Gabriel seguía muy enfadado. La noche no había salido como él quería. Después del Underground, había hecho guardia por Streeterville y Old Towr, pensando que encontrarían el rastro de Khani y sus secuaces pero no había sido así. Los vanirios habían ido a controlar las zonas de las playas, y otro grupo más se había quedado en Bucktown y Wicker Park esperando a que el vampiro se manifestara de algún modo. Pero Khani se había esfumado.
Gabriel había revisado en su iPhone el video que retransmitía las cámaras de los túneles en tiempo real, esperando ver algo o a alguien entrando o saliendo a través de ellos, pero sus esperanzas habían caído en saco roto.
EL satélite seguía mostrando que Mjölnir se había adormecido por completo, que su señal era vaga, pero Gunny le aseguraba que seguía ahí. Que ella lo podía sentir. Se sentía frustrado por no tener pleno control de la situación, pero la paciencia era lo último que perdía un buen estratega y Gabriel sabía que tarde o temprano, aparecería su oportunidad y no la desaprovecharía.
Aun así, el que Khani se hubiera escapado no había sido lo peor de la noche.
Gúnnr y él se habían quedado unos minutos a solas, apoyados en el capó del Tesla, mientras esperaban a Bryn y a Róta. Róta, que necesitaba ir al baño, había tardado más de lo habitual en salir del Underground, y Bryn le había dicho a Gabriel que ella esperaría a que saliera. Así que Gúnnr y él se habían quedado a solas.
—Estás muy hablador —dijo ella con sarcasmo.
—Ya.
—¿Por qué estás tan enfadado? —Le había preguntado Gúnnr peinándose el pelo con los dedos y colocándose el gorro blanco de nuevo. Se le estaban congelando las orejas.
Gabriel la había mirado de reojo. Ella tenía sus grandes ojos del color de la noche atentos sobre su persona.
—Las cosas no han salido bien.
—Humph. —Gúnnr apoyó la cadera en el capó y cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Para bien o para mal? ¿Quién lo sabe? —Recitó Gúnnr sin darle mucha importancia.
Algo pellizcó el corazón de Gabriel. Gúnnr tenía ese don. Esas mismas palabras, esa misma frase zen la repetía él muchas veces y durante muchas de las situaciones que había vivido como mortal e inmortal.
—Supongo que tienes razón —dijo mirándola con calidez.
Gúnnr se llenó de esperanza ante ese gesto y se envalentonó:
—Espero que lo veas igual cuando te diga lo que tengo que decir —dijo armándose de valor porque no podía ocultarlo por más tiempo—. Engel, antes, cuando hemos ido a buscar a Miya, nos hemos encontrado con tu tío. —Gúnnr pudo percibir la repentina frialdad y la tención de Gabriel como si la rodearan y le dieran una bofetada. Fue como un frente frío del norte. Poco a poco sintió, que perdía la bravura—. Estábamos frente al Starbucks y él me reconoció. Tiene una cámara en el lapicero de su escritorio y se conecta cuando alguien entra en su oficina… Y, bueno… nos había grabado… Te grabó a ti trasteando su ordenador y me grabó a mí revisando su biblioteca, y… Bueno, él me dijo que habíamos utilizado su… casa… como picadero. Y que no le parecía bien que no le hubieras dicho nada. Que esperaba vernos mañana a ti y a mí. ―Gúnnr se estaba llevando una mano temblorosa al bolsillo trasero de su tejano para enseñarle la tarjeta que le había dado, cuando Gabriel la agarró de la muñeca con fuerza y la acercó a él de un tirón.
—¡Dime ahora mismo que me estás tomando el pelo! ―Gruñó a un centímetro de su cara―. ¡Dímelo Gúnnr!
Ella tragó saliva y negó con la cabeza.
—No es una broma, Engel. Sucedió furtivamente. Bueno, Miya… Se… ofreció a borrarle ese recuerdo pero yo no le dejé porque…
—¡¿Por todos los demonios?! ¡¿Por qué no me metes una porra por el culo, Gúnnr?! ¡Ya que, al parecer, estás solo para joderme! ―Gritó exasperado.
Gúnnr se lamió los labios resecos.
—¡Has metido la pata hasta el fondo! ―Le gritó zarandeándola de nuevo―. ¿Qué parte no entendiste de: «No puede tener relación con nosotros»? Le acabas de poner una diana en la frente. ¿Qué mierda pensaste para no acceder a la petición de Miya? ¿Qué coño pensaste para no obedecer mi orden? Y ya que estamos, ¿qué pensabas cuando has disparado abiertamente a Khani en el Underground? ¡¿Eres tonta, Gúnnr?!
Los ojos de Gúnnr se volvieron rojos.
—A Khani le disparé por hablar así de mí, como si yo no estuviera delante. Toma nota, Engel, creo que te estás excediendo.
—¡Y más que me voy a exceder, joder! ¡Nada es más importante que esta misión! ¡Nada! ¡Tú no eres más importante que esto! ―Estaba tan rabioso que dejó que la ira y el miedo por la seguridad de tu tío lo consumieran.
El fondo de ojo rojo de Gúnnr desapareció, y fue suplido por una mirada triste y sin expresión.
—Bueno… Eso ya lo sabía.
—Por supuesto que ya lo sabías, por eso acabas de poner precio a la cabeza de mi tío. Estoy deseoso de oír el motivo por el que has entablado contacto con Jamie y no has permitido que Miya le borrara la memoria, ¡¿por qué?!
—Yo… Pensaba que no era justo para él ni para ti —murmuró desanimada—. Él esperaba verte y tenía una cara… muy ilusionada, como si de verdad quisiera… Él creyó que yo era tu novia y que podría invitarnos a los dos… —Se acongojó y se cayó de golpe. La conversación no debería haberse desarrollado de ese modo.
—¿Así que va de eso? —La soltó de golpe y se estiró cuán alto era―. ¿Te gustó sentir que él te consideraba mi novia?
—No se trata de eso…
—Te conozco, Gúnnr Esto no es una novela romántica, ¿comprendes, valkyria? Te dije que si pedías más a cambio de nuestro kompromiss, lo nuestro acabaría, ¿verdad? Tú y tus ideas sentimentales… Olvídate de eso. Nunca sucederá. Acabaría siempre comparándote con… Te haría daño… Da igual.
—Ya me haces daño. No me hables así, por favor.
