Capítulo 13

Después de comer, se habían hospedado todos en el hotel Hard Rock, en la misma Avenida Michigan en pleno centro de Chicago. Gabriel sabía de la importancia de esa zona. Si pasaba algo por las noches en esa ciudad, sería alrededor de la Magnificient Mile, en zonas como el Millenium Park, cónclaves de reunión social y gran actividad… Y estaban en la calle más importante y más cosmopolita y llena de vida de Chicago.

Sabía que el hotel les gustaría mucho a las valkyrias. Era un lugar magnífico, con un estilo art déco no muy exuberante, con personalidad y todo lo fashion y banal que ellas podían desear. Además, las valkyrias, que adoraban la música, agradecerían la temática de las habitaciones del hotel. Todas tenían algún tipo de recordatorio o cuadro de los artistas más famosos de la historia del pop y el rock en la Tierra.

Habían pedido cuatro habitaciones.

Gúnnr y él iban a dormir juntos. No debería haber solicitado una habitación para compartir con ella, pero era algo que su instinto no podía evitar. Como su valkyria, Gúnnr debía permanecer cerca de él. La joven no había mencionado nada sobre si daba por hecho o no que esa noche iban a dormir juntos de nuevo. Y él no iba a ser quien se negara ese caramelo, porque la verdad era que el sexo con Gúnnr había sido dulce y explosivo y estaba deseoso de más. De hecho, había decidido que tendría más. En las Cuatro Esquinas, Gabriel le había dejado muy claro cómo iba a ser todo entre ellos y ella había aceptado, así que Gúnnr nunca podría echarle en cara que se había aprovechado de ella. Por eso necesitaba mantener las distancias con ella fuera de la cama, para que no hubiera malos entendidos.

Ella ya había notado lo tenso que estaba cuando se le acercaba demasiado, y Gabriel odiaba comportarse así. Pero era lo mejor. No quería que por nada del mundo ella se hiciera falsas ilusiones. Tenía que marcar la línea entre sexo y pareja. Entre placer carnal y vínculo emocional. Entre amigos con derecho a roce y relación. Y no conocía mejor manera de hacerlo que alejándose de ella a base de indiferencia y frialdad. Aunque lo cierto era que actuar así suponía un gran esfuerzo para él.

Por eso la había enviado, junto a Róta y Bryn, a recorrer la ciudad. Los radares del software eran fiables, pero más fiable era Gúnnr y la zona para ver si detectaba destellos o repeticiones de su energía electromagnética. Además, les había ordenado que, después de su itinerario se dirigieran al Starbucks donde se suponía que se encontraba el usuario del foro llamado Miyaman. Debían estar ahí sobre las ocho, que era la hora en la que ese tipo se conectaba. Ellas lo seguirán y se presentarían ante él para «invitarle», lo más amigablemente posible, a que las acompañara al hotel y poder obtener toda la información que necesitaran, pero sobre todo, él quería comprobar con sus propios ojos de quién y qué se trataba. ¿Era un humano curioso? ¿Era un vanirio? ¿Un berserker? O peor, ¿era uno de los malos?

Mientras tanto, durante el transcurso de la tarde, y para no pensar en Gúnnr, se había reunido con Reso y Clemo para activar las cámaras que habían conectado en los túneles. Las cámaras tenían incorporado un sistema de alarma que se conectaba cuando detectaba movimiento. Por suerte, no medían más de siete milímetros y eran las más pequeñas y resistentes del mercado, así que no dudaba de la competencia de esos aparatos ni tampoco de su discreción.

Liba y Sura, por su parte, estaban indagando en los archivos de la poca vida criminal de la ciudad. Había zonas calientes, como en todas las metrópolis, pero éstas estaban en los barrios más marginales. Sin embargo, no había casos de desapariciones ni asesinos violentos en el Gold Coast, que era la zona donde se encontraban. Y eso sólo indicaba una cosa: Si Mjölnir estaba en ese distrito, los que estaban manipulando el martillo eran muy discretos y sabían cómo proceder para no levantar sospechar.

Conocer esa discreción en su enemigo ponía muy cachondo a un estratega como Gabriel. Cuando más grande fuera el desafío, mejor se sentiría cuando lo conquistara. Estaba tratando con jotuns inteligentes, nada que ver con los psicópatas se asediaban Londres. Una contienda contra lobeznos y vampiros nunca se daría en esa ciudad, nunca a la vista; no obstante, eso no quería decir que no se desarrollara de otro modo.

Gabriel miró la hora en su reloj digital. Se conectó al foro de mitología Nórdica y entró derecho al chat. Faltaba poco para las ocho de la tarde.

Miyaman debía estar al llegar.

Gúnnr ya había comprado demasiado.

La Avenida Michigan era una locura. La Magnificient Mile, algo así como kilómetro y medio de tiendas de marcas exclusivas, era, por derecho propio y como su nombre indicaba, un magnífico paraíso para cualquier mujer golosa y caprichosa. Y no había nada más goloso y caprichoso que una valkyria.

Con su don recibido le habían llegado las típicas indicaciones de las mujeres de su raza, pero con moderación. No como Róta y Bryn, por ejemplo, que se imantaban a los cristales de los escaparates con los ojos como platos, muertas de gusto por todo lo que veían y querían comprar.

—Venimos al Midgard a recuperar los objetos y a proteger a la raza humana, pero no por ello voy a reprimir ni mis instintos ni mi esencia. Puede que de ésta no salga, así que voy a permitirme todo lo que me dé la gana —había dicho Róta mirando las tiendas de su alrededor—. Trabajo y placer se puede mezclar sin ningún problema.

