y vivir a su lado, rodeados de guerra, muerte y destrucción, pero también de guerreros fieles, amistad y felicidad, como habían constatado.

El Midgard era un reino en el que había tensión y conflictos constantes en todas partes del globo, y los humanos habían aprendido a convivir con ello, o bien a base de indiferencia o bien a base de luchar contra ese mundo tan contradictorio.

Ella decidiría luchar no contra el mundo, sino luchar al lado de los que respetaba y amaba, luchar por defenderlos: Bryn, Róta, Gabriel, Isamu, Chispa, Jamie, Aiko, Miya, Ankti, Chosobi… Ellos merecían la pena. Como habían merecido la pena aquéllos que ya habían caído.

¿En la muerte permanecía la memoria? ¿Se acordaría de todos ellos? ¿Se acordaría de él, su Engel? ¿Gúnnr había desaparecido? ¿Seguía siendo ella o sólo energía?

Mjölnir, el maldito martillo volador, la había consumido. Y Gúnnr se había dejado consumir con gusto, porque merecía la pena la vida de Gabriel: Merecía cada lágrima y cada quemadura. Él tenía que vivir. Ella era una valkyria más, pero el único que podría mantener a los guerreros unidos en el Midgard no era otro que su ángel de pelo rubio y rizado. No ella.

Se había ido con mucho amor, pero le había quedado un regusto amargo en la boca. Porque había dicho a su einherjar que lo amaba con todo su corazón, con cada fibra de su cuerpo y con toda su alma. Las palabras a veces aterraban, sobre todo ésas.

Un dolor terrible se instaló en su pierna. Parecía que la estaba pisando un aquelarre de caballos salvajes. ¡Dioses, cuánto dolía!

«Pero, si me duele la pierna… es que tengo cuerpo, ¿no? Las almas no tienen cuerpo, no sienten dolor. Y yo tengo la sensación de que me están arrancando a piel a trizas».

Alzó sus, todavía, manos físicas sobre su rostro y se tocó las mejillas y los labios. Dejó caer el brazo derecho porque, si le dolía la pierna, entonces lo que sentía en el brazo era como una Pasión de Cristo a lo gore.

Abrió los ojos y clavó su mirada azul oscuro en un cielo multicolor, de colores pasteles, estrellas brillantes, y varias lunas. Un grupo de aves luminosas cruzaron la bóveda celestial, dejando una estela luminiscente tras ellas.

La valkyria reconoció ese cielo.

«¿Estoy en el Asgard?».

Se incorporó sobre un codo, y gimió al mover sus maltrechas y sangrantes extremidades.

—¿Estás despierta, niñita? —Dijo una voz femenina a su espalda.

«¿Cómo? No puede ser».

Gúnnr hizo esfuerzos para girar la cabeza y mirar a Freyja por encima del hombro. La diosa, batida con una tela negra y dorada y el pelo recogido en una cola alta, iba acompañada de Thor, el dios del trueno, el clima y las batallas. Thor, el más temido del Jotunheim. Thor, tan rubio, grande y barbudo que no se parecía a nada a Gúnnr. Thor, que tenía hijos reconocidos con Sif, y otros no tan reconocidos con la giganta Járnsaxa, y sin embargo, no reconocía a ninguna hija que hubiera tenido con una humana, como por ejemplo ella, Thor llevaba los guantes especiales para sostener a Mjölnir, y estaba mirándola con admiración. A Gúnnr le entraron ganas de vomitar.

—¿Qué hago aquí? —Preguntó en tono cortante—. Creí que Mjölnir acabaría conmigo.

Freyja se quedó mirando al dios, esperando que él le contestara.

—Lo habría hecho —aseguró el dios del trueno—. Los enanos Sindri y Brokk sólo lo crearon para mí, expresamente para mí. No puedes tocar el martillo prolongadamente sin perder la vida por ello. Necesitas éstos —levantó los antebrazos y le mostró los guantes de hierro, con mensajes rúnicos grabados el ellos en los que ponía: «Reina sobre el relámpago y el trueno en su voz»—. Mjölnir es un arma a la medida.