—¿No? Tal vez de ese modo, siendo frío y cabrón, se te queda en esa cabecita frita por los rayos tardíos que has experimentado. No quiero que seas mi pareja. Eres una valkyria más y estás a mi cargo. Pero contigo tengo sexo y con las otras no. Punto y final. —Se cernió sobre ella y absorbió su espacio vital—. Ahora atiende bien lo que voy a decir: Si Jamie sufre algún daño por esto, caerá toda la responsabilidad en ti y no tendré piedad contigo.
Nunca, en su vida de valkyria, se había sentido tan mal y tan herida como para querer que se la tragara la tierra. Pero siempre había una primera vez. Y era muy amarga.
—Esta bien, Engel. No sigas, lo he entendido —contestó mirando a un punto encima de su cabeza. Como si ella fuera una recluta que recibiera el escarmiento de Gabriel, su general.
—Eso espero. —Se dio la vuelta y le dio la espalda mientras chutaba una piedra imaginaria del suelo y soltaba más tacos por la boca.
A las cinco de la madrugada llegaron al Hard Rock. Subieron en ascensor en absoluto silencio, sin dirigirse la palabra en ningún momento. Todos se hospedaban en la misma planta.
Salieron del ascensor uno a uno.
Bryn y Róta se dirigían a su habitación cuando la valkyria de pelo rojo y rizado pasó de largo. Bryn la miró por encima del hombro y levantó una ceja rubia llena de incredulidad.
—Te has pasado de habitación, Róta ―advirtió Bryn con los ojos azules llenos de preocupación.
—Ésa no es mi habitación valkyria —contestó Róta hasta detenerse en otra puerta. Sacó la tarjeta que hacía de llave y la metió en la hendidura—. Ésta sí.
—¿Has solicitado un espacio para ti sola? ―Preguntó Gabriel con tono cansado.
Róta se encogió de hombros y abrió la puerta.
—Róta, no tolero estos actos. Necesito que me informéis de todo ―le pidió Gabriel como si no tuviera fuerzas para ello―. Hagáis lo que hagáis. Es crucial que yo sepa cada uno de vuestros movimientos para mantenerlos compactos, como un muro, ¿me comprendes?
Róta se giró hacia el Engel, le lanzó una mirada atrevida, se sacó la chaqueta y la dejó caer al suelo, exponiendo una extraña mancha roja en forma de círculo sobre la parte superior de su pecho.
Gabriel miró sobre la piel curvilínea de la valkyria. ¿Qué era? Se parecía mucho a la marcas que dejaba Caleb en el cuello y el hombro de Aileen…
—¿Qué es eso?
—¿Esto? —Ella se alzó el pecho sin que saliera del escote de su vestido negro—. Una teta.
Gabriel sacudió la cabeza.
—Acuéstate, Róta —Gúnnr se acercó a Róta, la metió dentro de su habitación y cerró la puerta de un portazo.
Gúnnr miró a Bryn, esperaba que ella quisiera arreglar las cosas pero ésta tenía los ojos fijos en la punta de sus zapatos. La Generala metió su tarjeta en la hendidura y entró sin ni siquiera decir buenas noches.
—Cómo están los ánimos… —Susurró Reso, entrando tras Sura y deseando buenas noches a Gabriel guiñándole el ojo.
Clemo y Liba hicieron lo mismo.
Gúnnr y Gabriel se quedaron solos en el pasillo.
La valkyria sabía perfectamente que Gabriel la miraba con el ceño fruncido, como había hecho toda la noche desde que salieron del Underground y desde que ella le había confesado lo de su tío. Gúnnr no quería encontrarse con sus ojos azules cabreados, o peor, completamente negros y repletos de censura, así que aprovechó para caminar delante de él y dirigirse a su puerta.
—Entro a recoger mis cosas. Yo también pediré otra habitación —le informó con voz uniforme.
Ella sólo quería descansar. Dejar de pensar en Bryn y Róta, y dejar de pensar en el tío Jamie y, sobre todo dejar de sentirse humillada y avergonzada tras la reprimenda del guerrero, merecida o no. Y lo peor es que se sentía ridícula por albergar sentimientos hacia él cuando él le había dejado muy claro que no solo había entregado su corazón a otra, sino que a ella la consideraba poco competente. Gabriel siempre había sido su amigo, siempre se habían sentido bien el uno con el otro, ¿por qué ahora no podía ser así? ¿Por qué todo había cambiado hasta el extremo de querer alejarse de él?
Metió la tarjeta.
La luz roja se tornó verde.
Sintió la respiración de Gabriel en su oído, y su presencia grande, poderosa e intimidante tras ella.
Abrió la puerta y entraron los dos.
Se oyó un portazo y percibió que los cuadros Pop-art de la pared se sacudían por su violencia.
Las suites del Hard Rock eran muy amplias, estaban cubiertas de una suave moqueta color beige, y unas paredes en azul y otras en marrón oscuro. Había doble ambiente y una división entre el salón de estar y el dormitorio. En el salón había un gran sofá de color verdoso, en forma de ele, con cojines borgoña perfectamente distribuidos, que estaba situado al lado de uno de los ventanales. Había una televisión de cuarenta y dos pulgadas sobre un mueble de madera con varios estantes. Y en otra esquina, había un escritorio con los ordenadores Mac y todo el material que había comprado Gabriel. La cama se veía desde la entrada, justo al final de la suite, era grande y alta, cubierta con colchas blancas y crema, y tenían un respaldo de madera del mismo modelo que el mueble del escritorio y el de la televisión. Las ventanas tenían el marco de color negro y eran tan grandes que parecía que levitaban sobre Chicago, no apto para gente con vértigo.
Sería un lugar ideal para una pareja de enamorados, para un fin de semana especial y romántico… Podría ser muchas cosas pero no era ninguna de ellas.
Todavía seguía oscuro ahí afuera, señal de que a la noche le quedaba un par de horas para reinar sobre la ciudad.
Gúnnr trago saliva, apretó los puños y fue a recoger las bolsas llenas de compras que había en el suelo. Caminó con la espalda recta y erguida. No iba a parecer derrotada, por mucho que lo estuviera. Las valkyrias tenían dignidad y ella sabía muy bien lo que era y cómo ponerla en práctica. Se iba a ir de su habitación y no quería estar ahí un segundo más.
—Deja las bolsas en su sitio y date la vuelta. La voz de Gabriel la alejó por lo fría e impersonal que sonó.
Gúnnr ya había tomado las asas de algunas bolsas se quedo muy quieta y se giró para mirarlo. No confiaba en él.
—He dicho —repitió Gabriel—, que dejes las bolsas donde están y te des vuelta.
Gúnnr se frotó la mejilla con el antebrazo, tiró las bolsas de mala manera y se dio la vuelta con su paciencia a punto de volar por los aires.
—¿Contento?
