Gabriel tenía en frente a un hombre completa y irrevocablemente destrozado.
Bryn y Miya habían salido del Excalibur cómo habían podido después de las explosiones y habían recogido los que quedaban de sus amigos.
De Clemo y las gemelas nada. No quedaba nada de ellos.
De Reso quedaba un cuerpo roto por todos lados pero todavía con vida física. Sólo con ese tipo de aliento, ya que su alma se había perdido en el horror y en la pena. El tracio estaba en la cama; la explosión le había amputado una pierna y un brazo y le había cortado parcialmente la yugular, pero no le había arrancado la cabeza, como sí había pasado con Clemo.
El Engel no podía parpadear. La habitación estaba a oscuras, sólo iluminada por la claridad que entraba en la ciudad y las luces de la noche.
Clemo y Reso eran sus guerreros, sus compañeros de guerra…, y en solo una noche iba a perderlos a los dos.
Bryn debía sentir lo mismo respecto a sus valkyrias; ella se sentía tan responsable de las suyas como él de todos. La Generala estaba en su habitación, necesitaba estar a solas. Gabriel no sabía sí Bryn le había dejado entrar.
Miya estaba tras él, tenía algún corte superficial, pero nada más.
Reso miró al techo y su caja torácica se levantó compulsivamente para tomar aire.
—Les habían arrancado el corazón. A mi Sura… —se detuvo para tomar aire de nuevo—. Ya estaban muertas. Y nos hi… hicieron creer que todavía vivían. En el lugar donde debían tener el corazón, había una puta bomba.
Gabriel dio un paso hacia la cama y se sentó en la silla que había frente al cuerpo maltratado de Reso.
El tracio miró de soslayo, tenía un derrame enorme en el ojo, y Gabriel no podía apartar la mirada oscura.
—Me quiero ir, Engel —gruñó él.
Gabriel era lo suficiente honesto como para reconocer la verdad. Reso no podía vivir así. Pero tampoco podía morir a no ser que le cortaran la cabeza. Le tomó la mano y Reso tuvo los suficientes reflejos como para apretarle los dedos en agradecimiento.
—Nadie dijo que iba a ser fácil, ¿verdad? —Aseguró Reso muerto de dolor.
—No —apretó los dientes—. No lo es.
—Es curioso… En el Valhall sabes que eres inmortal. Pero cuando llegas a Midgard, todo se descontrola, porque aquí no hay nada escrito —Reso tiritaba, su cuerpo perdía color—. La inmo… inmortalidad es subjetiva.
El Engel asintió de acuerdo con sus palabras.
—En la Tierra no estamos a salvo ni de los demás ni de nosotros mismos. Es una exposición constante. Y hay que saber estar aquí —explicó Gabriel—. Pero has luchado con honor, Reso.
—¿Qué honor hay en ver cómo han matado a tu… tu mujer? —Preguntó Reso—. ¿Qué honor hay en eso? No… No hay honor para mí. No sabes lo que… —Se interrumpió por la tos—, no sabes lo que es sentir el cuerpo frágil y desmadejado de tu valkyria en tus manos… Ver que le han arrancado la vida de un modo tan injusto… No sabes lo que es.
Gabriel se estremeció y pensó inmediatamente en Gúnnr. No. No lo sabía y no quería averiguarlo. No podía pensar si se la imaginaba en peligro.
—Pero sé que la veré de nuevo, allá donde ella vaya, estaré yo —aseguró Reso—. Nuestras almas sí que son inmortales, y se pertenecen. Así que… tengo que pedirte un favor.
Gabriel apretó con fuerza la mano de Reso y agachó la cabeza.
—Ya sabes lo que es… Engel —Reso lo miró con tristeza pero también con orgullo que el tracio de pelo rapado nunca había ocultado a nadie—. Llévame al otro lado —Reso notó la tensión de Gabriel—. Llévame Engel. Pero antes de hacerlo, prométeme…, prométeme que vas a vengar la muerte de tus guerreros. De Clemo, de Liba, de mi Sura y la mía. No dejes al Midgard sin justicia. Todos confiamos en ti, siempre lo hemos hecho.