Gúnnr puso los ojos en blanco y se dejó caer de espaldas sobre el suelo templado del palacio Bilskinir, el más grande del Asgard, en el que residían Thor y su familia. Una familia que no tenía y que no era de ella.

—Me muero de dolor… —Gruñó entre dientes—. ¿Esto quiere decir que sigo viva?

Freyja se apresuró a levantar la cabeza de Gúnnr y colocarla sobre su regazo.

—Sigues viva —afirmó la impresionante diosa—. Deja que te alivie —pasó una elegante y pálida mano sobre las heridas del brazo de la valkyria—. Voy a matar al chucho sarnoso en el Ragnarök; lo pienso matar por haberte hecho esto —murmuró con disgusto.

Hummus le había desgarrado el brazo y la pierna y le había apuñalado con rabia. Ese lobezno tenía mucho poder.

—Hummus entró en el Asgard. Fue él quien robó los tótems. ¿Cómo puede haber hecho eso? ¿Es un seirdrman[41]? Controla la magia, puede mutar, y tenía el puñal guddine[42]… ¿Quién es?

Freyja y Thor se miraron con preocupación. ¿Qué se dirían?, pensó Gúnnr.

—Hummus no importa ahora —la Diosa le peinó el pelo con los dedos y sonrió con sus ojos plateados con motitas amarillas—. Mira cómo estás, valkyria. Te has convertido en toda una mujer —reconoció con orgullo.

Gúnnr no estaba para halagos ni para reconocimientos.

—¿Por qué sigo viva? —Preguntó apretando los dientes. ¿Qué mierda hacía en el Asgard?

—Eres mi hija —dijo la voz de Thor acuclillándose a su lado—. Por tu cuerpo corre la misma sangre que la mía…

—Por desgracia.

Freyja sonrió ante la insolente y mordaz contestación y Thor la ignoró.

Mjölnir abre puertas —explicó Thor—. Es un arma destructiva, pero también es una llave. Hummus la quería utilizar para abrir las puertas del Jotunheim y de todos los reinos oscuros, porque ésa es su naturaleza. Tú tocaste el martillo y abriste la puerta del Asgard porque eres hija de un dios y ahí es donde debías regresar, y donde debía retornar el martillo. Es tu naturaleza. Y yo —se encogió de hombros— no iba a dejarte morir.

—¿Por qué no? Me has matado durante todo este tiempo, Thor —recriminó herida—. Me has negado.

El dios, tan grande y corpulento como era, actuó como si no le importara el dolor reflejado en la voz de su hija.

—Te he omitido.

Gúnnr apretó los puños y su cuerpo se cargó de electricidad. Freyja intentó calmarla y la ayudó a levantarse. Discutir en una posición tan poco ventajosa no era elegante, y su valkyria era suya: Era más hija de ella que de Thor, así que no iba a permitir que se sintiera humillada o vapuleada por el dios arrogante por antonomasia.

—¿Por qué? ¿Por qué me omitiste? Odín no te omitió. No has omitido a Prúdr, que es una valkyria como yo. A ella sí la has reconocido. —No alzaba la voz. No gritaba. Pero cada palabra certera se oía alto y claro—. Ni omites a Magni ni a Modi, que también son hijos tuyos. Pero en cambio, me omitiste a mí, porque soy hija de una humana. ¿He de suponer que no valgo lo mismo? —Los ojos azabaches de Gúnnr se tornaron rojos.

Thor resopló cansado y miró a Freyja.

—Échame un cable.

—Ni lo sueñes —contestó Freyja—. Mi valkyria se merece una explicación.

El dios tomó el corto mago de Mjölnir y Gúnnr giró la cara con asco.

—Aparta eso de mí. Es muy dañino.

Thor lo lanzó contra un árbol y el martillo quedó clavado en su corteza.

—Tuve una aventura con tu madre —explicó Thor—. Se llamaba Glenn y era una mujer increíble, hermosa, con un carácter dulce y apacible. La conocí en el territorio que los humanos llaman España. Era morena, de sangre caliente, divertida y… Se parecía mucho a ti —recordó con melancolía—. Tu madre se enamoró perdidamente de mí —y lo dijo como si se riera de la mujer, por haber sido tan tonta de enamorarse de un dios nórdico de dos metros de altura atractivo como el pecado—. Pero ella no podía saber que yo era un dios, así que cesé mi aventura con ella. Desaparecí de su vida.