Gúnnr sonreía mientras recordaba sus palabras.

Las valkyrias eran muy hedonistas, les encantaban los perfumes y también las piedras que brillaban, y que pudieran lucir en sus cuerpos. Habían sentido una especial predilección por unas camisetas con lentejuelas y pedrerías que vendían en una tienda que se llamaba Versace, en la cual habían arrasado con todo tipo de trapos y zapatos, y por supuesto, la habían arrastrado a comprar compulsivamente a ella también, aunque no había necesitado mucha persuasión.

Le habían dicho:

—Cuando Gabriel te vea con esto va a entrar en estado catatónico —aseguró Bryn.

Y nada le gustaba más a Gúnnr que ver a su Engel en ese estado, fuera de control. «Podría ponerme de rodillas», le había dicho la noche anterior. Ella quería verlo ya.

Habían comprado tantísimo que no podían cargar con ello, así que ordenaron a las tiendas que les enviaran las bolsas al hotel, para que se las subieran a sus habitaciones, eso sí, pagando por todos esos servicios. Los humanos no hacían nada gratis. El dinero mandaba, por lo visto.

Lo que más valoraba de lo que habían adquirido era un lector de libros electrónicos y un libro, una edición de lujo. Que estaba convencida que iba a fascinar a Gabriel. Él siempre le había hablado de Sun Tzu. Pues bien, habían entrado a una librería llamada Barnes & Noble y habían preguntado sobre libros de esa índole, y el librero le había recomendado El libro de los cinco anillos de Miyamoto Mushashi. Lo había comprado y había pedido que lo envolvieran para regalo.

Róta, por su parte, había comprado un libro sobre la historia de los samuráis. Su amiga lo había leído con afán en apenas quince minutos, mientras caminaban por la Avenida.

Era curioso, pero para Gúnnr, después del dineral que se había gastado en todas esas cosas fatuas, lo que más ilusión le hacía era ese ejemplar. Porque era para Gabriel. Un regalo que esperaba que agradara el einherjar.

Ahora caminaban las tres juntas. Gúnnr iba en medio y llevaba en las manos un paquetito de chocolates deliciosos de la tienda Ghirardelli.

—Esta tienda seguro que la fundaron Odín y Freyja —había dicho Gúnnr mientras se encandilaban de todos los chocolates—. Tiene un halcón en el escudo, su sabor puede dejarte si no ciego, medio tuerto de gusto, y sólo venden pecado.

Comía una bomba de chocolate. Adoraba cómo le estallaba en la boca y el chocolate negro se fundía en su lengua y untaba su paladar.

No obviaba las órdenes de su einherjar. Gabriel le había dicho que intentara sintonizar con Mjölnir. No había notado ninguna fuerza electromagnética superior en ninguna zona por la que habían pasado. El ambiente seguía un tanto ionizado, y la energía latente de Mjölnir seguía ahí, resguardada en algún lugar. No tardaría mucho tiempo en averiguarlo. Sólo necesitaba sensibilizarse un poco más y estudiar mejor el tipo de afinidad que tenía con el martillo de Thor.

Se detuvieron frente al Starbucks. Esas cafeterías parecían tener mucho éxito entre los americanos. De hecho, el escudo de la cadena le recordaba ligeramente a Freyja.

Róta parecía muy nerviosa. Se asomó a las ventanas para observar el interior del local y se quedó con la vista fija clavada en un punto en particular.

—Ya es la hora —Bryn miró su Tissot Touch con esfera azul—. Entremos y veamos quien está conectado a un ordenador. Busquemos a Miyaman.

—Ahí dentro están todos conectados con sus portátiles. Dejadme entrar a mí primero y doy un primer vistazo —pidió Róta con ansiedad. Sus ojos azules brillaban de emoción.

Gúnnr y Bryn fruncieron el ceño.

—Si entramos las tres levantaremos sospechas —explicó Róta—. Bryn, vas vestida como una fulana y llamas la atención. A tu lado Gúnnr parece tu hija.

Las valkyrias aludidas se miraron la una a la otra repasándose con la mirada.

Gúnnr iba con sus tejanos anchos, la chaqueta de cuello mao y sus bambas Converse del mismo color que el gorro. Además, tenía una de las comisuras de sus labios manchada de chocolate. Los ojos azules oscuros parecían enormes en su rostro y, debido al viento y al frío de esa ciudad, ya tenía las mejillas rojas.

Bryn llevaba unos tejanos azules desgarbados de pitillo, unos zapatos rojos de tacón que había comprado en Gucci y que se había puesto inmediatamente, un gorro rojo ladeado al estilo parisino y una cazadora de piel de cuello alto que se arropaba a su figura sinuosa como una segunda piel. El pelo rubio largo y rizado le brillaba como un amanecer. Se había pintado los labios de rojo en la tienda MAC, que por cierto también habían saqueado.

Róta llevaba el vestido negro, corto y ajustado por debajo de las nalgas, un pañuelo del mismo color atado al cuello y una chaqueta de piel marrón oscura que le llegaba por encima de los riñones, Había hecho lo mismo que Bryn con el calzado que había comprado Gabriel. Se lo había cambiado por unas botas negras también de Gucci que le cubrían hasta las rodillas.

—Es suficiente con que una llame la atención —dijo Róta sonriendo con petulancia.

