Capítulo 1

Valhall. Residencia de las valkyrias

Los seres humanos miran al cielo y no ven más que un techo de color azul, moteado de nubes y a veces de estrellas, sí es que se paran a observarlas. ¿Hay algo más ahí arriba? ¿Alguien nos observa? ¿Es vacío e infinito? Nadie está dispuesto a creer por creer, a eso se le llama fe, y la gente ha dejado de soñar y tener esperanza y mucho menos creer en aquello que no puede ver. No obstante, sólo hay que echar vistazo a las historias mitológicas de todas las culturas para darse cuenta de que todas están inspiradas en una gran verdad. Somos lo que somos porque alguien por encima de nosotros bajó de los cielos y nos lo enseñó todo. Y si toda esa información está grabada en piedras o en papiros o en libros antiguos y milenarios, entonces forma parte de nuestra memoria histórica, una que nos lleva a un punto común, seamos de la religión que seamos, nos hayan enseñado a creer o no, y es la siguiente: no estamos solos y nunca lo hemos estado.

De eso daban fe las valkyrias y los einherjars que se habían congregado en el Valhall. Los dioses habían anunciado la posible llegada de un guerrero esperado por todos e iban a darle una calurosa bienvenida.

Se reunían en el Víngolf, hogar de las valkyrias, un impresionante palacio de marfil rodeado de ríos y cascadas de aguas cristalinas. El cielo era rosáceo, las estrellas brillaban y se movían fulgurantes de un lado al otro, y alguna que otra ave de especie desconocida volaba en círculos sobre la cabezas de los allí presentes. El palacio Víngolf tenía más de quinientas cuarentas puertas, tan grandes cada una, que en un momento podían entrar y salir a través de ellas más de seiscientos cuarenta mil cuatrocientos guerreros. Eran muchos los que allí vivían, sin embargo, según la profecía de la völva, no serían suficientes para vencer en el Ragnarök.

Todas las valkyrias se hallaban en el patio central de semejante fortín celestial.

Para recibir a los guerreros caídos, se habían disfrazado de águilas y cuervos, en representación de las aves fetiches de Odín que veían todo desde las alturas.

Todos los hombres muertos en el Midgard que habían sacrificado sus vidas por el plan y la humanidad encontraban su lugar de reposo en el Valhall. Allí, el dios Aesir y la diosa Vanir, junto con sus ejércitos celestiales, esperaban la llegada de los caídos y los acogían en sus filas.

Entre las valkyrias que allí se reunían, se hallaban tres muy importantes para Freyja y para Odín; Gúnnr, Róta y Bryn.

Era un día muy especial para las tres.

Bryn, «la salvaje», por fin iba a conocer el supuesto superior al mando que iba a tener en el Ragnarök, ya que se decía que ese guerrero iba a liderar a los einherjars y a las valkyrias en la batalla final, y Bryn, era la líder de las valkyrias, la Generala, así le gustaba que le llamaran. Por tanto, Bryn trabajaría codo con codo con él, y lo haría lo mejor posible porque ella era muy competente y se comprometería al cien por cien con todo.

Por su parte, Róta siempre había sido considerada entre sus hermanas como «aquélla que todo lo ve», simplemente porque tenía el don de la psicometría muy desarrollado, ése que permite localizar personas u objetos de personas a través del tacto de algo familiar o relacionado con ellos. Róta y Gúnnr habían hecho una prueba, algo que tenía relación con la segunda. La llegada de ese guerrero demostraría si lo que había visto Róta sobre Gúnnr era o no era cierto.

Y por último, Gúnnr, «la dulce», deseaba encontrar al guerrero que antes de morir había mirado al cielo y había clavado sus ojos en ella.

Cuando un humano moría honorablemente y clavaba su mirada moribunda en las nubes, entregaba su alma a una valkyria, y ésta se convertía en la encargada de mimarlo, cuidarlo y recuperarlo en el Valhall. Gúnnr había sentido los ojos azules oscuros e insondables del hombre fijos en ella y cómo éste se entregaba a sus cuidados voluntariamente. Y eso nunca le había pasado. De hecho, era un milagro de las nornas, porque no creía que nadie pudiera encomendarse a ella, ya que ella no era una valkyria corriente. Muchas de las valkyrias ahí reunidas tenían a sus propios guerreros, pero ella no, y confiaba en que había una razón para ello; además, la verdad era que nunca había sentido la necesidad ni el llamado de ningún guerrero hasta hacía unos días. Gúnnr no se consideraba una valkyria al uso. Tenía buena puntería con las flechas, pero no era una mujer guerrera. Sus hermanas se lo decían continuamente:

—Gúnnr, quédate cerca de mí y no te alejes —le decía Bryn en las reyertas con los jotuns del Jotunheim—. Corre cuando yo lo diga. Agáchate. Escóndete.

Todas las protegían porque estaba defectuosa. Las valkyrias necesitaban la furia para luchar, y ella no sentía furia de ninguna de las maneras, y aquello era una contradicción porque su nombre significaba «Furia».

Sus hermanas, que eran todas muy apasionadas y luchadoras, sobre todo Bryn, intentaban hacerla rabiar algunas veces para ver si así, por fin, ella sacaba las garras y explotaba, pero sus tretas no funcionaba. Y además, era la niña mimada de Freyja, y la diosa siempre la protegía.

En realidad, Freyja quería mucho a sus valkyrias, pero si había un ojito derecho para ella, ésa era Gúnnr. Incluso la diosa daba por hecho que Gúnnr tenían más esencia de elfa que de valkyria y aun así no le importaba, la quería más debido a eso.

Las elfas eran conocidas por su dulzura y su serenidad. Las valkyrias eran conocidas en el Asgard porque todas estaban locas, eran temperamentales, sangrientas y muy caprichosas.

Gúnnr sabía que, de todas sus hermanas, ella era la que más sentido común tenía. No sentía ningún tipo de atracción por los diamantes, bueno, no demasiado, y además no era nada temperamental, más bien al contrario, era tranquilizadora y de carácter muy suave y sosegado.

