Gúnnr no había esperado que Gabriel fuera a verla después de todo lo que había pasado, aunque se había encontrado deseándolo desde que había dejado a Bryn dormida en su suite. Como no quería dormir sola y quería abrazar a Chispa, la había recogido de la suite de Jamie como casi cada día, y se la había llevado con ella. Pero Chispa ya estaba dormida, y ella… ella se sentía inquieta.
Se sentía inquieta porque sabía que Gabriel iba a castigarla, pero por otro lado no esperaba que fuera inmediatamente, porque necesitaba preparar a su corazón para otro varapalo. Por lo visto, para el guerrero era importante demostrarle que seguía mandando aunque hubiese estado unos días ausentes.
Gúnnr era un mar de contradicciones.
Quería verle y no quería verle. Quería confiar en él, pero no confiaba. Quería decirle que ella no había roto el kompromiss, no en realidad, pero no quería que la pisoteara de nuevo. Quería pegarle y besarle a la vez. Y Gabriel la estaba mirando de un modo muy raro, como si la estuviera viendo por primera vez. «Entereza, Gunny. Debes mostrar entereza».
—¿Qué haces aquí?
Gabriel se encogió de hombros. Llevaba unos tejanos claros y una camiseta blanca de manga corta. En el hotel no hacía nada de frío.
—Vengo a cobrar lo que me debes —entró sin pedir permiso e inhaló el olor de Gúnnr; también percibió el olor a leche dulce que destilaban la piel y el pelo de Chispa.
Gúnnr se retiró el flequillo de los ojos y permaneció impasible.
Cerró la puerta tras ella y caminó muy recta hasta donde estaba el sofá. Él había venido a eso y no debía olvidarlo.
—Vienes a castigarme por haber hecho que secuestren a Róta. Y vienes a echarme la culpa de las muertes de las gemelas, de Reso y de Clemo, ¿verdad?
Se colocó frente al sofá, de espaldas a él. Tomó el mando de la televisión con la mano temblorosa y la encendió.
—¿Quieres que ponga la MTV para que no me oigan gritar?
Gabriel se sintió mezquino por haber creado esa tensión entre ellos.
Ella pensaba que la iba a tratar como la última vez, y no podía culparla por creer algo así. Dios, cuánto daño le había hecho. Dejó el regalo y el libro sobre la mesilla que había frente al sofá, y se quedó mirando la espalda y los muslos desnudos de Gúnnr, llevaba una cola alta. Iba descalza, tenía las uñas de los pies y de las manos pintadas de azul oscuro y estaba tan sexy que se ponía duro con verla.
La valkyria se estaba levantando la camiseta roja extra grande de la NBA. Era roja y tenía un toro que lo miraba desafiándole. «Un toro contra otro toro», pensó él. Antes de que ella se la quitara y él perdiera toda capacidad de hablar o razonar la detuvo con una única palabra:
—Mírame.
Gúnnr cerró los ojos con fuerza y se giró, colocándose de cara a él. Seguía siendo el Engel y ella le obedecería. Gabriel tenía las manos en los bolsillos delanteros de los tejanos. Y sus ojos azules no reflejaban enojo de ningún tipo, ni odio hacia ella. Solo la miraban, sin perder ningún detalle de su persona, y Gúnnr empezó a perder la paciencia.
—Oye no necesitas hacer nada de esto… —estaba nerviosa. Se sentía extraña, como si esperara cosas imposibles—. Quiero decir que, si tienes que utilizarme, si quieres azotarme o lo que sea que necesites para castigarme, hazlo. Puedes hacerlo, los Dioses lo permiten, ya lo sabes. Entre tú y yo no hay nada como para preocuparse luego por posibles arrepentimientos o reproches. Nuestro kompromiss no sirve en este caso.
Gabriel sintió un puñal que le perforaba las entrañas. Gunny hundía el cuchillo cada vez más, y tuvo miedo de no poder arreglar lo que había roto. El único modo de acercarse a ella era que lo viera como el hombre que en realidad era, el que le habían enseñado a ser. Pero no era tarea sencilla liberarse de la armadura.