Gúnnr esperó el comentario mordaz de Bryn, la réplica que siempre tenía a punto para Róta y que parecía no poder tragarse nunca, pero esta vez, la Generala la estaba mirando de otro modo.

Sus ojos azules parecían sabios y no tenían reproche alguno para la provocación de Róta. La Generala se giró hacia las ventanas del Starbucks como si a través de ellas pudiese ver algo que nadie más veía.

Róta tragó saliva y apretó la mandíbula.

Gúnnr se incomodó. Era la primera vez que veía a su amiga valkyria insegura y con aspecto de vulnerabilidad.

—Está bien —dijo finalmente Bryn—. Entra y dinos qué has visto.

Róta no pasó ni cinco minutos dentro del Starbucks. Salió con los ojos rojos y ligeramente hinchados y la mirada de color rubí. Como si algo de lo que hubiera ahí adentro le hubiese afectado de una manera íntima y personal.

Gúnnr se acercó a Róta con preocupación y Bryn mantuvo las distancias.

—Está adentro —dijo Róta pasándose la mano por las mejillas para hacer desaparecer las lágrimas—. Es Miyaman.

—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Bryn.

Gúnnr no entendía la pregunta de la Generala. Su hermana estaba llorando, y eso que Róta no era de las que lloraban, y Bryn obviaba ese detalle como si no le importara.

—Bryn, ¿no has visto cómo está? —Le reprocho Gúnnr—. ¿Por qué lloras, Róta?

—Lo he visto en la pantalla de su ordenador portátil —contestó Róta con rabia—. Está conectado al foro ése que menciona el Engel. Daanna McKenna está con él. La Elegida.

Un nudo de ansiedad se aposentó en el estómago de Gúnnr. ¿Daanna McKenna? ¿La vaniria de la que estaba enamorado Gabriel? ¡Venga ya!

—¿Cómo dices? —Dijo Gúnnr en un suave susurro.

—Está con ella —repitió Róta con sequedad—. La espada que Reso y los demás encontraron en los túneles es de ese hombre. Es el hombre que vi mediante mi don. ¿Qué hace Daanna aquí?

—¿Acaso has visto a Daanna alguna vez? —Preguntó Bryn levantando una ceja—. ¿Cómo sabes qué aspecto tiene? Sólo Nanna sabe cómo son todos aquí abajo. Nosotras únicamente hemos visto las imágenes íntimas de Ruth y Aileen…

—Siempre que toco a Gabriel la veo —contestó distante.

Gúnnr apretó la mandíbula. Oír esas palabras era una herida de muerte para su corazón, Dejó caer la bolsa de chocolates de Ghirardelli al suelo y los bombones se desparramaron por la acera. ¿Acaso Gabriel tenía algún objeto personal de Daanna que llevara con él? ¿Acaso Gabriel era de Daanna? ¿Cómo algo suyo? ¿Cómo para que con sólo tocarlo Róta pudiera encontrar a la vaniria? ¿Tanto la había querido él como para estar marcado por ella de ese modo?

—¿Qué? ¿Por qué nunca me lo has dicho? —Gúnnr agarró del brazo a Róta y exigió toda su atención. Se sentía traicionada por su amiga.

—No tiene importancia, Gunny. No lo tengas en cuenta.

—¡¿Ah, no?! —Gritó Gúnnr con los ojos húmedos—. Por culpa de esa mujer Gabriel no puede… No me… —Se mordió la lengua y cerró los ojos muerta de dolor.

—Daanna está ahí —contestó Róta enfrentándose a ella—. Entra, si te atreves, y dile todo lo que le tengas que decir.

Entraría ahora mismo. Sus ojos se tiñeron de furia roja.

—Basta. —Bryn se interpuso entre ellas y les dirigió una mirada mortal capaz de hacer callar al más hablador—. En este momento me da igual los conflictos sentimentales que puedas tener, Gunny —espetó con censura—. Y me importa un comino por qué lloras, Róta. Es asunto tuyo —gruñó mirándole a los ojos durante largos segundos—. Hemos venido a buscar a Miyaman y eso es lo único que nos incumbe.

—Se llama Miya, en realidad —apuntó Róta apartando la mirada.

—Miyaman ya está aquí —dijo una voz masculina, ronca y gutural a sus espaldas.

Todas, excepto Róta, se giraron para ver a ese hombre.

Era muy alto, les sacaba una cabeza y media. Tenía unas espaldas tan grandes como las de los einherjars, la piel morena y aspecto de surfero. Llevaba una chaqueta de cuero con el cuello levantado, un jersey de punto blanco y unos tejanos azules desgastados remetidos en unas botas altas, negras desabrochadas. Su pelo castaño oscuro con reflejos claros estaba recogido en un improvisado moño a la altura de la nuca. Sus ojos grises rasgados tenían matices orientales y parecía que se estaba riendo de ellas.

—No sois humanas. ¿Qué sois? —Dijo con una sonrisa de incredulidad en sus labios.

Cuando Bryn iba a explicarle lo que hacían allí, alguien dijo:

—Hay que joderse… —Un hombre muy grande, con ojos claros, el pelo rubio de punta y una pulida perilla se dirigía a Gúnnr muy cabreado. Llevaba algo envuelto con una mantita rosa en los brazos. Fuera lo que fuese lo que allí llevaba, se agarraba a su camisa negra como si fuera un salvavidas—. ¡Tú!

