Jannis, Jannis, Jannis… Necesitaba a alguien normal a mi lado. Bueno, Jannis no era realmente normal. Alguien que me «cierra» no puede estar bien de la cabeza. Al menos no lo estaban los dos únicos tíos que hasta entonces me habían confesado que estaban locamente enamorados de mí. Uno se comía los mocos. El otro me lo dijo para disimular; en realidad le iban los bailarines que interpretaban el Cascanueces.
Aun así, en comparación con mi familia, cualquiera era normal. Y no sólo desde que nos habíamos transformado en monstruos. Típico, algo así tenía que pasarnos a los Von Kieren. Encima, a mí me había tocado transformarme en momia, mientras que la pirada de mi madre, a la que teníamos que agradecer toda esa mierda, al menos podía ser un vampiro.
¿Por qué no podía pasarme a mí como a Harry Potter? ¿Por qué no se me acercaba un gigante con barba y me decía: «Las personas con las que has vivido penosamente todo este tiempo no son tu familia. No son más que unos mamarrachos que en los próximos siete volúmenes se arrepentirán de todo lo que te han hecho»?
Llamé a la puerta de Jannis. Sabía que estaba solo en casa. Vivía con su madre, que era la más fiestera desde Lady Gaga, aunque las trenzas de chica que siempre llevaba no quedaban muy dignas en una cuarentona. En cualquier caso, le daba mucha libertad a Jannis, y de ese modo, dentro de la gama de madres, se situaba exactamente en el polo opuesto a la mía. Jannis abrió la puerta. Me eché en sus brazos. Eso lo espantó. Los chicos siempre se espantan cuando una chica muestra demasiados sentimientos (para ser sincera, las chicas también se espantan cuando lo hace un chico). Pero ¿qué podía hacer yo? ¡Era una momia putrefacta! En un caso así, si no mostrabas sentimientos, podían meterte directamente en un sarcófago.
—Me… aprietas —balbuceó sorprendido Jannis—, y sólo… sólo tengo un tórax.
Lo solté y me miró con asombro. Hasta entonces no se había fijado bien en mi aspecto.
—¿De qué es ese disfraz tan enrollado? —preguntó, confuso y sin considerar el «disfraz» enrollado, sino más bien asqueroso.
—No es un disfraz… —empecé a explicarle.
—¿Vestuario de una película? —preguntó.
—¡No!
—Pues entonces es un disfraz —afirmó cabezota, y añadió—: En cualquier caso, está un poco sucio y huele una barbaridad… Tendrías que hablar con el que te lo ha alquilado…
—¡No es un puto disfraz! —grité.
—Entonces, ¿qué es? —preguntó, sobresaltado por mi arrebato.
—Han maldecido a mi familia…
—Sí, claro… —dijo con una sonrisa forzadísima.
—¡Toca! —Le acerqué el brazo—. ¡Toca el puto brazo!
—Uf, estás un poco desequilibrada —constató.
Confié en que no sería tan idiota como para dejar caer el comentario de «¿Tienes la regla?».
—¿Tienes la regla? —preguntó.
—¡TOCA DE UNA VEZ!
—Ninguna chica me lo había pedido nunca de una manera tan romántica —comentó intimidado.
Luego me tocó el brazo, comprobó que las vendas eran mi piel y se echó a temblar.
—Yo… —dije en voz baja—… necesito que alguien me abrace.
Jannis puso cara de no querer ser ese alguien. Más bien parecía desear que lo abrazaran a él. Pero no la momia histérica que tenía delante.
—Jannis… —le supliqué—, por favor…
—¿Es… es un truco?
—No, ¡soy una friki! —chillé.
—O eso o estás como una chota por montarme este numerito. Sinceramente, las dos cosas me parecen siniestras…
Mientras hablaba, no dejaba de mirar la puerta, seguramente pensando en entrar dentro de casa y cerrármela en las narices. Luego volvió a mirarme con una mezcla de miedo y asco. Como si yo fuera un monstruo. Cosa que era externamente. Pero ¿y por dentro?
—Yo pensaba… tú también me has dicho «te cierro» —señalé cautelosa.
Caviló un momento, mientras cambiaba el peso de un pie a otro, y finalmente dijo:
—Me equivoqué al teclear.
Eso me rompió el corazón. Maldiciones, vendas, brujas: todo eso quizás habría sido soportable si él me hubiese «cerrado».
—¿Qué… querías escribir? —pregunté con una última chispa de esperanza desesperada.
—Te bizqueo —dijo con voz débil.
—¿Y eso qué significa? —pregunté embalada—. ¿Que no quieres volver a verme?
—Bueno, ahora ya no importa… —comentó.
Y era cierto. Lo único que importaba era que no me quería.
