Gabriel sabía lo sorprendidos que estaban todos por lo que él les había escondido. Un tráiler con dos coches Tesla Roadster: De diseño especial de cuatro plazas, uno de ellos de color negro y el otro blanco, había llegado a las siete de la mañana y había dejado los coches previamente pagados por trasferencia bancaria justo delante de la puerta de la casa. Además, también había conseguido unos microportátiles Vaio con los últimos programas de decodificación, microcomunicadores y un equipo de microcámaras de vigilancia con batería independiente de larga duración; además, unas ampollas de gas narcotizante y unos chalecos especiales de fibras sintéticas y protegidas con delgadas pero potentes placas de mental que iban a llevar debajo de la ropa para protegerse de todo tipo de balas, ácidos y materiales punzantes.
El dinero era poder. Y conseguir que le facilitaran toda esa mercancía en cuestión de horas y a domicilio había sido mucho más fácil de lo que creyó en primera instancia.
Gabriel había aprendido mucho con sus lecturas espontáneas, sabía del poder que ahora tenía con semejante tecnología en las manos.
Al margen de su excéntrica fascinación por la mitología nórdica, también quiso haber sido un gran ingeniero técnico de sistemas. Le fascinaban los ordenadores y los programas informáticos, sobre todo los de alta seguridad… era una de las pocas cosas que tenía en común con la pareja de su amiga Aileen.
Reso y Clemo por poco se corren al ver los coches y las valkyrias, al ver el Tesla, un vehículo hecho a su medida por ser un coche eléctrico, se habían emocionado y habían exigido inmediatamente uno para cada una. ¿Qué era eso de compartir? ¡Las valkyrias no compartían nada! El plan estaba más que trazado. Lo primero: Limpiar los subterráneos de la zona. Los devoradores adoraban la suciedad y la oscuridad, no les dañaba la luz del sol, pero preferían la noche. ¿Qué mejor lugar para ellos que el Underworld de Chicago? Había mandado a Reso y Clemo para que barrieran los túneles desde el otro extremo. Tenían un radio de unos diez kilómetros para supervisar, Gabriel y las valkyrias lo harían desde el otro punto. No esperaba tener tanta suerte como para dar con el martillo a las primeras de cambio, pero sería un modo de estudiar el territorio y ver la vida del submundo de Chicago.
Él sabía cómo hacer las cosas. El arte de la guerra se basaba en el engaño. Cuando se es capaz de atacar, había que aparentar incapacidad e inactividad. El enemigo tiene que creer que estás lejos, aunque en realidad estés justo al lado. No era su intención la de masacrar a todos los devoradores, vampiros y lobeznos que encontrara a su paso. Aquello sería desembocar una serie de daños colaterales que eran poco inteligentes y que distaban de ser la finalidad por la que ellos se encontraban en la Tierra.
Primero estudiaría el campo. Controlaría a sus enemigos. Localizaría los tótems y cuando menos se lo esperaran… ¡Bum! Lanzaría su ataque, se llevaría los objetos y no dejaría a ninguno vivo. Exterminaría para evitar represalias, pero sólo una vez hubiera conseguido su objetivo.
Qué jodidamente irónico era todo… ¡Su padre jamás creería en lo que se había convertido! En todo un guerrero estratega. Pensar en el Sargento era hacer que un ácido le corroyera las entrañas.
Apretó el volante del coche hasta dejar sus nudillos blancos, y un músculo de mal humor palpitó en su barbilla.
Gúnnr se movió a su lado.
—¿Estás bien? —Le preguntó tímidamente mirando al frente.
Él asintió a modo de respuesta.
La joven estaba sentada de copiloto y no lo había mirado ni una sola vez desde que salieron de la casa de Jamie.
Él no había querido sonar tan duro en la cocina, pero Gabriel tenía más que asumido que no quería nada que lo distrajera de la misión ni que pudiera tampoco mostrar ningún tipo de debilidad por su parte.
Lo de la noche, el sexo y los orgasmos, se quedaban en la habitación. La realidad, el día y la vida que les rodeaba era diferente a ese tipo de intimidad. Más bien, él no quería ni esa vinculación ni ese acercamiento con ella. Pero era difícil ser frío con alguien tan dulce como Gúnnr. Y para colmo… ¡El coche olía a nube! Era la esencia de la valkyria. Gabriel estaba irritado porque sólo podía olerla a ella. Ni Róta ni Bryn olían para él. Sólo ella.
—¿Regresaremos a casa de tu tío Jamie? —Preguntó Gúnnr mientras miraba por la ventanilla aquella increíble ciudad llena de rascacielos. La tormenta había desaparecido y ahora el sol alumbraba los cristales de los sublimes edificios y llenaba de sombras alargadas las calles pulcramente cuidadas de Chicago.
Gabriel negó con la cabeza.
—¿No le has dejado ninguna nota agradeciendo su hospitalidad? Podrías haberle dejado un post-it en la secadora… o en la cama —añadió maliciosamente mientras se miraba las uñas con desinterés—, puesto que son dos de las cosas que más has utilizado, ¿no?