Gúnnr miró hacia atrás y no vio a nadie, así que se señaló a sí misma. ¿Ese hombre sólo la estaba mirando a ella? Ese hombre era muy parecido a… ¡Mierda!

—¿Yo?

—¡Sí, tú! ¡Estuviste en mi casa con mi sobrino Gabriel! ¡Os vi!

Bryn se tensó y le dijo a Gúnnr al oído.

—Increíble. Soluciona esto ahora mismo.

—¿Cómo? —Susurró con los dientes apretados.

—Tú verás. —Bryn se llevó a Róta y a Miya con ella porque no quería que nada de eso les salpicara.

El hombre se detuvo ante Gúnnr y la repasó de arriba abajo.

—¿Cómo que nos vio? —Repitió horrorizada.

—En mi estudio. ¡Tengo una cámara oculta en mi lapicero!

Eso no podía estar pasando. Definitivamente, era lo último que debía pasar.

—¿Dónde está ese chico sin vergüenza? ¿Utilizáis mi casa como picadero y no sois capaces de dejar una nota de contacto? —Se quejó, visiblemente ofendido.

Bryn puso los ojos en blanco.

Róta miró a Miya de reojo.

Miya no podía creerse lo que había soltado el otro hombre por la boca.

Y Gúnnr se puso roja como un tomate. Ese hombre le había cogido por sorpresa y no sabía cómo reaccionar.

—¿Usted es el tío de Gabriel? ¿Jamie? —Pregunto Gúnnr clavando la vista en el bulto rosa que ese hombre sostenía con tanto mimo.

—Sí, jovencita —sus ojos azules se volvieron pícaros y risueños—. Y ahora mismo me vas a decir dónde está ese mal educado.

No. No podía hacer eso. Pondría a Gabriel en un aprieto. Era impensable.

—Lo siento pero… —Iba a decir Gúnnr.

—Ni hablar. Ahora mismo me lo dices o enseño el video a las autoridades y os denuncio.

«Muéstrate horrorizada», pensó. «Haz como si eso te diera miedo de verdad. Hay que aparentar la máxima normalidad posible».

—¡¿Usted haría eso?! —Gritó espantada—. ¡No puede hacer eso! ¡No comprende…!

—Niña bonita —le dijo acercándose a ella. Una mano pequeña de largos dedos arrugados y mucho pelo negro emergió de la manta color pastel y le tocó el pelo chocolate a Gúnnr. Jaime sonrió al ver la confianza de su cachorro con Gúnnr—. No puedes ser mala chica, le gustas a Chispa.

—¿Chispa? ¿Es un mono? —Dijo Gúnnr asombrada.

A Gúnnr le fue imposible no sentir ternura hacia ese animal. Alzó un dedo y Chispa se lo cogió, soltando a la vez un pequeño alarido de alegría. Le entraron ganas de destaparla y cogerla en brazos, pero si Jaime la ocultaba de ese modo era por alguna razón. No sería tan osada como para descubrirla. Y encima se llamaba Chispa.

Sonrío. Ella también daba chispazos de vez en cuando.

—Por favor, entiéndelo. Quiero ver a mi sobrino —la voz de Jaime era un ruego lleno de sinceridad y cariño—. Hace mucho tiempo que no le veo y me entero de que ha estado en mi casa y no me ha dicho nada.

—Señor —Miya apareció como un relámpago y se colocó tras Jamie. Le tocó el hombro y le obligó a que lo mirara a los ojos. Los ojos de Miya se aclararon y se fundieron como la plata.

—No, por favor —dijo Gúnnr deteniendo a Miya. Era un vanirio, y los vanirios tenían poderes mentales y podían actuar sobre la voluntad de las personas—. No lo hagas… Está bien.

—¿Quién es éste? —Preguntó Jamie sin entender nada y mirando a Miya con interés.

—Puedo solucionar este inconveniente —aseguró el vanirio.

Gúnnr se mordió el labio y alzó los ojos hacia el tío de Gabriel. ¿Qué haría Miya? ¿Le borraría ese recuerdo? No. No podía ser. Si las nornas habían decidido que eso sucediese, era por una razón, ¿no? Además, ese hombre de veras que se veía ilusionado con ver a Gabriel. Y ellas creían que a Gabriel le haría bien verlo, al menos, una vez más. No entendía como era la vida de Gabriel antes de morir, pero estaba segura de que quería a Jamie.

—No hay problema —dijo Gúnnr finalmente—. Solo estamos hablando.

Miya se encogió de hombros y se reunió de nuevo con Bryn y Róta.

—Ya sabéis donde vivo —Jamie sonrió de oreja a oreja—. Pero llamadme antes, no vaya a ser que no esté en cada cuando vengáis —se llevó la mano al bolsillo trasero de su pantalón negro y sacó una tarjeta cuadrada y de color negra—. Aquí está mi teléfono. ¿Cómo te llamas, jovencita?

—Eh… Gunny —dijo tímidamente.

—Genial. Soy Jamie —le dio un abrazo lleno de calor y cariño y la besó en la mejilla—. Si eres la novia de Gabriel, también eres mi sobrina.

—Yo no soy…

—No importa —Jaime levantó una mano sin darle importancia—. Sé lo que vi en el video…

—¿Eh?

—Espero la llamada —hizo el gesto del teléfono con el meñique y el pulgar y le guiñó un ojo—. Ven a casa con él, Gunny. Es mi única familia. Y Chispa espera que vengas. Le has gustado.

