La respuesta más simple es: como un cachorrillo. En la mayoría de las especies, los adultos débiles adoptan posturas juveniles o llevan a cabo acciones infantiles cuando se ven amenazados por un individuo dominante. Si les falta valor para hacer frente a una amenaza respondiendo con otra, y corriendo así el riesgo de enzarzarse en una disputa seria, recurren al equivalente animal de hacer ondear bandera blanca. El problema consiste en encontrar una acción que interrumpa el estado de ánimo agresivo del atacante. Una manera de hacerlo consiste en adoptar una postura que sea la opuesta de la exhibición de amenaza. Si, en una especie, el agresor baja la cabeza dispuesto para la carga, el animal sumiso inclina la suya; si en otra especie el agresor alza la testa para crecerse, el subordinado se limita a bajar su testuz. Cuando el agresor eriza el pelaje, el sumiso aplasta el suyo; que el agresor se queda en pie, el sumiso se agazapa. Y siempre de esta guisa. Pero éste es sólo uno de los tipos básicos de estrategia de apaciguamiento animal.
La segunda solución es suscitar en el agresor un estado de ánimo que entre en conflicto con su hostilidad, y por lo tanto la apacigüe. Por lo general, los adultos tienen fuertes inhibiciones respecto a atacar a alguien más joven de su misma especie, por lo que una repentina exhibición de conducta de seudocachorro en un perro adulto puede tener el efecto deseado de bloquear un asalto.
Los perros emplean dos mecanismos, uno para los momentos de sumisión pasiva, y otro para la sumisión activa. En la exhibición pasiva el animal débil no tiene elección. El agresor se aproxima y amenaza. El individuo subordinado se acurruca, tratando de hacerse lo más pequeño posible y luego, si esto no logra detener el ataque, rueda sobre su lomo con las garras colgando fláccidamente en el aire. Repite la conducta de los cachorrillos cuando la madre se les aproxima para lamerlos y, al mismo tiempo, estimularles para que orinen. Cuando tienen sólo unos días no orinan por sí mismos. La madre tiene que tumbarlos con el hocico y luego lamerles el vientre repetidas veces para estimular el flujo urinario. Al adoptar de forma voluntaria una postura así, un adulto sumiso transmite la más poderosa señal infantil disponible en el lenguaje corporal canino. Por lo general tiene éxito y hace desaparecer la hostilidad del agresor como por arte de magia.
La sumisión activa requiere una táctica diferente. Si un animal débil desea aproximarse a otro dominante, no puede hacerlo tumbado de espaldas. Debe presentar una exhibición de mansedumbre como señal de que sus intenciones son por completo pacíficas. Y lo consigue empleando otra acción realizada por los cachorros ante sus mayores. La mejor manera de describirla es como «agacharse con cara lametona». Cuando los cachorros tienen ya un mes, comienzan a pedir comida a los adultos. Y lo hacen levantando el hocico y rozando con él la boca de sus padres. Les lamen la cara y aprietan la cabeza hasta que hacen salir un poco de comida. La sumisión activa sigue la misma pauta. El problema radica en que el animal subordinado tiene ahora, más o menos, el mismo tamaño que el dominante. Si, simplemente, se acerca al «perro superior» y le lame la cara, el movimiento podría parecer demasiado enérgico. Para evitarlo, encoge el cuerpo hasta quedar casi agazapado y aproximarse así al «nivel del cachorrillo». Luego puede alzar la cabeza hacia la boca del perro dominante y, de ese modo, crear de nuevo la necesaria actitud infantil.
Al adoptar la postura de pedir alimentos, un adulto subordinado puede acercarse a cualquier perro de su grupo social sin arriesgarse a un ataque. Y ello permite a los animales estar cerca unos de otros sin que se desencadenen repetidas peleas.