—Eso es algo que tengo que decidir yo, Gúnnr y no estoy para notas absurdas.
—Por supuesto —Gúnnr contestó igual de cortante que él.
Bryn alzó una ceja rubia y él pudo ver ese gesto a través del retrovisor. Aquellas entrometidas seguro que estaban más que interesadas en que Gúnnr les explicara todos los detalles de su nueva situación.
Sin embargo, Róta seguía un tanto ausente. Desde que habían aterrizado en Chicago actuaba de manera distinta a como les tenía acostumbrados. Cosa extraña, ya que la valkyria era un huracán, y ahora parecía una brisa más bien veraniega. Tenía la frente apoyada en el cristal de la ventana, mirando sin ver.
—Oye, Gabriel —se oyó la voz de Clemo en el manos libres. Se oían las carcajadas en el interior del coche. Por lo visto, las gemelas y los einherjars se estaban riendo a costa de algo o alguien—. Nos preguntábamos si ya te han salido alas —un nuevo estruendo de carcajadas llenó la línea de comunicación.
Gúnnr dio un respingo y se frotó el puente de la nariz.
—Genial —susurró.
—Oídme —contesto Gabriel—. La línea no es para comentar esas chorradas.
—¡No son chorradas! —Protesto Reso—. Joder tío, relájate. A nosotros también nos salieron, no te mortifiques. Cualquiera diría que ayer lo pasaste mal con Gúnnr. Todos oímos los gritos que…
Gabriel colgó el manos libres y exhaló con cansancio. Encendió la radio y se escuchó el strip me de Natasha Beingfield.
Sólo el ligero movimiento de las cejas negras de la valkyria le pudo demostrar que el comentario le había ofendido, por lo demás, Gúnnr era una estatua.
—¿Has sido tú quien ha elegido la ropa a Gúnnr? —preguntó Róta, clavando los ojos en su mirada azul a través del retrovisor.
—Sí —contesto él.
—Es elegante —musitó Bryn con sorna.
—Le falta la sotana —Róta se inclinó y le dijo a Gúnnr al oído—. En cuanto podamos, nos vamos de compras, Gunny. Esta ciudad está llena de tiendas.
Gúnnr la miró de reojo. Nadie quería hablar sobre los comentarios jocosos que estaban soltando en el otro Tesla y la verdad es que ella lo agradecía.
—De acuerdo —dijo con voz débil.
Ah, pero a él no le engañaba. La joven estaba pensando en lo de las alas. Parecía ser que a los einherjars también se les desarrollaban las alas tribales tatuadas que llevaban a las espaldas, pero a él no le había sucedido, ¿por qué?
Estaban en el Loop de Chicago, el centro histórico de la ciudad, Gabriel había controlado por el rabillo del ojo todas las expresiones que cruzaban el bonito rostro de Gúnnr mientras observaba lo que le rodeaba.
Él tenía muchísimas ganas de explicarle todo sobre la urbe, quería enseñarle la ciudad como él la conocía, pero hacerlo sería acercarse más a ella y darle falsas esperanzas.
La valkyria sentía una sincera fascinación por aquella increíble ciudad situada a la orilla occidental del lago de Michigan. Se había fijado en los urbanitas: todos parecían tener un buen status social. La mayoría de hombres iban con traje y corbata, y las mujeres vestían también elegantemente, al estilo ejecutivo, sobre todo en horas laborales. Las calles eran anchas y estaban increíblemente limpias. Era una ciudad llena de cultura, y también de actividad editorial. Gúnnr no había podido evitar fijarse en la cantidad de bibliotecas, museos y universidades que amparaba aquella ciudad y que eran símbolos representativos de la esencia de la metrópoli. Sí, a Gúnnr le encantaba Chicago. Igual que a él. Aparcó el Tesla en el parking externo de la Willis Tower y se aseguró de que Reso y Clemo ya estuvieran en los alrededores del edificio Hancock. Entrarían a los subterráneos a través de los paquines.
Puesto que estaban al lado de la calle más importante de Chicago, la Avenida Michigan, la red de alcantarillado público, según su iPhone, estaba justo bajo sus pies. Ahí estaba la entrada a los túneles.
—Hay cámaras por todos lados. ¿Cómo se supone que vamos a entrar y pasar desapercibidos? —Preguntó Bryn.
Gabriel abrió su portátil y empezó a teclear con la misma agilidad y competencia con la que hacía todo. Gúnnr echó un vistazo a lo que estaba haciendo.
—Está congelando una imagen y subiéndola al servidor externo de las cámaras de seguridad del parking —dijo Gúnnr. Cuando notó la mirada de aprobación de Gabriel no pudo evitar añadir—: No solo leo tus recomendaciones.
Los ojos azules del Engel sonrieron con diversión e hicieron un escáner virtual del rostro de Gúnnr. Esa mujer era como un tetris para él. Un vicio irritante.