Se quedaron en silencio y se miraron el uno al otro, manteniéndose en vilo, y reconociéndose en cada gesto.
—Promételo, Engel. Y promete también que vas a cuidar a Gúnnr. Cuida de tu valkyria y disfruta de cada momento con ella porque nunca sabes cuándo va a desaparecer, y Gúnnr ya ha llamado la atención. Ya saben que ella es importante para ti.
—Lo prometo —se aclaró la garganta—. Lo prometo Reso.
Reso sonrió y miró al techo, mientras soltaba la mano de Gabriel.
—Oye, samurái —le dijo a un silencioso y respetuoso Miya—. Ve a por Róta. Ella es tu valkyria y los tiene tan bien puestos como tú.
Gabriel miró a Miya por encima del hombro y éste lo miró a él sin bajar la mirada.
—Vamos, Engel. Estoy listo —Reso abrió los ojos. No los cerraría, porque entonces no podría ver a Sura reclamando su alma de guerrero de nuevo, allá donde fuera o allá donde estuviera.
A Gabriel le costó mucho levantarse. Tomó una profunda respiración y agitó su esclava derecha. La espada emergió de ella hasta que se materializó por completo.
—Ha sido un honor luchar a tu lado, Gabriel. —Era la primera vez que Reso se dirigía a él por su nombre.
Gabriel asintió con el alma temblorosa y el corazón lleno de pena por su compañero.
—El honor ha sido mío, Reso.
Alzó el acero:
—¡Farvel, Reso![31] —Exclamó Gabriel con emoción—. ¡Odín, ahí va un hijo tuyo! —Alzó la cara al techo—. ¡Acógelo y guíalo al origen!
Cortó la cabeza de tracio, y su cuerpo se desintegró y dejó una estela dorada en la habitación.
Gabriel se quedó de pie, frente a la cama vacía cubierta de un plástico todo manchado de sangre. Escuchó los pasos de Miya detrás de él y su voz que le decía:
—En la guerra también hay dignidad, Engel. Y también hay espacio para las despedidas. Acompáñame y bebamos sake por el alma de tu amigo. —Lo que Miya no diría era que también bebería por su propia alma, pues él ya estaba condenado—. Todos merecen su adiós.
—Pensé que no bebías —dijo Gabriel con voz débil.
—Hoy haré una excepción.
Gúnnr se armó de valor. Bryn podía ser su Generala, pero era su Bryn, su amiga que siempre había cuidado de ella. Ahora era su turno.
Estaba en la puerta del dormitorio. Bryn la había dejado entrar en la suite, pero no le había permitido que entrara con ella en su retiro.
Gúnnr no iba a dejar que sufriera a solas ni un minuto más.
Entró en el dormitorio y encontró a la Generala, con un albornoz enorme de color blanco, sentada apoyada en el respaldo de la cama, mirando con ojos ausentes los rascacielos de aquella ciudad llena de luces y sombras, de arte y de destrucción.
Los ojos negros azulados de Gúnnr repasaron a Bryn. Bryn era fuerte, sexy y amenazadora, pero en esos momentos su pose sólo reflejaba desolación y desconsuelo.
—No entres —le dijo con aquella voz suave y afilada que podía cortar como una navaja—. No te lo permito.
Gúnnr no se detuvo y se quedó de pie, justo a su lado, interponiéndose entre Bryn y la ventana.
—¿Es que ya ni siquiera vas a respetar mis deseos de estar sola? —Alzó sus ojos azules claros, que se volvían naranjas amarronados por momentos. La furia hervía en su interior pero no con fuerza suficiente como para manifestarse en rojo. El dolor pesaba más.
Gúnnr se secó las lágrimas de las mejillas y levantó la barbilla.
—Siento mucho lo que pasó… Si pudiera, intentaría hacer las cosas de otro modo…
—¡No te disculpes ahora! —Gritó la Generala visiblemente acongojada. Su pelo rubio y ondulado caía como cascadas de oro, y sus labios hacían mohines, como si estuviera a punto de echarse a llorar—. ¡No me sirven las disculpas! ¡Ahora no! ¡Ya no importa! ¡Róta estaba en tus manos y no te importó llevarla contigo entonces! ¡No te importó desobedecerme!