—La abandonaste. Abandonaste a una mujer embarazada —repitió Gúnnr sin ningún tipo de respeto por Thor.

—Yo no sabía que habíamos concebido a un bebé —intentó defenderse—. Pero un día, una mujer de ese territorio fue alcanzada por un rayo. Freyja y yo bajamos al Midgard para recuperar a la mujer, regresarla a la vida y pactar por la vida de su hija. La mujer era Glenn.

Freyja soltó una risita.

—Quería matar a Thor. Cuando lo vio… Quería arrancarle los ojos por abandonarla… Tendrías que haberla visto, Gunny.

Gúnnr levantó una ceja malhumorada.

—Es muy respetable. Viven un romance, la deja embarazada y desaparece, ¿qué esperabas?

—Tu madre —prosiguió Thor con gesto arrepentido—, no accedió al trato. Le dijimos que si le devolvíamos la vida era sólo para que concibiera al bebé. Glenn me puso de vuelta y media… Ella no encajó bien el pacto. Pero nosotros le aseguramos que era irrevocable, que su hija nos pertenecía.

—No soy un objeto, ¿sabes? —Espetó Gúnnr encarándose con Thor—. Continúa.

—Uy, sí —aseguró Freyja mirando a Gúnnr de arriba abajo—. No hay ninguna duda de que es tu hija. Tiene una parte arrogante y autoritaria como tú.

—Freyja, estoy muy enfadada contigo —la valkyria se dirigió a la diosa y la señaló con el dedo—. ¡Tú lo sabías y nunca dijiste nada! ¡Eso no se hace! ¡Me mentiste como él!

—No lo siento, dulce Gúnnr —se defendió la diosa echándose la cola hacia atrás en un gesto altivo—. Así debía de ser.

La valkyria se masajeó las sienes. «Bienvenida a casa, Gúnnr», pensó.

Thor se acercó a su hija y le puso una mano en el hombro.

—Glenn se vengó de mí, e intentó por activa y por pasiva quitarse la vida. No le importaba matarte, ella no te quería porque no me quería a mí. Por eso naciste sin dones. Las valkyrias son hijas queridas. Sus dones se otorgan cuando han concebido al amor, y no hay amor más puro que el cuidado que tiene una madre por su hija todavía no nata. Incondicional.

—Sí, claro, el amor de Glenn era tan puro que casi me mata —murmuró hastiada de aquella situación. Se apartó de las manos de Thor—. Y el amor de mi padre es archiconocido. Tiene demasiado amor repartido por todos los reinos, ¿verdad? Son demasiados hijos a los que querer.

—No te burles, valkyria.

—No me digas lo que puedo o no puedo hacer. Tú no eres mi padre. —A Gúnnr no le hacía falta alzar la voz para hacer callar a las personas ni a los dioses—. No tienes ningún derecho a decirme nada. He vivido una eternidad contigo y nunca me hiciste sentir especial, ni me trataste de modo preferente. Era una más. Y en cambio, todas las valkyrias saben que Prúdr es tu hija. Ella se encarga de gritarlo a los cuatro vientos —murmuró disgustada. Prúdr era una mimada. Buena guerrera, pero una mimada y niña de papá al fin y al cabo. Eso no iba con ella, no iba con Gúnnr—. Pero nada de esto importa ya. Me da igual ser tu hija.

Thor entrecerró los ojos azules y gruñó.

—No lo dices en serio.

Ese hombre no la conocía. Había vivido toda su vida con ella y no sabía cómo era.

—Muy bien, Thor, a ver, ¿qué quieres? —Preguntó impaciente—. ¿Por qué me has traído aquí? Ya tienes a Mjölnir, ya no me necesitas.

—Pensé que te gustaría saber que eras mi hija —replicó él asombrado—. Sé lo mal que lo has pasado. Yo no podía decir quién eras porque nadie lo creería. No tenías dones, ni poderes, ni furia…

A Gúnnr se le llenaron los ojos de lágrimas y se las secó con rabia.