—Bueno…

—¡Ah! Y gracias por llenar mi nevera de todos esos platos suculentos. Cocinas muy bien —sonrió abiertamente y alzó la mano en señal de despedida.

Con esas palabras, Jamie se alejó de ella y desapareció en el horizonte.

Guau… Ese hombre era como un tornado, ¿no? Estaba lleno de buena energía, y tenía una mirada de ésas en las que una persona podría confiar siempre.

Resoplando, llena de adrenalina por ese encuentro, se reunió con los demás.

—¿Todo bien? —Preguntó Bryn cruzando los brazos bajo el pecho.

Gúnnr asintió.

—Está controlado. —«Ni de coña».

Róta frunció el ceño y miró los ojos y la boca de Miya.

—Soy una valkyria, ¿sabes? —Le dijo como si lo acusara de algo, o peor, como si él lo hubiese preguntado.

—Una valkyria, eh… —Asintió repasándola de arriba abajo—. Nunca había visto a una.

—¿Qué hacía Daanna McKenna ahí contigo? —Preguntó Róta sorprendiéndole.

—¿La conoces?

—Sí. Es del clan vanirio de la Black Country. ¿Por qué está contigo?

—Ya no está —se encogió de hombros—. Una pena —chasqueó con la lengua—. Me había alegrado el día.

Róta apretó los puños al lado de sus caderas.

—Yo la he visto. Estaba ahí cuando…

—Se ha esfumando ante mis ojos. Se ha bilocado —explicó Miya estudiando a las valkyrias con sus ojos llenos de bruma—. Lo que has visto era una proyección de su cuerpo. Ha venido a darme un mensaje, por lo visto, era la primera vez que hacía esto. Me ha dicho que tenemos que reunificar los clanes para el Ragnarök. Supongo que sabéis de qué va todo esto, ¿no? ¿Qué hacen las valkyrias aquí? Algo muy gordo ha debido pasar para que Freyja y Odín envíen a su escuadrón más fiel a la Tierra. ¿Qué es? ¿Qué ha sucedido?

—Acompáñanos, por favor —le pidió Bryn—. Te explicaremos quién somos y qué hemos venido a hacer aquí.

Miya se llevó la mano a la espalda y acarició una espada samurái que tenía bajo la chaqueta.

—Lo haré, las frecuencias mentales que detecto en vosotras, son llanas y buenas, pero, si intentáis engañarme, os cortaré en rodajitas.

—¿Qué te hace pensar que puedes vencernos? —Róta arqueó las cejas rojas y sus ojos azules lo desafiaron.

—Yo sólo os aviso —repasó sus botas negras de tacón, sus muslos esbeltos, la falda que se arropaba a sus caderas y a su trasero y el generoso busto que se erguía orgulloso—. Es imposible que sepáis luchar vestidas de esta manera.

—Dímelo cuando te esté pisoteando un huevo con mi tacón, guapo.

Bryn se cansó de ese bis a bis y al final le dijo a Miya:

—Las valkyrias nunca mentimos. Nunca. Te aseguro que no es ningún tipo de emboscada. Necesitamos que nos ayudes. El Ragnarök podría desencadenarse antes de tiempo, Miya. Por favor, acompáñanos —Bryn clavó su mirada en él y permitió que se reflejara su sinceridad.

—Está bien —Miya miró de reojo a Gúnnr—. ¿Y la niña también viene?

Aquel comentario sacó a Gúnnr de sus casillas. Sólo le faltaba oír eso para rematarla y dejarla sin autoestima. Al lado de Bryn y Róta parecería una menor con sus hermanas mayores, y vestida tal y como estaba pues no llamaba mucho la atención, la verdad. Estaba cansada de eso. Cansada de ella misma.

Encima, ahora había conocido al tío de Gabriel y casi le había afirmado que irían a verle. Y la revelación sobre Daanna y Gabriel le había lacerado el corazón. Tendría que haber visto al menos cómo era la vaniria. No. Eso habría sido más destructivo, si cabe.

Gúnnr era quien era y no lo podía cambiar, no podía competir con alguien que tuviera tanta ventaja sobre ella. Aceptaría su situación y lucharía con sus propias armas. Gabriel esta con ella ahora. Se acostaba con ella ahora. Bueno, al menos esperaba acostarse con él de nuevo. Es más, el Engel luchaba con ella y no la dejaría sola nunca. Puede que no les uniera el amor, pero sí el kompromiss. Y él se había encomendado a ella por alguna razón. En el momento de su muerte, la escogió a ella para que cuidara de él y compartiera su vida inmortal. Esto quería decir algo, ¿no? Eran pareja de guerra. Daanna no podía contra eso, por lo tanto, Gúnnr todavía tenía una oportunidad.

Sonrió a Miya con una de esas sonrisas destinadas a poner de rodillas a los hombres, la típica sonrisa que ella nunca había puesto en práctica y que le salió de forma natural.

—Si me haces de canguro, me voy contigo donde tú quieras, Kung-fu.

Miya soltó una carcajada.

—Qué mona… Esto va a ser divertido.

Estaba revisando las pantallas de los ordenadores cuando Gúnnr entró y con su presencia roció la habitación de olor a nube de azúcar.

Gabriel sintió que la cremallera de su pantalón se tensaba. Le irritaba que aquella mujer lo pusiera en alerta tan fulminantemente. Como un rayo.

Gúnnr llevaba el gorro de lana en la mano y se peinaba el pelo largo con los dedos. Caminó hacia Gabriel y le dijo:

—Tenemos una visita.

