¿Por qué es tan especial el perro? ¿Qué existe en su personalidad que lo ha distinguido entre las cuatro mil doscientas treinta y seis especies de mamíferos no humanos y ha hecho que se convierta en el más íntimo compañero del hombre? La respuesta puede resultar perturbadora para algunas personas; en realidad, «el mejor amigo del hombre» es un lobo con ropaje de perro. Y es la personalidad del lobo lo que constituye la clave para comprender nuestros fuertes lazos con el perro.
La idea de que todos los perros, desde los callejeros hasta los altivos campeones; desde los más cruzados a los que poseen un perfecto pedigrí, y desde los diminutos chihuahuas hasta el gigantesco gran danés, ninguno es otra cosa que un lobo domesticado. Para algunos, es un poco duro de creer. Este pensamiento les sobresalta a causa de la larga tradición de historias de horror relacionadas con el lobo salvaje. Se trata, pues, del lobo que devora hombres, del hombre lobo y del lobo malo que se comió a la abuelita. Apenas existe una palabra amable en ninguna parte para esta magnífica criatura, hasta alcanzar los estudios modernos y objetivos de las últimas décadas. Por lo tanto, se hace difícil culpar a la gente por dar de lado la sugerencia de que el alegre e inofensivo perrito echado sobre la alfombra, el que nos mira con sus grandes y amistosos ojos, sea en realidad, miembro de la misma especie que el poderoso lobo. Pero es una cosa que debemos aceptar, no sólo porque sea cierta, sino porque representa la única forma de comprender la conducta del perro doméstico y apreciar por qué los perros, y no otros animales, como los monos, los osos o los mapaches, son los que se han convertido en los mejores amigos del hombre.
Antes de considerar la conducta del lobo, debemos dejar de lado alguna de las objeciones más obvias a esta idea. Los perros domésticos varían muchísimo en forma, tamaño y color, por lo que no deben pertenecer a la misma especie… Sí, pueden hacerlo y en realidad realizan estos cambios. Las variaciones pueden ser dramáticas; pero son bastante superficiales. Cualquier raza de perro puede cruzarse con cualquier otra y producir crías fértiles. Las diferencias genéticas que se han cultivado a través de la crianza con pedigrí son demasiado pequeñas para haber aislado una raza de otra a nivel biológico. ¿Y qué ocurre si suponemos que un chihuahua macho queda excitado por la embriagadora fragancia de un gran danés hembra en celo? ¿Qué podemos hacer al respecto? El macho no puede decirse que sea alpinista. Eso es verdad, pero si la perra en cuestión es inseminada artificialmente con una muestra de esperma recogida del chihuahua, la perra quedará preñada y echará al mundo una camada. Por lo que sabemos hasta hoy, no hay dos razas de perros que sean genéticamente incompatibles. Digamos también de pasada que no existe tampoco dificultad para cruzar perros domésticos con lobos salvajes. Producirán una progenie fértil.
Por lo tanto, a pesar de las apariencias en sentido contrario, todos los perros son biológicamente de una misma especie. El san bernardo de casi ciento cincuenta kilos puede tener trescientas veces el peso del pequeño terrier Yorkshire miniatura, y el gran danés, que alcanza en la cruz una talla de un metro, es diez veces más alto, pero todos ellos son hermanos debajo de la piel. Pueden ser pequeños en tamaño, pero por dentro saben perfectamente que son poderosos lobos y actúan de acuerdo con ello. Brindarán al cartero el fuerte ladrido, o el profundo y gutural aullido que consideren que se merezca por aproximarse a su territorio personal. Si el sonido se convierte en un delgado gañido, eso no es culpa suya. Y si da la casualidad de que se encuentran en un parque con un perro grande, le darán el mismo tratamiento. Saben que son en realidad unos adultos hechos y derechos…
¿Y porqué habían de echarse atrás? En ocasiones, a los perros grandes les deja perplejos esta conducta, e incluso pueden llevar a cabo una retirada digna ante el asalto combinado de un grupo de irritados gozquecillos. Si los dueños de perrazos se sienten desgraciados por esta aparente muestra de cobardía, en realidad están interpretando mal la conducta de su chucho. Los perros grandes no temen a los pequeños. Su problema radica en que el reducido tamaño de sus asaltantes los encasilla en una categoría especial: la de los «cachorros». Y existen fuertes inhibiciones en cuanto a atacar a los cachorros. El problema consiste en que esos cachorros no se están portando como tales, y de ahí la perpleja respuesta de los canes mayores.
Si los seis millones de perros de Gran Bretaña, los cuarenta millones de canes de Estados Unidos, y todos los muchos otros millones de perros que hay en todo el Globo, pertenecen a una e idéntica especie, ¿cómo han llegado a ser tan diferentes unos de otros? La respuesta es que el perro, al ser el animal doméstico más antiguo, ha tenido mucho tiempo para ir especializándose a través de una crianza controlada. Se han eliminado los individuos demasiado difíciles, nerviosos en extremo o muy agresivos. Los perros se han hecho más juveniles y juguetones, más plácidos y tratables. Si los han criado para la persecución de gran velocidad, sus patas se han vuelto más largas y sus cuerpos más esbeltos; si los han tenido como perros falderos, se han encogido cada vez más, hasta hacerse lo bastante pequeños como para cogerlos y llevarlos con facilidad. Cada uno de esos cambios se ha producido a través de una crianza selectiva. Por ejemplo, resulta sencillo miniaturizar una raza. Todo cuanto hay que hacer es elegir los más pequeños de cada camada y cruzarlos entre sí una y otra vez. En unas cuantas generaciones resulta posible conseguir perros cada vez de una talla más reducida.