—No. Hasta que no te desnude, no estaré contento —se descalzó apoyando los pies en los talones de las botas mirando el cuerpo de Gúnnr con vulgaridad—. Y puede que ni siquiera después de lo que voy a hacerte me quede contento así que hazlo bien. ¿Vas hacer algo por mí, Gúnnr? ¿Quieres que vuelva a ser simpático contigo? Entonces sé buena y acércate. Complace al Engel.
A Gúnnr se le cayó el alma a los pies. Gabriel no podía comportarse así con ella.
—Me quieres castigar porque estás enfadado porque te oculté lo de tu tío. Ya te he dicho que lo siento…
—¡No! ¡No sólo por eso! ¡Estoy hasta la polla de las disculpas! —Gruñó sacándose la camiseta negra por la cabeza. Su largo pelo rubio y rizado, cayó en cascada sobre su espalda y sus hombros. Sus ojos estaban completamente negros—. Tú y Róta me habéis desobedecido dos veces en el día de hoy —levantó el índice y el anular—. ¡Dos cada una! Róta increpa a Miya y luego hace transacciones por su cuenta en el hotel. Y lo tuyo es de juzgado de guardia. ―Se llevó las manos al cinturón de piel y lo desabrochó con movimientos bruscos―. No pienso dejar otra desobediencia más sin castigo. No tengo mano dura, pero se acabó. Pensaba que el rollo barato de la psicología funcionaba mejor para trabajar con grupos, pero… ―Negó con rabia―. Eres mi valkyria y estás a mis órdenes. Ahora haz lo que te ordeno.
—Pero… Estás enfadado —repuso ella incomoda―. Pensaba que esta noche tu no querías…
—¿Sí? Mira lo enfadado que estoy. ―Se llevó una mano al botón del tejano y se bajó la bragueta―. Ven compruébalo tú misma.
Gúnnr tenía los ojos abiertos y dilatados. No tenía miedo de Gabriel pero sí que la asustaba la situación.
—No quiero que sea así entre nosotros. —Gúnnr pasó por su lado, dispuesta a irse y a dejarle solo con su particular cabreo. Gúnnr no quería esto.
—Si sales de esta habitación, mañana reclamaré a los dioses que te lleven de vuelta al Valhall. Aquí me das problemas.
Gúnnr se detuvo cuando su mano estaba apoyada en el pomo de la puerta. Cerró los ojos y sintió un dolor sordo en el pecho. Un aguijonazo que cubrió de resentimiento todo lo que sentía por Gabriel.
—Las valkyrias no podemos volver. Deja de amenazarnos con estas tonterías.
—Las valkyrias podéis volver si yo se lo pido a Odín. No hay nada más importante que lo que hemos venido hacer aquí, y Odín accederá si yo veo comprometida la misión por culpa de alguna de vosotras.
—No estarías en Chicago si no fuera por mí —replicó ella con voz cortante.
La joven tenía razón, pero Gabriel estaba furioso y no le importaba. Sólo quería provocarla. Miró su propio reflejo en el cristal de la ventana. Siempre había creído que las personas tenían dos caras: Una de héroe y otra de villano. Él era de las personas que pensaba ciegamente en que todos los humanos tenían el bien y el mal en su naturaleza. Estaba comprobando por primera vez que él también tenía un lado oscuro y dominante.
Deseaba a Gúnnr con todas sus fuerzas, pero estaba enfadado y quería castigarla por ponerse en peligro y por poner a su tío en el ojo del huracán. Gunny y su valor, o Gunny y su increíble temeridad le estaban arrancando la salud mental.
Gúnnr había desafiado abiertamente a Khani, cuando Khani sólo debería haberse centrado en él. Ahora había puesto precio a su cabeza al exponerse y desafiarle. No podía luchar a su lado y pensar que cualquier desliz pudiera hacerle daño. Era una angustia innecesaria para él. Un problema demasiado enorme en el que pensar mientras estaban en misión. Y era… demasiado para él. No estaba preparado para ella. No estaba preparado para ninguna relación de ningún tipo y menos con alguien que lo ponía nervioso. Que lo debilitaba.
Pero quería acostarse con ella porque, estando en su interior todos los problemas se desvanecían. Sólo eran él y el éxtasis. Él y el placer. Él y Gúnnr. El sexo desestresaba y Gúnnr era la cara y cruz de una misma moneda.
La valkyria lo había estresado con su comportamiento, pero la valkyria podía desestresarlo con su cuerpo. Pero no iba a forzarla, no se lo podría perdonar nunca, aunque el Engel pudiera hacer lo que le diera la gana con su valkyria, él no era tan sádico como los dioses. En cambio, su alma de estratega encontró la manera de retenerla.
—Sal de esta habitación y mañana no estarás aquí. Quédate y asume las consecuencias de tus actos. Hiciste una promesa ante Freyja. Hiciste una promesa ante Odín. Dijiste que cuidarías del Engel. Soy un einherjar, no estoy pidiéndote nada del otro mundo, sólo aquello que me pertenece, aquello que tú y yo podemos hacer con naturalidad. No te haré daño.
La valkyria apoyó la frente en la puerta. «Gabriel, no. Así no». Le picaron los ojos por las ganas de llorar.
—Así que me quedo y me follas, pero a cambio me perdonas ―dijo con voz temblorosa―. Y si no me quedo me destierras.
Gabriel se sorprendía de lo dura y gráfica que era Gúnnr cuando la presionaban.
—Tú decides.
¿Ella decidía? Gúnnr no podría vivir en el Valhall con el cartel de fracasada. No era ningún sacrificio acostarse con Gabriel, pues, la cruda realidad era que ella lo amaba, pero él sólo quería castigarla. Quería que se sintiera mal por quererlo. Sabía perfectamente lo que sentía hacia él, estaba enamorada desde… Desde que él la había elegido, prácticamente. El vínculo se creaba espontáneamente y lo cierto era que, aquel hombre duro y dominante que estaba en el centro de la habitación, le había robado el corazón en el Valhall, con su forma de ser, su sonrisa, su simpatía y su dulzura. Aunque ahora quisiera pisoteárselo con saña y echar por tierra todas esas cualidades.
Lo decidió en menos tiempo de lo que pensaba. Se acostaría con él pero al día siguiente abrazaría su orgullo y le diría que rompieran el kompromiss antes de que también perdieran su amistad. Porque ahora ni siquiera le caía bien.
—Como desees, Engel ―dijo finalmente.
Gúnnr se retiró de la puerta y caminó lentamente hasta colocarse delante de él. Lo miró con una expresión vacía en sus ojos azules oscuros. Se quito la chaqueta con movimientos mecánicos y se quitó las Converse manchadas de alcohol y algo de la sangre del Underground.
