Khani iba a probar su propia medicina. Él quería distraerles de lo importante, quería engañarles y hacerles ver que lo relevante se cocía donde él estaba, pero Gabriel no iba a cometer más errores y no iba a caer en su trampa. Khani aprovecharía para inmovilizar a Mjölnir, porque no había momento mejor para ello que hacerlo mientras tus enemigos estaban en otro lugar, jugándose la vida para salvar a uno de los suyos.
Miya, Reso, Clemo y Bryn se iban a colar en el Excalibur e iban a liberar a las valkyrias.
Isamu, Ren y Aiko avisarían a sus patrullas para que se quedaran en el perímetro de Buck Town y Wicker Park, para ver si veían algún movimiento.
Y, mientras tanto, ellos rodearían el club y actuarían desde la lejanía ayudando a Miya y los demás a su manera.
Por su parte él y Gúnnr acababan de descender a los túneles subterráneos de Chicago, y se dirigían velozmente a la sección que habían enfocado las cámaras quince y dieciséis.
Esa noche, la eficacia y la frialdad eran básicas para llevar la empresa a buen puerto. Los túneles eran el medio a través del cual Khani y su aquelarre se movían por la ciudad. Gabriel no dudaba de que debía haber unos laberintos de subtúneles bajo los que ellos ya conocían. E iban a ir allí y ver que mierda tenían bajo tierra.
Iban a reaccionar, aprovecharían el factor sorpresa. Nadie les esperaba.
—¿Estas preparada, Gúnnr? —Preguntó mientras caminaban inmersos en la oscuridad del túnel—. Recuerda: Ponemos los explosivos de amitol, los imantamos a la pared, los activamos y cuando ya no estemos cerca…
—Sí. Se lo que tenemos que hacer.
Ya había cuatro explosivos de corto radio en los túneles preparados para estallar. Pero si descubrían lo que Gabriel creía que había ahí abajo iban a necesitar el amitol.
—¿Estas asustada?
—No.
—¿Estas enfadada conmigo?
Gúnnr no contestó y siguió caminando.
—Ya veo. Sigues muy enfadada —murmuró Gabriel en voz baja—. ¿Estás preocupada por Róta y las gemelas? —No quería que ella se preocupara. Quería tenerla al cien por cien con él.
—Por supuesto que estoy preocupada. Las valkyrias nos hacemos llamar hermanas entre nosotras. Pero la verdad es que yo tengo solo tengo tres. Nanna, Bryn y Róta. No tengo a Nanna conmigo y ella siempre me hacía reír y me hacía sentir bien. Bryn es como mi hermana mayor, la que siempre ha cuidado de mí y en la que siempre he confiado. No soporto ver que la he herido al desobedecerla. Y Róta es mi compañera de juegos. Y no quiero que le suceda nada.
—Yo tampoco lo quiero Gúnnr.
—Una cámara más y llegaremos a la quince —dijo ignorando su comentario.
—Nos quedan unos cien metros —contó mentalmente—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Solo si es pervertida.
—Hablo en serio.
Gabriel sonrió. Iba a ser adorable conseguir el perdón de su valkyria.
—Claro.
—¿Qué te hace pensar que no nos están esperando ahí abajo? ¿Porque lo tienes todo tan claro? Es extraño… En realidad, tú no sabes a ciencia cierta si el plan que has desarrollado saldrá bien. ¿No pecas de arrogante? Eres… frío y calculador, Engel.
—¿Estás poniendo en duda mi profesionalidad, florecilla? —El tono de voz de Gabriel se suavizó al llamarla por su mote cariñoso.
—Creo que estoy preguntándote lo que todos hemos pensado en algún momento. No dudo de tu valía.
—La respuesta es no. No quiero pensar que peco de arrogante. El único factor sorpresa que hasta ahora he aprovechado y que he decidido utilizar porque mi intuición dice que es lo correcto es tu don. Decidí fiarme de ti en las cuatro esquinas. Y decido creer en ti cuando me dices que todavía sientes a Mjölnir —Gúnnr se detuvo y Gabriel, que notó el retraimiento de la valkyria, la agarró de la mano y tiró de ella, aunque la joven intentó soltarse—. Lo demás, cada paso que hemos estado dando desde que llegamos, cada paso que estamos dando esta noche, está todo muy estudiado. Antes has dicho que desobedeciste a Bryn. Tu acto impulsivo trajo una serie de consecuencias que no valoraste.
