Gúnnr dormía profundamente. Y lo hacía desnuda, sin ningún pudor ni ninguna vergüenza, mostrando su precioso y sensual cuerpo a cualquiera que quisiera mirar. Lo hacía desnuda porque él la había destapado para recrearse en las vistas. Chicago tenía unas vistas espectaculares, pero Gúnnr desnuda en su cama y durmiendo como un lirón era tentativo y adictivo. Se sintió afortunado por tener a una mujer valkyria como ella de compañera. Aunque todavía no le había perdonado. Todavía no.
Estaba sentado en la cama, observando su serena belleza. Le acarició la cola del pelo deshecha casi por completo. Le pasó el dedo índice por la orejita puntiaguda y ésta se removió. Gabriel sonrió. Era tan tierna. Le retiró el pelo de la nuca, y la expuso a él. Se inclinó y olió su piel.
—Puro azúcar —gruñó con deseo, besándola con suavidad.
Luego desvió la vista a lo largo de su columna vertebral. Sus alas habían adquirido de nuevo el tono rojizo, ya no eran azul hielo.
Asintió con orgullo. Ya no estaba helada. Ahora ardía. Él la había hecho arder. Le pasó la palma de la mano por el tatuaje tribal, por aquellas alas que se moría de ganas de ver desplegadas otra vez. Su chica tenía la piel tan suave que a uno le entraban ganas de llorar cuando la tocaba. Como había llorado él la noche anterior.
No había llorado sólo por su tortura; lloraba porque se estaba liberando de años y años de opresión y rabia hacia sus padres: De introversión innecesaria con aquéllas que habían sido sus amigas; de años de cobardía por ver y experimentar el amor sólo de lejos. Gúnnr le había ayudado a sacarse todas las corazas. Ahora era su turno de ayudarla, porque la joven también tenía las suyas.
Se sentía eufórico y liberado, sobre todo después de haber desplegado sus alas. Era una sensación extraña sentir que el cuerpo de uno se expandía de ese modo tan fantástico. Había estudiado su espalda y los intrincados tribales que tenía. Las alas no sólo debían salir al hacer el amor con la valkyria adecuada. Eran una elongación del propio cuerpo y, como tal, deberían desplegarse según su voluntad. Había estado practicando mientras ella dormía, y al final había atado cabos. Su un einherjar desplegaba sus alas cuando estaba con su valkyria, era porque el sentimiento de estar con ella lo estimulaba y lo hacía «volar».
Entonces, después de colocarse frente al espejo de cuerpo entero del salón, había pensado en Gúnnr. Miraba a su propio reflejo, con las piernas abiertas, el torso descubierto, y los brazos a cada lado de las caderas. Quería ver cómo funcionaban las alas. Serían de gran utilidad para los einherjars. Pensó en Gúnnr y su cuerpo se llenó de calidez. Reconoció el cosquilleo en la piel tatuada, y de repente dijo:
—Gúnnr.
¡Zas! Las alas se abrieron. Alas de color azul, iguales a su tatuaje. Eran grandes y largas y parecían estar hechas de rayos láser.
Sonrió e, inconscientemente, pudo mover una y luego la otra.
—Esto va a ser divertido… —Agitó las alas, coordinando el movimiento de modo innato, y se encontró levitando por la suite. Ahora ya sabía que el kompromiss consumado regalaba nuevas armas, nuevos dones tanto a einherjars como a valkyrias. Unas alas con las que podrían volar y luchar también por los cielos.
Tenía muchas ganas de enseñar a desplegar las suyas a la valkyria. Aunque para ello, primero tenía que admitir que lo seguía queriendo. Gabriel no concebía ninguna otra verdad, aunque ella le hubiera dicho la noche anterior que no le quería.
Después de ejercitar sus alas, había hecho varias cosas. No había dormido más de tres horas, pero habían sido suficientes para descansar y renovarse. Miya le había enviado un mensaje a las cinco de la madrugada en el que ponía lo siguiente.
De: Miya
Khani ha adoptado a Ren como hombre de confianza de su círculo. Lo ha conseguido. Ren ha averiguado que Khani y dos miembros de Newscientists Internacional, se van a reunir en la sede de Wheaton a las doce del mediodía. Ren asegura que hoy van a poner en marcha a Mjölnir y nos espera tres horas antes de las doce. Va a permitir que entremos en la sede y, a partir de ahí, lo que hagamos dependerá de nosotros.
Miró a su Tissot. Desde que había leído el mensaje, no había vuelto a dormir y se había levantado. Ahora quedaban tres horas para las nueve.
Era momento de despertar a Gúnnr, pero verla dormir le llenaba de paz. La valkyria no quería ser dulce, pero su dulzura no tenía que ver solo con su carácter, sino con su apariencia. A cualquier hombre le saldría azúcar en la sangre al contemplarla tal y como estaba ahora.
Llamaron a la puerta de la suite.
Gabriel la abrió. El Trump tenía un servicio excelente y cualquier cosa que uno pedía, sus hombres se lo facilitaban. Le habían traído un desayuno completo de Starbucks. Los cafés y las pastas siempre los pedían ahí. Un capuchino, tal y como le gustaba a Gunny, y dos muffins de chocolate. Era una buena manera de empezar el día.
Se dirigió al dormitorio con la bandeja del desayuno y cubrió de nuevo a la joven con la colcha. No quería que de buena mañana se pusiera a la defensiva con él.
Chispa se despertó e hizo un ruidito divertido con la boca.
La mona era de chiste. Ahí con sus pañales y un coquito en la cabeza con un lazo rosa. Lo estaba mirando con esos adorables ojos que le decían: «Deja de mirarme y sácame de aquí». Y no lo pudo evitar. La cogió con la mano libre y el animal se agarró a su cuello como su estuviera acostumbrada a que la cargaran así. Gúnnr y Jamie la habían mal acostumbrado.
—Buenos días, Chispa. ¿Vamos a despertar a la mujer trueno? —Le decía en voz baja mientras le besaba la cabeza—. Sí. Vamos a despertarla y a darle de comer.
Se acercó a Gúnnr y le puso el capuchino bajo la nariz. Ella abrió los ojos y parpadeó varias veces.
—Buenos días, sádica mía —dijo él con una sonrisa.
Gúnnr se incorporó y se apoyó sobre los codos, algo desorientada por despertar rodeada de olor a café junto a Gabriel. Un Gabriel diferente, sonriente y cálido y con Chispa abrazada a él como si toda la vida hubiera llevado a niños en brazos. Como si fuera su nuevo héroe.
