Aparecieron todos en la mazmorra con gran estrépito y mucho azufre: Frank, Ada, Max…, incluso Cheyenne y Jacqueline. Mientras los demás tosían entre los vapores del azufre, yo miré interrogativa a Baba Yaga, que contestó:
—Familia no sólo propia sangre.
Había dicho algo cierto: Cheyenne y Jacqueline nos habían acompañado un buen trecho del camino y, por lo tanto, en cierto modo formaban realmente parte de nuestra familia descompuesta. Malo para ellas, porque ahora también se encontraban en grave peligro.
Mientras el humo se disipaba poco a poco, intenté no mirar a Frank a la cara, pues tenía un nudo en el estómago porque me sentía culpable de haberlo engañado. Él también rehuía mi mirada, igual que Max rehuía la de Jacqueline y ella la de Max. Al parecer, también había ocurrido algo entre ellos. Pero descubrir de qué se trataba ocupaba aproximadamente el número 4238 en mi lista de prioridades.
Cheyenne preguntó enseguida por el puesto número uno de la lista:
—Ejem, es fantástico volver a veros, aunque estas mazmorras me recuerdan un poco la cueva donde hice el amor con el Che Guevara en Bolivia, pero… ¿qué hacemos aquí?
—¿Y dónde estamos exactamente? —añadió Ada—. ¿Y por qué llevas un albornoz y vas en ropa interior?
No pensaba contestar la última pregunta.
—¿Y quién es el niño encadenado?
—Es mi hijo —contestó Baba, y se desplomó agotada junto a su pequeño. Usar la magia para traerlos le había costado sus últimas fuerzas.
—Bueno, en mi clase hay unos cuantos que tienen madres viejas —comentó Ada—, pero esto es una exageración.
—¡Tiene que volver a transformarnos! —dijo Max señalando a Baba Yaga.
Pensé si debía contarle a mi familia que la bruja no podía deshacer el hechizo. Que sólo recuperaríamos nuestros antiguos cuerpos si todos sentíamos a la vez un instante de felicidad absoluta. Pero decidí no hacerlo. ¿Para qué iba a atormentarlos pintándoles un escenario tan poco realista como el éxito de las curas de desintoxicación de Charlie Sheen? Además, teníamos que despachar un asunto. Así pues, dije:
—Estamos en las mazmorras de Drácula y tenemos que salvar a la humanidad. Y eso sólo es posible si somos monstruos.
—Cuando crees que no te puede ir peor —dijo Ada suspirando—, te cae encima otro montón de mierda.
Sin embargo, Frank me miró con los ojos brillantes y muy celoso, y me preguntó:
—¿Dráfcufla? ¿Pfolfo?
—¡Nada de pfolfo! —me apresuré a mentir, igual que un político delante de una comisión investigadora—. Y si aquí hay alguien que no debería hablar de «pfolfo», ése eres tú, ¡míster Pfolfo a la octava potencia!
El brillo desapareció de los ojos de Frank, que desvió la mirada consciente de su culpabilidad. En asuntos de infidelidad, un ataque es la mejor defensa.
—Mandó a Suleika a paseo por el desierto —lo defendió Max.
Eso me desconcertó y desinfló mi agresividad.
—Por favor, acepta de nuevo a papá —me rogó Max, mirándome con sus ojos de hombre lobo fiel.
Desvié la mirada hacia Frank sin querer. Él volvió la cabeza con cautela hacia mí, y parecía realmente tener la esperanza de que lo perdonara.
¿Quería hacerlo?
¿Podía?
Vi en mi mente a Frank, el Frank humano, revolcándose con Suleika. Acto seguido, me vi en mi mente revolcándome con Drácula, y maldije a mi mente por no ser capaz de ofrecerme imágenes más agradables.
Ada contestó por mí:
—¡Pero el muy cerdo la ha engañado!
Qué locura: precisamente mi hija rebelde me defendía.
—No insultes a papá, ¡no es un cerdo! ¡Nos ha salvado la vida!
Max defendió a su padre y con ello indujo a Ada a dejar en paz a Frank. Su furia se desvaneció, y le dijo a su hermano:
—Vale, vale… Puede que tengas razón.