—Sí, y por eso me vas a castigar —murmuró con rabia—. Pero me importa poco lo que me hagas. Aceptaré el castigo porque me lo merezco. Por mi culpa, Róta puede morir a manos de los jotuns. Por mi culpa…
Gabriel tiró de ella bruscamente hasta que estuvo a su altura y señaló su cara con el índice:
—De nada sirve lamentarse, Gunny. No creo que te equivocaras. Eres una valkyria y eres de sangre caliente. Eres muy emocional. Pero las emociones hacen que no estudiemos el terreno, nos envían de cabeza a eso que queremos salvar o a aquéllos por los que queremos luchar, y a veces hay que serenarse y alejarse, solo para observar, ¿entiendes? Necesitamos perspectiva.
—No te comprendo —lo miró como si se hubiera vuelto azul y le hubiera salido una nariz de payaso—. Si te arrebataran de las manos a alguien que quisieras, dudo que te quedaras en un sillón hasta que llegara el momento adecuado.
—Si te hubieras sentado en ese momento, habrías llegado a la conclusión de que era una trampa. Te querían a ti porque saben que eres nuestro radar. No me preguntes como lo saben: Pero lo saben, créeme. Querían eliminarte. De algún modo Khani lo averiguó en el Underground, del mismo modo que captó lo de mi tío.
—¡Pero yo no podía saber nada de eso!
—Por eso necesita a un líder que sepa jugar al ajedrez y no a las damas —Gabriel continúo caminando y no le soltó la mano—. Debería haberte enseñado algo en todo este tiempo que hemos estado juntos —se reprendió.
—Sí. Deberías haber hecho muchas cosas que no hiciste. —De repente, toda la rabia que sentía por Gabriel empezó a emerger como el despertar de un dragón que llevase mucho tiempo hibernando.
—Ahora tengo tiempo para hacer todo lo que no hice —le juró regalándole una mirada llena de malas intenciones—. Empújame, Gunny y me encontraras. Yo también he aprendido muchas cosas estos días. —Empezaba a ponerse de mal humor—. También me he equivocado y no es agradable darse cuenta de ello.
—¿De veras? —La valkyria se sentía movida por el malestar de Gabriel—. ¿Te has equivocado? Sí, claro que sí —rio sin ganas—. Te equivocaste al pensar que Daanna podría esperarte o podría ser para ti. Ahí estabas echándola de menos en Valhall, haciendo el ridículo mientras ella estaba acostándose con otro… Que golpe para tu orgullo —se estaba mofando de él—. ¿Sabes que desearía?
—¿Ser Daanna? —le dijo con segundas, tanteando el mal humor de Gúnnr. Él también podía increparla.
—No Gabriel —aseguró con mitigada dignidad—. Desearía haber podido verte la cara cuando la encontraste con Menw y cuando viste que tu venerada Elegida era feliz con él. ¿Y tu perspectiva, Engel? ¿Dónde la dejaste? ¿También te dio igual?
Gabriel achicó los ojos. Gúnnr pensaba que le hacía daño con esas palabras, pero la florecilla no sabía que Daanna ya no significaba nada para él.
—A veces las cosas cambian —se encogió de hombros—. Yo también me puedo equivocar, y ver las cosas desde lejos ayuda mucho.
Ella apretó los dientes y se soltó de su amarre. Aquella respuesta no le había gustado nada a juzgar por el músculo que le palpitaba suavemente en su mejilla.
—¡Suéltame! —Exclamó irritada y negando con la cabeza—. Tú eres como un bloque de hielo. Eres incapaz de sentir nada, incluso cuando ves que la mujer de tu vida está con otro hombre. ¡Eres como una piedra! —Gritó en un susurro.
No. Estaba muy equivocada. Si viera a Gunnr con otro, probablemente lo mataría y no se arrepentiría de nada. Pero quería asegurarse de decírselo cuando estuvieran solos de verdad y no en medio de una misión.
Aún y así, se picó:
—Nunca digas eso. ¡No soy impasible mujer, ni un jodido eunuco! Soy frío en temas de guerra y estrategias —aseguró él acercando su rostro al de ella. Se excitó cuando vio un chispazo rojo en sus profundidades—. En todo lo demás, en todo lo demás puedo sentir las mismas cosas que tu, florecilla, y cuando quieras experimentarlas solo tendrás que pedírmelo. Si te atreves a pedirlo, claro… —la desafío abiertamente.