—Ah… Buenos días.
—¿Ves esto? —Le enseñó la bandeja con los capuchinos y los muffins.
A Gúnnr le sonaron las tripas.
—¿Es para mí?
—No —contestó con voz cantarina—. Si no vienes en diez minutos al salón, Chispa y yo nos lo comeremos todo. Te estaré esperando.
Se miraron fijamente. Gúnnr estudiaba su cara como si fuera un puzzle que intentaba cuadrar.
—No puedes darle azúcar a Chispa. No es bueno para ella —aconsejó Gúnnr levantándose y cubriéndose el cuerpo con la sábana.
—No. Lo que no es bueno es que te cubras delante de mí. Después de todo lo que me hiciste hace unas horas… —Le gustaba ver cómo se sonrojaba sin bajar nunca la mirada—. Diez minutos. El tiempo empieza… Ya.
Gúnnr se duchó en tres minutos. Se cambió en tres más. Y se maquilló en otros dos. El maquillaje de las humanas era fascinante. Abrió la puerta del dormitorio orgullosa de haber tardado sólo ocho minutos, y se quedó cautivada por lo que veía. A Gabriel tan guapo, tan varonil y tan sexy, con la monita en brazos y dándole un biberón. Era un sueño. No se había ido, no la había dejado sola y, además, parecía que estaba de buen humor y quería compartir su tiempo con ella.
—Te han sobrado dos minutos —comentó tranquilamente.
Gúnnr se encogió de hombros y se sentó en el sofá. Encendió la tele y puso una emisora musical. Era adicta a la música. La única virtud divina que tenían los humanos había sido la de ser capaces de crear melodías y poesías y unirlas para componer canciones.
El desayuno estaba en la mesita de enfrente, y olía delicioso… Y los muffins tenían una pinta excelente. Con lágrimas de chocolate grandes y un bizcocho esponjoso y oscuro. Empezaba a salivar.
—¿Se sabe algo de Róta y el martillo? ¿Nos vamos a algún lugar? —Gúnnr acarició a la monita y le dio un beso en la cabeza—. ¿Por qué me has despertado?
—Todavía queda un rato hasta que nos movamos —Gabriel estaba concentrado en colocar bien el ángulo del biberón. Chispa tenía los ojos entrecerrados, luchando por no dormirse sólo para no dejar de beber.
La mirada de Gúnnr se volvió vacilante.
—¿Lo has preparado tú?
—¿El bibe?
—Sí.
—Solo he tenido que leer las instrucciones. Le has comprado de todo a Chispa, como si fuera un bebé. Pañales, una trona, una cuna, ropa… —Enumeró como si en cualquier momento estuviera a punto de partirse de risa—. Es muy tierno, Gunny.
—Es un bebé —levantó las dos cejas y miró la estampa del guerrero con el bebé mono en brazos—. ¿No creerás que bastaría comprándole un mordedor en forma de plátano?
—No. Oye, Gúnnr…
La valkyria se agarró las rodillas con los brazos y apoyó la barbilla en ellas mientras lo miraba.
—¿Qué?
—Gracias. Por cuidar de mi tío, de Chispa y un pocdo de todos mientras yo no he estado. Eres increíble —afirmó con pasión.
Los ojos azules oscuros de Gúnnr se llenaron de agradecimiento al escuchar esas palabras. Se frotó la mejilla en el dorso de la mano.
—Sólo he intentado ayudar. —Se puso muy nerviosa al ver que Gabriel la miraba con tanta intensidad—. Oye, ¿qué vamos a hacer? Tienes cara de tener noticias nuevas.
Él sonrió. Gúnnr le conocía a la perfección.
—Sí. Hoy dejaremos el hotel. Es el gran día.
—¿Tenemos noticias del martillo, entonces? —preguntó emocionada.
—Ajá. —De repente, la mona, que ya se había quedado dormida, soltó la tetina del biberón y un chorro de leche salió disparado hasta el jersey negro de punto de Gabriel y parte de su ojo derecho.
Gúnnr se mordió el labio para no echarse a reír, pero fue inevitable.
—Chispa eres una marrana —murmuró Gabriel con el ojo cerrado con fuerza, dejando el biberón vacío sobre la mesita—. Sí. Tú ríete, valkyria.
—Lo siento. —Se disculpó falsamente, cogiéndose el estómago sin poder detener sus carcajadas.
Gúnnr se compadeció de él y tomó a la mona en brazos para que Gabriel se pudiera limpiar. Chispa se quedaba prácticamente en coma después de tomar el biberón. La dejó en la cuna con suavidad y ajustó la puerta del dormitorio. Eran las seis de la mañana y todavía estaba oscuro en Chicago.
Gabriel se limpió el jersey y la cara con una toalla y cuando se dio la vuelta no pudo quitar los ojos de encima de Gúnnr. Por Dios. ¿Desde cuándo estaba tan obsesionado con ella?
Tenía el pelo suelo y húmedo de la ducha. Se había puesto una faldicorta tejana, unos leggings negros y unas botas de caña alta Tommy. Y llevaba un jersey de cuello alto y negro y una cazadora de piel que le ceñía los brazos y que seguro que si se abrochaba, le ceñiría la esbelta cintura y el pecho como una segunda piel. Gúnnr no necesitaba ir despampanante para llamar la atención. Su estilo era llamativo de por sí. Porque estaba en armonía.
—Veo que has renovado tu vestuario —le dijo en tono desenfadado. Se sentó en el sofá—. Ven aquí y desayunemos.
Gúnnr lo hizo porque sencillamente se moría de hambre. Probó el capuchino y cerró los ojos llena de gusto. Estaba en su punto. Bien cargado de azúcar y sabía de maravilla.
—Qué bueno está…
—¿Habías probado uno de éstos? —Le preguntó emocionado por darle de degustar cosas nuevas—. Le he puesto mucho azúcar y un poco de canela por encima. Pensé que te gustaría así. Te gusta el dulce.
Ella asintió con la cabeza y miró la magdalena de reojo.
Gabriel se adelantó, tomó un muffin y lo partió. Llevó un trozo a los labios de Gúnnr.
—Pruébalo. Verás como te gusta…
Gúnnr entrecerró los ojos y retiró la cara. Demasiado íntimo y demasiado arrollador.
—Puedo comer sola, gracias.