El Engel se giró con interés y se apoyó en la mesa del escritorio, mirando directamente al marco de la puerta.

Róta entró cabizbaja. Tras ella, Bryn levantaba la barbilla con orgullo. Y después de Bryn apareció Miyaman.

Reso y Clemo rodearon al Engel.

Gabriel estudió al recién llegado. Era un vanirio. Su mirada gris reflejaba inteligencia y fidelidad, pero sobre todo emitía retazos de humanidad, algo que los vampiros ya no tenían.

A Miya no le hizo falta saber quién era el líder del grupo. Gabriel rezumaba liderazgo por cada poro de su piel, pero fue la peligrosa seguridad en sí mismo, esa seguridad que podría volverle arrogante sí se descuidaba, la que más respeto le dio a Miya.

Ambos se miraron a los ojos, como en un duelo de pistoleros, pensando si desenfundaban o no sus armas.

—Puedo confiar en ti —afirmó Miya asintiendo—. ¿Por qué confías tú en mí?

—¿Cómo sabes que lo hago?

—De otro modo no me invitarías a tu hogar y no dejarías que conociera a tus guerreros.

Gabriel alzó la comisura del labio.

—Éste no es mi hogar —contestó mirando al guerrero de arriba abajo—. Y he visto luchar a los vanirios. Te aseguro que no podrías contra tres valkyrias como ellas —les señaló con un gesto de la barbilla. Caminó hacia él y le tendió la mano—. Soy el Engel, un einherjar de Odín.

—Miya. —Aceptó la mano que le ofrecía—. Vanirio. ¿Qué sucede? ¿Qué hacéis en Chicago?

Gabriel no tardó en explicarle todo sobre lo que hacían allí y por qué razón estaban en esa ciudad. Miya atendía sus palabras casi sin parpadear. La historia era asombrosa y la situación era más crítica de lo normal. Gabriel le explicó su historia en el Black Country y lo que él sabía de los vanirios y berserkers de esa zona inglesa. También le contó el pacto de hermandad que habían hecho los dos clanes enemistados para proteger a la humanidad.

—Veamos si lo he entendido. —La incredulidad asolaba el rostro de Miya—. Tú ya sabías que yo estaba aquí porque administrabas el foro de mitología nórdica y escandinava que yo visitaba. ¿Tan fácil fue encontrarme?

Gabriel se encogió de hombros y sonrió disculpándose.

—Muy poca gente sabe tanto como tú sobre idiomas antiguos y cultura nórdica, y además, sobre el comportamiento de los dioses… Y muy pocos entienden el mensaje encriptado que hay sobre el cabezal del foro.

Entra sólo si Odín y Freyja te han hecho un inmortal —recitó el vanirio—. Así que era una invitación literal.

—Sí. Eres un vanirio samurái, ¿verdad?

—Sí.

—No me imaginé que los dioses hubieran transformado en vanirios a otros guerreros que no fueran keltoi como lo son los de la Black Country. —No se lo imaginaba, pero por otro lado, le parecía inevitable. Cuantos, más guerreros para la causa, mejor.

—Y yo no me puedo imaginar que vanirios y berserkers se lleven bien —replicó Miya negando con la cabeza—. Son una raza muy salvaje los… perros. Por aquí ya no vienen, están todos en Milwaukee. —Se levantó de la chaise longue en la que se había acomodado y miró a través del amplio ventanal a través del cual se podía ver la ciudad de Chicago. Inspiró y su pecho se expandió notablemente—. Entonces, no sólo hay que lidiar con los jodidos chupa-sangre, sino que, además, ahora hay que localizar el martillo, la espada y la lanza de Odín. —El vanirio entrelazó los dedos e hizo crujir sus nudillos—. Estamos en serias dificultades. Muy serias.

—Es tan importante una cosa como la otra —explicó Gabriel ofreciendo una cerveza de la nevera—. Además, son los mismos, sólo que ahora están divididos en conseguir objetivos distintos, pero, con la misma finalidad.

—No, gracias —Miya levantó la mano y rechazó la bebida educadamente—. Yo no bebo.

Róta resopló como si él la aburriera, y Miya la miró de soslayo.

—Hoy ha sido el día de los encuentros inesperados —Miya se masajeó el hombro—. Primero Daanna McKenna y ahora tú…

La sorpresa de Gabriel pasó por su rostro con claridad. Sus ojos azules claros destilaron interés nada más oír el nombre de la vaniria.

Gúnnr captó todas sus emociones y se obligó a mirar hacia otro lado porque ver que a su Engel se le iluminaba la mirada al saber de la Elegida supuso un golpe para su orgullo de valkyria.

Miya explicó todo el encuentro con Daanna. Había descrito cómo ella había aparecido y desaparecido ante sus ojos después de darle una importante información. Había que reunificar los clanes y mantener el contacto perdido para cuando llegara el Ragnarök. El foro era la herramienta que iban a utilizar para seguir ese procedimiento.

—Entonces, Freyja tenía razón —dijo en voz baja, tomando una botella de agua. Se la lanzó a Miya y éste la agarró al vuelo—. Daanna ha recibido su don. Puede bilocarse y contactar con los guerreros perdidos. Fascinante.

Cuando él llegó al Valhall, Freyja y Odín le habían asegurado que, gracias al deseo que había pedido, la vaniria keltoi recibiría su don.

—Y… ¿Cómo está? —Preguntó Gabriel—. Esa mujer es increíble, ¿verdad?