—Enciende la televisión y por un canal de música ―le ordenó Gabriel metiendo una de sus manos morenas en el interior de sus calzoncillos blancos.
La valkyria ni siquiera preguntó por qué. Le daba igual. Intentaría disfrutar de ese momento pues iba a ser el último de esa índole que iba experimentar con él. Se giró, busco el mando y encendió la televisión.
—Pon la MTV ―Gabriel se acercó a ella por la espalda y rozó sus muslos contra las nalgas de ella―. Y sube el volumen.
Gúnnr ni siquiera se inmutó ante ésa cercanía. Había dos maneras de practicar sexo: Con emociones o sin emociones. Esta vez iba a ser sin emociones de por medio, por eso no temblaba al olerle o al sentir que sus ojos le hacían un escáner de arriba abajo. Ni tampoco temblaba al sentirlo tan cerca y rozando su cuerpo contra el suyo. El corazón no tenía nada que decir ahí, solo el cuerpo.
Cuando la valkyria puso el canal que su Engel le había pedido, se giró para seguir desnudándose, pero Gabriel le puso las inmensas manos en las caderas y la inmovilizó.
—¿No me preguntas por qué quiero la música?
—¿Importa?
—Sí —afirmó con voz ronca―. No quiero que te oigan gritar.
Claro, no iba a ser porque a las valkyrias les encanta la música, ¿verdad? Gabriel no pensaba en ella, pensaba en él. Gúnnr se encogió de hombros.
—Si no te gusta que grite, no gritaré. ―¿Qué importa ser cínica en esas circunstancias?―. Hoy puedo ser quien quieras, cariño ―añadió con voz seductora―. Por un módico precio: Que no me destierres.
Gabriel se quedó en silencio, mirando la coronilla de aquella mujer que tenía en sus manos. ¿Se estaba llamando puta a sí misma? ¿Por qué? ¿Por hacer algo que los dos querían? Gúnnr estaba herida y él enfadado, pero bajo esas corazas había deseo y atracción; y los dos lo querían y él era lo suficientemente sincero para admitirlo y también avaricioso para arrancarle una confesión. Detrás de su comportamiento tan furioso, había un instinto apasionado.
En la televisión emitían un videoclip de Alezandra Burke, The silence.
—Levanta los brazos.
Eso era fácil. Lo podía hacer. Gúnnr obedeció.
Gabriel le sacó el jersey blanco por la cabeza. La calefacción de la habitación le calentaba la piel, aunque seguía sintiendo frío por dentro. La música estaba demasiado alta, pero era una suite y en la suite se podía hacer de todo.
Gúnnr sintió cómo las ágiles manos del einherjar le desabrochaban el sostén. Tenía los pechos hinchados y los pezones sensibles. Era la reacción a Gabriel. Dura, humillante e inevitable.
Gabriel hundió el rostro en el cuello de Gúnnr y le cubrió los pechos con las palmas de las manos. Los sobó y los masajeó compaginando fuerza y suavidad al mismo tiempo.
—Isamu te ha dicho que hueles a sándalo —le mordió el lóbulo de la oreja con fuerza para luego decirle al oído―: Tú no hueles a sándalo.
—Huelo a nube, ya lo sé, ¿y qué? —Contestó ella sintiendo que se humedecía entre las piernas. Miró hacia abajo y vio los grandes dedos de Gabriel apretándole los pezones como si fueran pinzas. Tiró de ellos y un pequeño gemido salió de los labios de ambos.
—¿Te duelen?
—¿Te importa?
Gabriel apretó más fuerte y escuchó el grito mezclado de dolor y deseo de Gúnnr.
—Oye, valkyria —gruñó Gabriel sobre la piel de su hombro—. Tú no quieres que yo sea rudo contigo, ¿verdad? Tú eres suave y dulce. Así que no me desafíes. Ayer fui cuidadoso contigo porque era tu primera vez, pero…
Gúnnr sonrió con indiferencia.
—Me da igual lo que me hagas. Esto no va de mí. Va de ti y de tus necesidades. La Gúnnr que tú conoces está fuera de esta habitación. Aquí sólo hay un hombre y una mujer con instintos básicos. Fríos y sexuales, como tú quieres que sean ―Gúnnr sabía que Gabriel sentía como temblaba y como odiaba cada una de las palabras que estaba diciendo―. Nada nos une, ¿verdad? El kompromiss es sólo una especie de nudo invisible entre nosotros, pero no significa nada más serio para ti. Así que, ¿qué importa si eres amable o no? A mí ya me da igual.
Gabriel apretó la mandíbula. ¿De verdad estaba siendo así de cabrón? Gúnnr iba a disfrutar con él y, sí no, que le cortaran los huevos. En esta situación, Gúnnr obviaba algo: No le decía que lo quería en realidad, por muy malo o distante que fuera con ella, la valkyria lo quería. Pero se quedaba en silencio y se hacía la dura, y le dejaba a él el rol de animal.
You lift me up, and knock me down.
I’m never sure just what to feel when you’re around.
I speak my heard, but don’t jnow why,
coz you don’t ever really say what’s on your mind[19].
—Pero tú me quieres. Y quieres todo lo que pueda darte, ¿verdad? —Dejó sus pechos y caminó pegado a ella hasta el respaldo del sofá. Gúnnr se apoyó en él y Gabriel pegó todo su torso a su espalda—. Dímelo. Dime que me quieres ―quería provocarla y que admitiera lo que ambos sabían. Gabriel estaba deseando oírlo de su boca aunque fuera de ese modo vil y ventajoso, porque ella nunca se lo había dicho a él directamente. Deslizó sus manos hasta su cintura y las llevó a la parte delantera del pantalón, pero entonces se detuvo―. Demuéstrame que me quieres y bájate los pantalones y las braguitas.
Gúnnr lo miró por encima del hombro. Sus ojos rojos destellaron entre las hebras de su flequillo como los de un animal agresivo acorralado. Clavó los dedos en el respaldo del sofá que le llegaba a la altura del vientre.
Gabriel sonreía con seguridad.
—¿Vas a ser vergonzosa ahora?
Gúnnr levantó una ceja castaña oscura y sonrió con un desamor y una decepción que golpeó a Gabriel en lugares que creía que no tenía.