¿Qué fallaba en ella?

—Muy bien, aguilucho —susurró Róta con su voz ronca y sexy, inclinándose para hablarle al oído. Róta era más alta que ella—: Te apuesto un gofre cubierto de nata y tu DVD de El diario de Noa a que el ratoncito que nos traen para comer va directo a tu nidito.

Gúnnr medio sonrió y se mordió el labio. Róta siempre la hacía reír. Para Róta, los guerreros caídos que llegaban eran como ratoncito, un alimento para las águilas. Las valkyrias eran las águilas, por supuesto.

—Te apuesto el gofre, pero el DVD ni en broma —contestó ella girándose para mirarla por encima del hombro—. Además, Róta, dudo mucho que alguien me reclamara. Tuvo que ser un error, algo creado por mi mente.

Róta era la valkyria más sensual del Valhall. Tenía unas curvas espectaculares, una cintura de avispa que mataba y un pecho que podía amamantar a una jauría de hombres. Era una beldad de pelo muy rojo y ojos azules muy claros; tenía unos labios que hacían mohines sin quererlo, y eso ya era el colmo de las injusticias porque la mujer era bonita incuso sin proponérselo; las mejillas sonrosadas y unas cejas en forma de arco de un ligero tono más oscuro que el pelo le daban un toque femenino y destructor. Y tenía un lunar sobre la mejilla, justo a un dedo debajo de la comisura del ojo izquierdo. Incluso vestida como estaba, con el gorro en forma de pico de cuervo sobre su cabeza y toda ella cubierta con plumas negras que, por cierto, cubrían lo justo, era bonita. El Asgard era cruel e igual de injusto que el Midgard.

—¿Por qué pareces una mujer de escándalo y yo en cambio parezco un escándalo de espantapájaros? —le preguntó Gúnnr, ofendida.

Róta se echó a reír y le dio un golpecito en el pico de águila que había sobre su cabeza.

—¿Qué pasa hoy, aguilucho? ¿Te sientes insegura por algo?

Gúnnr puso sus ojos azabaches en blanco y negó con la cabeza moviendo graciosamente su pelo color chocolate. Cruzó sus brazos llenos de plumas marrones y miró al frente.

—Qué pesada eres, por Freyja… —Gruñó—. Bryn, ¿puedes sacarme el pajarraco de encima?

Miró a su otra hermana rubia, de pelo rizado y largo, con unos ojos tan grande y claros como el cielo, su nariz chata y unos labios voluptuosos. Bryn parecía un ángel, pero su carácter y su ansia de guerra la convertían en un ángel del infierno. Gúnnr se enorgullecía de ella porque toda esa necesidad de lucha y violencia la empleaba siempre para proteger a sus hermanas, sobre todo a ella, que era la que menos furia tenía. Menos o nada. Cero, en realidad.

—Dale oro —contestó Bryn encogiéndose de hombros—. Los cuervos se pirran por el oro —guiño un ojo a Róta.

—Oye, que tú también vas de cuervo —se quejó Róta mirándose las plumas, disgustada—. Odín está loco. Insiste en disfrazarnos de pajarracos cuando tenemos que recibir a nuestros guerreros. Pensarán que en vez de valkyrias somos un atajo de locas salidas de uno de los carnavales que celebran en el Midgard. No sé cómo Freyja lo permite —apostilló indignada.

—Odín es un hedonista —contestó Bryn entre dientes—. Le encantan los cuervos.

—¿Munin y Hugin? —Gúnnr frunció el ceño—. Tengo la sensación de que esos dos cuervos están poseídos por loros, no dejan de hablar con Odín.

Róta y Bryn se echaron a reír.

—Al menos nuestros einherjars no van de urracas —susurró Róta mirando a los hombres con interés.

Los guerreros einherjars iban a recibir a un nuevo hermano, uno muy especial. Todos llevaban sus ropas de guerra. Unas hombreras metálicas con cintas de cuero negro que les rodeaban los musculosos bíceps y el torso descubierto. Sus piernas iban cubiertas con unos pantalones ajustados marrones oscuros y llevaban rodilleras plateadas y botas de cuero negro con hebillas y punteras plateadas. Y unas esclavas de titanio en los antebrazos que se convertían en sendas espadas. Eran un cruce entre espartanos y moteros, y todos tenían cicatrices de guerras antiguas que las valkyrias y la inmortalidad les habían hecho cicatrizar. Llevaban una lanza en honor a Odín en sus manos.

—Son sexis, no me digáis que no —comentó la valkyria de pelo rojo con una sonrisa aduladora.

De repente se hizo el silencio.

En el centro del Víngolf, en una plataforma circular de mármol negro, aparecieron Odín y Freyja.

El dios iba con una túnica negra que cubría su inmenso cuerpo, y su pelo rubio y largo estaba medio recogido. Lucía un parche de cuero negro en el ojo derecho y una barba muy bien cortada. Era un hombre con una espalda enorme y unos brazos muy musculosos. En cada hombro había un cuervo y parecía que le susurraban cosas al oído. Odín se sentó en una trona dorada y miró a los presentes.

—Mira los loritos —le dijo Róta en voz baja a Gúnnr, refiriéndose a los cuervos que ella odiaba.

Gúnnr sonrió y se centró en Freyja. La diosa vestía una túnica roja transparente que dejaba muy poco a la imaginación. Sus ojos grises y rasgados parecían divertidos cuando estudiaron a los cuervos. Se giró, miró a todas las valkyrias y les sonrió con dulzura. Luego se dio la vuelta de nuevo para encarar a Odín y lo saludó con cara de hastío. En el Asgard se comentaba que Odín y Freyja se deseaban tanto como se odiaban, era uno de esos secretos a voces que los dioses comentaban entre susurros.

Freyja se colocó la larga melena rubia sobre un hombro y carraspeó mientras tomaba asiento al lado de Odín.

—Frígida —murmuró el dios en voz baja a modo de saludo.

—Travesti —contestó mordazmente la diosa.