—En el Valhall me dabas de comer, ¿recuerdas? —Repuso con ternura—. Yo era tu invitado allí. No he sabido lo mucho que me gustaba hasta que he dejado de tener ese privilegio —confesó en voz baja—. Aquí tú eres mi invitada. Sé que no he sido buen anfitrión, pero… Quiero que pruebes muchas cosas que sé que te encantarían. Y quiero ver como disfrutas de ello.
—En el Valhall era diferente. Desde que estoy aquí he aprendido mucho —aseguró calentándose las manos con el capuchino. Siguió con los ojos oscuros cómo Gabriel dejó el trozo de muffin en la bandeja—. No hace falta que me enseñes nada más.
—Sí, ya he visto que has aprendido muchas cosas. —Estaba disgustado y también un poco desanimado por los recelos de Gúnnr—. ¿Qué has hecho con todo lo que te compré?
—Lo regalé a las señoras del servicio del Hard Rock —contestó con sinceridad.
—Mmm… ¿No te gustaba nada de lo que te traje?
—No. Pensé que no iba a ponerme nada tuyo después de lo que pasó —claro que no. Ella tenía dignidad y también dinero—. Decidí encontrar mi estilo.
—Ya veo. Estás muy guapa. —Sus ojos eran calientes y también inescrutables—. ¿Qué más has hecho en estos días?
—¿Además de intentar salvar la vida cada día? —Su tono era ácido.
—Sí. Además de eso.
—Muchas cosas. —Muchas. Y cuando no estaba en problemas, intentaba ocupar su tiempo en los demás para no pensar en él.
—Claro, muchas cosas —repitió—. Ya he visto que te has atravesado los pezones y que te han depilado de manera muy atrevida. ¿Qué más? ¿Un tatuaje en forma de calavera, alguna orgía, un menaje, un poco de bondaje, Gunny?
La valkyria arqueó una ceja y tomó un sorbo de capuchino. Empezaba a estar enfadado y era divertido verlo.
—No lo sabrás nunca —contestó provocadora.
Percibió que él se ofuscaba y apretaba los puños. No estaba nada cómodo con su sarcasmo ni con una actitud desafiante. Pero así era ella ahora. Una valkyria podía aprender mucho en una semana en el Midgard. La verdadera supervivencia estaba ahí, en el mundo de los humanos.
—La noche que me fui con Daanna, después de dejarte en el baño, me di cuenta de que no quería que me alejaras de ti. Iba a volver para pedirte que me perdonaras.
Gúnnr se tensó y apretó los dientes.
—¿De verdad?
—Gúnnr, ¿puedes dejar ese tono, por favor?
—¿El tono de «no me creo nada de lo que me digas»?
—Sí. Ése. Intento sincerarme contigo —le rogó—. Quiero que confíes en mí.
—Lo siento si te molesta, pero ¿qué esperas que crea? No voy a hacerme ilusiones respecto a ti Gabriel. Llevo mucho tiempo haciéndomelas y no quiero salir aporreada de nuevo. Siempre que creía que podía gustarte, me decías o hacías algo que me aplastaba el corazón. No quiero volver a eso. Así que perdóname si me cubro las espaldas o si me prevengo.
—Pero… ¿No te sientes mejor después de lo que pasó en este sofá hace unas horas?
—Chuparte la polla no me hace sentir mejor, te lo aseguro —espetó con dureza.
¡Wow! ¿De dónde había salido esa contestación? Gabriel se sintió indignado y avergonzado a partes iguales. La agarró de los brazos y la acercó a él.
—¡Oye, no lo conviertas en algo tan ruin! ¡No se trató de eso y lo sabes!
El gesto que él había tenido durante la noche iba más allá de una felación. Él se había entregado a ella y le había dado todo el control. Se había abierto a ella y le había contado todo sobre él. Le había dado la llave de su casa, por decirlo de alguna manera, cuando él nunca había dejado entrar a ninguna chica en ella. Pero Gúnnr lo había rebajado y lo había ensuciado.
—Suéltame. —Los ojos de Gúnnr se clavaron en él, inexpresivos.
—Tampoco fue agradable para mí —se la devolvió y la soltó—. Me han tratado mucho mejor otras veces.
Gúnnr se encogió al oír el tono herido de Gabriel. Que Freyja la ayudara… Pero estaba a la defensiva y no lo podía evitar. Tenía miedo de Gabriel. Tenía miedo del Engel. Lo amaba con todo su corazón, pero no estaba dispuesta a que la hiriera otra vez.
¿Estaba de más protegerse?
—Creí que valorarías… —Miró con disgusto el capuchino y la magdalena—. Quería desayunar contigo para charlar un rato. Esperaba que pasáramos un tiempo juntos antes de ir a por el martillo —le explicó con una actitud distante y derrotista—. Yo te contaría cosas y tú me contarías las tuyas. Yo te daría de comer y te hablaría de un montón de lugares que no has vito o que no conoces. Si el día hubiera ido muy bien, a lo mejor tú podrías cogerme de la mano y darme algún besito tierno y ocasional. De los de verdad. Ésos que hacen que te salga una sonrisa tonta en la cara… ¿Sabes?
No. No sabía. Ella no había experimentado nada de eso. No sabía de lo que le estaba hablando, pero oírle hablar así la emocionaba y la hacía desear todas esas cosas.
—Gabriel, ¿qué quieres de mí? —Se frotó los brazos, como si sintiera frío.
—Lo quiero todo. Me imagino comiendo los dos del mismo plato. Me imagino riéndonos de cualquier tontería. Y me imagino luchando juntos, el uno al lado del otro, como tiene que ser. Me imagino acariciándote, Gunny, y demostrándote que soy de fiar… Me imagino haciendo un montón de cosas y todas a tu lado. Pero sólo es imaginación. Porque no me dejas resarcirte y así no podré acercarme lo suficiente como para decirte lo mucho que me importas y cuánto me arrepiento de haber tenido tanto miedo de ti. Hace una semana me dijiste que cómo iba a elegirte si nadie te había querido nunca —la miró a los ojos con solemnidad—. Eligieron mal, princesa. Me imagino pidiéndote perdón por haber sido uno de ellos. Debían haberte querido. Debí haberte cuidado.
A Gúnnr se le llenaron los ojos de lágrimas y miró hacia otro lado. Gabriel no podía dejarla sin armadura. ¿Cómo iba a protegerse entonces? Él podía decir que ahora quería estar con ella, pero no le decía que la amaba. Sin embargo, sus palabras eran como un bálsamo para su alma herida. «Debí haberte cuidado».