Gúnnr se abrazó por la cintura y apretó los dientes. ¿Por qué tenía que dolerle tanto? Sólo eran palabras de admiración… Nada más.

—Sip. Sin lugar a dudas —aseguró Miya sonriendo con complicidad—. Es como una pantera. Es… hermosa y peligrosa.

—¿Por qué le diste tu espada Chokuto? —Preguntó Róta con frialdad mientras ella misma se dirigía a la nevera y tomaba una Coca-cola Light del frigorífico.

El samurái bebió de su botella y sus ojos se convirtieron en una línea plateada llena de animadversión hacia aquella mujer de pelo rojo.

—¿Sabes de espadas, valkyria? —Dijo finalmente sin mirarla.

—Sé donde está la que perdiste —aseguró Róta dirigiéndose a un armario de diseño que había en la sala de estar. Sacó la espada de Miya que había encontrado en los túneles.

El vanirio se levantó de golpe y apretó los puños.

—No la perdí. Me la robaron esa panda de vampiros del Whiskey Sky en una reyerta la misma noche que empezó la tormenta… ¿Por qué la tienes tú? —Le recriminó como si el solo hecho de que Róta tocara su espada fuera una ofensa.

Los ojos de Róta se volvieron rojos de repente. Rojos de rabia y algo parecido a la pena.

—Róta —le advirtió Bryn dirigiéndose hacia ella y colocándose en su campo visual periférico—. Contrólate.

Las valkyrias, como la hermandad de guerreras que eran, no tardaron en posicionarse al lado de Róta, y en mirar a Miya como si fuera menos que un piojo.

—Tu espada la encontramos nosotros —le explicó Reso—. En los túneles antiguos.

Miya no apartó la mirada de la valkyria en ningún momento, ignorando el comentario del otro guerrero.

¿Qué estaba pasando ahí? Gabriel y Gúnnr se miraron el uno al otro. Él le pidió algún tipo de explicación con la mirada, pero ella se encogió de hombros y negó con la cabeza. No tenía ni idea.

—Dámela. Mi chokuto no te pertenece —ordenó Miya con la vista clavada en los ojos de Róta.

Esta vez los ojos de Róta se tornaron rubíes, y su cuerpo fue cubierto por pequeños rayos azulados que lamían su piel como si fueran lenguas. Estaba enfadada y muy herida por esas palabras.

—¡Róta! —Bryn la zarandeó.

—Suéltame, Generala —advirtió su hermana.

—¡No maldita sea! Miya está con nosotros. ¡Por los feos de los enanos! ¡Compórtate!

—¿Quieres tu espada? —Róta no atendía a Bryn. Sonrió con suficiencia a Miya y le dijo—: ¡Cógela!

La espada voló por los aires como un mísil, en línea recta, sin hacer ningún tipo de curva. Miya agrandó los ojos y se movió lo suficiente como para esquivarla, pero no tanto como para que el filo de la hoja se clavara en el cuello de su chaqueta de piel y lo ensartara en la pared.

—¡Róta! —Gritaron Gabriel y Bryn a la vez.

El samurái, que tenía la espalda contra la pared, miró la hoja de su espada, la cual de vez en cuando destellaba por los reflejos de las luces de la ciudad que entraban por la ventana. Sus ojos grises se clavaron en el cuello de su chaqueta ahora agujereada y luego se desviaron hasta centrarse en Róta.

—Las mujeres como tú —Miya impregnó sus palabras de veneno—, merecerían un castigo por lo que has hecho. Confío en que tu Engel te dé una lección, pues estás echando por tierra las posibilidades de que colaboremos juntos, y has vuelto un encuentro amigable en uno muy poco cordial.

Róta dio un sorbo a su Coca-cola light, se encogió de hombros, y sin dar importancia a su advertencia, esta vez se la tiró con fuerza a la cabeza, pero Miya la cogió al vuelo, le dio la vuelta sin derramar una sola gota y pegó sus labios a la botella.

—Un agravio tras otro… —Susurró divertido mientras bebía.

Gabriel se pasó las manos por el pelo rubio y miró a Róta con incredulidad. Bryn agrandó los ojos y miró estupefacta a su hermana.

Generala, controla a tus valkyrias —gruñó el Engel.

Un músculo tenso palpitó en la delicada mandíbula de Bryn. La rubia pegó la nariz a la de Róta y le susurró:

—Pide perdón.

Róta tragó saliva y apretó los labios. Tenía las mejillas rojas de la rabia y la vergüenza, pero se negaba a bajar la mirada ante Bryn.

—No pienso pedir disculpas. No voy hacerlo.

Bryn agarró a Róta del escote del vestido negro y la zarandeó.

—Maldita sea, Róta. Pide disculpas.

—No.

—Róta.

—No. No… No me obligues.

—Me da lo mismo lo que tú quieras. Soy tu Generala y debes obedecerme. No toleraré ese tipo de comportamiento en mis valkyrias. No pienso dejar que pases por encima de mi autoridad.

A Róta se le llenaron los ojos de lágrimas.

Gúnnr se llevó la mano a la boca abierta y sintió pena por su hermana. Róta tenía mucho orgullo y aunque esa actitud hacia Miya era intolerable e incomprensible, no podía ser por simple capricho. ¿Qué sucedía?

—No me obligues…, por favor. —El ruego fue en voz baja.

Gúnnr nunca había escuchado a Róta suplicar por nada y su hermana del pelo de fuego, estaba suplicando ni más ni menos que a Bryn.

