¿Por qué ciertos perros son tan difíciles de controlar?

La mayoría de los perros domésticos se acomodan muy bien a la vida familiar; pero, de cuando en cuando, surge un macho que se convierte en un ser perturbador. Muerde a los visitantes sin que exista provocación alguna; se orina en la casa y, tozudamente, se niega a obedecer las órdenes. Cuando sale a la calle, es él quien lleva a su amo a pasear en vez de ser a la inversa. Se para cuando le viene en gana y anda cuando le apetece. Todos los intentos para hacerle avanzar con la correa son vigorosamente resistidos. A la hora de comer, ignoran el cuenco de la comida y tienen que ser tentados con delicadezas especiales. ¿Cómo puede un animal doméstico desarrollar ese tipo de personalidad?

La respuesta es penosamente obvia, aunque los dueños de tales perros se niegan a aceptarla. El hecho es que, a los perros de esta clase, se les ha permitido convertirse en los miembros dominantes de su «manada». Cada lobo macho trata de conseguir este status en una manada salvaje, y los perros domésticos no son diferentes. Los humanos tienen una gran ventaja sobre sus perros en el pulso por el dominio, porque físicamente son mayores, pero si se les consiente demasiado, pueden querer optar por la jefatura de la manada. Si vencen en una confrontación tras otra, llegarán a la conclusión de que son, en realidad, el individuo dominante del grupo. Esto no quiere decir que existan luchas auténticas con sus amos. Simplemente, se puede vencer en una confrontación porque el perro se las arregla para imponerse a sus compañeros humanos cuando desean que haga una cosa y el perro insiste en hacer otra. Tras una larga serie de «victorias» de ese tipo, el can considerará que es el dominante y comenzará a obrar en consecuencia. Esto incluye orinar dentro de la casa para mostrar que es su territorio, y tomar todas las decisiones cuando se sale a dar un paseo. Esta conducta no es anormal. Es perfectamente natural para el animal jefe llevar la iniciativa siempre que la «manada» está de «caza». Por lo tanto, no puede entender por qué sus decisiones acerca de echar a andar o detenerse son desafiadas. Asimismo, uno de los deberes de su jefatura es defender a sus subordinados (es decir, sus compañeros humanos) contra ataques de extraños. De ahí sus agresiones al cartero, al lechero y a otros visitantes que llegan a la puerta.

Algunos adiestradores expertos son capaces de curar a esos perros difíciles a través de un amaestramiento disciplinario, para que vuelvan de nuevo a ser miembros subordinados de la manada. Pero si se pone demasiado énfasis en la disciplina y la obediencia, el resultado es un perro servil y sin carácter, de una clase sumisa y poco atractiva. El secreto es aspirar a un feliz término medio: equilibrar la autoridad del amo con la mayor libertad posible del perro.