—Valkyrias, preparaos —ordenó obligándose a dejar de mirarla—. Coged las microcámaras de vigilancia.
Gabriel se quitó la chaqueta de piel y la dejó en el coche. Las valkyrias copiaron sus movimientos. Se arremangó el jersey negro hasta los antebrazos y dejó a la vista las dos enormes esclavas de titanio.
Las valkyrias hicieron lo mismo. Sus ojos se volvieron brillantes y rojos como dos rubíes. Róta y Bryn sonrieron, deseosas de empezar a cortar cabezas. Gúnnr miró la entrada circular metálica que tenía a sus pies. Se relamió los labios y apretó los puños.
No sabían lo que había allí abajo, pero Gabriel confiaba en que los jotuns tuvieran sus particulares colmenas. Ella no dudaba de sus instintos, el Engel era el mejor estratega de Odín. Sin embargo, sí que se sintió sola. Su einherjar había roto toda la magia nacida entre ellos durante la noche anterior, y lo había hecho sin ningún tipo de reparo.
Además, ¿por qué a Gabriel no le habían salido alas?
Tragó saliva y sintió el regusto amargo del fracaso deslizarse lentamente por su garganta.
Gúnnr apretó los dientes. Estaba furiosa con él y consigo misma.
Sí. También tenía ganas de aplastar a unos cuantos jotuns.
Estaban empapados. La tormenta eléctrica y la lluvia incesante habían inundado parte del sistema de alcantarillado de la ciudad, pero ellos habían logrado entrar a los túneles subterráneos. Se hallaban a unos cuarenta pies de la superficie. Los túneles subterráneos de Chicago comprendían unos noventa y seis kilómetros de terreno bajo tierra.
—¿Por qué tienen esto bajo tierra si no lo utilizan? —Preguntó en voz baja Róta.
—Estos túneles fueron construidos hace poco más de un siglo —contestó Gabriel acariciado las paredes húmedas del lugar—. Por aquí viajaban todos los vagones destinados a hacer llegar a la ciudad madera y carbón, y también correo y todo tipo de paquetes a los comercios y oficinas del centro. Hasta que, aproximadamente, a mediados del siglo pasado, se empezó a utilizar el gas natural y dejaron de utilizar esos productos, y entonces los trenecitos se utilizaron sólo para la entrega del correo. Y un día, con la construcción y la expansión de las carreteras, los trenes subterráneos dejaron de ser útiles. Hace como medio siglo que no circula ningún tren por aquí, la compañía se declaró en bancarrota y la Chicago Tunnel Company se quedó sin vagones. —Palpó la pared con los dedos y miró la pantalla de iPhone. Sonrió—. Pondremos otra cámara aquí. Vamos a crear un circuito cerrado bajo toda el área que comprende los tres edificios más altos de Chicago. Sólo nos quedan unos metros más por barrer y ya tendremos esta zona controlada. Encontraremos el puto martillo. —Apretó el comunicador—. ¿Cómo va el segundo equipo? —Preguntó—. ¿Hay alguna novedad?
—Nada, tío. Huele a huevos podridos, eso sí —contestó Reso—. Pero, por lo demás, está todo en silencio y de momento no nos sentimos amenazados por nada.
—Bien, si veis algo raro, escondeos, que no os vean, y si lucháis porque no hay más remedio, deshaceos de los cuerpos. No podemos dejar cabos sueltos.
—Silencio. —Gúnnr había quedado algo rezagada. Tenía las manos apoyadas en sus rodillas y la mirada roja clavada en el agua que cubría sus piernas.
Los tres se giraron para atender la orden de Gúnnr.
Gabriel caminó hasta colocarse a su lado, y rodeó su brazo suavemente con los dedos.
—¿Qué pasa, Gunny?
—Calla —pidió deslizando la mirada por el agua—. Siento la energía de martillo. Pero no es… No es el martillo en realidad.
—No estoy para adivinanzas —dijo exasperado.
—¡¿Y crees que yo sí?! —Le escupió con gravedad—. Es como una irradiación. Sea lo que sea lo que se acerca, ha entrado en contacto con el Mjölnir. Ha estado cerca de él.
Gabriel achicó los ojos y agudizó el oído. No se oían pasos aproximándose, sólo el goteo ocasional de la humedad de los techos caer sobre el agua que inundaba los túneles. Estaban a oscuras, pero su visión nocturna era excelente. No había ni una luz, ni siquiera un fluorescente que iluminara levemente el lugar.
—Fuera del agua —ordenó Gabriel tirando del brazo de la valkyria—. A los techos ¡Ahora! —Gritó en un susurro.
De un salto se agarraron a la piedra de los túneles y quedaron colgados de las tuberías y los cables de fibra de carbono como si fueran murciélagos.
