El conde se echó a reír a carcajadas.
—Humanos… A veces sois muy divertidos.
Dejamos que se riera. No le duraría mucho la diversión. Los Von Kieren habíamos urdido un plan en el búnker. Y era muy bueno.
Mientras Drácula se olvidaba entre carcajadas de sus misiles nucleares por un instante, todos hicimos lo que debíamos: papá fue corriendo hacia el psicópata y lo agarró. Sabíamos que pasaría más o menos un segundo y medio antes de que Drácula lo estampara contra la pared. Pero ¡no necesitábamos más! Sólo nos hacía falta distraerlo mientras yo corría hacia el arcón donde guardaba la máscara de gas y Max salía pitando al mismo tiempo hacia la consola.
Papá chocó contra la pared, resbaló al suelo y gruñó:
—Pocas veces el dolor es tan gustoso.
Drácula se fijó entonces en Max, pero lo vio demasiado tarde.
—¡No hagas eso! —gritó el príncipe.
—Si Jacqueline estuviera aquí, levantaría el dedo corazón y diría algo así como: «Súbete aquí encima y baila».
Luego pulsó el botón y salieron las boquillas de las paredes. Drácula sabía que al cabo de un segundo comenzarían a pulverizar gas, y no resistiría. Corrió despavorido hacia mí para arrebatarme la máscara, su última salvación.
Pero ¿habría sido un buen plan si no lo hubiéramos calculado todo?