Freyja y Odín en representación de los Vanir y los Aesir, las dos familias más poderosas del panteón escandinavo, recibían a todos aquellos guerreros muertos en batalla. La tradición era invitar a Bragi, hijo de Odín, con la giganta Gunlod. Era el dios de la poesía y de los bardos, y un Aesir muy sabio.

Cuando el guerrero caído llegaba al Valhall, Bragi se acercaba a él y le daba la bienvenida cortésmente y le ofrecía un trago de ambrosía, bebida que le otorgaba la inmortalidad y le permitía vivir en el Asgard.

Bragi entró en escena llevaba un arpa en las manos, el pelo rubio recogido en una coleta alta y una barba un tanto oblicua que cubría su mandíbula cuadrada. Vestía con una túnica marrón e iba con un calzado de tiras de piel.

Odín saludó a su hijo con un gesto de barbilla y Freyja bostezó y miró hacia otro lado. Entonces, por detrás del trono de Freyja, aparecieron dos tigres de Bengala blancos, felinos de inconmensurable belleza. Gúnnr sonrió al verlos, adoraba a esos gatos y sabía que Freyja no dejaba que nadie los tocara excepto ella.

Bragi miró a los felinos de reojo y luego alzó una ceja para mirar a la diosa:

—Supongo que ya les has dado de comer, Freyja —dijo Bragi.

—Mis gatitos están muy bien cuidados y, de todos modos, no tienes por qué preocuparte. Si tienen hambre ya les he dicho que primero vayan a por los tuertos. —Se tapó la boca y abrió los ojos mirando a Odín—. ¡Ups! ¿Lo he dicho en voz alta? —Sonrió abiertamente—. No recordaba que sólo había uno en todo el Valhall.

Odín chasqueó con la lengua mientras intentaba no sonreír, y miraba medio aburrido a su hijo. Súbitamente, el dios Aesir se levantó de la trona y miró al frente. El espectacular cielo del Valhall se cubrió de luces de todos los colores, y cientos de truenos y una brisa llena de electricidad agitaron a los presentes.

Gúnnr miró hacia el centro de aquella sala de mármol negro que había al aire libre. Unas majestuosas columnas blancas con las esculturas de los dioses la rodeaban.

¿Quién vendría? ¿Quién sería? ¿Se trataba de él? «No puedes pensar en esas cosas, Gúnnr. Sabes que tienes un defectillo como valkyria, y por eso no puedes convocar a tu guerrero. Es imposible que haya un guerrero para recibir tus cuidados. Imposible», se dijo a sí misma. «Lo que viste no fue real». Con ese pensamiento, tragó saliva y cuadró los hombros. Sus ojos azules oscuros se clavaron en el trueno que hizo crepitar el suelo y las columnas del patio del Víngolf, un trueno que ahora levitaba en el centro de aquel mágico lugar. La luz azulada y brillante habría cegado y quemado a cualquiera, pero ellos no eran humanos, eran inmortales.

El trueno nacía en un agujero en el cielo del Valhall y caía como una liana hasta el Víngolf. Del cielo descendió una valkyria espectacular, vestida con ropa negra y plateada. Tenía a un hombre que medía y pesaba casi el doble de ella. El humano tenía la cabeza echada hacia atrás y los brazos caían laxos a los lados. La valkyria miró a Gúnnr. Con sus ojos marrones rojizos y su boca en forma de beso, sonrió enigmática mientras su pelo corto, castaño y en capa se movía de un lado a otro debido a la energía electrostática. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes.

Gúnnr frunció el cejo. ¿Qué le pasaba? Parecía como si al bajar al Midgard algo la hubiese afectado.

—Cómo le gusta sobreactuar a Nanna. Me encanta —dijo Róta con un suspiro.

Nanna se sostenía al trueno con una mano y con la otra aguantaba al guerrero.

El hombre era rubio y tenía el pelo rizado, algo largo y precioso. Gúnnr no le veía bien las facciones, pero cuando la cara se volteó a un lado, la joven valkyria se quedó de piedra.

El rostro de ese chico era tan bello y dulce… Parecía un griego. Las cejas rubias y en forma de arco, los pómulos altos, la barbilla cuadrada y una mandíbula marcada. La nariz patricia y una boca tan suculenta y masculina que podía llegarla a hipnotizar. Gúnnr se estremeció al verlo y sus orejas puntiagudas temblaron y se pusieron en alerta. No podía ser.

Bryn la miró y se acercó a ella, siempre tan protectora.

—¿Estás bien? —le preguntó preocupada.

—No, no está nada bien —dijo Róta orgullosa de sí misma—. Gúnnr, me debes un gofre a rebosar de nata. Es él.

Gúnnr tragó saliva y reculó asustada.

Nanna dejó el cuerpo del hombre de largas extremidades en el suelo. Dio dos pasos atrás con sus largas piernas y se retiró, quedándose al margen y mirando de frente a los dioses.

Cuando Bragi se acercó con la copa llena de ambrosía para dársela al guerrero. Freyja lo detuvo. La diosa alzó la mano y miró a sus valkyrias:

—Un momento —exclamó—. Hoy es un día especial. Lo haremos de otro modo. ¿Ninguna de mis hijas reclama a este hombre? —Preguntó en voz alta.

Un murmullo sordo se levantó en el Víngolf. Gúnnr se estremeció de nuevo y miró a Róta, asustada. Róta entrelazó los dedos con ella para transmitirle seguridad. Eso nunca sucedía así. La bienvenida al guerrero era cosa de Bragi. El guerrero bebía y recibía las palabras del dios poeta. Luego, recibía el beso de Freyja y el don Druht de Odín, que lo convertía en einherjar, y al final, la valkyria se lo llevaba al Víngolf y lo resarcía de su cruel muerte.

—Dilo —le susurró Róta.

—¿Qué? —Dijo Gúnnr negando reiteradamente—. No.

—Dilo —la animó de nuevo en voz baja. Sus ojos azules sonreían—. ¿Qué pierdes con ello? ¿Lo haces por el gofre? —preguntó frustrada—. No pasa nada por perder de vez en cuando, Gunny.