—Deseo que un día me cuentes quién eres, Gunny, y qué pasó contigo. Yo ya te lo he contado todo sobre mí. Te he pedido perdón. No sé que más decir… No tengo paciencia contigo. Me gustaría que te abrieras hoy mismo y me permitieras demostrarte que sí que puede funcionar —se acercó a ella hasta que sus cuerpos se tocaron.
Gabriel desprendía calor y la templaba poco a poco.
—Y yo necesito tiempo —pidió llena de arrepentimiento—. Estuviste enamorado de una mujer que ni siquiera habías besado durante todo el tiempo que estuviste conmigo en el Asgard, Gabriel. Yo te tocaba y te acariciaba todos los días. Te alimentaba y te curaba las heridas. Hablaba contigo y nos reíamos juntos. Pero siempre me mantenías alejada de ti. Siempre. Porque decías haber entregado tu corazón a otra persona. Y de repente, vuelves después de no saber nada de ti durante casi una semana y me dices que ella no significa nada y que a quien temes es a mí…
—Gúnnr. Sé que no es fácil. Sólo quiero que me creas.
—No puedo creerlo, ¿no lo comprendes? Ni siquiera me has dado una razón suficientemente poderosa como para confiar en ti. Tú ahora quieres estar conmigo, muy bien, yo lo he querido desde que te conozco. ¿Y qué? ¿Se cumplió lo que yo quería? ¡No!
—Estas asustada. Ahora eres tú la que tiene miedo —le tomó la carita entre las manos y le acarició las mejillas con los pulgares—. Me pides tiempo, y tiempo es lo único que no tenemos —replicó Gabriel apenado—. ¡¿Mira cómo vivimos?! Hoy saldremos de aquí y nadie nos asegurará si al anochecer seguiremos con vida. Pero si es lo que necesitas, toma todo el tiempo que quieras mientras sigamos vivos. Nos toca luchar Gúnnr —gruñó apasionado—. Estamos en medio de una guerra y hoy podemos dar el golpe definitivo. Me encantaría estar en otro lugar, me encantaría tenerte para mí solo, y darte toda la atención que sólo tú mereces. Pero nos vemos obligados a pelear. Y entre guerras, muertes, malentendidos y altercados me toca demostrar que quiero estar contigo. ¿No me lo puedes poder más difícil?
—No lo quiero poder difícil —refutó indignada, amarrando sus muñecas para sostenerse.
—No, claro que no. —Clavó su mirada en los labios mullidos y húmedos de Gúnnr—. Tú eres de las buenas… —Su gesto se contorsionó como si le doliera algo o como si echara algo de menos—. Estoy aquí. Solo quiero que lo sepas. Me tuve que ir para darme cuenta de que lo que siempre quise lo tenía delante. Soy patético.
—Eres un patán miope.
—Cállate ya, Gunny. Necesito gasolina para hoy. De verdad que lo necesito.
—¿Gasolina? —Repitió como un loro.
—Sí. Mímame un poco, florecilla, me has tratado muy mal.
Gúnnr se lamió los labios y sus ojos color índigo se entrecerraron. ¿Por qué Gabriel tenía que estar tan bueno? ¿Por qué se había vuelto tan dulce y tan sincero con ella? «Dímelo una sola vez. Si es verdad, dime una sola vez que me quieres. Yo soy de las que necesita oírlo».
—¿Quieres una descarga como el Tesla? —Se estaba volviendo maleable. La cercanía de su cuerpo la volvía loca y anhelante. Y todas las razones por las que no debería acercarse a él, se borraron de golpe.
—Dame un beso. Quiero algo dulce y azucarado. Quiero un recuerdo lleno de nube, porque hoy puede ser nuestro último día. Cada día puede ser el último y no quiero olvidarlo. Y si me voy de aquí y regreso al origen, quiero que sea tu sabor el que me acompañe.
—¿Mi sabor?
El cielo estaba nublado y traía lluvia. El agua golpeaba los cristales con timidez. Pero Gúnnr estaba perdida en los ojos azules de Gabriel y el clima le era absolutamente indiferente.
—¿Me das ese recuerdo feliz? —Susurró él con ternura.
Ella tragó saliva con fuerza y asintió con la cabeza muy lentamente, como si cada movimiento estuviera calculado. En realidad, lo estaba, porque estaba midiendo la grandeza del momento.
—Vale —contestó cautiva—. Pero la ropa sigue en su sitio después.
—Lo mismo te digo, valkyria.
Gabriel sonrió y pasó el pulgar por su labio inferior. Se inclinó y alzó la cara de Gúnnr hacia él. Sólo iba a ser un beso. «Sólo uno. No te vuelvas loco», se decía. Pero ella estaba bastante linda. Sus ojos eran una línea oscura; sus labios rosados se entreabrían para él. Acarició con sus labios los de ella. Una, dos, tres veces. Gúnnr le clavó las uñas en las muñecas. Sus alientos se entremezclaron. Se miraron fijamente y una pequeña chispa bailó entre los labios de él y ella. Gabriel sonrió y se pasó la lengua por el labio superior. Ella se acercó un poco más a él, con sumo interés, como si el cuerpo grande de Gabriel fuese un imán.
Él dejó caer la cabeza y pegó su boca a la de ella y se besaron. Le succionó el labio superior y le lamió el inferior. Luego se lo mordió y tiró de él.
Gúnnr dejó salir aire de sus pulmones y liberó sus muñecas para agarrarse al cuello de su jersey negro.
—Ábrete —le ordenó él.
Si era una orden, le daba igual. Gúnnr entreabrió los labios y Gabriel metió la lengua en su dulce cavidad. La valkyria tembló y le succionó la lengua. Él gimió y ella se envalentonó. Introdujo su lengua y le acarició los dientes y los labios con ella. Luego bailó con la de Gabriel, dándose sugerentes lametazos. Quería sentarse sobre él, a horcadas. Le encantaba esa posición y necesitaba sentir el cuerpo de su guerrero contra el de ella. Pero hacerlo y dejarse llevar significaba desnudarse de nuevo, porque ella no sabría parar y a tenor de la desesperación y el hambre que parecía tener Gabriel, él tampoco podría detenerse. No obstante, estaba bien besarse. A sus labios les gustaba besarse y a sus dueños también.