Gúnnr le empujó, necesitaba espacio. ¿A que estaba jugando ese hombre? ¿Estaba loco o que? Ella ya no quería jugar. Era competitiva y odiaba perder, y con Gabriel ya había perdido mucho.
—Hemos llegado —dijo él frotándose el pecho—. Pegas duro, valkyria.
—Olvídame.
—Imposible —dijo mientras se acuclillaba en el suelo y fijaba sus ojos azules en una compuerta metálica que había a sus pies—. Es aquí. Entran y salen por aquí; pero ¿adónde les llevará? Averigüémoslo.
Gabriel recibió un mensaje a través del comunicador.
—Engel —era Bryn.
—Dime, Bryn.
—Estamos dentro.
—Bien, localizad el objetivo. Intentad permanecer serenos, mantened la calma. Y cuando llegue el momento id a por ellas. Hay siempre un momento ideal: Buscad el vuestro. Aprovechad las barras de luz. Solo tenéis que encenderlas, os colocáis los anteojos y vais a por Róta y las demás, ¿de acuerdo? Es una luz muy potente, herirá a los vampiros y a todo aquél que no lleve gafas oscuras. Se desorientaran.
—Lo intentaremos.
—Generala.
—¿Sí?
—Lo haréis muy bien. —Quería impregnar de confianza a Bryn. Ella era diligente y competente, pero la energía emocional del Midgard le estaba pasando factura, a ella y a todos sus guerreros—. Controla a Reso y a Clemo, que permanezcan tranquilos hasta que se de la ocasión. Ellos son los que más me preocupan. Permanecer ocultos y luego actuad.
—De acuerdo.
Bryn cortó la comunicación y Gabriel agitó sus esclavas hasta que de ellas emergieron sus increíbles y poderosas espadas, las clavó profundamente en los laterales de la compuerta y miró a su guerrera.
—¿Estas preparada?
—Siempre estoy preparada —contestó todavía iracunda.
—¿Recuerdas todo lo que tenemos que hacer?
—No soy estúpida.
—Bien. Imagina que todo lo que se mueve ahí abajo tiene mi rostro. Seguro que acabaras con ellos en un santiamén.
La comisura izquierda del labio de Gúnnr se alzó ligeramente.
—No lo dudes.
—Y, Gúnnr, ¿sabes qué? —hizo palanca con las espadas hasta que las bisagras de la compuerta cedieron y se reventaron.
Ella negó con la cabeza mientras fijaba sus ojos azabaches en la cara de Gabriel. Espoleó su bue y cargó el arco en una mano y una flecha en la otra.
—¿Qué?
Una sonrisa lobuna se dibujo en los labios de Engel.
—Mejor que lo hagas muy bien ahí abajo o sino se te acumularan los castigos.
El Excalibur era el club nocturno más popular de Chicago. Con un aire de castillo medieval, iluminado por focos de colores, este edificio, ubicado en el corazón del vecindario de River North, era una exaltación del lujo y la clase, y había sido nombrado tesoro arquitectónico de la ciudad.
Su interior tenía múltiples ambientes, todos decorados con su propia atmósfera y estilo, desde salas chillout, a zonas de piscinas y salas de entretenimiento, además de unos de los espacios más grandes para bailar en Chicago. No podían faltar sus salas de fiestas privadas, cerradas a la gran mayoría, por supuesto.
Khani había cerrado una sala del Excalibur solo para su particular fiesta privada.
Miya y Bryn se internaron al ritmo de what about my dreams de Kati Wolf. Estaban en una esquina de aquella increíble sala que recordaba a un moulin rouge futurista. El escenario parecía una plataforma de teatro, del techo colgaba una increíble bola que emitía destellos dorados, y a los laterales habían sendos balcones para los mirones. Reso y Clemo se habían situado en la zona opuesta a donde ellos estaban, para no llamar mucho la atención.
Habían llegado hace cinco minutos. Se habían rociado con los sprays desodorizantes para que ni vampiros ni lobeznos pudieran reconocerles, y Miya estaba actuando como un escudo mental para anular su señal gama y que nadie los detectara.
Pero no era nada fácil controlar sus pensamientos.
Reso y Clemo eran bombas a punto de explotar, hervían de rabia e impotencia, y no estaba seguro de que siguieran las directrices que habían establecido para la misión.
En cambio, Bryn era toda rectitud y disciplina. No oía nada de ella, pero su tensión la delataba.