—No seas absurda. No lo hago por eso.

La diosa se levantó y a Gúnnr las orejas volvieron a temblarle.

—Es el guerrero que esperábamos —afirmó Freyja—. Esta vez, la bienvenida y la ambrosía las entregará su valkyria. ¿A quién le será entregado este hombre? —gritó, y clavó sus ojos grises en Gúnnr. Sonrió y esperó a que la valkyria diera un paso adelante. Al ver que no contestaba, Freyja se encogió de hombros y decidió provocar a su joven guerrera—. ¿Acaso tengo que elegir yo quién será su cuidadora? —Miró a sus mujeres y las repasó una a una.

Gúnnr apretó la muñeca de Róta y ésta frunció el cejo y se quejó.

—¡Gúnnr! —Exclamó en voz baja—. Me estás haciendo daño.

—No. —Dijo Gúnnr para sí misma. «No puede haber otra cuidadora. Nadie más puede hacerse cargo de él». Apretó la muñeca de Róta con más fuerza.

—Gúnnr, suéltale la mano —dijo Bryn tomando la otra muñeca de su hermana valkyria.

Freyja se acercó a una valkyria de pelo negro y muy corto. Era alta y delgada y tenía un trasero perfecto. Era Prúdr, la hija de Thor.

Gúnnr sintió la bilis en la garganta al pensar que ese hombre rubio que había en el suelo pudiera caer en manos de ella. Gúnnr y Prúdr no se llevaban bien. La hija de Thor era soberbia y creída. No. Ni hablar. Ella no se la iba a llevar.

Era él. Era el hombre que se había encomendado a ella. Sólo quería ver sus ojos para acabar de comprobarlo. Pero ¿por qué estaba tan asustada? Fácil. No era valiente.

—¡Levántale la mano, Bryn! —exclamó Róta por lo bajini.

—¿Qué? —La rubia la miró por encima de la cabeza de Gúnnr—. ¿Qué dices?

—¡La mano, joder! ¡La mano! —Exclamó Róta frustrada, intentando liberarse de las garras de la pequeña y repentinamente fuerte Gúnnr—. ¡Levántasela!

Bryn pidió perdón a Gúnnr con ojos, y sin saber por qué, obedeció a Róta. Levantó su mano y todas las miradas se clavaron en ellas.

Freyja las encaró y Bryn empujó a Gúnnr para que diera un paso al frente.

—Gúnnr, ¿eres tú? —Preguntó Freyja con voz inocente y alzando las cejas con fingidas sorpresa—. Dulce Gúnnr, acércate.

Gúnnr recuperó la consciencia cuando Róta volvió a empujarle para que caminara hasta ella. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué se había paralizado?

Miles de ojos estaban clavados en su persona. Y no le gustaba ser el centro de la atención. Ella, a diferencia de sus dos hermanas, iba de águila. Tenía plumas por todo el cuerpo y dos alas majestuosas le cubrían los brazos. Sus largas piernas se veían bronceadas y llevaba un calzado plano de tiras romanas. Un vestido con corsé marrón levantaba sus pechos y moldeaba su cintura y sus caderas de manera insolente. Su pelo color chocolate brillaba suelto y salvaje y sus ojos azules oscuros chispeaban sexis y desafiantes, aunque ella no fuera consciente de la provocación de su mirada.

Freyja sonrió al ver cómo se acercaba. Gúnnr no tenía ni idea de cómo la miraban los hombres. Era un caramelito, no de esos lascivos y suculentos azucarillos que ponían cachondo a cualquiera. En ella veías inocencia y pureza, mucha dulzura, algo que corromper y manosear. Para la diosa, la belleza de Gúnnr era única y exclusiva, era cautivadora porque tocaba el corazón y no la polla. Gúnnr inspiraba, por eso Bragi, secretamente, estaba obsesionado con ella, y eso que el dios poeta estaba casado con Idúnn. «Cosas de palacio», pensó Freyja.

Gúnnr se colocó delante de la diosa y alzó la barbilla para encararla.

—No has levantado la mano. —La reprendió Freyja en voz baja, para que nadie la escuchara.

Gúnnr no bajó la mirada.

—Es verdad, no lo he hecho.

—¿Por qué? ¿Si esto es tuyo por qué no has levantado la mano, valkyria? —Se acercó más para que nadie la oyera—. ¿No es éste el guerrero que has reclamado, Gunny?

Gúnnr achicó los ojos.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé todo —contestó como si todavía no entendiera por qué la gente no captaba ese detalle—. Eres una valkyria, Gúnnr. Métetelo en la cabeza.

—Todavía no sé por qué soy una valkyria, Freyja —replicó confundida—. Lo único que sé hacer bien es mover mis orejas puntiagudas. No soy fuerte ni poderosa como las demás, y es imposible que un hombre —señaló al guerrero con un movimiento de su puntiaguda barbilla—, se haya encomendado a mí. Si casi no sé cuidar de mi misma, diosa.

—Por eso quiero que te quedes con él. Él no entenderá por qué es el guerrero que esperamos. Sois ideales el uno para el otro. Gúnnr —puso las manos sobre sus hombros llenos de plumas—, a ver cómo te lo explico: Él es tu trabajo y yo no acepto un no por respuesta. Las valkyrias reciben a sus guerreros y les cuidan y les ayudan en todo lo que ellos necesiten. Sólo tienes que hacer eso.

—Él no querrá estar conmigo. Es el guerrero por antonomasia, Freyja. Tiene ojos, verá a otras valkyrias más fuertes y más experimentadas que yo y…

—Tú eres Gúnnr. No te hace falta nada más. No me cabrees y haz lo que te ordeno —sus ojos grises se convirtieron en mercurio, señal de que su humor estaba cambiando—. ¿Tienes lo que hay que tener o te devuelvo al Midgard, Gúnnr?

Gúnnr se horrorizó al oír eso. Devolver al Midgard a una valkyria era lo más atroz que podía hacerse. Se le arrebataban los dones y la inmortalidad, y se la trataba como a un humano más. No. Eso era horrible.