Bryn y Róta observaban el radar de movimiento de software que había hecho Gabriel para sus dispositivos móviles. El pelo rojo de Róta y el rubio de Bryn caía hacia abajo como cascadas de colores. Sus ojos rojos controlaban cualquier movimiento y sus orejas puntiagudas se agitaron buscando cualquier tipo de sonido. No detectaban que nada se acercara.
—¿Por dónde os llega el agua por ahí, chicos? —Preguntó Gabriel en voz baja acercándose el micro del comunicador.
—Casi por la cintura —contestó la voz grave del espartano.
—Salid del agua. Subid a los techos.
Gabriel cortó la comunicación y observó a Gúnnr. Ella estaba muy alerta y muy segura de una amenaza que no podían ver. Estudiaba el agua como sí pudiera ver su composición atómica. La chica levantó la barbilla ligeramente e inclinó el cuello hacia un lado, fijando su mirada al final del túnel.
La belleza de Gúnnr era inquietante y lo desarmaba con sólo pestañear.
Era como una ninfa de cara aniñada y curvas peligrosas.
—¡Hijo de puta! —Se escuchó a través de los comunicadores—. ¡Detrás de ti, Sura!
Los cuatro se pusieron alerta. En el otro lado, sus amigos ya estaban peleando contra algo. Se escuchó el chapoteo del agua y los gritos y gruñidos salvajes de aquellos animales que les atacaban.
Gabriel cortó la comunicación, pues debían permanecer en silencio.
—Bryn. Te quedas cubriéndonos las espaldas —ordenó Gabriel, preparado para luchar.
Bryn asintió. Se quedó colgado de rodillas en el techo y alargó el brazo al frente, hasta que la bue hizo su metamorfosis en arco. En la otra mano ya reposaban tres flechas hechas de trueno.
—Está aquí —susurró Gúnnr, acomodándose en el techo y colocándose en posición de lucha.
Gabriel entrecerró los ojos y notó por primera vez un leve burbujeo en la superficie del agua. Burbujas de oxígeno. Las típicas que se creaban cuando alguien buceaba.
Mierda. El radar no detectaba movimiento en medio acuoso, ni tampoco cuerpos que no irradiaban calor. Allí abajo no había humanos, así que lo que fuera que viniera hacia ellos, era muy frío. Fallo suyo.
¡Zas!
Un purs de aspecto blanquecino y cerúleo, piel resbaladiza y venas azules emergió del agua con la boca abierta dispuesto a engancharse a la pierna de Gabriel.
Éste le dio una patada en la cara y el purs cayó de nuevo al agua.
—¡Que no os toquen! Su piel es ácida y quema.
Gabriel estiró el brazo y sus esclavas se transformaron en sus inseparables espadas. Se dejó caer al agua dando una voltereta en el aire.
El arco de Gúnnr se materializó y ella también se dejó caer, dispuesta a matar a quien se cruzara en su camino y dispuesta, sobre todo, a no dejar solo a Gabriel.
—Menuda mierda —Róta puso los ojos en blanco y sonrió de oreja a oreja. Se tiró al agua con un grito de guerra.
Gabriel alzó la espada y le cortó la cabeza a un purs que de nuevo le atacaba.
Todos los purs eran iguales. Podían ser más altos o más bajos, más o menos corpulentos, pero todos tenían esa química nociva en su cuerpo. Una sustancia mucosa que parecía baba, pero era puro veneno. Y ahora también había descubierto que se movían mucho mejor bajo el agua. Eran veloces y escurridizos.
Gúnnr esquivó a un purs agachando el cuerpo, pero eso propició que emergieran los brazos de otro y le agarraran del cuello hasta sumergirle la cabeza bajo el agua. La valkyria se removió y le atizó un rodillazo en la barbilla. El purs cayó hacia atrás. Ella aprovechó para ensartarlo con el arco, pero otro más dio un salto sobre su espalda y le rodeó la cintura con las piernas. El ácido de la piel del purs traspasó la tela de la ropa y las fibras del chaleco y alcanzaron su piel.
El grito de dolor de Gúnnr sofocó a Gabriel.
Bryn ensartó al purs con tres de sus flechas y Gabriel giró hacia ella, dio un salto por los aires hasta colocarse a la espalda del esbirro de Loki y le cortó el cuello.
Gúnnr cerró los ojos con fuerza y le dijo:
—¡Apártate!
Toda ella se iluminó y una descarga eléctrica achicharró al purs que quería atacar a Gabriel por la espalda.
—¡Bien hecho, Gunny! —Exclamó Róta mientras se frotaba las manos—. ¡Al techo, Engel!
Gabriel tomó a Gúnnr de su cintura abrasada y, de un salto, se encaramó al techo.
Róta frotaba con fuerza sus palmas. Tres purs se acercaban a ella. Los ojos completamente negros y viscosos, y las bocas abiertas y con dentadura desigual y amarillenta, uno de ellos se lamió los labios lilas. Levantó la barbilla y pareció inhalar, ya que unas bránqueas ubicadas en los laterales de la garganta empezaron a aletear.
Róta torció el gesto.