Bryn la retuvo del vestido y negó con la cabeza, impávida ante las palabras de su amiga.

—No puedo, Róta. Pide disculpas.

Róta se limitó a mirarla fijamente a la cara. Sus ojos regresaron a su estado normal, pero estaban llenos de frialdad y reproche hacia Bryn. Un reproche que se encargó de verbalizar con suma precisión.

—Nunca has podido. Bryn, la Generala. Es lo único que te importa. Tu posición ante Freyja. Por ese estatus puedes sacrificar todo lo demás, ¿a que sí, Bryn? Puedes hacer daño a la gente que te quiere, puedes sacrificar el amor, y puedes sacrificar la amistad… Te vendes como una pu…

La bofetada resonó en las paredes de la habitación del hotel, y giró la cabeza de Róta hacia el otro lado.

Bryn respiraba agitadamente, y estaba tan tensa que se pusieron en guardia. De todas las valkyrias, la furia y el temperamento de Bryn era el peor. La más letal y silenciosa.

Róta se llevó la mano a la mejilla, colorada por el golpe. Su pelo rojo cubría su rostro y la escondía de la vergüenza.

—Está bien —dijo Miya incómodo—. Ya es suficiente con…

—No —gruñó Bryn mirando todavía a Róta con una amalgama de contradicciones demasiado intensas en su interior.

Gúnnr se pasó la mano por el pelo largo y dijo:

—Róta se arrepiente de haberlo hecho, ¿verdad? —Intentó calmar los ánimos con su dulzura—. No lo va a hacer más, es sólo que…

—Silencio, Gúnnr. —A Bryn le temblaban los hombros.

Gabriel miraba la situación seducido por completo por la energía y la fuerza de Bryn, el arrojo de Róta y la lealtad de Gúnnr. Las valkyrias no eran seres a los que uno pudiera vapulear como le diera la gana. Prueba de ello era la demostración de autoridad y respeto que Bryn emitía.

—Dilo. Róta. Lo dices, y dejaré que te vayas a la habitación. No hagas esto más difícil.

Róta alzó la cabeza y se quedó mirando a Bryn, como si fuera la primera vez que la veía, como si no hubiesen pasado la eternidad juntas como hermanas.

La Generala pudo sentir cómo se distanciaba de ella, y lo hacía de golpe. Bryn hizo un gesto de dolor pero se repuso rápidamente. Hasta entonces, había creído que Róta no seguía atada a ella de ningún modo, pero… Por lo visto sí que había seguido habiendo algo invisible que las unía. Fuera lo que fuese, ya no estaba.

La valkyria apartó la mano de su mejilla maltrecha y pasó por el lado de Bryn con la espalda bien recta y toda la dignidad que la había arrebatado con ese manotazo. Róta se detuvo frente a Miya.

El samurái ya había arrancado la espalda de la pared y se estaba colocando bien su chaqueta.

—Mis disculpas —dijo Róta en tono llano—. No volverá a suceder.

El vanirio asintió. Ella no lo miró a los ojos y él en cambio se recreó con su rostro.

—Pido permiso para retirarme —dijo Róta con la vista clavada en la puerta de salida de la habitación.

—Concedido —accedió la voz extrañamente temblorosa de Bryn.

En cuanto Róta se fue, y cerró la puerta con un suave clic, Gabriel se encargó de romper la tirantez silenciosa que se aposentó en la habitación.

—No sé qué le ha pasado —le dijo Gabriel—. Pero ya la han puesto en su lugar. No volverá a suceder.

Miya seguía con la vista clavada en la puerta.

—Sabemos que Mjölnir está aquí, en Chicago —Gabriel centró la vista en los dedos tatuados de Miya.

El vanirio se sentó de nuevo en la chaise longue y acabó la Coca-cola light que aquella impetuosa valkyria había arrojado contra él. Ya no quería agua.

—Supuse que la tormenta eléctrica que asoló el Gold Coast, los dos días anteriores no era una tormenta normal. Y también intuíamos que los seres que vimos hace dos noches en el Whiskey Sky, justo cuando se desarrollaba la tormenta, no eran los típicos vampiros. Eran distintos, de apariencia menos humana que ellos.

—Así es. No era una típica tormenta eléctrica —aseguró Gabriel—. El que entró en el Asgard y se llevó los tótems, se trajo con él a un ejército de devoradores, son los seres que visteis. Nos encontramos con ellos en las Cuatro Esquinas y hoy mismo en los túneles, donde encontramos tu chokuto. Necesitamos trabajar contigo y con los tuyos. Necesitamos toda la información posible que nos puedas facilitar sobre la actividad vampírica en esta ciudad. Si hay o no hay nidos de jotuns, y en caso afirmativo, ¿dónde están? Si trabajan humanos con ellos o si sabéis que tengan a esclavos que les hagan de ojos durante el día. Si localizamos los nidos puede que demos con Mjölnir. Debemos trabajar codo con codo.

—Cuenta con nosotros. Nos apuntamos a todo lo que sea exterminar a Loki y sus secuaces.

—Bien —Gabriel asintió conforme.

—Venid conmigo esta noche. Os voy a enseñar todo lo que está oculto en esta ciudad. Con un poco de suerte veremos a Khani —dijo Miya acabándose la bebida de un sorbo.

—¿Khani?

—Todo aquelarre tiene un caudillo. Khani es el caudillo de los vampiros de Chicago.