Gúnnr se apretó el puente de la nariz. Ni siquiera era una furia y ¿tenía que hacerse cargo del guerrero más importante de los einherjars? ¿De su líder? ¿Ella? ¿Y si fracasaba? Por los dioses, le iba a dar a un ataque de ansiedad ahí mismo.

—Además, recuerda que ha sido él quien te ha llamado —le dijo Freyja acercándole la copa de Bragi—. Toma, pequeña. Bautízale, dale de beber ambrosía y entrégale su nuevo nombre. Y por Nerthus, Gúnnr, saca las garras de una puta vez.

Aquel consejo estaba lleno de entusiasmo, pensó Gúnnr, y de cansancio, también. Si Freyja supiera que tenía tantas ganas de ponerse furiosa como ella esperaba…

Lentamente, se acercó a aquel hombre. Era bastante grande. Tenía cara de melancolía y bondad. Fantástico. Era fantástico.

—Dale ambrosía de tu propia boca, Gúnnr —ordenó Freyja con un brillo malicioso en sus ojos plateados.

La joven se detuvo en seco y clavó los dedos en la copa hasta que se le pusieron los nudillos blancos.

—¿Cómo has dicho? —Bueno, no sería un beso, ¿no? Ella nunca había besado a nadie.

—Vierte el líquido en tu boca y pásaselo a él. ¿Me has oído, Gunny? —Freyja sabía que para alguien tan tímido como Gúnnr aquello era llevarla al límite. Y lo haría delante de todos. La valkyria tenía que despertar.

—Sí, Freyja —dijo con un hilo de voz. Agachó la mirada y arrastró los pies hasta llegar a aquel rubio con cara de niño bueno. Cara de ángel.

Las valkyrias adoraban a Freyja, ella adoraba a Freyja, pero a veces sus jueguecitos no le gustaban nada. Era la primera vez que una valkyria iba a dar la bienvenida en público a un guerrero, pero ése no era cualquier guerrero y encima tenía que darle de beber la ambrosía de sus labios, Róta y Bryn tenían que estar partiéndose de la risa.

Los ojos de aquel hombre estaban cerrados y su apetecible boca lucía semiabierta. Gúnnr se dejó caer de rodilla y se llevó la copa a la boca. Se la llenó de aquel líquido dulce y revitalizador, dador de vida. Coló sus manos debajo de la nuca del rubito y le alzó la cabeza hasta apoyársela en las rodillas. «Qué guapo eres», pensó acariciándole inconscientemente la cabeza. «Perdóname, lo haré lo mejor que sepa para que nunca te arrepientas de tu elección», se armó de valor y cubrió su boca con la suya, vertiendo el líquido poco a poco en su interior.

Algo dulce le tocó la lengua. Era una sensación líquida, fría y fuerte. Descendió por su garganta y se internó en su estómago. ¿Cómo podía ser consciente de eso? ¿Cómo podía darse cuenta del momento justo en el que su corazón bombeó de nuevo? Los músculos sintieron un impulso eléctrico y sus extremidades se movieron en un seguido de espasmos débiles. Fuera lo que fuese lo que bebía, le gustaba. ¿Podría ser ella? ¿Podría ser que Daanna McKenna, la vaniria, le estuviera alimentando con su sangre para salvarlo? Deseó con todas sus fuerzas que así fuera, porque eso implicaba que ella sentía algo por él y que le estaba dando una oportunidad.

Joder, su vida había sido una locura. Su cerebro hizo un flashback de sus recuerdos.

En el mundo existían seres llamados vanirios y berserkers, creaciones de los dioses nórdicos para proteger a los humanos de un dios caído llamado Loki. Las dos razas eran la versión buena de los vampiros y de los hombres lobo. Y, para más inri, Aileen, una de sus mejores amigas había resultado ser una mezcla entre las dos razas ancestrales creadas por los dioses escandinavos, y ahora estaba unida a Caleb McKenna, el líder del clan vanirio de la Black Country. Y la otra, Ruth, era la Cazadora de almas, una sacerdotisa de la diosa Nerthus. A lo mejor si lo que estaba bebiendo en ese momento era la sangre de Daanna, él podría convertirse en vanirio y ser tan especial como ellas. Tenía que serlo porque no quería dejarlas solas en sus batallas. ¿Tendría esa suerte? ¿Sería que Daanna, la Elegida, lo estaba eligiendo a él en vez de al sanador del clan vanirio? No se lo podía creer. ¿Sería posible? Daanna quería a Menw McCloud, un rubio muy peligroso de su clan, entonces, ¿por qué coño estaba haciendo eso?

Él había muerto. Lo sabía. Había muerto protegiendo a Ruth, y protegiendo a los gemelos, sobrinos de Adam, el chamán del clan berserker de Wolverhamptom, el hombre del que estaba enamorada su amiga. En el intento por defenderla de una berserker traidora que quería sacrificarlos, Margött —así se llamaba la zorra que le había asesinado— le había desgarrado la garganta. Las berserkers eran muy fuertes y rápidas y, lamentablemente, él no había tenido ninguna posibilidad como humano.

Recordaba haber muerto. Recordaba la oscuridad y el frío. El dolor. El vacío. Y las lágrimas de Ruth. Joder, todavía le dolía verla llorar así. No importaba, en cuanto abriera los ojos la buscaría y la abrazaría para demostrarle que no se podía acabar con él tan fácilmente.

El líquido era refrescante, y sintió que los labios le hormigueaban. Una cálida sensación bañó su boca.

Era un beso. Contacto de boca a boca. Era Daanna, sin duda, la suavidad de una mujer y la ternura de alguien tan perfecta como ella. Sonrió y abrió los ojos con lentitud.

Ante él, unos ojos muy grandes y aniñados de color azabaches, un negro azulado precioso, lo estaban mirando con cautela. El pelo color chocolate les cubría a ambos. No eran las facciones de su Daanna, eran las facciones suaves y elegantes de un duende de orejas puntiagudas. Y colmillos, advirtió, colmillos pequeños y también afilados que asomaban entre el labio superior. Caray, era muy bonita pero…

—¿Daanna? —Dijo abrumado por el calor que desprendían los ojos de aquella mujer—. ¿Eres tú, preciosidad? —alzó la mano para acariciarle la mejilla sonrosada.