Los cuatro vestían de negro para no llamar mucho la atención. Ellos vestían con tejanos oscuros y camisetas negras ajustadas y Bryn, con un vestido corto de color violín que cubría su espalda pero que enseñaba todo el escote. Llevaba unas botas oscuras hasta media pierna y lucía un recogido bajo que cubría sus orejas puntiagudas. Ella lo controlaba todo con esos ojos claros y llenos de inteligencia. A Miya la valkyria le caía muy bien, porque era seria y responsable, todo lo que Róta no era.
Esa valkyria del pelo rojo era un huracán impulsivo y caprichoso que le había dejado fuera de control. Era demasiado sensual y coqueta.
Abusaba de su atrevimiento y su osadía hasta el punto que podía llegar a intimidarle. Lo ponía nervioso.
Él no era así, eran completamente distintos. Polos opuestos y de caracteres inflexibles y, sin embargo, sabiendo esas verdades inalterables e inevitables, estaba inquieto y necesitaba saber que ella estaba bien. Necesitaba verla. Y necesitaba que ella lo ayudara.
—Khani sabe que estamos aquí —murmuró Miya en voz baja solo para que Bryn lo distrajera de sus pensamientos—. Noto su presencia mental. Está intentando hacer un barrido.
—¿No nos puede detectar?
—No. Ren está ayudando desde el exterior. Esos bolígrafos que ha traído Engel están muy bien. Pero para mí, Ren es más seguro que un dispositivo.
Gabriel les había dado unos bolis que anulaban las ondas mentales.
—¿Él puede hacer eso? —Bryn tomó un trago de su tequila con limonada solo para aparentar normalidad—. Ese Ren… Parece muy fuerte.
—Lo es —asintió el samurái—. Todos los miembros de mi clan lo somos. Hemos sido adoctrinados desde nuestro nacimiento para desarrollar nuestra voluntad mental. Solo que unos los pueden controlar más que otros.
—Y… ¿Ren es de los que pueden controlarlo mejor?
—Aiko y Ren son hermanos, los mejores escudos mentales que tenemos. Son mis mejores amigos. De los dos, Ren es el más poderoso.
—Me alegro saberlo —Bryn alzó la cabeza para estudiar el perfil elegante y severo del samurái—. ¿Me prometes que pase lo que pase vas a sacar a Róta de aquí?
Miya alzó una ceja castaña oscura, pero siguió con los ojos grises clavados en el escenario que seguía vacío.
—Vamos a liberarlas y a cazar a Khani —le prometió el.
—Bueno… Yo solo te pido que si no lo puedo hacer yo, seas tu quien salve a Róta. Ella es muy importante para mí y la quiero. La situación entre nosotras no esta bien… Hace mucho que no está bien… Y estoy muy arrepentida de lo que hice.
—A mi no me pareció mal tu respuesta a sus provocaciones. Eres su líder y mereces su respeto.
—Pero antes que su líder soy… Su hermana de corazón. Su nonne. No debí abofetearla. No debí hacerlo —negó con rotundidad.
—Lo que sucedió ya es pasado, Bryn. Estas aquí, en el ahora y tendrás que ayudarme a liberarla. Eres como una hermanas mayor para ellas, y a veces las hermanas mayores dan cachetadas a las pequeñas cuando se portan muy mal y no les hacen caso. No te tortures. No se que pasó ahí dentro, en el hotel, pero tendréis que arreglarlo vosotras.
La Generala alzó la barbilla y lo miró de arriba abajo. Era complicado explicar lo que sucedía entre Róta y ella.
—¿Y que has hecho tu? ¿Porque te odia?
El samurái dio un respingo.
Un par de esclavos de Khani pasaron delante de ellos y miraron a Bryn con interés, pero Miya se acercó a ella para que se alejaran y la dejaran en paz.
—Parecen que no conectamos —contestó a su pregunta con desinterés.
—Y una mierda no conectáis. Te mira como si le hubieras roto el corazón. Róta nunca es transparente con los hombres, ni tampoco vulnerable. Cuando ha estado contigo la he visto perder toda su seguridad y convertirse en un erizo. Algo le has hecho… —le recriminó.
Sí le había hecho algo. Pero no se lo diría a Bryn. Nadie debía saberlo.
La gente se amontonó en frente del escenario. Bryn y Miya siguieron a la multitud pero se quedaron algo rezagados como Reso y Clemo.