—Claro, era una vergüenza para el gran Thor admitir que la niñita sin poderes era su hija, ¡¿verdad?!

Thor bajó la mirada y se frotó la cara con las manos.

—Lo siento.

—¿No se te ocurrió pensar que a lo mejor necesitaba que alguien me quisiera? ¡¿Qué una de las dos personas que me había concebido se interesara por mí y me diera cariño?! —Apretó los puños. Tenía ganas de golpearle—. Eso podría haber despertado mis dones.

—Pensé que sería mejor para ti que no lo supieras. Así no te sentirías extraña al ser diferente.

Gúnnr abrió la boca y puso cara de asombro.

—¿Y tengo que dar las gracias por tu delicadeza?

—No quiero las gracias, Gúnnr —agregó él austero—. Sólo quiero decirte que ésta es tu casa. Todos tienen ganas de recibirte. Eres… eres una heroína. ¿Por qué no entras y conoces a tus hermanastros? —Le ofreció con amabilidad.

Gúnnr miró el palacio que tenía enfrente. Era espectacular. Brillaba como el sol y, cuando el cielo se oscurecía, cambiaba de colores. Estaba rodeado de jardines, todos con ríos que desembocaban en grandes cascadas.

Ella no quería casas.

Ni quería ser recibida como heroína.

Ni quería a un padre que la había negado toda su vida.

Ella sabía a quién quería y, precisamente, no se encontraba en el Asgard.

—¿Mis hermanastros sabían quién era yo? —Gúnnr clavó la vista en la puerta de entrada del palacio.

Thor torció el rostro y miró hacia otro lado.

—Sí lo sabían —dedujo Gúnnr. Había decidido que no necesitaba saber más. Su conclusión era que no quería tampoco a unos hermanos que se habían reído de ella y que en todo momento conocían la verdad—. Todos lo sabían menos yo.

—Gúnnr —Freyja se colocó tras ella e intentó hablarle con tiento—. Tienes la oportunidad de tener aquello que deseabas: Cariño y alguien a quien pertenecer de verdad, ¿no? —La diosa la miraba divertida, como si la instara a que la contradijera, como si Freyja también supiera la verdad pero quisiera oírla de sus labios—. Thor es tu padre y él va a darte todo lo que necesites. Te quedarás aquí, en Bilskinir, y tendrás todos los privilegios de los que goza la malcriada de Prúdr —susurró con malicia.

—Sabías la verdad, Freyja, y no me la dijiste. Ahora mismo no me agradas.

—Tienes razón. Sabía la verdad. Pero yo cuidé de ti porque me gustabas, me caías bien. Había perdido la esperanza respecto a ti. No reaccionabas —se justificó ella—. Y entonces subió Gabriel, y él se encomendó a ti. Thor y yo nos dispusimos a vigilaros. Pensábamos que tus dones debían despertar inmediatamente, pero Gabriel tenía una tara.

—Gabriel no tiene ninguna tara. La tara la tienes tú en tu cabeza —espetó Gúnnr.

Freyja se cruzó de brazos por delante de su cintura y se rio con ganas.

—Me gustas, Gunny. Has crecido. Te has hecho mayor. Pero déjame decirte que sí que tenía una tara, un defecto muy importante. Tu querido Engel creía estar enamorado de Daanna —Freyja puso los ojos en blanco—. Sí, es muy hermosa. ¿Qué le vamos a hacer?

—Gúnnr también lo es —la defendió Thor con una sonrisa de orgullo.

Gúnnr levantó una ceja. Se habían vuelto locos. Nada podía ser más surrealista, valorando lo presente, que era que ella, era una valkyria, estaba en el Asgard, y Thor era su padre.

—La cuestión es que Gabriel, el Engel, encendió tu furia. —La diosa se mordió el labio y sonrió—. Te puso celosa y furiosa cuando te rechazó. Eso te activó. Por tanto, no hay mal que por bien no venga, ¿verdad?

—Y entonces robaron los tótems… —Continuó Thor.