—Ya he leído el libro que me regalaste. Es muy bueno.
A Gúnnr se le dilataron un poco las pupilas y ése fue el primer gesto que indicaba a Gabriel que ella estaba tan nerviosa como él, pero además, la joven estaba a la defensiva.
—Que bien. ¿Me quito la ropa ya?
El Engel caminó hacia ella.
—No es tu estilo ser tan fría y tan indiferente.
—Tú me has hecho así. Acostúmbrate.
Otra bofetada más. La miseria también podía instalarse en el alma de los hombres.
—Mi nombre de humano era Gabriel Feliu —dijo armándose de valor—. Hijo único. Mi padre… mi padre era un militar muy respetado, un hombre que de cara a los demás era ideal y perfecto, pero que en casa era un dictador hijo de puta. Él siempre quiso que yo siguiera sus pasos, no por orgullo ni nada de eso, sino porque él era el jefe y en casa se hacía lo que él decía.
Gúnnr dio un paso hacia atrás y se asustó. Frunció el ceño.
¿Qué estaba haciendo? ¿Qué le estaba contando? Ella no quería saber nada de eso ¿Qué importaban todos esos detalles cuando Gabriel la había tratado como lo había hecho en los últimos días juntos tanto en el Valhall como en el Midgard?
—No te alejes, Gúnnr —le rogó llegando hasta ella y agarrándola de las caderas—. Esto es difícil para mí.
—¿Qué pretendes?
—Hablar contigo.
—Esto no es lo que venías a hacer… —Quiso retirarse, pero Gabriel la clavó en el sitio.
—Mi padre necesitaba el poder continuamente. Él me hizo la vida imposible, cualquier cosa que me gustara, me la echaba por tierra. Nunca me llevé bien con él, él me odiaba y yo dejé de reclamar su atención. Él era un destructor, Gunny. Un hombre machista y arrogante. En la Tierra hay muchos de ésos, ¿sabes? Un ególatra que solo ayudaba a los que no le conocían, y lo hacía solo de cara a la galería, porque él consideraba que así se hacían los amigos. Tenía un concepto mafioso de la amistad, mi madre fue una víctima suya, mi tío también y por supuesto yo también lo fui. Todo lo que ves malo en mi, Gúnnr, todo es de él. Lo llevo en la sangre y no me lo puedo sacar de encima.
A Gúnnr se le empañaron los ojos, pero quiso mantener las distancias.
—No puedes culpar a tu padre por tus acciones. Tu no eres él.
—Sí, lo empiezo a creer, florecilla… —debía continuar y contarle toda la verdad—. Mi tío Jamie me quería mucho. Él me enseñó todo lo que mi padre no quiso enseñarme. Pero a mi padre le pareció vergonzoso que mi tío fuera homosexual y le molestó, y le increpó hasta alejarlo de mí para siempre. Mi padre demandó a mi tío, le acusó de pedofilia hacia mí y nunca más volví a ver a mi tío. Por supuesto, era falso. Yo entonces era un niño, era menor de edad, no sabía lo que pasaba, pero llegué a comprender que era algo malo y muy feo. Un día entendí lo que era la pedofilia y oí hablar a mi padre sobre ello en relación a mi tío. Lo negué rotundamente delante de sus amigos. Eso ofendió tanto a mi padre que no me pude sentar en una semana; yo entonces tenía quince años. Cuando crecí, lo desafié de todas las maneras posibles. Nunca haría ni me convertiría en nada de lo que él esperaba. Jamás. Decía que todos los hombres que trabajaban con ordenadores eran maricas de cuatro ojos, incompetentes que escondían su falta de hombría tras una computadora. Así que yo decidí estudiar ingeniería técnica en sistemas y joderle a mi manera. Decía que estudiar mitología o leer libros fantásticos era una pérdida de tiempo y yo empecé a comprar solo ese tipo de libros y realicé un crédito de mitología nórdica en la universidad. Estaba en contra de los hombres de pelo largo, así que empecé a dejármelo largo —se llevó la mano al pelo y sonrió como si se disculpara—. Me dijo que nunca sería nadie sin él, que dependía de él económicamente y yo me puse a trabajar a partir de los diecisiete. Él nunca me pagó nada desde entonces. Yo pagué mis estudios y todo lo que necesité. Afirmaba que los animales existían para comerlos y me hice vegetariano. Y así en un sinfín de cosas. Pero hubo algo por encima de todo lo demás que me afectó mucho hasta el día de hoy; me repitió, una y otra vez, que yo iba a ser como él porque por mis venas corría la misma sangre que por las suyas. Y al margen de todo lo que te he contado, a mi me aterrorizaba creer eso por pensar que alguna vez podría tratar a una mujer como él había tratado a mi madre. Eso era lo que más me preocupaba.