—¡No me digas que ella no me importaba! —Gritó Gúnnr a su vez, con los ojos completamente rojos—. ¡No lo digas, Bryn! ¡¿Crees que yo no me arrepiento de haberla animado que viniera conmigo?! Todo lo que ella está sufriendo ahora es por mi culpa. ¡Por mi error!
—¡Sí, es por tu culpa! ¡¿En qué diablos estabas pensando?! —Grito poniéndose de rodillas sobre la cama y señalando a Gúnnr con el dedo—. ¡Y si ella muere, si le siguen haciendo daño o si le pasara algo peor, tú y nadie más que tú serás responsable de ello! Y yo… ¡No quiero verte la cara nunca más, Gúnnr! ¡Me traicionaste! ¡Y no quiero traidoras conmigo! ¡Deberían haberte llevado a ti y no a ella! Pero tú te salvaste, ¡¿verdad?! —Le espetó queriendo hacerle daño. Una estocada sutil. Una pregunta abierta que daba a entender muchas cosas.
Ella se salvó, ¿verdad? Sí, lo hizo. Pero no huyó, como estaba insinuando Bryn. Gúnnr se echó a llorar y se clavó las uñas en las palmas de las manos. No era justo.
—Entonces… ¡Bien! ¡No me verás más! —gritó dándose la vuelta para salir de la habitación, pero se detuvo y dijo en voz baja—: Yo espero que nunca te hieran y que nunca te hagan daño, Bryn. No te deseo nada malo, nunca lo haré, porque te quiero y eres mi nonne.
Gúnnr salió de la habitación con la seguridad de que Bryn la despreciaba.
Bryn se cogió las piernas y hundió la cara en las rodillas, arrancando a llorar desconsoladamente.
No debería haberle dicho esas cosas que no sentía a Gúnnr. Pero estaba enfadada con ella y con Róta… Y Róta estaba sufriendo tanto. Odiaba tener la empatía que tenía con ella. Y ahora, con su indomable temperamento y crueldad, había echado a Gúnnr de su lado, cuando su dulce nonne venía a consolarla.
Pero la puerta de la suite no hizo ningún clic, y Gúnnr entró de nuevo al dormitorio como si fuera un huracán, con el rostro surcado de lágrimas. Se dirigió hacia ella, echa una valkyria de pies a cabeza, con la furia chisporroteando en su mirada. Ella había cambiado y se lo iba a hacer saber a Bryn. Si algo la hería lo diría y no se lo guardaría en un cajón en su interior. Y si había alguna injusticia como aquélla, lucharía para que al menos se supiera la verdad. El amor y el rechazo la habían cambiado.
No se lo pensó dos veces. Se tiró encima de Bryn y se sentó sobre su estómago para cogerle por las solapas del albornoz.
—¡¿Crees que puedes hablarme así?! ¡¿Qué puedes engañarme?! —Le recriminó zarandeándola—. ¡Puedes preferir que sea yo quien esté en esas jaulas en vez de Róta! ¡Puedes creer que me escapé vilmente y que dejé que se la llevaran! Pero te diré lo que te pasa, Generala —Bryn no se defendía, sólo podía mirarla con arrepentimiento por todo lo que le había dicho—: Estás asustada. Tienes miedo. Te asusta acercarte demasiado a las personas. Por eso te alejaste de Róta. Utilizas tu rango para marcar distancias con los demás porque no quieres que te hagan daño, porque eres vulnerable. ¡Lo hiciste con Ardan! Y por eso Róta se enfadó tanto contigo, porque ella sufrió mucho por verte así. Y tú te alejaste y ella se alejó de ti después de todo. Te niegas las cosas más importantes y te castigas. Por eso castigaste a Róta. ¡La bofetada que le diste te la diste a ti misma! Y por eso intentas castigarme a mí. ¡Quieres sentirte mal! ¡Quieres responsabilizarte de todo! ¿Sabes por qué? —Bryn negó con la cabeza, como si hubiera sido derrotada—. Porque tienes miedo de dejar de sentir rabia, de dejar de sentir furia, de darte cuenta de que cuando eso desaparece estás tú sola con tu corazón roto. No eres tan fuerte como crees. Tú nunca lloras, y estás hecha un mar de lágrimas. ¿Y eso es malo? ¡No! ¡No lo es! ¡A veces tenemos que dejarnos llevar por nuestros sentimientos! ¡Deja de ser cobarde, Generala!
