Los perros tienen buena vista, pero difiere de la nuestra en varios aspectos. Durante muchos años se ha creído que carecían de la visión en color y vivían en un mundo por completo en blanco y negro. Pero ahora se sabe que no es así, aunque el color no sea particularmente importante para ellos. Su proporción de bastoncillos y conos en la retina del ojo favorece mucho más a los bastoncillos que en nuestro caso. Los bastoncillos son útiles para la visión en blanco y negro con poca luz; los conos se emplean para la visión en color. Los ojos «ricos en bastoncillos» de los perros, por lo tanto, están perfectamente adaptados al ciclo diario que favorece el alba y el atardecer como los períodos de mayor actividad. A esto se le llama ritmo crepuscular, y es la forma típica para la mayoría de los mamíferos. Los humanos son desacostumbradamente diurnos, y por ende no son mamíferos típicos en lo que a la visión se refiere.
El pequeño número de conos en los ojos de los perros revela que, aunque no sean tan sensibles al cromatismo como los humanos, son capaces de ver, por lo menos, cierto grado de coloración en su paisaje canino. El gran experto en visión Gordon Walls ha expresado esto elocuentemente: «Para cualquier animal seminocturno y rico en bastoncillos (como el perro), lo más rico de la luz espectral puede, en el mejor de los casos, aparecer sólo como unos delicados tintes al pastel de cierta identidad». Tal vez sea así, pero los matices al pastel son mejor que nada, y resulta agradable pensar que nuestros compañeros caninos pueden compartir con nosotros, por lo menos en cierto grado, la apreciación de los colores mientras paseamos juntos por el campo.
En la luz crepuscular, los perros tienen una gran ventaja sobre nosotros. Poseen una capa de reflexión de la luz denominada tapetum lucidum en la parte posterior de sus ojos, que actúa como un mecanismo ampliador de la imagen, y les capacita para hacer mejor uso de la pequeña iluminación que haya en un momento dado. Al igual que en los gatos, que poseen el mismo mecanismo, esto tiene como consecuencia que los ojos les brillen en la oscuridad.
Otra diferencia entre nuestros ojos y los suyos es que son más sensibles al movimiento, aunque menos a los detalles. Si algo permanece erguido e inmóvil a una buena distancia, se convierte en invisible para ellos. Ésta es la razón de que muchas especies de presa se «inmovilicen» y eliminen cualquier movimiento cuando cunde en ellos la alarma, en vez de tratar de huir. Algunas pruebas han demostrado que, si el dueño de un perro se queda inmóvil a una distancia de trescientos metros, el animal no lo detecta. Por otra parte, un pastor que se encuentre a un kilómetro y medio de distancia, al hacer vigorosas señales con las manos es divisado con claridad por su perro pastor. Naturalmente esta sensibilidad al movimiento es de gran importancia cuando los perros salvajes realizan cacerías. Una vez la presa escapa, los ojos del perro se encuentran en su máximo funcionamiento.
Una ayuda adicional para el perro de caza es su mayor campo de visión. Una raza de cabeza estrecha, como el galgo, tiene un ámbito visual de doscientos setenta grados. Un perro más corriente lo tiene de doscientos cincuenta. El de los perros de cabeza aplastada es un poco menor. Pero siempre es superior al de los seres humanos, que no tiene más que ciento ochenta grados. Aunque esto significa que los perros pueden detectar pequeños movimientos sobre una faja mucha más amplia del paisaje, han de pagarlo con mayor estrechez de la visión binocular, un ámbito que no llega a la mitad del nuestro. Por lo tanto, nosotros juzgamos mejor las distancias que ellos.