—¡Qué feo eres! —le dijo mientras separaba su palmas. En el centro de éstas, había una bola de electricidad azul levitando y haciéndose cada vez más grande. Róta sumergió la bola en el agua y gritó—. ¡Esto me va a gustar!
Los purs fueron víctimas de una descarga eléctrica tras otra. Gabriel aprovechó y cayó de nuevo al agua para cortarle la cabeza a los tres en un solo movimiento de sus espadas.
Los cuerpos degollados de los purs flotaron en el agua y poco a poco se fueron desintegrando.
—Bien hecho, Róta —la felicitó Gabriel.
—Gracias —sonrió altanera y se colocó bien los pechos dentro del top negro que los oprimía.
Gúnnr sonrió y se dejó caer al agua. Bryn copió su gesto.
Gabriel se acercó a su valkyria. Sus espadas se replegaron y le puso las manos sobre los hombros para acercarla a él.
—¿Estás bien? —Preguntó acariciándole los brazos arriba y abajo. Eso no era sano. Él no podía pasarlo tan mal cuando Gúnnr luchaba con él. Temía por ella constantemente.
—Sí —dijo ella—. Esos purs han estado en contacto con Mjölnir. Siento su energía electromagnética en ellos —explicó Gúnnr mirando cómo se deshacían los cuerpos—. Y no hace mucho además.
—Ya… —Gabriel tenía la vista clavada en su cuello y en la piel de la cintura y el abdomen—. Qué hijo de puta —gruño—. Te ha quemado.
—Me pondré bien —le aseguró ella retirando las manos de sus brazos.
—Estate quieta, joder —gruño Gabriel con tono autoritario.
Acercó sus manos a su garganta y una luz blanquecina de sanación recorrió la piel de la valkyria y cerró sus heridas.
Gúnnr tenía los pezones de punta y miró hacia otro lado, avergonzada por su reacción. Gabriel tenía que saber que tenía su contacto en ella. El Engel pareció no advertirlo y, con el mismo movimiento metódico y algo vago, pasó sus manos por la piel descubierta de la cintura y las costillas. Las quemaduras desaparecieron. Asintió, orgulloso con su trabajo, y dio media vuelta para revisar e inspeccionar la zona.
La joven se quedó mirando fijamente la espalda de Gabriel. Le entraron unas ganas terrible de gritarle y de empujarle hasta sumergirlo en el agua, pero se contuvo. El Engel ni siquiera le hablaba, pero con sólo mirarla ya la ponía nerviosa.
—¿Estáis bien, chicos? —preguntó a través del microcomunicador. En la línea, sólo se escuchaba el chapoteo del agua y los gruñidos de sus guerreros.
—Sí, joder… —Gruñó Reso.
—Los purs actúan como colmenas —informó Gabriel—. No son seres inteligentes, tienen un tipo de mente que se mueve por instintos. No razonan y no piensan. ¿Os habéis fijado en sus ojos? No se mueven. Son fijos, eso quiere decir que tienen poca actividad cerebral y no me equivocaría al asegurar que son ciegos. Se mueven sólo por el olor, de ahí el movimiento de esas cosas que parecen branquias.
—Ellos no sabían que estábamos aquí —comentó Bryn—. Se dirigían hacia algún lugar por el que acceden a través de estos túneles.
—O puede que vinieran de allí —sugirió Róta.
—De momento —dijo Gabriel—, nuestra teoría queda confirmada. Utilizan los túneles para moverse. Los vigilaremos para saber hacia dónde y a qué les conduce y colocaremos estos dispositivos en lugares poco visibles —de su bolsa negra sacó unos pequeños artefactos cuadrados con una luz roja intermitente trasera—. Son bombas de explosión de corto radio rellenas de ácido. Nos queda poco para llegar a Mjölnir, pero cuando lo recuperemos y nos vayamos de esta ciudad no pienso dejar los túneles con mierda.
—Eres un sádico —dijo Róta mirándolo con aprobación.
—¡Y tú una cabrona! —Gritó Liba por el comunicador—. ¡Tu bola de rayos ha achicharrado a mi einherjar! ¡Avisa antes, joder!
Gabriel se echo a reír.
—Me alegra que estéis bien —dijo directamente presionando el comunicador—. Acabemos de hacer lo que hemos venido a hacer. Poned las bombas y acabad de colocar las cámaras —miró a Gúnnr con preocupación—. ¿Puedes seguir?
—Por supuesto —lo miró con los ojos ligeramente rojos. «¿Y tú vas a seguir comportándote como un gilipollas?».
Cuando salieron de los túneles, sus ropas chorreaban. Por suerte, al irse de la casa de Jamie, habían llenado, el maletero con toda la ropa que Gabriel había pedido por Internet. Se cambiaron detrás del coche y echaron al Engel para ello.