Una lengua de electricidad recorrió a las dos valkyrias e iluminó la habitación.
Bryn levantó la mano y abofeteó a Gúnnr. ¿Le había llamado cobarde? Se miró la mano con consternación, y luego la mejilla magullada de Gunny.
Gúnnr soltó el albornoz sorbió por la nariz y le lanzó una mirada impenetrable y entonces, ¡zas! Abofeteó a Bryn también.
Las valkyrias eran así. Explosivas, temperamentales. Y sentían y hacían las cosas siempre a lo grande y sin pensar mucho en las consecuencias y actos.
Bryn tenía el rostro vuelto a un lado, con el pelo rubio que le cubría la mejilla.
—No le he pegado a la Generala. He pegado a mi amiga Bryn, y a mi nonne que dice cosas horribles cuando está histérica —aclaró—. Ahora ya te puedo dejar sola. —A Gúnnr le temblaba la voz y estaba cansada—. Con suerte, mañana, o dentro de unas horas, quizás a mí también me cojan y me lleven con ellos, y eso será una alegría para ti, ¿verdad?
Se apartó de encima de ella pero entonces Bryn se incorporó y la cogió por los hombros.
—¡No! ¡Gúnnr! ¡No! ¡No! No te vayas… —Tenía los ojos hinchados y llenos de desolación y lamento. Se acercó a ella de rodillas y apoyó la frente en su hombro, hundiendo la cara en él—. Gunny… Perdóname. —Su cuerpo se estremecía por las lágrimas. Abrazó a Gúnnr con fuerza, reclamando que la disculpara—. ¡No te vayas! Quédate conmigo un rato. ¡Por favor!
—¿Por qué? Si no quieres que yo esté aquí contigo —se encogió de hombros desolada sin devolverle el abrazo.
—¡No! —Bryn la apretó con más fuerza—. ¡No lo he dicho en serio, Gúnnr! Sólo quería hacer que te sintieras mal, porque me asusté mucho cuando tú y Róta os fuisteis. Después de todo lo que había pasado entre nosotras… Y luego al ver que solo volvías tú se me cayó el alma al suelo. ¡No quiero que os hagan daño ni a ti ni a ella! Me cambiaría con gusto por cualquiera de las dos.
—¡Y yo también, Bryn! ¿Crees que no quiero ser yo la que esté en su lugar?
Bryn negó con la cabeza.
—¡No quiero que estés ahí! ¡Ni quiero que ella siga sintiendo todas esas cosas ahí dentro! ¡Lo siento todo, lo he visto todo! ¡Solo quiero recuperarla! ¡Soy vuestra líder y tenéis que hacerme caso! ¡El Midgard es una mierda, aquí te matan y te matan de verdad! Hoy han muerto las gemelas, Gunny. Ha sido espantoso, pero ¿sabes que ha sido peor? Saber que me alegré porque la única que seguía viva era Róta.
—Bryn… Se llaman sentimientos. Querer a las personas y elegirlas por encima de otras no es malo. —Intentó tranquilizarla. Se podía apreciar a muchas personas, o se podía tener simpatía por muchas otras, pero sólo a unas pocas se las querían con el corazón.
—No quiero perderos. No quiero perder a Róta… Y quiero que me perdone, y quiero… quiero que tú también me perdones.
Gúnnr apretó los dientes. Su hermosa amiga rubia le había dicho cosas muy feas.
—No huí Bryn. No sé ni quien soy ni lo que soy —aclaró. Tenía que dejar las cosas claras—. Exploté, mi cuerpo se llenó de luz y maté de un tirón a cinco lobeznos que me golpearon y me mordieron por todos lados. No puedo explicarte nada más. Pero sí sé que no soy ninguna cobarde y que nunca dejaría sola a una hermana en peligro. Nunca lo haré.