—¡Sí! —explicó Freyja animada—. Con tus poderes a punto de emerger y la posibilidad de que las valkyrias y los einherjars pudiesen tener relaciones, tú ibas a ser una tapada perfecta en el Midgard. Estar con Gabriel te haría florecer como la valkyria que en realidad eres. Pura furia, Gúnnr, la hija secreta de Thor, descendía a buscar el martillo. Era cuestión de tiempo que lo encontraras. Eras nuestro elemento sorpresa.

—¿Por qué no enviaste a Prúdr? ¿Tenías miedo de perderla? —Preguntó Gúnnr desafiante. A ella poco le valía toda esa explicación. Se sentía mal, aunque debía reconocer que toda aquella aventura le había hecho aprender muchísimo sobre lo que realmente importaba y sobre ella misma.

—No enviamos a Prúdr porque ella no tiene pareja —contestó Thor.

—La tenía. Arreglaste un matrimonio con el enano Alvíss —le acusó Freyja con malicia. Ella siempre se reía de aquella decisión mercantil de Thor.

—No me lo recuerdes —Thor torció el gesto asqueado.

Thor había vendido en matrimonio a Prúdr a cambio de que Alvíss construyera armas para los Aesir. Finalmente, Prúdr no se había casado porque Thor había logrado engañar al enano.

—Sí —Gúnnr no pudo evitar sonreír. Aquella historia era muy popular, de hecho, Róta, Bryn, Nanna y ella se reían de lo que podría haber sido la orgullosa Prúdr con un enano que le llegaba a las caderas—. Dijiste a Alvíss que, antes de casarlo con Prúdr, tenías que probar su inteligencia, porque temías que de lo pequeño que era fuera corto de miras. Así que lo sometiste a una prueba de inteligencia que durase hasta que saliera el sol. Y como los enanos se convierten en piedra cuando les da el sol…

—Es una bonita figura ornamentaria —se disculpó el dios—. Queda bien en mi jardín.

—¡En fin, da igual! —Exclamó Freyja—. Tus dones despertaron con Gabriel. Él despertó tu auténtica furia a través de su pasión y de su amor. Y gracias a eso, nos has traído a Mjölnir. Ahora sólo faltan las otras dos herramientas. Es imprescindible recuperarlas. Tú puedes descansar un tiempo Gúnnr. Pero serás llamada en el Ragnarök —le prometió Freyja tomándole la cara entre las manos. Freyja estaba más feliz de sus logros que ella misma.

Un momento. Ella no era un guerrero que se jubilaba y al que agradecían sus logros. En el Midgard la necesitaban. O no; para ser sincera, ella necesitaba a su gente del Midgard. No quería quedarse en el Asgard.

—Quiero volver —Gúnnr alzó la barbilla y se plantó.

La diosa se apartó ligeramente y miró a Thor por encima del hombro.

—¿Has oído a tu hija? Quiere volver.

—La he oído. —El dios del trueno se acariciaba la barba con incredulidad—… Dame una buena razón para que puedas bajar al Midgard.

Los dos dioses actuaban de un modo un tanto fingido. Como si, en realidad, conocieran el deseo de Gúnnr y esperaran alguna cosa de ella para otorgárselo.

—No tengo que darte explicaciones de nada —le desafió Gúnnr.

—Esta vez sí, niña —murmuró la diosa nórdica con una tristeza un tanto artificial en su gesto—. Sólo él puede devolverte al Midgard. Es tu padre y manda sobre ti. Él decidirá tu futuro.

Gúnnr se puso hecha una furia. Nadie podía mandar sobre ella. Ya no. ¿Qué quería decir que le explicara ahora? Nunca antes habían hablado, ¿y ahora ese hombre quería saber las razones por las cuales prefería estar en el Midgard que en el Asgard?

—Dímelo, Gúnnr. Decidiré si es o no una buena opción —el hombre era inflexible.

—¡¿Qué quieres que te diga?! —Estaba indignada.

—Sólo la verdad. El motivo por el que quieres bajar. ¿Acaso no prefieres esperar aquí el Ragnarök?

No. Por supuesto que no quería.

La verdadera acción, los valores más poderosos, la incertidumbre y el carpe diem se encontraba en el reino de los humanos. Una tierra media que estaba en serio conflicto, no sólo contra los jotuns sino también contra ellos mismos, y era fascinante ver cómo decidirían actuar cuando vieran las orejas al lobo.