Gúnnr carraspeó, obligándose a salir de aquella ensoñación. Sintió un chispazo en su interior, como algo que hacía contacto y se preparaba para encender un motor que, por la falta de uso, estaba frío y dormido.

—No. No soy Daanna —contestó roja como un tomate—. ¿Cuál es tu nombre?

—Ga-Gabriel. ¿Estás segura de que no eres Daanna?

—Gabriel —repitió ella saboreando el nombre en su lengua—. No sé quién es Daanna. —Inclinó la cabeza a un lado y sus ojos azules oscuros lanzaron una mirada acerada que se apresuró a ocultar. ¿Qué había sido ese chispazo?—. Ya ha abierto los ojos —gritó a la multitud, perdiendo el contacto con su mirada y colocando su cabeza en el suelo negro.

Gabriel frunció el ceño y se levantó con cautela.

—No. Tú no eres ella —murmuró con la voz todavía dormida. Se llevó la mano a la garganta y notó cómo la carne abierta cicatrizaba y se cerraba. ¿Qué estaba pasando? Sintió que aquel líquido poderoso insuflaba vida y energía en su cuerpo. Su sangre circulaba con fuerza y se sentía eufórico. Miró a su alrededor.

¿Dónde estaba? Había miles de personas en aquel lugar. Las mujeres iban disfrazadas de pájaros. Los hombres parecían espartanos. Enfrente había un hombre con un arpa y una barba muy rara a punto de empezar un salmo. Y tras él, una pareja, altísimos los dos y rubísimos. Él tenía dos cuervos en los hombros y un parche en el ojo. Ella acariciaba a dos tigres blancos de rayas negras enormes. ¿Y qué era aquello que había en un altar? ¿Una cabra? Que estaba llenando palanganas de oro como si se tratara de un barril de cerveza, y no era leche lo que la cabra sacaba de sus ubres.

Sacudió la cabeza y se llevo las manos al pelo. Buscó a la mujer que lo había besado. Lo miraba con cara de preocupación, como si estuviera avergonzada, y se apretaba las manos nerviosamente. ¿Era un gorro con un pico de águila lo que llevaba en la cabeza?

—¿Estoy en un puto zoo? ¿Es un sueño post mórtem?

—¿Ha dicho «puto zoo»? —gritó Bragi, ofendido, tocando secamente una cuerda de su arpa. La nota vibró fuertemente.

Se hizo el silencio. Uno tenso, de ésos que se cortan con un cuchillo.

El rubio enorme, con el parche en el ojo, negó con la cabeza y se acercó a él.

—Bienvenido, einherjar. ¿Sabes dónde estás?

Gabriel se había especializado en un crédito universitario de mitología escandinava. De alguna manera, desde que había llegado a Londres para ver a su amiga Aileen y se habían ido acometiendo todos los sucesos como la aparición de vanirios, berserkers, dioses, hombres lobo y vampiros, él lo había comprendido todo dentro de sus posibilidades. Sus dos últimos meses en la Tierra habían sido maravillosos y reveladores. Sabía cuál era la jerga de los dioses y conocía a todas las familias del panteón nórdico. Entendía que movía el Ragnarök, y conocía los nueve mundos. Ese hombre con un parche en el ojo, con un parecido sospechoso a Odín, le había llamado einherjar, guerrero inmortal.

Estaba a un paso de ser poseído por el dios de la histeria. Pero él sabía cómo controlar la histeria. Cahal McCloud, uno de los vanirios de la Black Country que estaba muy versado en las artes orientales de la meditación, se lo había enseñado. Se basaba en modular la respiración, en controlarla. Tomó una inspiración lenta y profunda e intentó relajarse. Echó mano a todos sus conocimientos.

El líquido que le habían dado le había despertado el cerebro y podía recordar muchísimas cosas más de la que recordaba cuando estaba vivo. Joder, había muerto. Muerto. Qué fuerte.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Quería ver de nuevo a sus amigas, asegurarse de que estaban bien. Quería asegurarse de que Ruth y Aileen vivían y que las estaban cuidando como se merecían. Quería ver a Daanna feliz.

—Dame un momento —se apretó el puente de la nariz y cerró los ojos con fuerza. Necesitaba entereza para hablar con ese dios.

—Qué mono —susurró Freyja acariciando la cabeza de su enorme gatito.

Gúnnr sintió el dolor del hombre como suyo y se estremeció.

—Contrólate, tío —se decía Gabriel a sí mismo. Cuando abrió los ojos, focalizó y registró en su cabeza todo lo que había a su alrededor—. Esto es un palacio…

—Sí —le interrumpió Gúnnr deseosa de ayudarle—. Es el Víngolf.

—El Víngolf… —repitió Gabriel pasándose la mano por la cara y despeinándose el pelo rizado por todos lados. «Bien. ¿Qué había en el Víngolf? Venga, recuerda, recuerda». Se golpeaba la frente.

—Valkyrias —contestó Gúnnr con las manos entrelazadas y medio sonriendo—. ¿Ves? —se levantó el pelo y le enseño sus orejas.

Gabriel miró a aquella joven y sonrió al ver el movimiento de sus orejas puntiagudas.

—De acuerdo, valkyrias —susurró más relajado. Miró al rubio enorme vestido con una túnica negra—. Creo que tú, el del parche, eres Odín. La de los gatos enormes es Freyja. Si no me equivoco, el del arpa es Bragi, hijo de uno de tus rollos con una giganta cuyo nombre no recuerdo… —Freyja se echó a reír ante aquel comentario—. Y todos los que nos rodean disfrazados de pájaros y guerreros son valkyrias y einherjars.

Freyja saltó de alegría y dio palmadas eufóricas como una niña.

—¡Te adoro! —gritó feliz—. ¡Éste me encanta, vikingo! —tomó del brazo a Odín y lo apretó con las manos.