Bryn asintió y le tomó la cara entre las manos.
—Sí, por supuesto que lo sé. Me avergüenza haberte dicho esas cosas. Ya no necesitas mi protección. Gúnnr. Eres muy fuerte y te has convertido en una gran guerrera. Una que todavía no sabe cuál es el límite de su poder. Haces cosas… que ninguna de nosotras hacemos. Y me llena de orgullo que seas… mía. Róta, Nanna y tú, sois mías.
Gúnnr levantó una ceja todavía dolida con Bryn. Sus labios hacían un mohín, y la Generala le limpió las lágrimas de los ojos.
—Eres muy mala, Bryn —la acusó con un tonó más afable.
—Sí, soy una zorra —asintió algo más serena—. ¿Me sigues queriendo, nonne? —La abrazó mientras le llenaba de besos la mejilla.
—Eres una embaucadora.
—Sí, eso también.
—Y tienes una lengua muy dañina.
—Sí… Me la morderé y me envenenaré con ella.
—Y te mueres de ganas de ver a Ardan.
Y Gúnnr estaba obligándola a reconocer todos sus pequeños secretos.
—Te estás pasando Gunny. Pero es verdad. Quiero verle.
—El Engel te lo ha puesto en bandeja. Vas a contactar con él, Bryn. Y os vas decir todo lo que no os dijisteis.
Bryn pensó que ése no era el problema. Se dijeron muchas cosas pero a la hora de la verdad, ninguna tuvo importancia relevante.
—Eso haré.
—Y cuando recuperemos a Róta le vas a decir también que la quieres y que sientes todo lo que pasó entre vosotras. Y vas hablar y arreglar vuestras diferencias. Erais muy buenas amigas…
—Cuando la recuperemos, yo le daré una tunda y, a lo mejor, cuando le haya roto uno de sus preciosos huesecitos, me decida a hablar con ella.
—¡Bryn!
—De acuerdo —Bryn sonrío—. Hablaré con Róta y le diré lo mucho que la quiero.
Gúnnr sonrío con malicia.
—Y yo lo veré. Y ella es mucho más difícil que yo. Te hará que te arrastres por los suelos…
—Me hago cargo.
—Bien.
—Bien.
Se quedaron en silencio, pero Gúnnr seguía tiesa como un palo entre sus brazos.
—Gunny, ¿me perdonas? —Preguntó Bryn con humildad.
Gúnnr asintió y hundió la cara en el cuello de Bryn. Luego levantó los brazos y la abrazó, acariciándole el pelo rubio y la espalda.
—Te quiero mucho, tonta —murmuró Bryn más tranquila, después de haberse desahogado con Gúnnr y después de comprobar que no la había perdido también—. Quédate un rato conmigo.
Se tumbaron las dos en la cama y Gúnnr abrazó a Bryn por la espalda como si fueran dos cucharas.
—¿Sabes lo que diría Róta en un momento así? —Dijo Gúnnr en voz baja.
Bryn negó con la cabeza y se sumergió en el calor, en la tranquilidad y el cariño de Gúnnr. Seguramente diría alguna barbaridad.
—Te diría algo como «Te quiero como amiga y te quiero como hermana, pero no te quiero más porque no soy lesbiana».
Bryn se echo a reír como una desquiciada y Gúnnr lo hizo con ella, pero al final sólo quedó un abrazo sentido y afligido, sumado al silencio y a la pena por no tener a Róta con ellas.
Gabriel necesitaba compañía.
La conversación que había tenido con Miya le había dejado a cuadros. Todo lo que el samurái le había contado era fascinante y sobrecogedor.
—Estas pastillas pueden ayudar a Ren —le había dicho Miya mientras se tomaba dos pastillas Aodhan y las ayudaba a bajar con un poco de sake—. Yo creo que pueden ayudarle, pero él dice que no.
—¿Qué le pasa a Ren? ¿Le pierde el hambre vaniria? ¿Por qué hace lo que está haciendo?
—Perdió a su cáraid hace un mes, a manos de los esbirros de Khani.