—Gabriel… no tienes que… —Dijo fascinada por el tono de su voz y por ver la mirada transparente y sincera de él. Estaba tan distinto.
—¡Gúnnr! —le apretó las caderas con los dedos. Tenía la cara compelida—. Necesito contártelo. Nunca se lo he explicado a nadie. Solo a ti. Quiero que me escuches. Mi… madre era frágil. Era dulce, como una flor, ¿sabes? Siempre tenía una sonrisa para todo el mundo, pero no tenía mucho carácter. Era la mujer perfecta para un hombre como él, un hombre que destruía la belleza. Él era la bestia y ella era la bella. Pero en términos completamente literales a niveles psicológicos. Con el tiempo, mi madre se apagó y dejó de brillar. Mi padre hablaba por ella. Mi padre la vestía, mi padre sabía que era lo mejor… mi padre logró destruir todo lo bueno que había en mi madre y, al final, consiguió ponerla también en mi contra.
—Gabriel…
—Y eso me destrozó. Odiaba a mi padre por ser tan cabrón y compadecía a mi madre por ser tan débil. Con el tiempo, el odio y la compasión se convirtieron en indiferencia… pero incluso a veces —susurró tocándose el pelo—, a veces, vuelve el pinchazo a la altura del corazón y me dice que no pude ser lo que ellos querían.
Gúnnr escuchaba atentamente cada una de sus palabras. Gabriel se estaba abriendo para ella, pero había algo de lo que había dicho que no concordaba con lo que ella sabía sobre él.
—Yo… creo que… en realidad no podías ser lo que tú no querías ser. Eso fue lo que aprendiste de ellos, a ver todos sus errores y a no copiarlos. Los errores de tus padres no deben convertirse en los tuyos.
El Engel se estremeció al oír las palabras de Gúnnr.
—Pero, Gunny también aprendí que era lo que no quería para mí. Ahora sé que me aterran las mujeres como mi madre. Porque el Sargento siempre me decía que yo iba a ser como él, y lo último que deseaba era hacerle daño a una mujer, hundirla y robarle su autonomía, justo como él había hecho con ella.
—¿Adónde quieres ir a parar? ¡¿Por qué me cuentas esto?! —gritó ella aturdida por toda esa información y por lo vulnerable que él se veía. No debía dejarse engañar. Tenía que aclarar las cosas—. ¡¿Crees que soy como tu madre?! ¡¿Por eso elegiste a Daanna?! ¡¿Por qué ella es todo lo que yo no soy?!
—¡No! —Gabriel le puso las manos en las mejillas—. ¡No, Gunny! Solo te estoy contando porque he tenido tantas reservas hacia ti, pero eso no quiere decir que haya estado en lo correcto. Te dije que cometí muchas equivocaciones. En Daanna vi a una mujer muy fuerte, que no daba nunca nada a torcer. Valiente y poderosa como pocas.
—¡Para! —le dijo ella empujándole y apartándose de él. Le dolía que Gabriel hablara de ella con esa admiración.
—¡Escúchame! —corrió hacia ella y la inmovilizó rodeándola con los enormes brazos. Pero Gúnnr luchaba y tenía mucha fuerza—. Escucha, por favor… pensaba que estaba encaprichado con ella y la puse en un altar como si fuera el único tipo de mujer que un hombre como yo, con unos genes tan destructores, podía tener a su lado. Me convencí a mi mismo diciéndome que la quería cuando, en realidad, Daanna me hacía de parche. ¿Sabes cuál es la verdad, florecilla?