No sabía quiénes eran, ni sabía lo que hacían en ese planeta. El Midgard era una gran escuela. Y en el Midgard ella había aprendido a luchar, a perdonar y… a amar. A amar a un hombre con cara de ángel, espíritu de estratega y corazón de guerrero. Él era su verdadero hogar. Pero no sólo bajaba por él. Sus amigas estaban en un momento delicado y ellas eran sus verdaderas hermanas, la familia que había elegido. Gabriel, Bryn, Róta, Miya, Aiko, Jamie, Chispa, Isamu y todos los que tendrían que llegar eran las personas que conformaban su vida. Ellos eran la razón por la cual ella removería cielo y tierra para poder luchar a su lado. Y era su verdadera familia porque así se lo decía el corazón.

¿Qué podría competir contra eso? Nada.

—Quiero descender porque quiero a todos los que he dejado ahí abajo. Son míos —explicó con voz temblorosa—. Y no se deja ni se abandona a las personas que pertenecen a uno —Gúnnr recriminó a Thor su actitud para con ella—. Y es imposible abandonarlas u olvidarlas cuando tienen tu corazón en sus manos. Ellos tienen mi corazón de trueno. Ahora sólo les falto yo.

—¿No bajas para salvar a la humanidad? —Freyja se golpeó la barbilla con el dedo índice—. ¿Ellos no te han robado el corazón? ¿No son hermosos?

—El ser humano es muy complejo. No puedes entregar tu corazón a alguien que no sabe qué hacer con él. Los humanos son seres magnéticos. Son emotivos, pasionales, viscerales, y también son crueles, indiferentes e ignorantes… Son de todo, y lo son mucho. Hay un gran potencial tras ellos, pero no se quieren dar cuenta. Son hermosos porque son impredecibles. Pero yo elijo a quien le doy mi corazón y no se los doy a ellos.

—No me ha gustado tu respuesta —contestó Thor—. Te he dicho que me digas la verdad y no me la has dicho. Te quedarás aquí.

Gúnnr abrió sus alas y sus ojos se enrojecieron. Sus manos se llenaron de electricidad. ¡No iba a indignarla más, tenía que escucharla!

Thor se detuvo cuando vio a su hija dispuesta a pelear con él. Caray, fuera lo que fuese lo que hubiera ahí abajo, era tan importante como para encararse con un dios, su propio padre. ¿A quién le recordaba?

—Sé sincera y valiente, Gúnnr —ordenó Thor.

—¡Soy valiente! No soy como tú.

Freyja se tapó la boca abierta con las manos. Su valkyria había perdido toda la vergüenza y la educación.

—Gunny, cielo, cierra la boquita —le sugirió con dulzura.

—No pienso quedarme aquí —aseguró mientras las lágrimas le caían por las mejillas. Se negaba en rotundo a morir en vida.

Thor se acercó a su hija y puso una mano en la mejilla. Miles de hebras eléctricas le rodeaban y temió porque, en cualquier momento, la valkyria le lanzara una descarga. Inclinó la cabeza a un lado y sonrió con sus ojos azules claros impregnados de reconocimiento.

—Si eres valiente y lo sabes, di la verdad —le canturreó él entornando el tono de la nana de Freyja—. ¿Qué hay ahí abajo que hace que renuncies a la seguridad del Asgard? ¿Qué es lo que vale tanto la pena?

—¡Ahí abajo está mi amor! —Sollozó—. Tú… No lo entiendes. No me puedes quitar eso.

Thor estudió el rostro de su hija. Gúnnr era poderosa y femenina y tenía tanto carácter o más que él. Él también había tenido el atrevimiento de encararse con Odín en alguna ocasión.

En realidad, ella le importaba. Era un honor admitir que la valkyria que había recuperado a Mjölnir era su hija. Pero también sería un honor recuperar algo del tiempo perdido con ella. Sin embargo, él lo había hecho mal y lo reconocía. Ahora no podía exigirle nada a su hija. En todo caso, para demostrarle que la respetaba y que quería arreglar las cosas entre ellos. Lo único que podía hacer era ayudarla a hacer realidad su deseo. A lo mejor, con sus acciones, Gúnnr aprendería a aceptarlo.

