A menudo, tanto los profanos como los expertos, afirman que si un perro menea la cola se trata de un ademán amistoso. Pero esto no es así. El error es parecido al que comete la gente que insiste en que si un gato mueve la cola es porque está enfadado. La única condición emocional que comparten todos los que mueven la cola, tanto los caninos como los felinos, es un estado de conflicto. Esto es verdad en casi todos los movimientos hacia delante y hacia atrás en la comunicación animal.
Cuando un animal se encuentra en un estado conflictivo se siente atraído, al mismo tiempo, en dos direcciones. Desea avanzar y retirarse; quiere ir a la derecha y a la izquierda. Puesto que cada impulso cancela al otro, el animal se queda donde está; pero en un estado de tensión. El cuerpo, o una parte de él, empieza a moverse en una dirección, obedeciendo un impulso; luego, se detiene y se mueve en la dirección opuesta. Esto lleva a una serie de estilizadas señales en el lenguaje corporal, de diferentes especies. Existen retorcimientos del pescuezo, oscilaciones de la cabeza, inclinaciones de las patas, movimientos de los pies, giros de los hombros, ladeamientos del cuerpo, oscilaciones de la cola y, tanto en gatos como en perros, los tan conocidos meneos de la cola.
¿Qué está sucediendo exactamente en la mente del perro que menea el rabo? En esencia, el animal desea quedarse y también quiere alejarse. El impulso de irse es simple: lo origina el miedo. La urgencia de quedarse es más compleja. En realidad, no existe un impulso sino varios. El perro puede desear quedarse porque está hambriento, amigable, agresivo, o por cualquier otra causa. Ésta es la razón de que sea imposible etiquetar el movimiento de la cola como correspondiente a un solo significado. Se trata de una señal visual que casi siempre hay que leerla en su contexto, junto con otras acciones que están teniendo lugar al mismo tiempo. Algunos ejemplos servirán para aclararlo:
Los cachorros no menean la cola cuando son muy jóvenes. El meneo de cola más temprano registrado se observó en un cachorro de diecisiete días, pero esto fue inusual. A los treinta días, aproximadamente el cincuenta por ciento de los cachorros menean la cola y la actividad alcanza toda su madurez a la edad de cuarenta y nueve días. Se trata de cifras medias, y puede haber alguna variación según las razas. La circunstancia en que aparece por primera vez el meneo de la cola es cuando los cachorros se alimentan de su madre. Al alinearse en torno de su vientre y comenzar la perra a darles de mamar, sus colas empiezan a moverse furiosamente. Resulta sencillo interpretar esto como un «deleite amistoso» por parte de las crías; pero, si fuese así, ¿por qué el movimiento de la cola no se muestra antes, cuando los cachorros tienen, por ejemplo, dos semanas? La leche era igual de importante para ellos y sus colas estaban lo suficientemente desarrolladas… En ese caso, ¿por qué lo pasaban por alto? La respuesta es un conflicto entre los cachorrillos. Cuando tienen dos semanas, los cachorros se acurrucan juntos para darse calor y sentirse cómodos; pero aún no existe una seria rivalidad. No obstante, cuando ya tienen seis o siete semanas, cuando el meneo de la cola está alcanzando su plena expresión, los cachorros han llegado al estadio social de rebullirse y pelearse. Para alimentarse de la madre deben juntarse más, acercarse a los cuerpos que están mamando y empujándose. Esto origina miedo, pero el miedo se ve vencido por la urgencia de alimentarse de unas tetitas que están poco separadas. Por lo tanto, mientras se amamantan, los cachorros se encuentran en un estado de conflicto entre el hambre y el miedo. Desean quedarse en la teta y no quieren encontrarse demasiado cerca de los otros cachorros. Este conflicto es el que origina en los perros la más precoz expresión del meneo de la cola.
La siguiente ocasión en que esto aparece es en el momento en que los cachorros solicitan alimentos de los animales adultos. Aquí se opera idéntico conflicto. Cuando la cría se acerca a su boca, para buscar allí alimento, se ve forzada de nuevo a estar en íntima proximidad con otros.
Más tarde, como adultos, cuando se saludan tras una separación, añaden el meneo de la cola a las otras señales de entrar de nuevo en contacto. Aquí el sentimiento amistoso y la aprensión se combinan para producir un conflicto emocional. El movimiento también acompaña a los avances sexuales, donde la atracción sexual y el miedo se encuentran simultáneamente presentes. Y, lo que es más importante, se produce cuando se realizan aproximaciones agresivas. En esos ejemplos, el animal que menea la cola, aunque hostil, tiene asimismo miedo: una vez más una situación de estados de humor conflictivos.
La manera de menear la cola varía. En los animales más sumisos, los movimientos son lacios y amplios. En los animales agresivos son rígidos y cortos. Cuanto más subordinado es el animal que menea la cola, más baja la mantiene. El animal confiado la agita manteniéndola erguida por completo.
Si todo esto se percibe al observar a perros (o a lobos) que se encuentran uno a otro en una gran variedad de contextos sociales, ¿por qué el acto de menear la cola ha sido tan a menudo mal entendido y lo han etiquetado como una simple señal de amistad? La respuesta es que estamos mucho más familiarizados con los saludos hombre-perro que con las salutaciones perro-perro. Si poseemos varios perros, por lo general están juntos todo el tiempo, pero nosotros y ellos, de forma repetida, estamos partiendo y reuniéndonos cada día. Por lo tanto, lo que vemos una y otra vez es el amistoso y sumiso perro que saluda a su amo, o a su ama, al que considera como el miembro dominante de su «manada». El estado de ánimo que se impone en estas ocasiones es el de amistad y excitación; pero esa atracción se encuentra matizada con una leve aprensión, que es, de por sí, suficiente para desencadenar la conflictiva respuesta de menear la cola.
Encontramos esto muy duro de aceptar porque no nos gusta pensar que nuestros perros sientan hacia nosotros otra cosa que amor. La idea de que, al mismo tiempo, nos temen un poco, no nos sucede. Pero pensemos en nuestro tamaño, en la elevada talla de nuestro cuerpo, en relación con el de ellos. Nos inclinamos hacia el perro, y este sólo detalle ya es algo preocupante para ellos. Añadamos el hecho de que somos dominantes sobre los perros, en diversos sentidos, y que dependen de nosotros para casi todos los aspectos de su supervivencia, con lo que no resultará sorprendente que su estado de ánimo sea de tipo mixto.
Finalmente, además de sus señales visuales, los meneos de la cola se cree que también transmiten señales olorosas. Estamos de nuevo ante algo que nos resulta difícil de comprender, a menos que contemplemos el mundo desde el punto de vista del animal. Los perros tienen aromas personales que se transmiten desde unas glándulas anales. Los meneos de cola tensos y vigorosos poseen el efecto de apretar rítmicamente esas glándulas. Si la cola se encuentra en una posición alta, como ocurre en los perros confiados, su rápida oscilación incrementará la expulsión de los olores. Aunque nuestra nariz humana no es tan eficiente como para apreciar esos aromas personales, poseen un gran significado entre ellos. Esta prima añadida es sin duda la que ha ejercido el papel principal que el simple conflicto de irse o quedarse, reflejado por el meneo de la cola.