—Cariño, ¿no querrás quedarte ciego? —Soltó Róta mirándole con falsa seducción—. Somos tres para uno…
—Sí, claro, D’Artagnan —Gabriel se puso la mano en el pecho— y las tres masqueperras —sonrió con picardía y se dirigió al baño público. Gúnnr bizqueó. Era un graciosillo.
—Que te zurzan, Engel —replicó Róta enseñándole el dedo corazón—. Bueno Gunny —dijo sonriendo, mientras se ponía un vestido negro ajustado y unas botas negras a juego—. ¡Por fin solas! Empieza a cantar —chasqueó los dedos.
Gúnnr exhaló con cansancio y se dio la vuelta para mirarla a la cara.
—No le han salido alas. —La valkyria frunció el ceño. Miró a Bryn con cara de póquer—. Al parecer, a Reso y a Clemo, al hacerlo con las gemelas, les han salido alas —le explicó la joven—. A nosotras nos salen alas —hizo un movimiento abrupto con los brazos—. Pero a él no.
—Cuando alcanzas el orgasmo con él —contesto Gúnnr quedándose tan fresca como una lechuga y quitándose los sostenes—. Pásame uno blanco de mi talla —especificó—, por favor.
Se colocó el conjunto a juego, y se puso lo primero que pilló de su bolsa particular.
—¿Orgasmo? —Repitió Róta—. ¿Te dio un orgasmo? ¿Con él? ¿Cómo? ¿Animándote?
Gúnnr negó con la cabeza. No se imaginaba a Gabriel con pompones y gritando su nombre para que ella alcanzara un orgasmo.
—Róta, estás fatal. Con él entre mis piernas. Me dio dos y bien seguidos —Gúnnr se colocó unos tejanos G-Star de pata ancha ligeramente caídos de cintura, unas Converse blancas y un jersey de lana color blanco.
—A tu guerrero no le gusta nada que enseñes carne, Gunny —murmuró Bryn mirando su ropa de refilón—. Sólo te falta la chaqueta de esquimal.
—¿No está por aquí? —Róta siguió la broma de Bryn y removió los accesorios de las bolsas—. Pues no. Pero ¡tachán! ¡El gorro a juego! —gritó cachondeándose de ella, sacando un gorro de lana con visera del mismo color que el calzado y el jersey.
—Muy graciosa —Gúnnr le quitó el gorro de las manos y se miró en el espejo del retrovisor, ocultándose las orejitas con las puntas de los dedos—. A mí me gusta.
—A ti te gusta todo lo que él hace. Estás enamorada de él desde que lo viste.
Gúnnr apretó los puños. Estaba enamorada. Estaba enamorada desde hacía tanto tiempo… Era una verdad como una casa. Gúnnr estaba tan encaprichada del Engel, le gustaba tantísimo, que por muy mal que la tratara, ella seguía viéndole como el mejor. Como su einherjar. Como suyo. Y esa sensación la enojaba, porque le hacía sentir como si sólo recogiera migajas por su parte, y eso no era justo.
—Necesito unas gafas de sol —murmuró Gúnnr—, Gabriel me tiene todo el día en este estado —se señaló los ojos rojos y sin querer se tocó el párpado y saltó un chispazo—. No controlo todavía mi furia.
—¿Gabriel te pone furiosa, Gunny? —Dijo Róta abrochándose las botas de tacón y colocándose una cazadora negra sobre el vestido. Escondió una sonrisa—. Eso es bueno, ¿no?
—A Gabriel no le gusto como él me gusta a mí. —La mirada rojiza de Gúnnr se tiño de tristeza—. Él… Él piensa en otra cuando me mira. No me quiere. Lo sé. Lo siento… Está lejos de mí, no sé si me entendéis…
La rubia de Bryn se inclinó hacia delante y le tocó la visera con cariño.
—A Gabriel le gustas, sólo que él todavía no está preparado para verlo.
—Es como un purs —espetó Róta con una sonrisa genuina—. Cegato perdido.
—No quiero agobiarle. No soporto esperar una sonrisa de su parte, o que me mire y me acaricie… ¡las valkyrias no suplicamos ni rogamos! —gritó irritada—. Y me siento avergonzada por sentirme así. Eso sólo me demuestra que sigo siendo una decepción como valkyria.
—Pero tú no eres una valkyria cualquiera —Bryn sonrió con comprensión—. Tú tienes tus propias normas, hermanita. Recibes el bautismo cuando te da la gana. Despiertas a tu don cuando te da la gana. Nos haces viajar del desierto de Colorado a Chicago cuando te da la gana. Y quieres como te da la gana. Eres demasiado honesta y demasiado transparente por él… Pero no te compares. Todas somos distintas. Hay rasgos característicos en nosotras, pero no tenemos un corazón igual.
Róta miró a Bryn con cara de estupefacción.
—Ayer viste demasiado a Oprah —le soltó con disgusto—. Lo que Gúnnr necesita es dar un manotazo sobre la mesa y poner en su lugar al «principito ricitos de oro». Ve a por todas, valkyria —le recomendó apasionadamente—. Si le quieres, no le dejes escapar y demuéstrale quién manda. Somos guerreras y no damiselas en apuros.