—No me puedes quitar a mi Gabriel —prosiguió la joven, acongojada y ronca—. Él… él va a estar solo. Yo voy a estar sola sin él —se puso la mano abierta sobre el corazón—. Y no quiero sentirme vacía de nuevo. Quiero… quiero decirle que le amo. Y quiero… yo sólo quiero estar con él, ¿lo puedes entender? —Le preguntó agarrándose a la armadura dorada del robusto pecho de su padre.

Thor miró con fijeza la mano que le oprimía el pecho. Sonrió y las comisuras de sus ojos se llenaron de arruguitas. Asistió conforme.

—¿Quieres bajar? ¿De verdad quieres bajar?

—S-Sí —sorbió por la nariz. ¿Estaban todos sordos?

—Estarás en peligro y hay mucho que hacer —advirtió el dios de la batalla—. De vosotros depende la seguridad del Midgard. Loki y sus jotuns ya saben que eres mi hija y no tendrán piedad. Intentarán ir a por ti y me chantajearán contigo.

—No pasa nada —negó ella con rapidez—. Somos fuertes podremos con ellos, nos hagan lo que nos hagan. Y si me cogen… No hace falta que me defiendas o me rescates. Yo…

Thor le puso una mano sobre los labios.

—Eres mi hija. ¿Crees que no te salvaría si estuvieras en peligro? Has estado en el Valhall muy protegida, pero lo he pasado muy mal desde que bajaste al Midgard. Me has hecho envejecer, valkyria —susurró con voz grave.

—Eso es cierto —aseguró Freyja mordiendo una manzana que había hecho aparecer sobre la palma de su elegante y estilizada mano—. Estaba muy preocupado por ti, Gúnnr, y no dormía. Me lo dijo Sif.

¿Así que Thor se preocupaba por ella? Bien. Eso estaba bien, pensó la valkyria.

—Me preocupo por ti, Gúnnr. Y aunque no lo creas, me importas —juró Thor. Su voz sonaba ronca y solemne—. ¿Me has oído?

Gúnnr tragó el nudo que tenía en la garganta y movió la cabeza afirmativamente.

—Sí.

—Sí, padre —rectificó él.

—Bromeas. Eso es pasarse —le espetó con las mejillas rojas como un tomate.

—Dilo o no bajas —amenazó el dios.

Gúnnr miró hacia otro lado, azorada como una niña pequeña.

—Sí… —Tragó con fuerza—. Sí, padre.

—Muy bien, hija —sonrió abiertamente. Thor se llevó la mano al cuello y se sacó un colgante con una réplica del martillo—. El colgante es una réplica de mi tótem. Lo podrás lanzar contra los jotuns y siempre te regresará a las manos. Pero no abre portales ni nada de eso… Eso sólo lo hace mi ¡Mjölnir! —el martillo acudió a su mano.

Freyja sonrió y meneó la cabeza.

—Qué vanidoso es… —Susurró.

La diosa de las Vanir asintió, y juntos decidieron cual era el mejor momento para que Gúnnr apareciera. Después de decirlo, Freyja abrió un portal justo enfrente de ella. Una puerta de luz blanca que podía llevarla hasta su guerrero.

Freyja pasó la mano por el cuerpo de su valkyria y le cambió la ropa que llevaba.

—Así está mejor —dijo la diosa repasándola con aprobación—. Y ahora… —Le pasó la mano por la cara y la maquilló. Una sombra de ojos oscura, la línea del ojo bien negra, colores y los labios pintados de color fucsia—. Estás guapísima. Tienes que comprar este maquillaje en www.thepinksheeps.com. Te traen lo que necesitas a casa y tienen de todo, te queda muy bien. Gúnnr. Bellísima.

Gúnnr se miró el vestido azul oscuro y brillante purpurina. Era ajustado y marcaba a la perfección el cuerpo curvilíneo y lleno de suaves y delicadas formas de Gúnnr.

—Freyja.

—¿Sí?

—Necesito saber algo.