Era un beso. Pero ni Gúnnr ni Gabriel infravaloraban los besos. Eran conscientes de que en ellos podían decir todas las cosas que no se decían. Era como la colisión de dos mundos que, a través de la rendición, creaban uno nuevo. Efímero, pero más brillante y real que el mundo que ambos regentaban.
Gabriel cortó el beso sosteniendo todavía la cabeza de Gúnnr entre sus manos. Besó su barbilla, su mejilla y la punta de su delicada nariz. El pecho de Gúnnr subía y bajaba aceleradamente. Todavía no abría los ojos.
—Ya has puesto mi motor en marcha —susurró Gabriel sobre sus labios. La besó de nuevo, un beso que de rápido que fue ni siquiera lo sintió—. ¿Yo he puesto el tuyo?
Gúnnr abrió los ojos de largas pestañas negras. Los tenía pintados con kohl azul oscuro. Parpadeó para ubicarse y focalizar la cara amada de su Engel.
—¿Eh? —Dijo sin comprender la pregunta.
Él le regaló una sonrisa perfecta y blanca. Rozó su nariz con la de él.
—Que has puesto mi motor en marcha. Ya tengo gasolina, nena.
Nena. ¿Nena? ¡Por las visiones de las nornas! ¿Podía un hombre ser sexy hablando? «Muy bien Gúnnr. Reacciona. Que no piense que eres lerda».
—Mi motor es eléctrico. No necesita gasolina —sonrió por su ocurrencia.
—Entonces, te daré lo que necesitas. —Se estaba acercando inclinándose para besarla otra vez como un hombre desesperado. Pero el sonido del teléfono de la habitación lo detuvo.
Isamu les había citado. El programa de reconocimiento había captado una semejanza del noventa y nueve por ciento, y los filtros de audio se habían limpiado y podía escuchar lo que decían los dos hombres en el túnel.
El video era muy claro. Y las palabras que intercambiaban también.
—Avisad a Diablo. Que esté listo en una semana —había dicho el que iba encapuchado y tenía el rostro y el cuerpo quemado—. Seguid el procedimiento. Primero Batavia. Después Diablo. La lanza y la espada deber ir juntas. Abriremos el portal.
—Sí, señor —era lo único que había contestado el punk.
—Ah, y Cameron —había dicho el quemado—, quiero a la chica que detecta al martillo. Voy a disfrutar mucho cuando la tenga en mis manos.
Gabriel y Gúnnr miraron el video con atención. ¿Quiénes eran Batavia y Diablo?
Ya se imaginaban por qué querían a Gúnnr. Ella detectaba a Mjölnir y por tanto debían eliminarla, así que no les impresionó oírlo.
—Hay más —aseguró Isamu mientras recibía agradecido una taza de café de manos de Jamie—. El del rostro quemado es el mismo que dibujó la niña del clan de Wolverhamptom.
—¿El mismo que dibujó Nora? —Preguntó Gabriel asombrado.
Nora había dibujado al hombre que veía en sus sueños, como uno de los que estaban en contacto con Loki y practicaban el Seirdr.
Hacía poco que la pequeña había logrado verle el rostro ya que, las últimas veces que lo había dibujado, siempre lo veía de espaldas a ella, con el pelo largo por debajo de los hombros y el tronco desnudo. Sin embargo, Nora por fin lo había visto, y el programa de reconocimiento facial le delataba.
—Entonces, se trata de Hummus —dijo Gabriel—. Me explicaron que era un berserker, y que parece ser el líder de Newscientists y la secta Lokasenna. Ha atentado contra los clanes hace cuatro días y sobre todo ha intentado herir a la Elegida. Atemos cabos. Hummus aparece quemado en los túneles de Chicago el día después de haber instalado las cámaras. Hace una semana que esto fue grabado. En el video habla de la lanza y la espada, y de dos hombres: Batavia y Diablo. Ellos abrirán el portal.
—Batavia no es el nombre de una persona —aseguró Jamie con seguridad.
—¿No? —Gabriel frunció el ceño.
—Batavia, sobrino, es el nombre de una ciudad que está en el condado de Kane. Cerca de Wheaton y Geneva. Es además, muy popular porque allí se encuentra el Fermilab.
—Claro —exclamó Isamu—. Es el laboratorio de física de altas energías, donde se halla el segundo acelerador de partículas más potente del mundo. Caray… Esto empieza a dar mucho miedo.
Los cinco ataron cabos inmediatamente.
—Mjölnir está en la sede de Newscientists en Wheaton. Ren nos espera allí, y va a facilitarnos la entrada —dijo Gabriel—. Debemos recuperar el martillo.
—¡Ren es un traidor! —Gritó Bryn—. ¡Lo sabía!
—No lo es —le prometió Gabriel—. Generala, tienes que confiar en mí. El asunto tiene muy mala pinta, pero creo que ya sabemos todos por dónde van los tiros. Y no tenemos tiempo que perder. Tío Jamie —dijo Gabriel—. Necesito que te pongas en contacto con los clanes de la Black Country y les informes de todo lo que hemos descubierto. Nosotros nos vamos a Wheaton inmediatamente.
Jamie asintió.
—¿Y si es una trampa? —El hermoso rostro desafiante de Bryn se encaró con el Engel—. Ya hemos perdido a muchos. Róta está en manos de ellos, y no le puede pasar nada…
—Por eso no podemos fallar esta vez —Gabriel cogió de los hombros de Bryn para tranquilizarla e insuflarle confianza—. Tenemos que aprovechar que el viento, a veces, sopla a nuestro favor.
Gabriel, Bryn y Gúnnr viajaban hacia Wheaton en el Tesla.
Miyako, Aiko e Isamu, iban tras ellos en un Jeep Wranglers de color negro metalizado y con los cristales tintados.
En el horizonte, el sol manchaba las espesas nubes, pero no lo suficiente como para dar claridad. Estaban preparados para todo. Era ahora o nunca.
El manos libres se encendió y la voz de Miya emergió con claridad.
—Engel.
—Sí —contestó Gabriel mirando la carretera.
—Milwaukee va hacia Betavia. Se están movilizando.
—¿Llegarán a tiempo?
—Lo intentarán.
—De acuerdo. ¿Cómo vamos a entrar?
—Tendrás que cederme el liderazgo unos minutos, ¿podrás con ello?
—No. No podrá —murmuró Bryn con malicia.
Miya se echó a reír y cortó la comunicación.
En el Tesla, Gúnnr miró a Gabriel con preocupación.