—No quiero saberla —lloró removiéndose contra él—. ¡Suéltame!
—La verdad es que me asusta querer; me da miedo entregarme, porque tengo miedo de… ¡Gunny, por favor, quédate quieta! —La joven se paralizó, tiesa como una vara—. Tengo miedo de parecerme a él y hacer daño a la mujer que pueda compartir mi vida. Tengo miedo de ser igual de mezquino y ruin y aprovecharme de la debilidad y de la bondad de otros. Daanna me sirvió para ponerla entre tu y yo, fue un modo de mantenerte alejada de mi, de poner distancia entre nosotros… de ese modo nunca lo intentaría contigo, nunca comprobaría si mi padre tenía razón o no respecto a mí.
Gúnnr se indignó y alzó la cabeza para mirarle directamente a los ojos.
—Porque yo soy la débil. Yo soy la florecilla. Te doy alegría. Crees que a mí me puedes aplastar, que yo no tengo carácter… —intentó sacárselo de encima al entender lo que él decía—. No todas somos como tu madre. Déjame en paz, Gabriel. Déjame…
Frustrado, pensó que con Gúnnr solo funcionaban las órdenes. Pero no quería órdenes, deseaba que ella lo tocara y le acariciara a su antojo, sin necesidad de que él le exigiera nada. Deseaba que Gúnnr fuera su compañera de batalla, de juegos, de cama y de vida. Solo con ella él podría ser quien era realmente y superar su miedo al amor. Porque Gúnnr le daba una lección tras otra, y él aprendería de ella toda la vida y le daría lo mejor de él a cambio.
—No te voy a dejar. Ya te lo he dicho —hundió la cabeza en su cuello y murmuró sobre su piel—: Ahora sé lo que quiero. Quiero esto. Déjame dormir aquí. Necesito que me abraces, Gunny… lamento lo que pasó la última vez. Lo lamento. Déjame dormir contigo y con Chispa. ¿Es mucho pedir?
A Gúnnr se le deslizaban las lágrimas por las mejillas. Tenía los ojos rojos. Se apartó de su abrazo.
—Sí, es mucho pedir. No quiero abrazarte. Solo tengo ganas de hacerte daño como tú me lo has hecho a mí, no soy tan buena como crees y debes saber que valkyria y misericordia son palabras casi antagónicas. Han sido unos días muy duros y… he perdido a muchos amigos.
—¡Yo también! ¡Yo mismo me he tenido que encargar de Reso, Gúnnr! —Exclamó destrozado—. Yo también he perdido amigos, pero ya no quiero perder más cosas…
Gúnnr tragó saliva y sintió el dolor de Gabriel como suyo.
—No me siento dulce ni para decirte cariño ni para darte calor, Gabriel. Ve a buscar a otra —espetó sin sentirlo.
—Te lo pido como amiga —debía parecer patético. A punto de echarse a llorar ante ella porque Gunny no le quería y no le perdonaba—. Podemos dormir… como amigos.
—¿Amigos? Tú y yo no somos amigos.
—¿Tampoco?
—No. Los amigos no se abandonan, ni tampoco se niegan.
—¿Ya no me quieres?
—¡No! —Contestó llena de furia—. Que yo recuerde nunca te dije esas palabras, por mucho que me provocaras la última noche. ¿No te dice nada eso?
Gabriel dejó caer los hombros y miró al suelo, pasando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. Gúnnr se mordió el labio al verlo tan desamparado. Aquel hombre quería desquiciarla.
—Entonces… entonces castígame, Gúnnr. Si es lo que quieres para sentirte mejor, castígame como yo hice contigo —le ordenó levantando los ojos y dejándole que viera el deseo descarnado en su mirada negra—. Si es lo que quieres hacer conmigo, adelante. —Se sacó la camiseta blanca, y mostró el torso musculado y moreno, los hombros anchos e hinchados, y el estomago con una serie de abdominales increíbles. Su piel dorada hacía contraste con las esclavas plateadas y negras que llevaba en los antebrazos. Era todo un guerrero. Un espectáculo—. Las valkyrias sois vengativas, ¿no es cierto? Os encanta. Esta noche venía a castigarte yo a ti. De hecho te lo merecías por haber desobedecido a tu superior, a Bryn. Pero no quiero hacerlo porque ya lo hice la última vez y no me sentí bien. Por eso, esta vez, seré yo quien se entregue a ti.