Gúnnr se rio y Odín miró con adoración a Freyja, en uno de esos momentos extraños que a veces emergía de la nada entre ellos. Pero, tal y como vino se fue.

—Gabriel, te he rescatado del Midgard porque has entregado tu vida por la Cazadora. Y la Cazadora es de los nuestros —aclaró el dios Aesir—. Has luchado en nuestro nombre.

—Quiero a Ruth, es mi amiga, es de los míos —contestó Gabriel solemne—. Ella merece mi vida.

Gúnnr se incómodo ante esas palabras, pero siguió observando de arriba abajo al einherjar. Se llamaba Gabriel, como el ángel.

—Eres honorable, guerrero —le aseguró Odín—. La cuestión es que esperábamos la llegada de alguien que se entregara desinteresadamente por el ser humano. Alguien que fuera un ejemplo. Un hombre que entendiera cuál era nuestra filosofía y nuestra razón de ser y que conociera a los clanes que ya hay en la tierra. Ese alguien ya ha llegado y comandará nuestros ejércitos de einherjars y valkyrias en el Ragnarök.

Gabriel apretó la mandíbula.

—¿No estarás hablando de mí, no? —era imposible que se refiriera a él. Él era un don nadie, un sabiondo lleno de musculitos que nunca había sido la primera elección de nadie. Él no era importante.

—Por supuesto que hablo de ti. Has estudiado mitología escandinava, entregaste tu vida por la continuación del plan. Fue muy importante que salvaras a la Cazadora, Gabriel. Y tú eres el único que puede hacer que nuestro plan continúe.

—Entonces, ¿salvé a Ruth? —Preguntó emocionado—. ¿No le hicieron…? ¿No le hicieron daño?

—No. Tu intervención fue determinante —contestó Odín con orgullo.

—¿Y Aileen? ¿Y los niños? ¿Todos están bien?

—Gracias a ti, sí.

Gabriel asintió y agachó la cabeza para que no vieran cómo lloraba. Era la mejor noticia que podía recibir en su muerte. Sus amigas eran su familia y para él eran lo mejor que tenía en su vida. Cuando se tranquilizó, levantó la cabeza y se secó las lágrimas con el antebrazo.

—Dices que puedo hacer que vuestro plan continúe. Pero esto es un retiro, ¿no? Es como un cielo. Si me quedo aquí, ¿cómo se supone que puedo hacer que vuestro plan siga adelante?

Freyja se situó al lado de Gabriel y lo miró fijamente:

—El guerrero que lucha por nosotros, merece un deseo en el Valhall. Un deseo para alguien del Midgard. ¿Cuál es tu deseo, guerrero? Piénsalo bien y sorpréndenos. No valen deseos como «la paz mundial», y cosas de ésas…, porque en el Midgard eso no funciona.

Gabriel se quedó pensativo. Un deseo. Miró en el interior de su corazón y lo primero que vino a su mente los ojos divertidos y ambarinos de Ruth, los lilas espléndidos de Aileen, pero ellas ya estaban bien y tenían quien las cuidaras y se hiciera cargo de ellas. Entonces, le vino una morena de ojos verdes espectaculares y cara de diosa: Daanna. Ella lo estaba pasando mal, y aunque él iba a estar enamorado de ella durante toda la eternidad, justamente porque la quería, deseaba lo mejor para ella. Y lo mejor para su Daanna era que Menw y ella tuvieran su segunda oportunidad porque, por lo visto, la primera había sido un desastre.

—Quiero que mi Daanna tenga la ocasión de enmendar las cosas con Menw. Quiero que ellos tengan la oportunidad de arreglarse o sino, tengo la sensación de que será demasiado tarde para ambos.

Odín miró a Freyja y ésta sonrió con orgullo. La diosa tomó a Gabriel de la cara y lo besó en los labios. Era el beso de Freyja, la bienvenida a su casa. Una señal de que aceptaba que el guerrero einherjar fuera cuidado por una de sus valkyrias.

Gúnnr miró hacia otro lado con el rostro impasible, ése que ella sabía poner a la perfección.

Gabriel estaba disfrutando de ese beso.

Odín tomó a Freyja del codo y la apartó de él, censurándola con la mirada. Sorprendida, Freyja lo señaló con el dedo.

—Dile a ese ojo que no me mire así —ordenó con fingida ofensa. Miró por última vez a Odín y se echó a reír—. Nos toca mover ficha vikingo.

Gabriel sonreía como un tonto, observando como Freyja se alejaba para sentarse en su trono. Entonces, Odín decidió marcarle con su lanza y grabar el Druht en él. La punta de la lanza le quemó en el centro del pecho y Gabriel gritó al sentir la quemazón. Cayó de rodillas y sintió el poder cómo recorría su cuerpo. El Druht era el don que otorgaba Odín a los einherjars; la fuerza bruta, la velocidad y la estrategia, así como algunos conocimientos sobre la magia. Los músculos de Gabriel se afilaron, su cuerpo convulsionó. La camiseta se desintegró de su cuerpo y un tatuaje inmenso en forma de alas angélicas y tribales cubrió su espalda. Unas anchas esclavas de titanio rodearon sus antebrazos por arte de magia. Su pelo rubio se aclaró ligeramente y sus ojos cambiaron alternativamente del azul oscuro al color de las llamas, del fuego. Naranjas, amarillos y rojos todos mezclados.

Gúnnr corrió a su lado y se arrodilló, sin tocarlo, sólo haciéndole compañía.

—El dolor no durará —le dijo con voz dulce—. Sólo acéptalo.

—Bienvenido a mi mundo, Gabriel —dijo Odín mirándole desde las alturas—. Te mataron en la Tierra, pero he querido darte esta segunda oportunidad por su valentía. Eres mi einherjar y vas a liderar mi ejército en el Ragnarök. ¿Lo aceptas?

Gabriel tenía las venas del cuello hinchadas y hacía titánicos esfuerzos para no gritarle y ponerlo a parir. ¿El dolor y la sensación de que las llamas te quemen el cuerpo eran necesarios?