—¿Por qué confías en Ren? —era una pregunta obvia. Todo indicaba que Ren podía tenderles una trampa.
Gabriel miró por el retrovisor y fijó sus ojos azules en el Jeep.
—Porque Miya confía en él y yo confío en Miya. Sé que el samurái no permitirá que Ren le traicione.
—¿Cómo puede controlar eso? Es imposible —Bryn vestía de negro y rojo. Pantalones negros, botas negras y un corsé negro y rojo, muy apretado, se había puesto una chaqueta oscura por encima. La Generala estaba muy enfadada y tenía ganas de meterse de lleno en la guerra.
—No lo puede controlar. Pero sí puede cortarlo de raíz cuando lo vea venir —contestó Gabriel.
—Debe de ser doloroso que un amigo te traicione de ese modo —supuso Bryn—. Las valkyrias no soportamos la traición. Y llevamos a cabo el ojo por ojo.
—Ya me he dado cuenta —murmuró mirando a una silenciosa Gúnnr—. Pero Miya sabe lo que tiene que hacer, y si descubre que al final ha sido traicionado, no lo cortaría de raíz por venganza. Lo cortaría de raíz por respeto a Ren. —«El samuráis es digno y leal», pensó—. ¿En qué piensas, Gunny? —la valkyria estaba meditativa y miraba al frente con un gesto claro de concentración.
Gúnnr se encogió de hombros.
—Creo que si Ren consigue abrirnos las puertas de Newscientists y recupera así a Mjölnir, habrás aplicado con éxito todo lo que te decía Sun Tzu.
Gabriel se quedó sorprendido y, sino estaba enamorado de ella, acabó de caer en sus redes después de esa conclusión a la que la joven había llegado.
—¿Por qué crees eso?
Gúnnr se quitó una pelusa invisible del legging negro.
—Porque he leído varias veces el manual de ese hombre y creo que se opone a la guerra, como tú. Tú no buscas un enfrentamiento abierto entre ellos. No nos hemos citado en un campo de batalla en ningún momento. Has ido dando pasos de hormiga sabia y has llegado al corazón de sus centros de operaciones, sin hacer ruido, justo cuando menos se los esperaban… Sabías lo de Ren y no lo habías dicho a nadie. De ese modo te infiltras en las líneas enemigas y descubres sus secretos.
—¿Has leído a Sun Tzu? —preguntó con una erección de caballo. Esa mujer se había colado directamente en su alma y en su pantalón.
—Sí. —Se sonrojó, pero intentó dar un tono de poca importancia—. Te gustaba tanto que quería entender qué veías en él. Y ahora lo comprendo. Puedes conseguir lo que quieras si no haces demasiado ruido.
Dios mío. Quería dar un frenazo y besarla hasta que los dos ardieran.
—Y dime, ¿por qué crees que ahora es el mejor momento para atacarles?
Gúnnr inclinó la cabeza a un lado y se mordió la uña del pulgar mientras cavilaba cuál era la mejor respuesta.
—Es ahora, no sólo porque se hayan dado las condiciones gracias a Ren, sino porque ellos se sienten ganadores. Hemos volado sus túneles, pero ellos tienen a Róta, a los tótems y han asesinado a nuestros amigos. Además, Khani cree que Ren está con él y que es un chivato. No esperan nada de lo que les vas a pasar y se revuelcan en su gloria particular. Si no recuerdo mal, tu querido maestro dice algo así como: «Cuando ellos están satisfechos, prepárate a luchar; cuando se sienten poderosos, evítalos».
«Me la como. Yo me como a esta mujer en cuanto pueda. No se va a librar de mí nunca más».
—Mjölnir está cerca —murmuró Gúnnr con la palma abierta contra el cristal—. Y lo están manipulando. Me llama, Gabriel… —Susurró.
El Engel puso su mano sobre el muslo de Gúnnr y levantó la palma hacia arriba. Gúnnr la miró dubitativa y, al final, entrelazó sus dedos con los de él y comprobó la diferencia física que había entre ellos. Se sentía diminuta a su lado.
Wheaton estaba a cuarenta y cinco minutos de Chicago. Newscientists estaba en los alrededores de Cantigny, unos jardines botánicos espectaculares de doscientas hectáreas. Newscientists se erigía ahí como un edificio de cuatro plantas, todo acristalado, para que vieran lo que hacía con total transparencia. De cara a la sociedad trabajaban con sustancias y materiales quirúrgicos; debían guardar las apariencias. Arriba estaban las oficinas, pero Gabriel sabía que la verdadera vida de Newscientists estaba bajo el edificio. Como había pasado en Londres, en la calle Oxford, nadie imaginaría nunca lo que allí se hacía realmente, pero el clan vanirio de Miya conocía perfectamente lo que pasaba en su interior. Allí habían llevado a algunos miembros secuestrados de su clan.
Eran las nueve de la mañana. La hora exacta.
Gabriel se preparó bien en el interior del Tesla. Se colocó las protecciones de hombros y torso, y ayudó a colocárselas a sus valkyrias. Se colocó los puños americanos de titanio y revisó sus esclavas. Iban a entrar por el parking subterráneo que tenía entrada particular y directa al edificio.
Bryn y Gúnnr hicieron lo mismo con sus bue.
—Gúnnr, no hace falta que te diga nada, porque eres toda una guerrera —le dijo Bryn—. Pero como no tengas cuidado, te mataré.
Gúnnr sonrió y colocó su frente sobre la de ella.
—Mangue takk for alt, nonne. Jeg I hjertet[32].
El rostro de Bryn se enterneció y reflejó el más profundo vínculo entre mujeres. Uno invisible lleno de respeto, solidaridad y cariño. Como debía ser. La Generala sonrió a su hermana pequeña y se rindió a su aceptación y amor.
—Jeg I hjertet, nonne[33]. —Contestó Bryn besándola en los labios. Se apartó de ella y miró a Gabriel—. Estoy lista, Engel.
Gabriel asintió y miró a Gúnnr.
—¿Y tú, florecilla? ¿Estás preparada?
Gúnnr se levantó del capó del Tesla y clavó la vista en el edificio que iban a demoler, Mjölnir estaba ahí y ella sabía como encontrarlo. Solo tenía que dejarse llevar.
—Vamos por ellos, capullito.
Entraron por el parking donde se encontraron a Miya. El guardia no estaba, tal y como le había informado Ren. El vanirio había abierto las compuertas para que ellos pudieran entrar y además había congelado las imágenes de los monitores de seguridad.