Gúnnr soltó una exclamación ahogada y abrió muchos los ojos.
—No sabes lo que dices —replicó ella pasándose la lengua por los labios. Era inevitable. I-ne-vi-ta-ble. Ese hombre se sacaba la ropa, y Gúnnr perdía el fuelle y la rabia—. ¡Y ponte la camiseta!
—Tienes razón —reconoció con pesar, llevándose las manos al botón del tejano—. Pero me da igual. Solo quiero que me toques. Me da igual como lo hagas. Solo… solo quiero estar contigo. Estoy preparado para cualquier cosa. Si quieres pegarme, pégame. Si quieres usarme, úsame. Lo que sea, Gunny —sonrió con seguridad—. Soy fuerte y puedo con todo.
Gúnnr trago saliva. «Sé fuerte. Sé fuerte. No te tires encima de él».
—No quiero pegarte —musitó débilmente.
Pero ella tenía que demostrarle que no era una mujer fácil. Gabriel no le había dicho en ningún momento nada romántico, ni le había dicho que la quería, ni nada de eso… ella tampoco se lo diría.
Durante casi una semana había intentado convencerse de que ya no quería al Engel. De que no lo amaba. Pero había regresado, y se había dirigido a ella como si fuera el centro de su existencia; y entonces ella se había dado cuenta de que podía cambiar de idea rápidamente. Claro… ¿a quien quería engañar?
Llevaba enamorada de él desde hacía mucho tiempo y, por mucho daño que él le hiciera, no se lo había podido arrancar del corazón. No se engañaría y tampoco iba a ceder. Si había algo que le sobraba a una valkyria era, sin lugar a dudas, el orgullo. Aun así, pensó en tener a Gabriel a su merced y su piel empezó a hormiguearle. Se excitó.
—Entonces haz con mi cuerpo lo que te dé la gana. Pero no me eches —Gabriel tenía el rostro lleno de incertidumbre—. Yo… solo… solo quiero estar contigo —se quitó el cinturón.
—¿Puedes dejar de desnudarte? A ver si lo he entendido. —Se retiró el flequillo a un lado—. ¿Quieres…?
—Dilo, florecilla —la provocó él.
—¿Quieres que te viole?
—Joder. —Echó un vistazo a su entrepierna que, ya estaba dura y lista para cualquier cosa; dejó que los tejanos resbalaran sobre sus caderas para que ella pudiera ver un calzoncillo ajustado azul oscuro—. Eso ha sonado muy pervertido y… me encanta. Hazme lo que te venga en gana. Hazme sufrir como yo te hice a ti. Véngate, valkyria.
Gúnnr empezó a respirar rápidamente. Sus ojos se volvieron rojos muy claros, la entrepierna se le calentó y los pezones se endurecieron. ¿Así de fácil era?
—¿Por qué haces esto en realidad?
—Porque quiero demostrarte que no te tengo miedo. Que confió en ti. Y que me… «gusta-gusta» estar contigo —sonrió como un diablillo.
—Pero yo no… yo no te quiero —levantó la barbilla de manera orgullosa, vanagloriándose por haber sido tan valiente de habérselo dicho sin que le temblara la voz.
Si Gúnnr volvía a decir que no le quería. La iba a estrangular ahí mismo.
—No pasa nada. —Se llevó una mano al paquete—. No hace falta que me lo digas mientras me montas.
La valkyria arqueó las cejas con fingida seguridad, como si no la hubiera escandalizado el comentario.
—Estás loco. Las valkyrias no montan a los hombres. Los desmontan —sonrió con frialdad y percibió el ligero temblor que se produjo en el paquete de Gabriel. «Róta estaría tan orgullosa de mí»—. Quieres darle el poder a una valkyria que está furiosa contigo.
—No quiero darle el poder. Quiero dárselo todo.