La chica se desabrochó los tejanos y los dejó caer por sus caderas. Caderas que esa ropa que llevaba ocultaba a la perfección, pero que desnuda como estaba ahora. Eran femeninas y no se podían esconder. Se quitó los pantalones de una patada. Se llevó las manos a las braguitas y dejó que resbalaran por sus muslos, dejando que Gabriel viera cada centímetro de piel que se revelaba. Las nalgas suaves de Gúnnr eran escandalosamente sexys. El Engel tragó saliva mientras Gúnnr se quitaba las braguitas por los tobillos y las lanzaba encima del pantalón. Y luego también se sacó los calcetines.
Gabriel pegó su erección a su espalda y se agachó poco a poco para rozar su largura, todavía oprimida por los calzoncillos, contra las nalgas de Gúnnr. Ella se tensó y él llevó una mano a la entrepierna de ella. Acarició sus rizos oscuros con suavidad y ambicionó estar en ese momento dentro de ella. Metió un dedo entre sus pliegues y empezó a acariciarla, al tiempo que metía otra mano por detrás de sus piernas y con dos dedos duros y exigentes penetró su entrada.
Gúnnr abrió los ojos y exhaló sorprendida por la impresión de la invasión tan brusca.
—Hay mucha miel aquí abajo, abejita ―susurró Gabriel mordiéndole el cuello con su blanca y recta dentadura. Deseó que fuera Gúnnr quien le mordiera, pero si lo hacía se descontrolaría. Movió los dedos, los sacó y los metió con insistencia mientras el otro dedo torturador no dejaba de acariciarle el clítoris―. Estás excitada y te gusta lo que hago. Dime que me deseas. ―Metió los dedos más adentro y hurgó en su interior, controlando en cada momento los espasmos de su cuerpo y la expresión de la cara de la valkyria.
Ella echó el cuello hacia atrás y cerró los ojos con fuerza. Su pelo largo y liso acarició su estomago y su erección, que ya salía por la costura de sus calzoncillos.
So say love me,
or say you need me,
don’t let the silence,
do the talking.
Just say you want me,
or you don’t need me,
don’t let the silence do the talking[20].
—Dímelo ―le ordenó pellizcándole el botón del placer con los dedos.
—Te… Te deseo. ―Eso lo podía decir. Era una confesión que no implicaba un corazón roto.
—Dime que me quieres —la espoleó de nuevo―. Dímelo. Todos lo saben. Yo lo sé. Pero tú nunca me lo has dicho.
Gúnnr negó con la cabeza y se mordió el labio inferior.
Gabriel gruño ante la negativa de Gúnnr a expresar sus sentimientos la soltó durante unos segundos para poder liberar el pene de los calzoncillos. No tenía tiempo para sacárselos, se los bajaría y listos. Lo único que ocupaba su mente era estar en el interior de Gúnnr y acabar con aquella locura.
Ella miró hacia atrás. Tenía las mejillas coloradas y los ojos completamente rojos de pasión y deseo. Pero faltaba algo en aquella expresión. Algo que siempre había estado en ella cuando lo miraba y que había desaparecido. No pensaría en ello mientras la tuviera caliente y dispuesta. Le puso una mano sobre la cadera derecha y con la mano izquierda se cogió la base de su pene.
—¿No me lo dices? ―Preguntó exigente―. Bien. Pues que empiecen los fuegos artificiales.
Gabriel miró cómo la punta abombada de su miembro hacía presión en la entrada de Gúnnr ya lubricada con el deseo de la chica.
Ella gimió y dejó caer la cabeza hacia delante. Su pelo cubrió su rostro por completo.
El Engel rugió y se metió de golpe en su interior.
Gúnnr gritó de dolor. Haciendo fuerza con sus músculos internos para sacarlo, pero cayó hacia delante hasta apoyarse con las manos en los cojines del sofá, por la fuerza del impulso de Gabriel y porque él había caído con ella.
La valkyria no sabía qué había pasado. Él le había hecho daño. Lo sentía demasiado grande e incomodo dentro de ella. Ahora estaba quieto pero le dolía horrores.
—¡Gabriel!
Ése era su nombre y no el del Engel. Oírlo en la boca de Gúnnr fue como un relámpago que le devolviera parte de la cordura.
El guerrero le rodeó la cintura con el antebrazo y la levantó un poco para liberarla de su peso. Le acarició los muslos, la cintura y el vientre, y lo hizo con cariño, pidiéndole perdón silenciosamente por haber sido tan brusco. La acarició pacientemente hasta que Gúnnr volvió a excitarse y a humedecerse.
—Apóyate en las manos ―le dijo con los labios pegados a su nuca.
Gúnnr se preparó para las embestidas potentes que iban a llegar. Gabriel quería lastimarla, ponerla en su lugar, eso iba a ser un castigo, pero entonces, ¿por qué le había acariciado de ese modo?
Gabriel se abalanzó de nuevo sobre ella y le abrió las piernas con las suyas. Sus penetraciones eran precisas y duras, moviendo la pelvis rítmicamente de adelante hacia atrás, y, sin embargo, no le hacía daño, al menos no físicamente. Ella cerró los ojos agradecida porque incluso, aunque su einherjar estuviera enfadado, buscaba un modo de complacerla.
Su sexo se llenó de calor y se humedeció todavía más. Gabriel rugió y llevó una mano hacia delante, para acariciarle el clítoris hinchado y resbaladizo.
Ella gimió.
—Dímelo, Gunny ―pidió con su voz teñida de preocupación―. Solo quiero oírtelo decir.
Gúnnr se quedó en silencio y se clavó las uñas en las palmas de las manos.
—¿Por qué? A ti no te importa lo que yo siento.
—Quiero oírtelo decir porque lo digo yo.
Estaba a punto de correrse. No se lo diría. Ni hablar.
Gabriel se detuvo y ella lloriqueó meneando las caderas.
—Gabriel, no me hagas esto. ¡Por favor!
—Ni… Ni se te ocurra correrte ―gruñó lamiéndole el cuello―, tendrás tu orgasmo cuando digas abiertamente lo que sientes por mí. Eso te liberará. Un maestro de la Tierra lo dijo una vez: «La verdad nos hará libres». Di la verdad.
—Eres autodestructivo. Ahí va una gran verdad ―dijo ella con su voz débil. Las lágrimas de frustración le caían por las mejillas y se fundían en la tela del sofá―. Y un gilipollas. Ahí va otra.
Gabriel frunció el ceño, meneó las caderas suavemente y le pasó la mano por las alas tatuadas. Estaban rojas como un hierro candente. Y quemaban igual.
—Esto va a ser largo, florecilla. A ver quién puede más de los dos.