Bryn puso los ojos en blanco y acabó de abrocharse los tejanos ajustados.
—No me extraña que nadie se haya encomendado a ti —susurró Bryn.
—Pues no es eso lo que dijo Freyja —Gúnnr se giró para encararse a sus hermanas—. Por lo visto sí que tienes einherjar. ¿Quién es?
Róta se quedó callada pero reaccionó rápido.
—Freyja tiene que dejar de beber hidromiel… Y Bryn —Róta sonrió con falsedad a la Generala—. No te preocupes: cuando tenga a mi guerrero —replicó con malicia—, lo último que haré será alejarlo de mi lado.
—¡Yo no alejé a Ardan! —gritó Bryn ofendida.
—No quiero hablar contigo de esto —levantó una mano, miró al frente y le dijo—: Cuéntaselo a mi mano.
—¡Eres como una niña pequeña! —Exclamó Bryn.
—Por favor, no empecéis —Gúnnr estaba más que harta de sus discusiones, y en el fondo, ella sabía por qué peleaban tanto. Tenían que solucionarlo y dejar de ser tan duras la una con la otra.
—¡Una niña repelente! —Gritó la Generala—. Debería castigarte por tu osadía, valkyria. Soy tu superior y…
—¿Chicas? —Gabriel abrió la puerta y se sentó frente al volante. Las tres se callaron de golpe.
—¿De qué hablabais?
—Del gorro tan sexy que le has comprado a Gúnnr —Róta se cruzó de brazos y se apartó de Bryn—. Y de que la Generala va a comprarse un consolador con diamantes.
Bryn apretó la mandíbula.
—Antes tendré que recoger las pinzas para pezones que me pediste, Róta —contestó Bryn maliciosamente.
Gabriel miró a su valkyria y sonrió. No entendía nada de lo que estaban hablando pero era muy interesante. Consoladores y pinzas para pezones. Fantástico.
Estudió la cabecita de Gúnnr cubierta con el gorro de lana, y todo el interés de la conversación sobre juguetes eróticos se esfumó, y eso que a él le volvían loco. No pudo evitar enternecerse al notar que tenía las mejillas sonrosadas y se había cubierto las orejas puntiagudas.
—Te queda bien —dijo sin intención de babear delante de ella.
—Esta tarde me voy de compras —le aseguró la joven con irritación—. Necesito unas gafas.
Él se encogió de hombros.
—Como quieras. He reservado habitaciones en el Hard Rock. Pero antes iremos a comer algo al Cheesecake Factory. Reso y Clemo ya están allí. Dicen que han descubierto algo importante en los túneles.
En su vida había estado tan incómodo con una mujer.
Él se llevaba bien con las chicas, las sabía tratar, pero le pasaba algo con Gúnnr. Lo irritaba de un modo extraño. No quería estar pendiente de ella, ni quería mirarla a cada instante, ni asegurarse de que comiera o de si le gustaba o no la comida… No quería sentirla cerca ni oler su esencia una y otra vez.
Lo estaba drogando. Estaban sentados el uno al lado del otro, rodeados por sus guerreros, comiendo un delicioso menú en el Cheesecake Factory de la Avenida Michigan, justo en la plaza circular que había en frente del John Hancock. El Cheesecake Factory era una cadena de restaurantes norteamericanos que servían la típica comida americana, con platos tallas XXL, y además, tenían la peculiaridad de que en su carta de postres tenían más de treinta tartas de queso distintas. Habían ido allí porque las gemelas mataban por probar una tarta de queso americana y se decía que ahí servían las mejores.
Gabriel estaba saboreando la comida, pero la boca se le hacía agua ante el pensamiento de volver a besar a Gúnnr. ¿Por qué?
No estaba enamorado de ella y había decidido que no iba a sucumbir, porque sabía muy bien lo que quería, y la joven valkyria no respondía al perfil de mujer que buscaba. Pero, entonces, después de haber tenido sexo con ella la noche anterior. ¿Por qué no se había desquitado? En realidad, él prefería tener otro tipo de sexo más tórrido, más duro, nada que ver con la ternura de la noche anterior. De hecho, no debería haberle gustado tanto acostarse con ella, pero la verdad era que lo había disfrutado mucho. Y le enfurecía saber que Gúnnr tenía ese poder. Además, tenía que protegerla y no exponerla demasiado. Si descubrían que ella le interesaba mínimamente, irían contra ella, contra su particular talón de Aquiles. Y el Engel no quería a alguien que le reforzara y le sirviera de escudo.
En su vida, en su familia, había visto el poder que podía tener un hombre sobre una mujer débil. Su padre había hecho lo que le había dado la gana con su madre, y lo había hecho con la excusa de que la quería mucho, de que la amaba. Su pobre madre siempre cediendo, siempre perdonando, siempre a su merced…
Y él no quería eso. Si se parecía a su padre, como él le había asegurado tantas veces, podría destruir a una mujer de carácter dulce y sumiso como Gunny en un abrir y cerrar de ojos. Como su padre había hecho con su madre.