Gúnnr no escuchó la última parte, porque dio dos pasos y se colocó a un centímetro de su cuerpo. Estaba tan atraída por la proposición que Gabriel a punto estuvo de clavarse de rodillas y rezarle a Dios agradecido.
La joven le puso una mano abierta sobre el pecho. El calor de la piel contra la piel hizo saltar una chispa entre los dos cuerpos, pero ninguno de los dos reaccionó, pues era natural que entre ellos saltaran chispas.
—¿Me prometes que no me tocarás y que no harás nada que yo no quiera? —le preguntó concentrada en la dureza y la exquisita definición de su musculoso estomago.
—Lo prometo.
—Estoy muy enfadada contigo. Te dije lo que te sucedería si me hacías daño una tercera vez.
—Lo sé —dijo con estoicismo—. Dame mi merecido.
Gúnnr pensó en lo distinto que se sentía todo respecto a la última vez.
Gabriel había regresado con sorprendentes ganas de estar con ella. Ella tenía más poder que nunca; controlaba su furia a duras penas y estaba magullada emocionalmente. Era una valkyria. No una humana con problemas de personalidad, ni una vaniria con extremadas dosis de seguridad y fortaleza. Era una mujer valkyria a la que habían hecho daño y era fuerte a su modo; tenía su propio carácter y, sobre todo, la valkyria hería si le hacían daño. No era como la madre de Gabriel, que ponía una y otra vez la mejilla, ni tampoco era lo suficientemente distante como Daanna como para que nunca nadie la hiriera.
Era Gúnnr. Y tenía ganas de decirle a Gabriel que nunca debía darla por sentada. Se alzó de puntillas y le susurró:
—Vas a llorar, capullito —le prometió mordiéndole el lóbulo de la oreja con fuerza.
Gúnnr deslizó el pantalón de Gabriel por sus atléticas y fornidas piernas, él pateó el tejano y se quedó en calzoncillos delante de ella. Esas piernas eran maravillosas. Tenía un vello rubio y claro, y los músculos se delineaban a la perfección, hinchados y poderosos. Deslizó las uñas por los cuádriceps y sintió como el miembro de Gabriel saltaba ante la caricia. Estaba tan contento que iba a reventar la tela.
Gúnnr se incorporó y quedó cara a cara con él. Le pasó las uñas azules oscuras por el pecho y tiró de sus pezones, pequeños y marrones, con fuerza.
Gabriel se quedó sin respiración.
Ella sonrió como una pillina y coló sus dedos por la goma de sus calzoncillos, tirando de ellos y guiando a Gabriel hasta el sofá. Lo empujo, y él cayó sentado y desmadejado. El einherjar era tan grande que ese sofá para cuatro personas parecía ridículo. Le obligó a abrir las piernas y ella se situó entre ellas, de rodillas.
—Ay, joder… —gruñó Gabriel.
Gúnnr sabía lo que quería hacerle. Era algo que había visto en la Ethernet y en la televisión y se moría de ganas por probarlo con Gabriel. Con ningún otro hombre, solo con él. Cuando había visto que las mujeres se lo hacían a los hombres y que ellos sufrían hasta el punto de casi llorar, se había imaginado a ella misma torturando a Gabriel de ese modo. Las valkyrias hacían eso con sus einherjars en el Valhall, ella lo había presenciado, pero no sabía que podía ser un método de tortura.
Antes de ponerse manos a la obra, quería estar cerca de él. Darse el lujo de tocarlo un poco a su antojo. Quería que se rozaran piel con piel. Y… quería tantas cosas que no sabía por dónde empezar. Se quedó muy quieta, con las manos apoyadas en los muslos de él, y observando su pecho y su estomago como si fuera un manjar.
Gabriel se sintió fascinado al ver como lo estaba mirando. Lo deseaba tanto como él a ella y eso era muy bueno. El brillo de sus ojos rojos, los colmillos que se asomaban tras su labio superior, sus orejitas puntiagudas que su pelo recogido no ocultaba, aquella boca tan suculenta y con esa forma tan tierna, y ese rostro aniñado y juvenil… le llegaron al alma. Olía a nube… y quería comérsela.