En ese instante, deseé que los rayos de la bruja nos hubieran matado.
—Además, salgo con Noemi —añadió Jannis.
¿Se enrollaba conmigo y salía con otra? ¡Precisamente con Noemi! Era una auténtica medusa y sólo tenía dos cualidades destacables. Y las dos las tenía en el pecho. Que Jannis prefiriera a una mujer con un par de buenos melones lo empeoraba todo. Entonces deseé que los rayos de la bruja no sólo me hubieran matado a mí, sino que también se lo hubieran cargado a él. Y, de paso, los pechos de Noemi.
Jannis estaba a punto de cerrarme la puerta en las narices. Lo agarré desesperada del brazo, lo miré a los ojos y le dije tristísima:
—Me gustaría tanto que me quisieras.
Apenas lo había dicho, la expresión de su cara cambió.
—Te quiero —dijo de repente.
—¿Q…? ¿Qu…? —pregunté perpleja.
—Te quiero —repitió apasionado.
Poco antes, yo le daba miedo, y ahora me atraía hacia él, exactamente como yo había deseado unos instantes antes. Pero ya no estaba segura de si tenía que alegrarme. Se comportaba de un modo muy extraño.
—¡Hueles tan bien! —dijo, y aspiró el olor de mis vendas como si fueran Chanel de los números 1 al 17.
—¿Te estás cachondeando de mí? —pregunté, y lo aparté de un empujón.
—No, yo te quiero —contestó sorprendido, y me miró enamoradísimo.
¿Se podía fingir algo así? Y si no se podía, ¿a qué venía aquel cambio? ¿Qué demonios ocurría allí?
—¿Y qué pasa con Noemi? —pregunté insegura.
—Sólo me interesan sus pechos.
¡Increíble!
Sus maravillosos ojos me miraban entregados, y estuve tentada de sumergirme en ellos. Ya no tenía ganas de pensar qué estaba ocurriendo y susurré:
—Me gustaría que me besaras…
Antes de que pudiera acabar la frase diciendo «pero por desgracia tengo la cabeza llena de vendas», Jannis puso sus labios sobre los míos y también intentó llegar con su lengua a mi lengua a través de la tela. Por eso no pude decir más que: «Mmm».
Cuando acabó de babosear mis vendas, dijo muy serio:
—Ha sido el mejor beso de mi vida.
Lo aparté de un empujón. Allí había algo que no cuadraba. Pensé. Yo había deseado que me quisiera y, de repente, me quería. Luego había deseado que me besara, y me había besado. Busqué con la mirada, pero no había ningún genio de la lámpara para hacer que esos deseos se cumplieran. No es que hubiera esperado encontrar realmente uno, pero en esa noche de chaladura todo parecía posible. Incluso que apareciera un genio.
Seguí pensando. Las dos veces había mirado a Jannis profundamente a los ojos. ¿Le había impuesto mi voluntad? Siendo una momia, ¿tenía poderes de hipnosis?
Decidí comprobarlo. Miré otra vez a Jannis profundamente a los ojos y le pedí:
—Jannis, quiero que des saltos con una sola pierna.
—Me encanta saltar para ti —contestó, y se puso a dar brincos sobre una pierna.
¡Hostia!
Eso significaba que podía hipnotizar a la gente.
Por desgracia, eso también significaba que los sentimientos de Jannis hacia mí no habían sido sinceros.
—Quiero que me digas la verdad —le pedí, mirándolo de nuevo a los ojos—. ¿Me querías antes de que te lo pidiera?
—No.
Eso me afectó y me entristeció mucho. Pero, masoquista como era, continué preguntando.
—Entonces, ¿por qué has quedado conmigo hoy?
—Noemi tenía que ir con sus padres a la ópera. Además, nunca me lo había montado con una pecho plano como tú.
¡Qué cabrón!
Seguía dando saltos con una pierna. Volví a mirarlo a los ojos y le pedí:
—Quiero que saltes contra la pared.
—Con mucho gusto.
Lo hizo. Se oyó el ruido sordo de un impacto. Tuvo que hacerle un daño bestial.
¡Le estaba bien empleado!
—Sigue haciéndolo durante dos horas —añadí.
—Como tú quieras —dijo sonriendo, y saltó otra vez contra la pared.
—Y dile a Noemi que las mujeres con pechos grandes acaban con lesiones por malas posturas.
—Se alegrará de saberlo —contestó, y volvió a hacerse daño.
Tal vez aquello tendría que haberme provocado satisfacción, pero me dolía más a mí que a él. ¿Qué sacas de que se haga daño la persona que te ha hecho daño?
—Para ya de brincar —dije, liberándolo de su destino.
Luego me alejé de él lentamente. Como una momia sin amor.