Una hora después, Gúnnr todavía no se había corrido y Gabriel tampoco. Ella gritaba a cada embestida, estaba tan sensible que cualquier movimiento o roce interno le producía dolor y placer extremo. Estaba tan hinchada que cada penetración era todo un logro. Luchaba por conseguir su objetivo que no era otro que estallar en éxtasis. Pero cuando estaba a un segundo de lograrlo, Gabriel detenía sus dedos y sus caderas y la anclaba con fuerza en su lugar, para que ella no encontrara liberación rozándose ni contra el sofá ni contra sus manos.
Los dos estaban sudorosos, respiraban con dificultad. El einherjar nunca había deseado tanto a una mujer como la deseaba a ella, y tampoco había luchado tanto por la rendición de una chica en la cama como estaba luchando por la de ella.
Gúnnr sería la delicia de cualquier amo dominante, tendría mucho trabajo con ella hasta convertirla en una sumisa. Pero él no era dominante. Él sólo quería escuchar cómo Gúnnr decía la verdad.
—Venga, valkyria. Estoy esperando. ¿Quieres que estemos así lo que dure la eternidad?
—Detente, por favor… ―Pidió ella entre sollozos―. No puedo más. Me escuece…
—Y a mí ―dijo comprensivo―. Tengo el pene irritado, Gúnnr, al rojo vivo, pero sólo quiero que me lo digas. Di: «Es verdad, Gabriel, te quiero».
—Yo… No. ―Gimió al notar que la embestida de Gabriel le llegaba al cuello del útero―. ¡Por todos los dioses! ¡Animal! ―Gritó dando un manotazo hacia atrás―. Déjame en paz. Maldita sea, déjame tranquila… ―Murmuró con la cara contra el sofá―. No quiero volver a hacer esto contigo nunca más.
—Estás chorreando, Gunny ―susurró sobre su oído empalándose más a fondo―. No digas que no te gusta porque los dos sabemos lo jodidamente bueno que es. Dos palabras. Dilas y te daré el mayor orgasmo de todos los tiempos, y será nuestro Gunny. De los dos. ¿Quién nos va a quitar eso? Nadie puede.
Gúnnr decidió que se iba en silencio. Ya no quería hablar con él. Hasta ahí había llegado. No iba a rendirse. Lo que habían estado haciendo en esa habitación, que olía a sexo duro, no había estado bien, no lo sentía así. No se sentía a gusto consigo misma. No quería que nadie menospreciara unas palabras tan importantes, las primeras palabras que ella diría en su vida inmortal. Gabriel se estaba riendo de ellas y les restaba importancia. Gabriel la había rebajado y eso la hería en lo más hondo, así que podía deshacerse el Jotunheim antes de que ella se declarara. Se alejó de él desde ese momento. Se ovilló en su interior, en una esquina retirada de la oscuridad y de la ambición del Engel, de la desgracia de su nacimiento, del dolor del bautismo tardío y de la herida de muerte que le provocaba el rechazo del único hombre que había amado.
Pero ya no lo amaba. O, como mínimo intentaría no amarle.
En esa hora interminable el amor se había congelado.
Gabriel notó que ella se retraía y se enfriaba. Un miedo atroz a haberse sobrepasado le recorrió el alma. Gúnnr se alejaba de él a pasos agigantados y era extraño sentirlo cuando estaba tan clavado en su cuerpo que podía hasta notar el latido de su corazón en su vientre. Notó que los tatuajes de Gúnnr se apagaban poco a poco y percibió que del perfil del tatuaje salía humo, como si la piel se chamuscara, como si se estuviera quemando.
—¿Gúnnr? ―Preguntó solicito retirándole el pelo de la cara con manos temblorosas.
Ella negó con la cabeza y hundió el rostro en el sofá.
—Mierda ―dijo disgustado. Se metió en su interior y la despertó de nuevo. Esta vez no se detendría. Le daría el orgasmo, ambos se lo merecían por torturarse así durante tanto tiempo. Le acarició con los dedos mientras la envestía y, Gúnnr, a regañadientes, se incorporó en las manos de nuevo. Abrió la boca y los colmillitos aparecieron entre sus labios. Iba a gritar de verdad―. Eso es, florecilla. Tómalo. Es todo tuyo.
Gúnnr gritó con todas sus fuerzas, y los cristales del espejo del baño saltaron por los aires en mil pedacitos. Gabriel se corrió con ella, echando el cuello hacia atrás como el guerrero que era y gritando de gusto como un salvaje.
Se dejó caer sobre la espalda de ella, que estaba tan fría que quemaba como lo hacía el hielo seco. Le extrañó. Él estaba ardiendo y ella helada. No era normal.
Pasó una mano por su piel y entonces vio que las alas de la valkyria, ya ni siquiera eran doradas. Ahora eran azules, de un azul plata ártico. «Nunca me rompas el corazón», le había dicho Gúnnr.
Gabriel se apartó de encima de ella y la tomó de la cintura para levantarla con él. Se salió con cuidado, pero ni ese gentil gesto tardío pudo evitar que ella temblara ante el nimio roce. Le puso una mano sobre los hombros y la giró hacia él porque quería verle la cara. Ella miraba al suelo.
—¿Gúnnr? —Le alzó la barbilla y le retiró el húmedo flequillo de los ojos―. ¿Te encuentras bien? ¿Qué les pasa a tus alas? ¿Están bien?
Ella retiró la cara y buscó su ropa que estaba desperdigada por el suelo.
—Nada. Se pondrán bien —su voz era tan suave y baja que apenas la escuchó. Pero ya no le importaba que él lo hiciera―. Necesito cambiarme.
—Ya lo harás después. Te prepararé un baño y dormiremos un poco —le tomó la mano, fría igual que su espalda, y la dirigió al baño del dormitorio. Encendió las luces y abrió el grifo de la bañera. Gabriel estaba asustado.
—Quiero ducharme. No quiero baño ―pidió débilmente.
Él asistió. Cerró el grifo de la bañera y abrió el de la ducha hasta que salió agua caliente y la estancia se llenó de vapor.
Se quedó mirándola con fijeza, el uno enfrente del otro.
Él le sacaba casi dos palmos y ella parecía más pequeña de lo habitual y más distante que nunca. La tomó en brazos y la metió en la bañera, colocándola bajo la alcachofa de la ducha. No pesaba nada. Era la primera vez que era consciente del peso liviano del cuerpo de Gúnnr.
Gúnnr alzó la cabeza hacia el agua y abrió la boca hasta enjuagársela. Notaba la garganta en carne viva, y también notaba que sus partes más íntimas no estaban mejor. Mientras estaba sumida en el placer no le importó, pero una vez que el fuego había desaparecido, era una sensación molesta.