Los vanirios no podían vivir sin sus parejas. Era muy difícil que continuaran con su existencia antes de volverse completamente locos o entregarse a Loki.
—Ren se está inmolando, porque sabe que él ya no puede continuar. Pero nos va a echar una última mano —se bebió el chupito de sake y se lo llenó de nuevo—. Se lo debe a Sharon. Sharon era su pareja, una mujer americana. Llevaban juntos medio siglo. Se querían tanto…
—¿Por eso Ren se hace pasar por contacto de Khani? ¿Por eso se está poniendo en peligro? ¿Por venganza o porque es correcto?
—Supongo que por una mezcla de las dos cosas. Ya ha bebido sangre humana, pero milagrosamente y gracias a su autocontrol todavía tiene conciencia. No obstante, le queda poco para perder su esencia. Muy poco.
—Reso y Clemo no confiaban en él —recordó Gabriel—. Yo no sabía cómo decirles que estaban en lo cierto, pero tú me habías asegurado que Ren no iba a traicionarme. Las valkyrias tampoco confiaban en él. Pero yo no podía decirles la verdad porque nadie podía saberlo, nadie podía saber que era nuestro chivato.
—Sí —los ojos rasgados de Miya se llenaron de rabia y cerró los dedos sobre el vaso de chupito con fuerza—. Pero confío mucho en él, es mi mejor amigo. Él sabe cuáles son los movimientos de Khani, qué hacen y hacia dónde van. Ha intentado meterse en la cabeza del vampiro y ha averiguado cosas muy interesantes. Pero Khani cree que Ren está de su parte: Por eso no puede involucrarse ni dejarse ver con nosotros más de la cuenta. Y por eso no podías decirle la verdad a nadie. Khani lo hubiera detectado en la mente de algunos de ellos y nuestra tapadera se había ido al traste, no lo podía permitir.
En realidad la táctica estaba bien urdida, Miya había hablado con Gabriel sobre Ren en el primer momento que se vieron en el Hard Rock.
—Khani leyó a Gúnnr en el Underground y tú me aseguraste que Ren nos protegería mentalmente —dijo Gabriel observando las botellas que tenían en el bar—. Tú debías hacer como si nos cubrieras, pero Ren era el encargado de abrir la veda para que el vampiro supiera que estaba de su parte. Debido a eso saben quien es Gúnnr y quien es mi tío.
Por eso Gabriel tuvo que hacerse el ofendido en el Underground con Miya y acusarle que había un topo en el clan, para que Ren pudiera registrar la escena y enseñársela a Khani. El vampiro tenía que seguir confiando en Ren.
—Eso fue mío. Cuando encontré a las valkyrias no sabía quién era ese hombre que se les había acercado, y Bryn le ordenó a Gúnnr que ella era la que debía hablarte sobre eso. Al no recibir ninguna orden por tu parte al respecto antes de ir al Underground, no le borramos el recuerdo.
—Se suponía que Ren debía centrarse en proteger vuestras mentes y no vuestros recuerdos, pero eso pesaba mucho en la conciencia de Gúnnr, y salió a luz. Leyó a Gúnnr y averiguó quien era Jamie. Lo relacionaron contigo igual que a ella, por tu modo de protegerla, y por eso han atacado a los dos.
—Es cierto. Gúnnr me habló después sobre ello —y la valkyria sufrió su ira, pensó apesadumbrado—. Pero también sabía que Gúnnr podía detectar a Mjölnir.
—No —negó Miya—. No era algo que supiera con seguridad. Ren me explicó que Khani no concebía que algunas de nuestras valkyrias captara a Mjölnir, pero su líder, que es el que robó los objetos, le dijo que debían de tener un tipo de sensor que localizara al martillo, y que era una mujer. Cubren a Mjölnir con una caja de cristal y metal y un sistema de pararrayos interno. Por eso no recibís señales electromagnéticas. Pero Khani quería saber que valkyria podía captar el martillo. Por eso lo despistó.
—Pero con Gúnnr llegaban tres valkyrias más y eso les despistó.
—Exacto. Las intentaron capturar a las cuatro, pero la que más le interesaba se escapó. Gúnnr tiene un poder sorprendente, Gabriel. ¿De dónde le viene?