—Oye, princesa, voy a querer tocarte… —murmuró él abriendo y cerrando los dedos de sus manos—. Me duele la piel.
Gúnnr parecía oír la lluvia caer. Se quitó la camiseta de los Chicago Bulls y la tiró al suelo sin ceremonias. Sin striptease de por medio. Sus pechos llenos y blancos se irguieron hacia adelante. Se quedó solo con unas braguitas rojas, casualmente, del mismo color que lo que llevaba en el pecho derecho. ¿El pezón derecho?
Gabriel sufrió un cortocircuito. «Dios mío. Dios mío. Me corro ya». Sus ojos se tornaron negro hollín.
—¿Qué es eso que tienes ahí? —la voz le sonó más aguda de lo normal.
—¿Esto? —dirigió su mirada a su pecho, y tiró del arito de acero con un rubí atravesado—. Un piercing. Me lo hice con Róta hace tres días. Ella y Bryn los llevan por todos lados…
—Dime que no te has hecho nada ahí abajo —su voz era ronca. Le dolía pensar que algo punzante podría haber atravesado su tierna carne, aunque fuera concebido para el placer.
Gúnnr dejo de tirar del piercing y levantó una ceja oscura y desafiante.
—¿Te importa?
—Sí. Me… —tragó saliva con fuerza—. Me importa mucho.
—¿Por qué? —se inclinó sobre él y le clavó las uñas en los muslos.
—Porque… —se le olvidó todo cuando sintió la lengua de Gúnnr en su estomago.
—¿Qué? —dijo sobre su pezón derecho. Lo mordió y lo lamió haciendo circulitos. Los labios, los dientes, la lengua y la cola color chocolate de aquella preciosidad lo estaba reduciendo a menos que nada.
—Porque… porque no quiero que nadie te toque ahí, Gunny —se estaba poniendo enfermo de solo imaginárselo.
—¿De verdad? Me lo puso un hombre que pesaba unos ciento cincuenta kilos, era calvo, tenía tatuajes por todos lados y llevaba gafas de sol. Se llama…
—¡Me importa un rábano como se llame! —Se inclinó sobre ella, pero Gúnnr le pasó una descarga eléctrica en los muslos y él salto sorprendido—. ¡Sádica!
—¡A mí tampoco me importa lo que tu quieras! —le gritó con las mejillas rojas y los labios hinchados y húmedos—. Intenta tocarme y la descarga será en otro sitio.
Un músculo palpitó en la mandíbula del Engel. Se miraron con desafío, ella parecía mucho más divertida que él.
Gabriel colocó la espalda en el respaldo del sofá y apoyó los brazos como si fuera un marajá. Era su castigo, y si eso hacía que Gúnnr se suavizara y que las cosas se arreglaran sustancialmente, entonces todo lo que le hiciera su valkyria sería bien recibido.
Gúnnr volvió a inclinarse sobre su pecho. Le encantaba morderlo y saborearlo. Succionó uno de sus pezones con fuerza, mientras colaba los dedos en la goma de sus calzoncillos y tiraba de ellos de golpe y hacia abajo.
El pene de Gabriel salió a propulsión. Disparado hacia arriba. Gordo, largo y venoso, y rojo e hinchado en la punta. Tenía una mata de pelo rubio, suave y esponjoso.
No se había fijado las dos veces anteriores. La primera vez había sido a oscuras y la segunda vez ni siquiera se habían mirado a la cara. Pero ahora que lo tenía todo para ella, quería hacer un escáner. Bajó el calzoncillo un poco más, y dejó que se le vieran los testículos, dos bolas grandes y pesadas. Dejó la goma del calzoncillo debajo de sus bolsas, y pensó que Gabriel se veía como una ofrenda.
—Eres como un cucurucho invertido de dos bolas —dijo inocentemente—, pero mucho más grande.
Él se hubiera reído si no estuviera a punto de correrse, y eso que no le había tocado todavía.
—Me gustas, Engel —anunció con sinceridad, acariciando el saco de bolas con suavidad y curiosidad—. Estás tan duro y tan grande…
—Oye, Gúnnr… —su pene dio otro brinco—. ¿Qué vas a hacerme?