Miya les guio hasta los ascensores. El plan era llegar a las plantas inferiores.
Khani estaba en una sala magnetizada con Ren. Ren nunca había estado en Newscientists, pero, al parecer, tenía tres plantas más subterráneas. La primera era la que estaba protegida por vampiros y lobeznos, y allí es donde debían ir.
—De acuerdo —Miya desenfundó su espada y dejó que la luz del ascensor la bañara—. Llegados hasta aquí, lo principal es no dejar que sepan que estamos en su casa. Todas las plantas tendrán un sistema de alarma y nos vendría muy mal que lo activaran, porque lo primero que evacuarían sería a Mjölnir. Ren me ha dicho que cada planta tiene su propia red de electricidad, es decir, que no hay una caja común para todas. Por tanto, si queréis fundir plomos, podéis hacerlo. No sabemos donde están la espada y la lanza. Pero yo sí sé algo con seguridad y es que Róta esta aquí.
Gúnnr y Bryn se agitaron ante la noticia. La Generala no dejaba de tocarse el esternón como si algo le hubiese sentado mal.
—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Gúnnr.
—La puedo oler —dijo sin más. Sacó el bote de pastillas Aodhan y se metió dos en la boca. Las tragó a palo seco. Sí, Róta estaba ahí, y era un olor impregnado de dolor y sufrimiento, pensó lleno de ira.
—Róta sigue viva —aseguró Bryn con los ojos llenos de lágrimas—. Pero está débil y siente mucho dolor.
Gúnnr y Gabriel apretaron los dientes. Debían salvarla de ahí. A ella y a todos los que hubiese encerrados con ella.
—Éste es el plan. Nos dividimos en parejas —dijo Miya—. Gúnnr y Gabriel, y Bryn y yo. Aiko e Isamu estarán fuera controlando lo que pase alrededor. Cuando veamos a Ren, él nos dirigirá hacia Róta y podremos liberarla.
Salieron del ascensor con las premisas claras. Al parecer, la planta menos uno en la que se hallaban tenía dos guardias que revisaban la sala de monitores. Ambos tenían la runa de Loki en el brazo.
—Bryn —murmuró Gabriel—. Rompe las pantallas.
La Generala centró sus ojos azules e la sala, caminó hacia ella.
—¡Eh, mira! —Le dijo un guardia al otro—. Vaya hembra —gruñó rizándose el espeso bigote—. Ven aquí, guapa y dinos en qué podemos ayudarte.
Bryn sonrió con suficiencia. Levantó la mano con la palma abierta y luego la cerró haciendo un puño. Miles de hebras eléctricas salieron de él e impactaron en las pantallas de los monitores. Cualquier aparato eléctrico dejó de funcionar, y eso provocó un cortocircuito en la planta. Luego espoleó sus bue y sacó su arco y dos flechas. Las colocó en la cuerda y atravesó las cabezas de los sorprendidos guardias que murieron con caras de autentico terror.
Gabriel miró a sus guerreros.
Miya sonrió.
Gúnnr clavó la mirada en la compuerta metálica que se abría y se cerraba al fondo. Se oyeron gritos de sorpresa y estupefacción. Nadie sabía lo que pasaba.
Gabriel sí. E iba a hacérselo saber a Khani.
—Por esa puerta de ahí —señaló Gúnnr con su arco en mano—. Mjölnir está ahí.
—Ahí es donde nos espera Ren —aseguró Miya.
Corrieron juntos hasta su destino.
Gabriel fue el primero que, con sus dos espadas en mano, cortó las cabezas de dos lobeznos que corrían por los laterales de las paredes desafiando las leyes de la gravedad y lanzándose hacia ellos. Aquellas bestias salvajes atacaban sin orden alguno. No eran inteligentes, eran sólo fuerza y violencia, pensó Gabriel. Dos más arremetieron contra él, pero una flecha color rojo atravesó la cabeza de uno de los lobeznos y eso permitió que Gabriel se encaramara de rodillas sobre los hombros del otro y clavara sus dos espadas en el cráneo de la bestia, ensartándolo por completo. Miró hacia atrás y se encontró con Gúnnr, sacándole la lengua y sonriendo como una niña pequeña.
—¡Cuida tu culo! —Le gritó la valkyria.
Gabriel soltó una carcajada, dio un salto mortal hacia atrás e hizo un bloqueo a un par de humanos que intentaban detener la estampida de sus guerreros. Les cogió ambas cabezas y las chocó la una con la otra, matándolos en el acto.
En la Black Country los vanirios y berserkers tenían un pacto de no agresión a los humanos, pero no a los títeres de los jotuns. Él, como guerrero, no iba a dejar a títere con cabeza.
Bryn lanzaba rayos a diestro y siniestro. Primero los hería y luego los quemaba.
Gúnnr se limitaba a esquivar los golpes y a ensartar jotuns como si se tratara de la mejor de las elfas. Bryn era la mejor arquera, pero Gunny no se quedaba atrás.
Miya era increíble. Se deslizaba sobre el suelo a gran velocidad. Sus cortes eran certeros y nunca fallaba.
¿Cuántos habrían matado? ¿Se consideraba genocidio cuando las víctimas eran seres demoniacos hijos de Loki? Ya no importaba.
Llegó un momento en el que ya no los atacaban: No salía ningún jotun más de ningún sitio para acecharles. No habían tardado ni quince minutos en sacárselos de encima. Al fondo, una sala se iluminaba a ráfagas y se escuchaba el sonido crepitoso de algo eléctrico en marcha. Algo que no necesitaba electricidad para funcionar.
Gúnnr sintió que ella misma se cargaba de energía y caminó hacia delante.
Gabriel la detuvo con su brazo y le hizo negaciones con la cabeza.
—Detrás, florecilla. No te expongas.
Gúnnr asintió y obedeció a Gabriel.
Entraron los cuatro, manchados de sangre, con pasos llenos de seguridad. La sala estaba plagada de metales y cristales por todos lados. Era cubicular.
En el centro de una plataforma había una caja cuadrada de cristal oscuro.
—¿Ren? —Preguntó Miya.
—Ren te va a matar, perdedor —dijo Khani, apareciendo detrás de la caja, vestido de negro, con aquella sonrisa de colmillos afilados—. Id a por ellos.