Gúnnr puso una mano sobre su hombro. Gabriel la miró y la valkyria sonrió dándole fuerzas. De alguna manera, el toque de esa chica lo había tranquilizado y le había calmado la abrasión de la lanza.

—¿Aceptas el don que te otorgo, Gabriel? —repitió Odín.

El Druht le había entregado el valor y había anulado de él el miedo. Gabriel se sentía como nunca se había sentido. Poderoso y seguro de sí mismo. No sabía lo que podía implicar ser el einherjar líder de Odín, pero por su dios, lo haría. Él era su padre. El padre de todos.

—Lo haré, Odín —se incorporó poco a poco y se levantó. Cara a cara con Odín no le perdió la mirada en ningún momento—. Me entrego a ti.

Odín asintió y miró a Gúnnr.

—Dale un nombre, valkyria.

Gúnnr miró su espalda. Había estudiado su aspecto, y sus ojos azules estaban llenos de bondad, había sido un hombre bueno y había querido mucho a sus amigos. Gabriel iba a ser sobre todo un mensajero de Odín, uno de sus máximos representantes en el Midgard. Recordó haber estudiado que en hebreo, ángel significaba «mensajero». Las valkyrias adoraban los idiomas y a veces competían para ver quiénes sabían más.

Gabriel levantó una ceja y miró a la joven valkyria con diversión.

—Nada de motes, valkyria —le susurró guiñándole un ojo—. Y olvídate de Valerianos, Sigfridos y Brígidos… No me gustan.

Gúnnr se quedó parada al oír cómo le había llamado «valkyria». Sonrió. Y lo hizo abiertamente, haciendo que dos hoyuelos arrebatadores se dibujaran en sus mejillas. Sí, podía ser su valkyria. La de él y nadie más, a no ser que él la rechazara. Miró sus ojos azules que todavía chispeaban con naranjas, amarillos y rojos. Estaban llenos de gentileza y ternura. Y lo supo. Supo que podía cuidar de Gabriel sin ningún problema, porque él era un buen hombre, tenía un alma transparente y no iba a hacerle sentir jamás incómoda. Era puro en su interior. Y se llamaba Gabriel.

—Quiero llamarle Engel.

—Ángel —Odín meditó el nombre—. Mmm… sí, me gusta —asintió—. El ángel Gabriel. Es cursi…, pero me gusta.

Le ofreció la mano a Gabriel y éste le tomó el antebrazo. Odín, complacido con ese gesto, tomó el suyo.

—Sé cómo se saludan los berserkers —le recordó Gabriel—. He aprendido mucho de ellos.

—Entonces, espero que sepas lo duro que va a ser esto. Engel. Empieza tu formación y también tu recuperación. Éste es tu momento, todo lo que has hecho como humano, lo bueno y lo malo, te ha llevado a este instante, a este ahora. Ahora eres hijo mío, eres de los nuestros. Ésta es tu familia —añadió a Gúnnr y a todos los allí presentes—. Deberás estar preparando para cuando te necesitemos.

—Así va a ser Odín. Podéis contar conmigo.

Odín asintió conforme, y lo miró intensamente.

—¿Por qué? ¿Por qué ha sido tan fácil?

—Porque prefiero esto que la mierda de la Tierra. No me gustan los humanos.

—No. Mi amiga Aileen es una híbrida, mi amiga Ruth es una cazadora de almas inmortales, y la mujer que quiero es una vaniria. No hay rastro de humanidad en ellas. Digamos que prefiero vivir aquí.

—¿Por qué, Gabriel? —Preguntó el dios con interés—. ¿Y tus padres? ¿Tu familia?

Gabriel se encogió de hombros.

—No se puede vivir para aquéllos con los que no se querría vivir, y la humanidad está podrida. No me importa defenderlos, Odín, pero sabiendo qué soy y quién soy. Ya no soy humano —aclaró mirando a Gúnnr de reojo—. No tengo que aguantarlos.

—Será peor. Tendrás que protegerles. Y no podemos cambiarles, son como son.

—No me importa. Nunca traté de cambiar a nadie, nunca traté de obligar a las personas a ser quienes no eran. Precisamente, gracias a eso, hoy conozco al ser humano.

—Me alegra saberlo —el dios le golpeó el hombro en un gesto amistoso—. Pero ¿sabes qué? Tú nos has devuelto la fe en ellos. A lo mejor hay más como tú ahí abajo, y también necesitan ser salvados. Intentaremos que no mueran antes.

Gabriel asintió.

—¿Qué opinas de tu valkyria? Ella va ser quien te informe y está a tu disposición para todo lo que desees.

Gabriel miró a Gúnnr como si fuera su hermana pequeña y a ella no le gustó nada aquella mirada tan falta de interés. Pero la aceptó. Sí, mejor, así nunca habría problemas mayores.

—Me gusta —sonrió educadamente—. Seremos buenos amigos, ¿verdad?

Gúnnr asintió la cabeza con complicidad.

—Cómo desees, Engel —agachó la cabeza en señal de respeto.

Odín se dirigió a Bragi y pidió que diera la bienvenida pública a Gabriel. El dios poeta obedeció inmediatamente, cerró los ojos y esperó a que llegara la inspiración. Alzó una mano y todos escucharon con atención:

Det har skjedd sa mye siden sist!!![1] —Los einherjars vitorearon e hicieron chocar las lanzas contra el suelo y las valkyrias gritaron y aullaron como ellos—. Ahí va mi bienvenida:

Dicen que en la Tierra hay humanos.

Que nunca ofrecen al prójimo la mano.

Dicen que Loki todas las almas ha podrido,

y que el tiempo en nombre de la humanidad es perdido.

Pero hoy digo que un guerrero ha llegado.

Uno que implantará un nuevo legado.

Uno transparente, fuerte y puro.

Capaz de ver la luz en el camino más oscuro.

Demos la bienvenida a nuestro líder alado.

Un ángel sangriento que luchará de nuestro lado.

—¡Por Gabriel, nuestro Engel!

—¡Por Gabriel! —tronaron todos.