Los dos guerreros se miraron y se insuflaron fuerzas para tener paciencia. Sus parejas, sus valkyrias, estaban allí e iban a liberarlas.
Los simpatizantes de Khani elevaron el puño y corearon su nombre.
Él salió de la nada y subió al escenario con un esmoquin color lila, los ojos completamente blancos y los colmillos manchados de sangre.
Saludó a la multitud con una sonrisa llena de ego y de vanidad. Se sabía el rey. Era el amo de la ciudad y controlaba a todos.
Miya quería reventarle la cabeza, pero cualquier movimiento amenazador sería alertado por todos los que lo adoraban como a un dios. Ese vampiro había creado su paraíso personal en aquella ciudad y también en su propia fortaleza.
—Bienvenidos a mi showroom particular. Saludos a todos. Sabéis que cumplo siempre mis promesas y, como tal, hoy he traído carne nueva.
El líder vampiro alzó el rostro y clavó sus ojos blancos y sin alma en la bóveda del escenario.
De repente, colgadas de una cadena, bajaron tres jaulas doradas. En ellas había tres mujeres que daban la espalda al gentío, con la cabeza cubierta por una mascara de cuero negra, las manos atadas por encima de la cabeza, y la espalda y la parte posterior de los muslos llenas de latigazos y en carne viva. Solo se veían retazos de las alas tatuadas entre la piel hecha trizas. Únicamente llevaban puestas braguitas negras, y Bryn se imaginó que incluso bajo la tela de cuero de esas bragas, también tenían la sensible piel fustigada. ¿Qué les habían hecho?
Miya percibió el vacío estomacal de Reso y Clemo cuando vieron descender a sus valkyrias. Porque no había duda. Eran ellas.
Lo sintió en el dolor y la fría furia de Bryn. Y lo percibió el mismo, en el olor. Sus fosas nasales se abrieron y se llenaron del olor a ella. A Róta.
Y estaba sufriendo. Róta estaba sufriendo y agonizaba de dolor.
Sensibilizó su oído y se centró en el latir de los corazones de las tres mujeres. Se quedó lívido al averiguar algo terrible.
Solo latía un corazón. Solo uno. Y lo hacía débilmente.
Róta era la única de las tres que seguía viva.
¿Lo habrían notado Reso y Clemo?
La sangre de las gemelas todavía olía, estaba caliente, por tanto, acababan de matarlas minutos antes de que bajaran en las jaulas. Lo habían hecho a propósito.
Bryn se centró en la piel descubierta de las mujeres.
—¿Siguen vivas? —Preguntó la Generala en voz muy baja, clavando sus uñas en el antebrazo del samurái—. Miya, por Freyja…, siguen… —Se obligó a tragar saliva para humedecer la garganta, seca por la impresión—. ¿Siguen vivas? Hay una que… ¡Oh dioses! —Se llevó la mano al corazón como si hubiera recibido una información que nadie más que ella podía recibir. Los ojos se le volvieron marrones y se le llenaron de lágrimas de indignación. Cerró los ojos con fuerza y se tambaleó ligeramente, pero Miya la sostuvo por el antebrazo.
—Mantente de pie, Bryn —le ordenó—. Ella sigue viva.
—Sí —lloriqueó la valkyria intentando ser tan fuerte como la ocasión merecía—. Pero las gemelas no. —Se sintió mezquina al alegrase de que Róta no fuese una de ellas. La empatía que tenía con Róta, y el dolor y la vergüenza que ella sentía en ese momento, la abofeteó y la dejó sin fuerzas—. Mi Róta —gimió afectada—. Liba y Sura…
Miya negó con la cabeza y Bryn sintió que se le revolvía la bilis.
—¡Mirad que cuerpos más bonitos! —Gritó Khani colocándose frente a la jaula del medio. La movió de un lado al otro para que chocara con las demás y se movieran en sincronía.
¿Quién de las tres era Róta?, pensó Miya. Parecían todas iguales. No se veían los tatuajes porque la piel de la espalda estaba muy castigada, completamente desgarrada. El pelo lo tenían oculto en el interior de aquella máscara de cuero negro, y no podía delatarla, porque el rojo de Róta anulaba los demás colores, por eso lo habían ocultado.
¿Quién había sido el sádico que había practicado con ellas?
¿Le gustaba la sodomización?
¿Qué les habían hecho?
