Con bastante frecuencia, vemos a un perro dando vueltas en círculo a gran velocidad, persiguiéndose la cola. Cierra las fauces al huidizo apéndice y luego continúa su acalorada persecución, girando como un molino, dando a veces tantas vueltas que llega a quedarse mareado y desorientado. Para el observador humano, lo que empieza siendo una travesura divertida por parte del perro, y que semeja una sencilla pauta lúdica, llega a veces a resultar perturbador. Comienza a parecer un estereotipo convertido en una anormalidad de la conducta en vez de un juego rítmico. Por desgracia, esto no está muy lejos de la verdad, porque el acto de perseguirse la cola es, por lo general, una dolencia de los perros que se han mantenido en unas condiciones antinaturales y aburridas.
Los perros son seres sociales y les gusta mucho explorar. Si se les priva de compañeros, tanto caninos como humanos, o si se encuentran en un medio ambiente constreñido o monótono, llegan a sufrir. El peor castigo mental para un perro es que le dejen solo en un espacio bastante reducido donde nada cambia. Esto rara vez sucede con los perros domésticos, a menos que sean lo bastante desgraciados como para caer en manos de unos amos crueles. Pero los perros salvajes de los zoos se han visto a veces alojados en unas jaulas pequeñas, adosadas y vacías, condenados a una pena de cadena perpetua de confinamiento solitario. La observación de dichos animales ha revelado que, con frecuencia, desarrollan «tics» y acciones estereotipadas, como morderse las patas, la cola, retorcer el cuello, pasear y otras pautas de perturbada conducta repetitiva. A veces, esos tics se hacen tan salvajes que los perros se muerden con fuerza en su propia carne y se producen auténticas llagas. Este autocastigo pudiera parecer destructivo, pero tiene el efecto de proporcionarle unos estímulos agudos en un mundo que se ha vuelto un insoportable limbo de aburrimiento. El acto de perseguirse la cola es una forma típica de esa clase de conducta.
También se observa en un cachorro que ha sido aislado de sus compañeros de camada. Se lo han llevado a una casa nueva y de repente le han privado de los rudos juegos típicos de una animada camada, y por lo tanto debe buscar nuevas formas de estímulo. Si sus amos no juegan con él lo suficiente, el cachorro encontrará difícil empezar un «juego»; y, en ese momento, la cola se convierte en el mejor «compañero» disponible. Esto no es malo en sí, siempre que sus vueltas no lleguen a ser una obsesión convulsiva. Muchos cachorros solitarios lo hacen durante cierto tiempo y luego abandonan este hábito. Sólo cuando persiste en la edad adulta indica un defecto en el medio ambiente del perro, y una enorme necesidad de relación social y de aventuras. Por lo general, se corrige simplemente, cuidando esos aspectos de la vida del animal.
La única excepción a esta regla es cuando un perro sufre de alguna incurable irritación en la zona de la cola, como glándulas anales inflamadas o un persistente dolor a causa de una cola mal cortada.
Pero, en tales casos, es probable que se den unas respuestas más específicas, como arrastrar el trasero y mordisquearse la cola.