MAX

—A lo mejor también podemos darle unas cuantas vueltas a la niña antes de la pelea…

Desde que había salido a hacer mis necesidades, Jacqueline no paraba de ponerme verde en un pequeño claro del bosque, y se me caía la cara de vergüenza por mi falta de valor. Siempre había imaginado que, con el físico adecuado, yo tendría madera de héroe. Ahora que por fin tenía un cuerpo fuerte, seguía siendo un desertor patético. Por eso aún me herían más los comentarios de Jacqueline.

—Y cuando esté mareada, la subimos a la barra de equilibrios…

—¡Ya basta! —exclamé. No podía soportar más sus humillaciones. Sobre todo porque estaba en lo cierto.

—No creo —dijo Jacqueline sonriendo burlona—. A lo mejor prefieres pelear contra un pobre conejito…

—¡He dicho que ya basta!

—Me refiero a uno de esos conejitos que se compran en la sección de peluches…

—¡Pero yo no estoy intelectualmente tan atrofiado como tú! —bramé.

Quería devolverle los golpes, herirla. Y por eso procuré tocarle su talón de Aquiles.

—¿Qué me has dicho? —preguntó.

—Tonta —traduje.

—¡Yo no soy tonta! —dijo furiosa.

—¿Ah, no? Pues entonces explícame, por ejemplo, que es una hipotenusa —la reté.

—Muy fácil… —replicó haciéndose la chula.

—Pues explícamelo —seguí provocándola.

—Bueno… —Pensó—. Una hipotenusa… es una especie de dragqueen

—Esperaba una respuesta parecida —dije; me reí con arrogancia y rematé—: Llamarte burra es ofender a las acémilas.

Eso le tocó de verdad. Y me extrañó. El comentario tampoco había sido tan ocurrente.

—Algo parecido me dijeron mis padres cuando me escolarizaron.

Se dio la vuelta muy tocada, se encendió un cigarrillo mientras se iba y me dejó solo en el bosque. Aunque por fin había dejado de incordiarme, me sentí peor que antes. Había perdido a una buena amiga antes de tenerla como amiga.

O como algo más.

Cretino de mí, me encaminé hacia otra dirección y medité sobre las desastrosas circunstancias en las que nos encontrábamos: éramos monstruos, mamá había desaparecido y yo era un cobarde; más aún, un cobarde asqueroso. Añoraba tanto un buen libro. O incluso uno mediocre. Entonces se me ocurrió pensar que, sabiendo lo cobarde que era, probablemente no podría identificarme nunca más con héroes como Harry Potter, sino sólo con cobardes asquerosos, como Mundungus Fletcher. Y entonces me pregunté angustiado si la lectura volvería a ser algún día un placer para mí.

—Así está bien —oí decir de repente a Ada.

Doblé un recodo y la vi sentada sobre un tronco caído, dejando que un leñador le masajeara el cuello.

—¡ADA! —grité indignado—. No… no puedes hipnotizar al pobre hombre…

—Hum —contestó con aires de suficiencia—. Vaya si puedo, ya lo he hecho.

—Pero no puedes pedirle que te haga un masaje en el cuello en esta situación… —No me lo podía creer.

—Tienes razón —contestó Ada sonriendo burlona—. Un masaje en los pies mola más.

Se volvió hacia el leñador y le pidió el tratamiento correspondiente. Él se arrodilló junto a ella y comenzó a masajearle los pies.

—¡Esto es inmoral! —la reprendí.

—¿Qué, no tienes que ir a buscar ningún palo por ahí? —replicó agobiada mi hermana.

Era increíble. Ada no tenía intención de parar. Yo era cobarde y malo. ¡Pero ella abusaba de los superpoderes que acababa de adquirir! ¿Qué nos pasaba a los Von Kieren? ¿Nos habíamos convertido todos en monstruos ahora que éramos monstruos?