—¿Oléis la sangre? ¿Oléis el miedo? —Continuaba el vampiro—. Esto es lo que le sucede a aquéllos que osan desafiarme en mi ciudad, en mi territorio. Si estáis conmigo os proveo de todo, pero si estáis contra mi… os arrebato cada una de las cosas que son importante para vosotros. Y al final, os dejo sin nada.
Ese mensaje no iba dirigido a sus secuaces. Iba dirigido a ellos.
Los ojos de Khani estaban buscándolos entre la multitud, se notaba en el movimiento nerviosos de los párpados y en como movía la cabeza de un lado a otro.
—Hoy vais a ver la ejecución de estas tres mujeres —dijo sin más, pasándose después la lengua por los colmillos.
Miya se apretó el comunicador e intentó disimular todo lo que pudo, para hablar con el tracio y el espartano.
—Escuchad… —necesitaba prepararlos.
Reso y Clemo permanecían en silencio. Ellos amaban a esas mujeres.
Eran guerreros, sabían como debían proceder, pero el amor que sentían por sus valkyrias, les cegó y Miya percibió el momento justo en el que los hombres se descontrolaron por la emoción.
La multitud estalló en júbilo, los gritos ansiosos por ver la ejecución llenaron el local.
Y fue el momento en que los dos einherjars decidieron que no iban a esperar eternamente y que no iban a dejar sufrir a Liba y a Sura ni un segundo más.
Activaron las barras de luz sin pedirle permiso ni a Miya ni a Bryn y todo quedó iluminado.
Bryn se colocó las gafas y pudo ver como una de las jaulas ascendía de nuevo hacia el techo y desaparecía de la escena. ¡Ahí estaba Róta!
La gente gritaba alrededor, muchos vampiros tenían los ojos y la piel quemados debido a la luz.
Miya controló la jaula que desaparecía y Bryn se centró en el asesino y maltratador Khani. Pero cuando Reso y Clemo alcanzaron las respectivas jaulas de Sura y Liba y las abrieron, cuando abrazaron a sus valkyrias y se dieron cuenta de que ya no había vida en ellas, cuando les quitaron las mascaras para llorar sobre sus labios magullados, en ese cruel momento los cuerpos de las valkyrias estallaron y se llevaron con ellas a sus dos einherjars y a todo el que hubiera delante.
La sala del Excalibur voló por los aires.
El subtúnel olía a moho y a putrefacción. Gabriel caminaba con las dos espadas en la mano, y Gunnr tenía el arco tenso y preparado con dos flechas.
Se oían ruidos extraños, parecidos al sonido de las tripas al moverse en el estomago, y también un goteo ocasional. La lluvia de la tormenta eléctrica había inundado los túneles, pero después de seis días el agua se había filtrado de algún modo y ya no estaba crecida.
Gabriel había estado en lo cierto. Caminaban por unas grutas distintas, por debajo de los túneles de la ciudad. No hacía mucho que debían de haber construido aquel laberinto inferior.
Estaba muy oscuro y no había ninguna luz que alumbrara el camino, pero eso a ellos nos les incomodaba porque veían lo suficiente bien como para vislumbrar al final del túnel una puerta mecánica y, en los laterales dos puertas más con barrotes negros.
Una de ellas se abrió y salieron cinco etones, vestidos con ropa humana. Eran patéticos. Se les veía la piel de color negro y los ojos muy amarillos. La lengua viperina se movía de dentro hacia afuera y los colmillos prominentes goteaban de veneno.
Los etones se colocaron como barrera para no dejarlos pasar.
—Gunny, activa la onda de frecuencia inversa.
Gunnr encendió el lápiz plateado, apretó un botón y emitió una luz intermitente de color rojo. La onda de frecuencia inversa era algo en lo que Menw McCloud había estado trabajando. Se limitaba a anular cualquier frecuencia mental, y lo iban a utilizar para contrarrestar los poderes mentales de los vampiros. Por lo visto el método funcionaba porque los etones se movieron incómodos, se miraron los unos a los otros.
Aquellos monstruos del Jotunheim podían manipular la mente de sus víctimas, pero si había algo que los anulaba, se quedaban sin facultades.
—Hola, hijos de perra —gruñó Gabriel sonriendo y sabiéndose vencedor, alzando las espadas—. ¡El cartero os hace una visita!
Corrió hacia ellos. A los etones, al ver la fuerza y la energía de Gabriel, no les quedó más remedio que intentar huir, pero él no se lo permitió.