Por lo visto, Frank les había salvado la vida mientras yo no estaba con ellos. En las últimas horas, él había hecho mucho más por nuestra familia que yo. Horas en las que yo me entregaba a la pasión con Drácula.
Dios mío, ¡cuánto me avergonzaba!
Y, con la vergüenza, volvieron a mi mente las imágenes de mis revolcones con Drácula. Unas imágenes ante las que me pregunté si, en el caso improbable de que algún día pudiera perdonar a Frank, él me perdonaría a mí.
—No es que quiera interrumpir vuestro capítulo de «Gossip Girl» —intervino Jacqueline—, pero ¿no ha dicho alguien no sé qué de salvar a la humanidad? No es que la humanidad me parezca guay, pero si deja de existir, a lo mejor tampoco habrá cerveza. Ni tabaco. Y eso sería una mierda.
Me apresuré a explicarles la profecía de Haribo y los siniestros planes de Drácula. Cuando acabé, todos estaban bastante sorprendidos. Jacqueline fue la primera en recuperar la palabra:
—Creo que no he oído bien. Será que todavía voy fumada.
—¿Ibas fumada? —preguntó Max mirándola inseguro.
Ella lo miró no menos insegura y contestó:
—Por eso ayer me reía tanto.
Max sonrió tímidamente. Jacqueline también le sonrió tímidamente. Y yo seguí sin tener la más mínima idea de qué pasaba entre los dos.
Frank, que tardó un rato hasta que su cerebro oxidado lo procesó todo, se encolerizó ante la idea de que Drácula quisiera dejarme embarazada miles de veces. Se agachó en el suelo de la mazmorra y dibujó con uno de sus dedazos en la tierra:
Frank quería defenderme de Drácula. Salvarme de él. Igual que había salvado a los niños. Como monstruo de Frankenstein, tenía más fuego en su interior del que había tenido siendo humano. Mostraba una cara que había ocultado durante mucho tiempo.
O que yo no había visto nunca.
Entonces lo comprendí: Suleika había visto esa cara. Sólo yo, su mujer, no la había visto. Hacía mucho que no había observado a Frank con detalle, mucho que no me había preguntado qué dormitaba en su interior, por debajo de su fachada de hombre estresado por el trabajo. Sí, seguramente hacía mucho que no conocía a Frank.
—¿Alguien tiene idea de cómo vamos a sacudir a Drácula? —dijo Ada yendo al grano, y con ello me arrancó de mis pensamientos—. Tenemos que salvar el mundo.
Allí estaba de nuevo: la Ada idealista y resuelta. Al contrario que en nuestro último enfrentamiento delante de la pirámide, esta vez me alegré de verdad de ver a mi hija tan llena de energía.
—No fácil vencer a Drácula —dijo Baba, que seguía abrazando al pequeño Golem—, pero vosotros tiene una posibilidad.
—¿Cuál? —inquirió Max.
—Drácula baña cada día en su baño de Lázaro. Con fango y hierbas mágicas. Ahora él hace.
Así pues, ¿no estaba trabajando como me había dicho en la piscina, sino disfrutando de una fangoterapia?
—¿Y para qué necesita un baño de fango mágico? —preguntó Ada.
—Él es inmortal, pero necesita baño para no ser viejo.
—O sea que, sin el baño, sería un inmortal con Alzheimer, incontinencia y tabletas Corega —concluyó Max.
—¿Y de qué nos sirve eso? —Ada empezaba a perder la paciencia.
—Drácula dentro de baño, no puede salir y objetivo fácil —explicó Baba.
—¿Y cuándo tiempo se baña el tío?
—Hasta que sol pone.
Jacqueline sacó el iPhone, buscó en Google y anunció:
—Eso será dentro de un cuarto de hora.
Me pasaron dos ideas por la cabeza: primero, que a mí también me gustaría tener un proveedor de telefonía móvil que ofreciera tan buena cobertura. Luego, que en los próximos quince minutos la familia de monstruos Von Kieren decidiría el destino del mundo.