Gabriel se untó las manos de jabón. Se dirigía a limpiarla él mismo cuando Gúnnr lo miró toda húmeda por el agua, con el pelo echado hacia atrás y enseñándole aquella preciosa cara sin ninguna vergüenza. Tenía marcas de sus dedos en las caderas, y mordiscos y chupetones por todo el cuello, y además estaba hinchada entre las piernas. Él no estaba mejor. Se sentía irritado también.
—Voy a lavarte ―dijo él sin inflexiones.
—Quiero hacerlo yo.
—No. Yo soy responsable de…
—No lo vas a hacer —replicó ella—. No eres responsable de nada. Dime, Gabriel, ¿lo he hecho bien? ¿Me he ganado mi no-destierro?
—No sigas, por favor ―Gabriel tenía ganas de vomitar por como se había comportado―. ¿Podríamos hacer como si la conversación que hemos tenido después de entrar en esta habitación no hubiera tenido lugar nunca? Nunca. ―Murmuró deseando entrar en el baño con ella y tranquilizarla. Tranquilizarse los dos. Abrazarla y solo acariciarse. Eso era lo que él quería ahora.
—Lo siento pero no voy a olvidarlo ―le aseguró ella controlando el temblor de su voz―. Supongo que todas esas cosas que ahora quieres olvidar eran pensamientos que tenías ganas de decirme desde que te arrinconé en el Valhall, o desde que simplemente viste que te miraba de un modo más íntimo, ¿verdad Engel? Seguro que pensabas que era patética o que era tonta por tener sentimientos hacia ti… ―Le temblaba la barbilla y no sabía si era por la conmoción o por la pena―. O peor, por creer que podrías quererme… Que estupidez, qué estúpida he sido ―se regañó ella misma―. A mí nadie me quiso. ¿Por qué ibas hacerlo tú? Te he molestado demasiado.
Gabriel se sintió humillado por la entereza y la franqueza de Gúnnr. Ella siempre había sido así. Directa y sin rodeos, pero con una sencillez que abrumaba. ¿A qué se refería con eso de que nadie la había querido?
Él no supo qué contestar ni que decir.
—No es verdad, Gúnnr. Estamos los dos cansados y yo… ―Levantó las manos para agarrar su cintura, pero ella se apartó. El Engel no sabía qué era lo que estaba pasando, ¿por qué le dolía la barriga, la garganta y el pecho?―. He sido un bruto, perdóname ―le rogó con arrepentimiento.
—Te perdono ―aseguró ella, valiente en su desnudez―. Te perdono, Engel.
Gabriel valoró el gesto de Gúnnr. ¿Cómo podía perdonarle? Él no podía.
—Menos mal… ―Bufó y se pasó el antebrazo por la frente―. Acércate, quiero compensarte, Gúnnr.
—No ―dijo ella suavemente.
—Pero… Has dicho que me perdonas ―gruñó frunciendo el ceño.
—Y lo hago. De verdad ―las gotas de agua caían por su barbilla, por su pecho y su vientre.
Gúnnr sonrió, pero estaba a años luz de él. Y Gabriel lo sentía en cada poro de su piel. Levantó una mano temblorosa para rozar el rostro de Gúnnr, pero ella giró la cara. No dejaba que la tocara.
—No sé por qué me escogiste Engel ―dijo con el mismo tono monótono―. Lo he intentado entender durante el largo tiempo que hemos estado juntos… Pero no lo comprendo. No sé por qué te encomendaste a mí cuando nunca me has dejado acercarme lo suficiente, cuando nunca he sido lo que buscabas. Creía que la elección entre valkyrias y einherjars era única y certera, pero siempre hay una excepción, supongo.
—¿Adónde quieres llegar, Gunny?
—Creo que va siendo hora de arreglar nuestro error. Yo te libero. Engel. Ya no eres… mío.
Gabriel miró al techo, esperando que algún dios se materializara o que algún rayo cayera sobre ellos, pero no pasó nada de eso.
—No me liberas. No puedes liberarme y no quiero que lo hagas. Todo sigue igual. Yo sigo aquí y tú estás aquí. Estamos juntos ¿ves? ―Señaló al espacio que había entre ambos―. Tú y yo como siempre.
Era ridículo creer que Gúnnr podía haber roto el kompromiss con esas palabras. Pero algo en los ojos tristes de la chica le hicieron creer lo contrario.
Dio un paso adelante y la tomó de los antebrazos, húmedos por el agua de la ducha.
—¿Qué has hecho Gúnnr? Te pido perdón, de verdad. Me arrodillo y me arrastro si quieres… Oye, florecita, contéstame… ¿Has hecho algo?
Los ojos de la valkyria se llenaron de lágrimas mientras asentía con una pena profunda.
—Sí. Te he dicho adiós.
Gabriel sintió que se acongojaba y que un nudo le oprimía la garganta. ¿Cómo le había dicho adiós si la tenía delante de él?
—Mis alas… Mis alas han cambiado de color ―le explicó resignada―. Freyja nos dijo una vez que sólo deseando no pertenecer a un einherjar podíamos romper el kompromiss pero debíamos desearlo con el alma y el corazón. No había pasado nunca, puesto que nunca una valkyria y un einherjar con kompromiss habían querido siquiera alejarse el uno del otro, ya que se supone que son almas afines. Pero si se lograba romper el compromiso con sinceridad, la única prueba de que se había logrado era ver que las alas de la valkyria y del einherjar se tornaban azules. Era una señal de que la pasión se había congelado.
—Mis alas siguen ahí ―se miró la espalda―. No han mutado. Me estás tomando el pelo, sólo quieres ponerme nervioso, ¿verdad?
—Tus alas tampoco se desplegaron ayer noche ―refutó con sencillez―. Sura me ha dicho que a los einherjars se les despliegan las alas cada vez que lo hacen con su valkyria. Ésa es la señal de que están con su alma afín. Yo desplegué las mías y tú no ―Gúnnr sintió pena por la cara de desolación de Gabriel. Le retiró el pelo de la mejilla, frotó su pecho rubio con los dedos y luego lo dejó ir―. Parece que la que está equivocada aquí soy yo. Soy yo la que te retiene, Engel. Yo no soy tu alma afín.
Cuando escuchó esas palabras de boca de su valkyria, Gabriel se echó hacia atrás como si le hubiera golpeado.
—Tu tampoco has desplegado hoy las tuyas… ―Dijo él con la voz ronca.
—Desde que tuvimos la conversación en el coche y luego me pusiste contra el sofá, he deseado que nuestro kompromiss acabara. Mi cuerpo ha reaccionado a mi deseo.