—Es algo que a mí me gustaría saber también —murmuró bebiendo un sorbo de la bebida japonesa.
—Ren me aseguró que la fiesta que Khani había organizado en el Excalibur no era el plato principal. Me dijo que tenía previsto movilizar a Mjölnir esa misma noche, pero él todavía no sabía dónde se encontraba el martillo, pues la cabeza del vampiro era muy confusa y controvertida y no podía estar mucho tiempo en su interior sin que la oscuridad le afectara y se lo llevara. Por eso creí que sería buena idea colocar patrullas en Wicker Park y Bucktown, pues si intentaban movilizar algo desde el Loop de Chicago nos daríamos cuenta. Pero no ha sido así.
No. Khani y los suyos tenía otros planes.
—En realidad han movilizado el martillo y ahora mismo está en Wheaton —explicó Gabriel observando el culo vacío del vaso—. Aunque nunca más podrán usar esa vía. —No. Gunny y él lo habían dinamitado—. Mjölnir está en la superficie y hay que aprovecharse de ello.
Miya asintió y se limpió la boca con la manga del jersey negro.
—Ya has visto lo que hay en los subtúneles —añadió Gabriel con disgustó—. Esos cabrones se las saben todas. Espero que Isamu saque provecho a los datos que sacamos del portátil que encontramos.
—Lo hará, además el programa de reconocimiento facial está casi listo, le queda sólo un cinco por ciento para limpiar la imagen y ya sabremos quienes son los hombres que aparecen en los videos.
—Miya —el Engel miró intensamente—, si Ren se está sacrificando, no dudo en que serás lo suficientemente responsable como para ayudarle a partir si, finalmente, él se retracta de su decisión. La oscuridad puede atrapar incluso al más inquebrantable.
—Soy un samurái, einherjar. Tenemos esos valores muy inculcados. Ren está dejando su vida para ayudarme. Yo… Yo me haré cargo de él, aunque sé que me va a costar. No ha sido fácil para ti ayudar a partir a Raso.
—No. A veces crees que los amigos van a estar ahí para siempre, y cuando no te los imaginas contigo es porque crees que tú te irás antes que ellos. Pero lo que nunca te imaginas es saber que tú tienes que ayudarlos a hacer el viaje de despedida.
—Eres un gran guerrero Gabriel. Tienes una esencia muy espiritual. Muy samurái —reconoció Miya.
—Agradéceselo a Sun Tzu.
El vanirio sonrió.
—Prefiero a Miyamoto Musashi.
Esta vez fue Gabriel el que sonrío abiertamente. Su Gúnnr tenía buen ojo por lo visto. No le había agradecido el detalle que había comprado para él. Se lo agradecería.
—Me parece honorable que cumplas con Ren —admitió Engel—. ¿Qué hay de tu hermano?
Miya se quedó paralizado y llenó otro vaso de sake. Gabriel era muy listo y no dejaba pasar ningún detalle.
—Khani mencionó algo sobre él en el Underground. Parece que Khani y él tienen una buena relación. ¿Él también era samurái?
—Seiya… Seiya se perdió hace mucho tiempo —se frotó los ojos con el dorso de la mano. Estaba cansado—. Sí, era samurái. Pero no tuvo honor suficiente como para ser inquebrantable y fiel a su voto.
—¿Sigue siendo vanirio?
—Lo es. Pero está de parte de Loki.
—¿Crees que Seiya está informando sobre los objetos?
Miya se echó a reír sin ganas.
—Todos los jotuns de Loki están informados sobre cada uno de sus movimientos, Engel. Los únicos que hasta ahora hemos estado descoordinados y desconectados somos los que se supone que venimos a proteger al Midgard. Es un puto chiste.
—Tú lo has dicho. ¿Seiya está en Chicago?
—Hace siglos que no veo a mi hermano. No sé dónde está.
Gabriel había puesto en funcionamiento el engranaje de su mente. Intentaba cuadrar todas las piezas.
—¿Por qué mantienen a Róta con vida? —Cernió su mirada acusadora sobre Miya—. Me parece más una provocación que una necesidad. ¿Es Róta importante para ellos?