Apretó el tenedor hasta doblarlo y la porción de tarta de queso cayó al plato.
—Estos cubiertos son de mala calidad —carraspeó y moldeó el tenedor de nuevo.
Todos estaban pendientes de él. Gúnnr lo miraba con aquellos ojazos como queriendo abrazarle y darle consuelo. Si supiera lo que estaba pensando sobre ella, le partiría el corazón. O puede que le sonriera y le dijera como tantas veces le había dicho su madre a su padre: «No pasa nada cariño, te perdono. Te quiero igual».
—¿Te gusta la tarta, Engel? —Preguntó la valkyria con miedo a que la cortara delante de todos de nuevo.
Gabriel asintió y se llevó un bocado considerable a la boca.
—Está buena.
Lo mejor sería que Gúnnr se alejara de él. Seguramente, eso sería lo mejor. Gúnnr se merecía a alguien que la apreciara debidamente. A Gabriel le encantaba su cuerpo y su forma de ser, pero… Él quería a otra. Y sin embargo, pensar en hacerle daño a Gúnnr… No lo soportaba.
—Encontremos esto en los túneles —dijo Reso sacando un espada samurái de su bolsa negra. El moreno de cabeza afeitada miraba con admiración aquella obra de arte. La espada tenía sólo un lado de la hoja afilada y tenía caracteres en japonés grabadas en el metal. Reso entrelazó la mano con la de Sura y besó su dorso sin importarle si eso era demasiado íntimo o no a ojos de los demás—. Nos interesará descubrir de quién es.
Por primera vez, Gúnnr tuvo envidia, y de la mala, hacia una mujer. Tuvo envidia de Sura por ser el objeto de cariño y adoración de un hombre. Reso engañaba. Era un espartano, un salvaje. Pero podía ser tierno con su valkyria. Un hombre tan duro, un asesino al fin y al cabo, y tenía el suficiente corazón como para acariciar a su mujer delante de todos. Increíble.
Gabriel tomó la espada entre las manos y estudió los caracteres de la hoja, para leer en voz alta:
—Cuerpo de vanirio y alma de samurái. Inmortal —Gabriel se quedó sin habla—. ¿Un vanirio?
—Eso parece —aseguró Reso.
—Cuando estaba en Londres trabajando con los vanirios —explicó Gabriel dando un sorbo a su cerveza—, me encargaba del foro de mitología celta y escandinava. Había una IP que siempre se repetía en el mismo lugar y a la misma hora. Era de un Starbucks que hay en esta misma calle. Ayer por la noche me registré en el foro con otro nick y lo haqueé para saber si el usuario en cuestión seguía conectándose desde allí.
—¿Entraste en contacto con Ruth y Aileen? ¿Con Daanna? —Preguntó Gúnnr repentinamente pálida.
—No —contestó muy seco—. Odín me advirtió que no lo hiciera, que las cosas debían darse naturalmente, no forcé nada. Simplemente entré para ver cómo estaban las cosas y porque me apetecía echar un vistazo a esa cafetería y ver si localizaba a ese tipo. Su nick es Miyaman.
—¿Me dejas, Engel? —Preguntó Róta alargando la mano—. Tengo el don de la psicometría. Localizo a las personas a través de los objetos.
—Adelante —Gabriel cedió la espada a la valkyria de pelo rojo.
Róta tembló al tocarla y sus ojos azules se volvieron completamente rojos. Apretó la mandíbula y todos vieron cómo su mirada se humedeció de lágrimas que no querían derramarse.
Bryn se llevó la mano a la garganta, afectada al sentir cómo perjudicaba el contacto de esa espada con las manos de Róta.
—Suéltala, por favor —le pidió Bryn colocando las manos sobre las de su hermana valkyria. Al tocarla, surgió un chispazo entre ellas y las gentes de las mesas de alrededor se las quedaron mirando.
Róta miró a Bryn con una muda advertencia, como si la desafiara a hablar de lo que había sentido. Entre ellas siempre habían tenido una gran empatía y ésa había sido una de las razones por las que se habían llegado a distanciar tanto.
—¿Qué has visto? —Gabriel se inclinó hacia delante, motivándola para que respondiera.
—He visto a un guerrero. Está mirando a través de las ventanas opacas de un piso de diseño. Tiene unas vistas espectaculares de Chicago, puede ver el Navy Pears y todo el lago. Está en esta ciudad —describía sin ninguna emoción—. Tiene colmillos, los ojos grises y el pelo castaño con reflejos rubios. Sus ojos son rasgados, parecidos a los de un oriental, pero tiene facciones occidentales.
—Así que está en Chicago… —Gabriel se apoyó en el respaldo del sofá mullido de piel roja—. Debemos dar con él. Si es un vanirio, seguro que puede ayudarnos.