La diosa entrecerró los ojos y la miró con interés.

—Dispara.

Gúnnr no estaba segura de querer saberlo, pero era algo que le roía el corazón desde que se lo dijo Róta en Starbucks.

—Róta me dijo que cuando Gabriel me tocaba veía a Daanna. ¿Por qué? Él, él me ha dicho que me quiere, pero… —«Era normal tener dudas, ¿no?».

Freyja sonrió y negó con la cabeza.

—Daanna le dio su sangre para salvarlo. En el organismo de Gabriel hay sangre de Daanna, pero no lo vincula a ella de ningún modo. Por eso, Róta veía el rostro de Daanna cuando tocaba al Engel. Tranquila, cielo, Gabriel no siente amor por esa mujer. Nada.

Gúnnr sacó el aire que no sabía que retenía y dejó que todas sus reservas se abrieran. Podía confiar en Gabriel.

—Estuvo encaprichado con Daanna. Pero no la amó. Los hombres son muy animales —explicó Freyja buscando las palabras adecuadas. Le pasó el índice por la comisura del labio—. Se creen que pueden amar a una mujer, pero, en realidad, es el instinto de procreación lo que los lleva a creer eso. El hombre está hecho para engendrar, para procrear, para poner su semilla en cualquier lugar. Todas le valen. Las mujeres humanas son completamente diferentes. Ellas se enamoran. Se enamoran del hombre que puede ser un futuro padre para sus hijos. Se enamoran de él, pero son exigentes, hacen un test de calidad, ¿sabes?

—No me estás ayudando —dijo Gúnnr.

—Sólo quiero que entiendas que los einherjars, los vanirios, las valkyrias y los berserkers quieren de manera diferente. Sus vínculos son otros, son más emocionales. Irrompibles. Así que si Gabriel se ha atrevido a decirte que te quiere, es que te quiere de verdad.

La diosa le tocó el pelo chocolate suelto y enredado, y le hizo un medio recogido bajo que dejaba caer parte de su melena por su espalda tatuada y le puso unos zapatos de tacón con unas tiras negras que le rodeaban los gemelos.

—Perfecta —Freyja le guiñó un ojo.

La valkyria se miró y frunció el ceño.

—Gabriel ha caído al mar. ¿Me has vestido así para mojarme? Se me va a deshacer el maquillaje y es una pena.

Freyja frunció los labios, y se encogió de hombros.

—Hay que caer con estilo. Oye… Gúnnr —advirtió Freyja con tristeza—. Tenéis que recuperar a Róta y ayudar a Bryn. Ellas… Ellas necesitan que las ayuden. Necesitarán mucho de ti y de Gabriel. Debéis ser fuertes para lo que vendrá.

—Por supuesto, Freyja —asistió Gúnnr—. No vamos a descansar hasta recuperar a Róta. Ella no puede sufrir más. Ni hablar. Y con Bryn… Yo creo que se solucionará todo. Ellas deben solucionarlo.

La diosa la abrazó y la besó en la frente.

—Bate las manos, niña —la despidió con una sonrisa intrigante.

Antes de cruzar el umbral, la valkyria estudió el colgante con ojos inteligentes. Los deslizó entre los dedos y miró a Thor.

—Te estaré vigilando —le prometió Thor admirándola—. Sed diligentes y actuad con rapidez. El Engel lo está haciendo muy bien. Dile que, como su nuevo padre, me siento muy orgulloso de él.

Gúnnr asistió y se mordió el interior de la mejilla. Gabriel lo agradecería.

—¿Sabes qué… padre? —Costaba muchísimo llamarlo así.

—¿Qué?

—Te prometo que se te va a poner el pelo blanco —le aseguró Gúnnr con una sonrisa maléfica. Agitó el colgante entre sus manos—. ¿Cómo se abre? ¿Cómo… cómo funciona? —El colgante seguía con el tamaño original por mucho que lo agitara.

—Ah, eso… —Thor se aclaró la garganta y sonrió como un diablillo, como segundos atrás su hija, la valkyria más furiosa del Valhall, había hecho—. Se abre con la palabra papá.

—¡Qué me parta un rayo! —exclamó Gúnnr.