Cortó la cabeza de uno y dio un salto sobre si mismo para esquivar la patada rasa de otro.
Gúnnr disparó una flecha y atravesó la cabeza del eton que corría hacia ella.
—¡No dejes que te muerdan! —Gritó Gabriel a Gúnnr mientras atravesaba a un segundo purs con las dos espadas y luego cortaba en dos su tronco. La parte superior se fue hacia un lado y las piernas cayeron hacia otro.
—¡Vigila tu culo y déjame tranquila! —gritó Gunny.
Se guardó el arco y levantó los brazos hacia adelante.
Le irritaba que el Engel estuviera pendiente de ella siempre que luchaban. ¡Era una valkyria, joder! ¡A ver si se enteraba de una vez! Abrió las palmas y electrocutó a los otros dos etones hasta alzarlos del suelo y colocarlos contra el techo. No detuvo la descarga hasta ver como se quemaban y agonizaban emitiendo gritos y siseos parecidos a los de las serpientes.
Gabriel la miró por encima del hombro y, cuando Gúnnr se relajó y dejó de emitir rayos, el Engel sonrió con malicia y le dijo:
—En realidad eres una sádica, ¿verdad?
Gúnnr se encogió de hombros y se colocó a su lado.
—No. —Se quedó muy quieta y sus orejas aletearon sutilmente. Sus ojos se volvieron rojos y clavó la mirada en la otra puerta lateral de barrotes.
—¿Percibes algo? —Gabriel abrió su iPhone y conectó el radar electromagnético vía satélite—. ¿Es el martillo? —El teléfono no tenía apenas cobertura y el programa no respondía.
—No lo se… —Susurró ella—. Puede que sí. Es una señal muy débil —negó con la cabeza—. Podría serlo pero… ¿Y si es una trampa? No es una señal clara, esta muy… No estoy segura. No quiero equivocarme.
—Nos queda poco tiempo, maldita sea. No tenemos margen —dijo Gabriel exasperado, mirando de reojo el monitor con un luz verde intermitente—. Los etones han dado la alarma de intruso. No tardarán en llegar.
—Entonces abramos lo que sea que hay ahí —dijo ella señalando la puerta metálica con un golpe de cabeza, pero sin dejar de mostrar interés por lo que había detrás de las rejas.
—Bien.
Gabriel aporreó las bisagras de la puerta con la planta de sus botas negras. El cemento alrededor cedió y empezó a caerse a cachitos. Luego colocó las espadas entre la abertura de la puerta y la pared e hizo palanca de nuevo. Se puso rojo como un tomate y se le hincharon las venas del cuello, gritó como un Sansón y entonces la puerta cedió y se desencajó.
Gunnr ayudó a retirarla y los dos se asomaron al interior de aquella sala en penumbra.
Había una piscina más grande que las olímpicas. Olía a azufre y en el interior de la piscina había algo enorme. Pero eso si que no lo podían ver bien.
—¿Me iluminas, florecilla? —pidió él con suavidad.
Gunnr alzó la palma de la mano y conjuró una esfera de rayos que iluminó por completo aquel apestoso lugar.
Del techo colgaba una especie de baba. La baba creada por las bolsas, que parecían crisálidas envueltas en espumarajo. Pero algunas de esas bolsas, al parecer, habían caído al agua como consecuencia de su maduración.
Ambos clavaron la vista en el interior de la piscina. Aquello grande y negro que creía que había en las profundidades de esa increíble alberca subterránea, eran en realidad huevos, de color negro y rugoso.
—Hay que joderse —musitó Gabriel.
Un huevo se estaba rompiendo y de él empezaba a emerger las cabezas de un purs y la de un eton, como si fueran hermanos.
—¡Es una cuna! —Gritó Gabriel—. ¡Por eso hay tantos! ¡Lo sabía!
Gunnr abrió sus ojos con espanto.
—¡Han creado una especie de vientre de alquiler bajo la tierra!
Claro. ¿De dónde sino salían esos purs y etones? Era imposible que por la puerta dimensional de las Cuatro Esquinas hubieran hecho descender un ejército entero a la Tierra, llamarían demasiado la atención.
Los purs y los etones y los trolls no podían transformar a nadie, pero sí podían matar. Entonces, no había modo de que se reprodujeran, porque eran asexuales. Por tanto, lo que habían hecho era descender unos cuantos para que ellos pudieran nacer ahí, según sus condiciones, justo en el Midgard.