Gúnnr tomó el pene de Gabriel con las dos manos y ni siquiera así lo cubría por entero. Se inclinó hacia adelante, y susurró sobre el prepucio:
—Voy a castigarte.
Gabriel quería morirse. Desaparecer. Lo que fuera con tal de liberarse aunque solo fuera una vez. El primer lametazo de Gúnnr vino con timidez e inseguridad. Ella se había detenido a saborearlo y había sonreído como si le gustara su sabor. Luego le había dado otro lametazo más largo, hasta la base, y sus ojos rojos se habían clavado en él mientras lo hacía. Gabriel creyó que iba a sucumbir como un chaval. Pero justo cuando creía que iba a correrse, Gúnnr le rodeó la base del pene con fuerza, como si fuera un grillete y él se vio impedido, su orgasmo se negó a salir.
Entonces, la joven valkyria se había dedicado a jugar con él. A veces de una forma osada y experta… otras, succionándolo en la punta mientras lo trabajaba con las manos, introduciéndoselo hasta el fondo de la garganta y soltándolo justo cuando él estaba a punto de eyacular.
—¡Gúnnr, por favor! —Gabriel había desgarrado el sofá con los dedos de tanta tensión acumulada que tenía—. ¡Por favor, ten piedad!
Pero ella no la tuvo. No la tuvo durante una larga hora castigadora y mortificante. Nunca se había sentido tan reprimido. Se ahogaba y estaba lleno de sudor. Las piernas le temblaban y Gúnnr no hacía otra cosa que darse un festín con él, y dejarlo siempre con las ganas, a las puertas de algo grandioso.
—¿Te duele? —preguntó después de soltarlo y emitir con los labios un suave ¡pop! Ella lo controlaba perfectamente. Sabía que lo estaba enloqueciendo—. ¿Te duele, Engel?
—Sabes que sí, bruja —reconoció echando el cuello hacia atrás, sintiendo el movimiento de la mano de Gúnnr. Le ordeñaba, estaba a punto de correrse, casi lo tenía. Una sacudida más y… le presionó de nuevo la base del pene, y su orgasmo quedó frustrado. Gabriel echó el cuello hacia atrás y apretó los dientes para no explotar.
—Así me sentí yo cuando me tomaste en el salón del Hard Rock. Dolorida —le dio un largo lametazo que culminó en la punta de la cabeza en forma de champiñón y roja como una ciruela—. Y tan excitada que iba a volverme loca, pero tu no me dejabas.
Gabriel iba a ponerse bizco si la chica no paraba de estimularlo. El corazón se le iba a salir del pecho, y sentía lenguas de fuego recorriendo su espalda y su vientre.
Pero Gúnnr no se detuvo y alargó la tortura media hora más. Gabriel se estremecía y creía que se estaba poniendo enfermo. ¿Aguantar el orgasmo era bueno o malo para un hombre? Le daba igual, si tenía que acabar con él, que lo mataran ya.
—¿Te quieres correr ya? —preguntó Gúnnr con malicia. Sus ojos seguían rojos y además estaban dilatados.
Gabriel negó con la cabeza, apretando los labios en una fina línea. Ahora no se iba a correr. ¡No le daba la gana! ¡Esa mujer lo había reducido a un insignificante flan y no iba a ser vencido por ella!
Gúnnr entrecerró los ojos. El desafío bailo en ellos.
—¿Ya no te quieres correr? —preguntó dulcemente.
—No pienso hacerlo —gruñó Gabriel muy cabreado. Tenía los ojos húmedos, como si estuviera a punto de llorar—. A ver quién de los dos puede más. Veamos a quien de los dos le duele más: Si a mí los huevos o a ti la mandíbula.
Gabriel se había quedado dormido. Dormido como un bebé.
Lo que ella había creído que iba a ser un castigo, no lo fue, sino, muy al contrario, parecía una disculpa en toda regla, y también una invitación a creer que él estaba enamorado de ella como ella lo estaba de él.
¿Se atrevería a confiar en él?