El Engel no sabía dónde mirar. Sólo sabía que veía borroso, que le pesaban los ojos y que el corazón le palpitaba muy rápido.
—Esto no es definitivo. No puede serlo ―murmuró él con cara de estupefacción―. Gúnnr, tú no me puedes dejar… No está bien… ¡No te puedes ir!
—No me voy a ningún lado, Engel. Me quedo a luchar a tu lado. Al fin y al cabo, me he ganado mi permanencia en el Midgard, ¿no?
Gabriel notó que las rodillas se le debilitaban y decidió salir del baño antes de caer ahí rendido.
Jamás se había sentido tan mal. Le dolía la garganta, como si quisiera salir un grito desde lo más hondo de su alma pero se viera incapaz de hacerlo o de expresar todo lo que sentía y quería decirle a esa mujer.
Necesitaba pensar.
Se puso sus pantalones, guardó su cartera y el pasaporte en el bolsillo trasero por si decidía salir a despejarse. Miró su reloj. Eran las seis y media de la madrugada. ¿Qué debía hacer ahora? Se sentía enfermo por lo que había pasado en esa habitación. Se daba asco a sí mismo.
Se sentó en una esquina de la cama, apoyó los codos sobre las rodillas y se acarició el pelo con las manos. ¿Qué coño había hecho? ¿Qué retorcido modo de actuar era ése? Al final, su padre tenía razón. Era como él. Un coaccionador, un chantajista emocional. Una mierda.
Repentinamente, el salón se iluminó, y Gabriel pensó que era Gúnnr con sus rayos. Pensó que era la valkyria que por fin se ponía furiosa y le daba caña. Joder, estaba deseando verla así en vez de ver como toda su alegría y calidez se habían apagado por su culpa pero Gúnnr estaba en el baño. Entonces, ¿quién había allí?
Se levantó y sus pies se quedaron inmóviles cuando encontró a una mujer vestida con un traje de época de color rojo y un antifaz negro sobre la cabeza. Tenía los ojos verdes, una melena larga azabache y un rostro de pantera espectacular. Miraba a su alrededor, algo aturdida pero con seguridad, como si no fuera la primera vez que estuviera haciendo lo fuera estuviera haciendo.
Era alguien que Gabriel creía haber amado.
Alguien que no había sido más que un capricho.
Alguien que ya no provocaba nada en su sistema nervioso.
La vaniria Daanna McKenna.
—¿Gabriel? ―Dijo ella con los ojos brillantes con la emoción―. No puedo creer que… ¡Por Morgana, Gabriel! ¿Qué haces aquí? Tú… Te vimos como…
Gabriel estaba igual de impresionado que ella.
—¿Daanna? Qué… ¿Qué estás haciendo aquí? Yo… Soy el Engel. Un einherjar de Odín. Él me ha reclutado.
Daanna desencajó la mandíbula y lo miró de arriba abajo.
—Un einherjar… ¿Has dicho que eres el Engel? ¡¿Tú eres el Engel?! Es… ¡Es increíble! Tengo muchas preguntas que hacerte y tengo más que agradecerte ―Dijo ella de manera atropellada―. Entonces… ―miró de nuevo a su alrededor y se quedo pensativa―. Es a ti a quien vengo a buscar ―dijo para sí misma―. Increíble. Tengo que llevarte conmigo.
—¿Llevarme? ¿Ahora? ¿Adónde?
Ella sólo le tendió la mano y sonrió.
—Está bien, está bien… ―Daanna se llevó la mano al vientre, cómo si intentara calmar algo o a alguien, y puso los ojos en blanco―. Tenemos que hacer un viajecito. Vamos, date prisa ―movió los dedos de la mano―. No controlo mucho las bilocaciones todavía y, para serte sincera, no sé ni cómo me he bilocado. Estaba bailando en el jardín con Menw, feliz y plena por haber recibido una excelente noticia y… ¡Zas! Me biloqué, ¿no es sorprendente? ―preguntó sin esperar repuesta―. Pero esta vez, en el túnel la voz de Freyja me ha dicho que debo llevarte conmigo y creo que estoy a punto de irme ya. Empiezo a marearme ―Daanna se quedó mirando un punto al lado del hombro izquierdo del Engel―. Uy, no estás solo. ―Se intentó disculpar.
Gabriel se dio la vuelta y se encontró a Gúnnr, que tenía el cuerpo envuelta en una toalla azul. La valkyria tenía los ojos hinchados por las lágrimas y reconoció a Daanna, inmediatamente, porque era una mujer, las mujeres tenían ese sexto sentido.
—No me lo digas ―dijo Gúnnr suavemente―. Eres Daanna, ¿verdad? El amor de Gabriel ―tragó saliva y levantó la barbilla.
Daanna frunció el ceño y se quedó con la vista fija en Gúnnr. Era una chica preciosa y muy adorable. ¿Era la novia de Gabriel?
—A este paso todas las mujeres me van a odiar… ―murmuró la vaniria con resignación―. Necesito llevármelo, pero te lo devolveré te lo prometo ―le aseguró con una sonrisa de disculpa.
—No hace falta. Puedes quedártelo, te aseguro que él está descansado. Yo… Yo ya lo he liberado de mis garras ―miró a Gabriel por última vez, como si en realidad lo quisiera dejar marchar. Con gesto derrotado se dio la vuelta y se sentó en la cama.
Gabriel se sentía cada vez peor. Dio dos pasos hacia Gúnnr y se sintió ruin al ver la sorpresa en el gesto de la joven, como si la chica jamás esperara algo de él, como, por ejemplo, que la eligiera a ella. «Nadie me ha querido nunca», había dicho Gunny.
Era un desgraciado, eso era, por permitir que alguien tan dulce y bueno como Gúnnr sufriera por su culpa, y era un miserable por haber tenido miedo de ella. El Engel no temía a nada, pero sí que tenía miedo del amor puro e incondicional de una joven valkyria. Él era el patético y el cobarde no ella. «Florecilla, ¿qué te he hecho?». Quiso arreglarlo todo inmediatamente. Si la abrazaba fuerte y le pedía cien mil veces perdón, a lo mejor ella…
—Lo siento, pero ya lo arreglarás luego. ―Daanna lo tomó de la muñeca y tiro de él.
Gúnnr vio que la mirada angustiada de Gabriel la recorría, y luego vio como él clavaba sus ojos definitivamente en los ojos verdes de Daanna.
La vaniria y el einherjar desaparecieron de un plumazo, dejando una estela de partículas brillantes a su alrededor.
Y dejando a Gúnnr en Chicago, con las alas heladas y el corazón roto.