Ren salió de detrás de Khani con el rostro en sombra. Tenía ojeras, los ojos muy blancos y expresión de desquiciado. El pelo de punta rubio y negro estaba desordenado, como si se hubiera pasado los dedos una y otra vez, y hacia todos lados.
—Ren —musitó Miya con pena—. ¿Hermano? ¿Sigues ahí?
Un grupo de ocho vampiros y lobeznos les rodeó.
—Atácales, Ren —ordenó Khani.
El vanirio no se movió. Miró fijamente a los que todavía reconocía como sus amigos, pero no les atacó; no movió ni un músculo.
—Gúnnr. Bryn —dijo Gabriel asintiendo con la cabeza.
Las valkyrias dirigieron las palmas de sus manos hacia los jotuns que les rodeaban. Dos rayos azules con una potencia sublime atravesaron a los ocho y cayeron fulminados al suelo. Gabriel y Miya, se limitaron a rematarlos en el suelo, ante la incrédula mirada de Khani.
—¡Maldita sea, chino de mierda! —Khani empujó a Ren—. ¡Muévete, joder!
Ren lo miró por encima del hombro y le dirigió una mirada asesina.
—Soy japonés. Capullo. —Alzó la pierna y golpeó la cara del vampiro. Khani cayó al suelo. Ren lo cogió por las solapas de su inseparable americana y lo arrastró hasta donde estaba Miya.
—Os regalo a Khani, y os regalo toda esta escoria —señaló la sala abriendo los brazos—. Pero ya no puedo continuar. —Miró fijamente a su amigo Miya—. La valkyria del pelo rojo está en la planta menos tres. No está sola, hay muchos otros que la acompañan. Son todos rehenes.
—¡Ni tú ni nadie puede salvar a Róta! —Gritó Khani con el labio abierto y sangrante—. ¡Ella es de Seiya! ¡Sí! ¡Ella es de tu hermanito! —Khani rio fuertemente mirando a Miya.
Miya palideció y apretó los mangos de las espadas.
—¡Seiya no está aquí! —Gritó Miya—. ¡Él no ha tocado a Róta! ¡No!
Khani echó el cuello hacia atrás y rio con más ganas.
—Sigo sin creerme que seáis hermanos. Uno ambicioso y el otro tan conformista. Seiya sabe lo que quiere, no como tú. Cuando cogimos a la valkyria me pareció curioso que ella oliera a ti. Se lo comuniqué a Seiya y vino inmediatamente a conocerla. No tardó en confirmarlo. Él dijo que habías marcado a la valkyria, que te podía oler en ella. Sois hermanos y tenéis gustos similares, así que ¿quién puede culparle por lo que hizo? Simplemente, él la vio y la tomó para él.
Miya se giró y corrió con desesperación para ir a buscarla. Bryn lo siguió igual de afectada.
—No la busquéis —dijo Khani entre carcajadas poseídas de maldad—. No está aquí. De hecho, salieron hace diez minutos.
Gúnnr se acercó a Gabriel y le susurró.
—Algo va mal.
—Dime.
—No siento a Mjölnir. En esa caja de cristal negro no está el martillo. No… No lo siento ya. Lo están moviendo.
Gabriel detuvo a Miya, que estaba lanzando la katana contra Khani, el cual atemorizado, se cubría con los brazos.
—No nos sirve de nada muerto, Miya. Ren. —Se quedó mirando al samurái—. ¿Estás seguro que Mjölnir sigue aquí?
Ren miró la caja de cristal negro con interés. Miya todavía seguía con la katana en alto.
—Debería estar ahí —contestó Ren.
—¡Por supuesto que no! —Exclamó Khani entre dientes—. ¿Crees que soy entupido? ¿Crees que no tengo un plan de evacuación para estos casos? Soy igual de estratega que tú, rubito —miró a Gabriel—. Cambié la caja sin que nadie se diera cuenta. Presiono un botón y la caja viaja hasta donde realmente importa. Es decir, fuera de vuestro alcance. Y a cambio, se coloca esa preciosa cajita encima para sustituir la otra.
Ren se acercó a la plataforma. La caja estaba situada sobre un tubo hueco que conectaba con un subtúnel. El todavía vanirio dio un salto en ella y cayó de pie sobre el cristal. No había ni rastro del martillo en ella.
—Lo han sacado —dijo bajando de un salto—. Tiene razón. No he visto cómo lo ha hecho. Lo lamento.
—Por supuesto que tengo razón puto traidor. Ya apenas te queda alma, ¿cómo es posible que me hayas traicionado?
Gabriel intentó no perder el control. Nunca, en su tiempo como líder, se había sentido tan contrariado como en esos momentos.
Miya pateó a Khani con fuerza.
—¡¿Dónde está Róta?! ¡¿Dónde está?! —Gritaba mientras lo golpeaba poseído por los demonios de la ira y la rabia.
Gúnnr apretó los puños y se dirigió hacia Khani. La valkyria lo miró de arriba abajo. Gabriel abrió su iPhone y encendió el programa vía satélite que localizaba energía electromagnética fuera de control. Un punto rojo e intermitente se movía hacia Winfild.
—Isamu y Aiko —dijo Gabriel presionando el comunicador de su oreja—. ¿Ha salido algún camión o algún tráiler del parking?
—Hace diez minutos —contestó Isamu a través del comunicador.
—Seguidlo e intentad detenerlos. En ellos van Róta y Mjölnir. ¿Qué se sabe de los berserkers?
—Los chuchos ya están en Batavia —contestó Isamu.
—Bien. Que no se muevan de ahí. Que rodeen Fermilab y destrocen el acelerador. Nadie debería utilizar eso nunca. —Gabriel se presionó el puente de la nariz.
—¿Cómo lo has averiguado, rubito? —preguntó Khani con asombro.
—Soy igual de estratega que tú, pero soy mucho mejor. Miya y Bryn, necesito que, por un momento, dejéis las emociones a un lado —les pidió—. Necesito a Khani vivo.
Gabriel se pasó las manos por la cara y gritó de rabia e impotencia.
—Al menos lo tenemos a él. Y es un cobarde. Cantará, Gabriel —prometió Gúnnr queriendo darle apoyo—. Le haré llorar. Igual que… que ha hecho llorar a Róta —dijo emocionada sin poder detener sus lágrimas.
—Lo sé, Gunny —la acercó a él y la abrazó con fuerza. A su querida Gúnnr le pesaba más el no haber recuperado a su amiga que Mjölnir se les escapara de los dedos. Ella hundió el rostro en su pecho.