Miya apretó la mandíbula y frunció el ceño.
—Sí, es una provocación, te aseguro que me han provocado. Ella, ahora, es una responsabilidad mía.
—Eso espero —concluyó Gabriel—. Porque Róta es una de mis valkyrias y es amiga mía. Y los vanirios tenéis la fea costumbre de joder a mis amigas. Así que espero que seas la excepción. Tuve suficiente con Caleb Mackenna.
—Eres muy observador y muy controlador.
—Soy quien soy y no pienso dejar ningún cabo suelto.
Miya alzó el chupito y brindó por él.
—¿Has hablado con los berserkers de Milwaukee? Necesitamos que se cree una red de información y de acción —Gabriel miró su reloj. Ya era la una de la madrugada.
—Sí. Hemos intentado entablar nuevas relaciones. De momento, están informados y esperan conocerte. Te has vuelto muy popular.
El einherjar asintió. Se levantó y le dijo al barman.
—Apúntalo en mi cuenta.
—Sí, señor —contestó educadamente.
—¿Todavía no te ha llamado Ren? —Le dijo a Miya dándole un golpe amistoso en el hombro. El samurái le caía muy bien y sabía que podía confiar en él.
—No. En cuanto lo haga te avisaré y nos pondremos en marcha.
—Bien. Tengo muchas ganas de darles por culo a esos desgraciados.
—Ya somos dos.
Después de la conversación, había ido a buscar a su tío Jamie y le había explicado todo lo sucedido. Isamu le había dicho que en un par de horas tendría pruebas relevantes y oficiales del video y de los personajes que salían en él, y podrían oír incluso aquello que se había dicho el uno al otro.
—Gúnnr ha venido hace diez minutos —explicó Jamie mientras ayudaba en lo que podía a Isamu—. Se ha llevado a Chispa con ella, no sé lo que le hace pero la mona solo se duerme con ella. Es como su mamá.
Gabriel no había perdido el tiempo e, inmediatamente, había ido a su habitación para conectarse al foro y dar toda la información que había obtenido. Les contó cual iba a ser el paso siguiente, y lo que iban hacer. Y después de eso se había duchado y dirigido a la suite de su valkyria con El libro de los cinco anillos en mano y algo envuelto en papel de regalo en la otra.
Gabriel había experimentado la pérdida: Había visto el dolor en los ojos de un hombre destrozado como Reso; había visto la resurrección en los ojos de su tío Jamie, la desolación y la resignación en los ojos de Gúnnr, la decepción y el miedo en los de Bryn y el hambre en los ojos de Miya. Eran todas emociones muy extremas, pero la muerte y la posibilidad de perder aquello que se ama conlleva la liberación y la exposición de todas sus emociones. Y a él le recordaban que estaba vivo y que había que celebrar la muerte y la vida, la guerra y el amor, aunque fuera en la misma línea del tiempo.
Y si había algo que no quería obviar, era el último mensaje de Reso: Quería aprovechar cada momento que no estuviera peleando estando al lado de Gúnnr. Sólo esperaba que ella fuera misericordiosa y le dejara al menos, abrazarla y descansar un par de horas a su lado, porque él también tenía complejo de mono, y ya no podía dormir si no era con ella.
Llamó a la puerta, y esperó pacientemente a que la valkyria le abriera.
Gúnnr abrió y Gabriel sintió por primera vez que lo habían dejado noqueado.
Decían que el amor tenía ese poder. Y él creyó erróneamente haberlo experimentado con Daanna, pero su Gúnnr le acababa de demostrar que lo que sintiera hacia la vaniria era un mero juego de niños comparado con lo que la valkyria despertaba en su interior.
Entonces, todos los pretextos, todas las tácticas para acercarse a ella esa noche volaron por los aires. Y quedó él, sólo él, enfrente de ella, bajo el marco de la puerta, esperando y rogando a los dioses que aquella mujer deliciosa que olía a nube de azúcar, que vestía solo una camiseta de manga corta de los Chicago Bulls, y una mirada de sorpresa y incertidumbre, le dejara entrar, no sólo en la habitación, sino también en su vida.