—De acuerdo. Vamos a volarles el experimento. —El einherjar sacó las bombas de amitol e imantó una a la pared.
Gunnr hizo lo mismo e imantó otra al pasillo y otra más en el agujero del que habían salido los cinco etones. Pero allí se detuvo y se quedó mirando un ordenador portátil y una pantalla que había en la pared. En la pantalla se veía reflejado el mapa de esos subtúneles, donde podían divisar la piscina, el cuarto en el que se encontraba y un pasadizo tan largo que podía medir cientos de kilómetros. Sobre el túnel se dibujaba la disposición del callejero de la ciudad que tenían sobre sus cabezas.
Gabriel entró con ella y estudió la pantalla con interés. El pasadizo secreto finalizaba en Wheaton y justo al final del túnel parpadeaba una luz amarilla que estaba en movimiento. Alguien acababa de llegar al otro lado y parecía que había huido por los pelos.
—Alguien acaba de llegar a su destino —dijo Gabriel.
—Wheaton. ¿No es ahí donde Miya dijo que había localizado la sede de newscientists?
—Sí. Es justo ahí. —Acababa de descubrir algo súper importante, por eso sonrió a Gunny y la besó rápido y con fuerza en los labios.
La valkyria abrió los ojos como platos e intentó apartarlo empujándole por los hombros. Gabriel se apartó de ella y se pasó la lengua por el labio inferior como un pilluelo.
—¿Que crees que estás haciendo? —Le recriminó ella pasándose el dorso la mano por la boca.
—Se llama beso sorpresa.
Gunnr se quedó mirando los dientes blancos y rectos de Gabriel y luego el brillo seductor de sus ojos, ahora completamente negros.
¿Qué debía decir? ¿Qué se moría de ganas de que volviera a hacerlo?
No. Ni hablar. Los tiempos de ir tras Gabriel se habían acabado.
—No lo hagas más —le pidió con voz temblorosa dándole la espalda y centrándose en el ordenador portátil que había en la mesa.
Gabriel clavó la vista en la elegante curva de su cuello y apretó los labios con impotencia. Su valkyria estaba muy herida por lo ocurrido, pero la resarciría. No podía rechazarle para siempre y él se había dado cuenta, que con Gunnr, no sabía ser paciente.
El portátil monitoreaba una de las bombas conectadas a la piscina a través de una serie de cables de colores. Por lo visto medían las condiciones del agua y el estado de los huevos.
—Agárralo —ordenó Gabriel desde el marco de la puerta—. Veremos que hay en el disco duro.
La valkyria lo desconectó y lo llevó con ella.
Gabriel le tomó la mano libre y pidió a dios porque ella no lo soltara. Los dos se quedaron mirando la puerta con rejas.
—Vamos a volar este lugar —dijo dubitativamente—. Pero ese pasillo que lleva hasta Wheaton… es por ahí por donde han movido el martillo.
—Sabemos lo que necesitamos saber y creo que incluso más —asevero—. Ahora enviemos al infierno este sitio, y vayamos a saludar a Róta.
Gunnr asintió con diligencia y siguió sus pasos.
Salieron de los túneles y llegaron hasta el parking. Los secuaces de Khani debían de estar al llegar. Gabriel y Gunnr se subieron al Tesla negro.
Gabriel alzó el detonador en su mano y le dijo a Gunnr:
—¿Te apuntas?
Gunnr pensó que no iba a poder luchar más contra él si seguía tratándola como si contara con ella para todo. Era extraño sentir que era importante para él. Era alentador y esperanzador. Era, más que nunca, aterrador.
Pero, aun estando muerta de miedo por estar otra vez con Gabriel y percibir esas emociones nuevas, no pudo evitar colocar su mano sobre la de él y sonreír tímidamente.
—Me apunto.
—Dale, valkyria —la animó, transmitiéndole el calor y la confianza que ella siempre había tenido en él y que él nunca había sabido valorar, hasta ese momento.
Gunnr apretó el botón rojo y, mientras oían el ruido de una explosión, parecido al de un metro que se mueve bajo tierra, la valkyria y el einherjar salieron del parking que había bajo el Sears a toda velocidad.
Aquello había salido muy bien. Pero no quería que fuera la única buena noticia. Gabriel esperaba de corazón que su Generala y sus amigos, hubieran recuperado a Róta y a las gemelas. Necesitaba a todos de vuelta porque al día siguiente iban a recuperar el martillo.