Varios centenares de razas «puras» han quedado establecidas en los últimos años en relación con los concursos caninos de competición, y se han establecido unos cánones fijos para cada una de esas razas. De manera oficial, se han reconocido seis grupos principales: los perros de caza, los sabuesos, los perros de labor, los terriers, los perros falderos y los perros utilitarios.
Los perros de caza están formados por los pointers, setters y perros cobradores, que acompañan a los cazadores y les ayudan a detectar, perseguir y cobrar las piezas. Los sabuesos ayudan a rastrear y atrapar la presa, que se persigue a caballo o a pie. Los perros raposeros corren más y son adecuados para acompañar a los caballos. Los sabuesos basset tienen las patas más cortas a través de una cría selectiva, para que corriesen más despacio y acompañaran a los cazadores a pie. Algunos sabuesos, como los bloodhound, actúan por el olor y otros, como los greyhound, por la vista.
Los perros de labor incluyen los perros guardianes, los perros pastor y algunas otras razas con funciones específicas, como los huskies que arrastran trineos. Los terriers son los pequeños matadores de sabandijas. Por lo general, tienen las patas cortas para entrar en las madrigueras en persecución de tejones, zorros y roedores. Por lo común tienen una personalidad desacostumbradamente tozuda e independiente, relacionada en su origen con la necesidad que tenían de seguir la presa una vez aislada y de trabajar en solitario.
Los perros falderos son, esencialmente, razas enanas, reducidas de tamaño para crear animales domésticos más manejables. Algunos, como los malteses y pequineses, poseen una historia muy antigua de perros favoritos de ricos y poderosos, gozaban de elevado status y fueron criados durante muchos siglos para esa especial función, sin ninguna clase de deberes de tipo laboral. Son animales mundanos, dados sus antecedentes aristocráticos. El grupo utilitario no puede jactarse de este elitismo. Se trata de perros que, aunque hoy actúen exclusivamente como animales domésticos y canes de exhibición, no hace mucho tiempo eran perros de labor de una clase o de otra. Incluyen razas tan variadas como los dálmatas criados como perros llamativos para que corrieran junto al coche de caballos de su amo, el bulldog, preparado para ser un atacante salvaje en los primeros concursos de hostigamiento de toros; y el Lhasa Apso, cuyo deber originario fue dar la alarma en el caso de que unos intrusos trataran de penetrar en el gran palacio del dalai lama en Lhasa, en el Tíbet. Todas esas tareas se han eclipsado en la historia. Pero las razas han sobrevivido, de ahí el nombre bastante poco romántico de «perros utilitarios».
Además de todos estos aristócratas del mundo del perro están los numerosos mestizos y perros salvajes. Una autoridad ha estimado que existe una población mundial de ciento cincuenta millones de tales animales vivos. Algunos han vuelto a la existencia salvaje hace ya muchos siglos. El dingo de Australia y el perro silbador de Nueva Guinea son dos ejemplos de este tipo. Otros se han hecho salvajes o han sido abandonados en los últimos años, se han organizado en manadas de perros feroces y han sobrevivido por lo general como basureros, nutriéndose de los desperdicios de la colonia humana. Ambos grupos han conseguido readaptarse a las condiciones de la vida en libertad a pesar del hecho de ser animales domesticados. Se crían en grupo, formando una población de perros independientes. Una tercera categoría es el perro callejero, un animal abandonado que apenas sobrevive y que aún no ha conseguido restablecerse como miembro activo de la sociedad canina. Finalmente, existen los muy amados perros mestizos, mantenidos y cuidados por sus dueños que, tozudamente los defienden contra los «pedigrís consentidos». Los mestizos, argumentan, se encuentran mucho más cerca del perro atávico, y ésa es la razón de que vivan más que los perros de pedigrí. Sufren mucho menos de defectos físicos, son más resistentes a la enfermedad y tienen una personalidad más estable, mostrando menor nerviosismo y agresividad. El vigor mezclado del mestizo, alegan, le hace al perro más fuerte y resistente. La defensa que hacen de estos perros resulta admirable; pero, en la mayoría de los casos, es un poco injusta para los perros de pedigrí. La verdad es que todos los perros modernos siguen estando muy cerca de su tipo ancestral. Sea cual sea su forma, color o tamaño, no son más que lobos debajo del pellejo, y debemos considerarnos afortunados por ello, como quedará muy claro dentro de un momento.
Ha habido tres teorías en lo referente al origen del perro doméstico. Una se refiere a un «eslabón perdido». Una antigua especie de perro salvaje, con un aspecto parecido al dingo moderno, dio paso al perro doméstico. El primer eslabón fue exterminado por el hombre primitivo. En términos de buen gobierno animal esto tiene sentido, porque una vez una especie ha «mejorado» por la crianza doméstica, las poblaciones humanas, solían eliminar a los parientes salvajes «no mejorados» a fin de impedir la contaminación. Asimismo, queda claro que, cuando los perros domésticos se convierten en salvajes y comienzan a criarse en manadas feroces, revierten a un tipo similar a través de todo el mundo. Los dingos de Australia, los perros silbadores de Nueva Guinea, los perros pye de Asia, los perros parias de Oriente medio y los perros indios de las Américas, todos parecen notablemente similares en estructura y forma general. Es como si estuviesen tratando de decirnos que su antiguo y hoy extinto antecesor poseía aquella forma. A pesar de esto, la teoría del eslabón perdido ya no tiene mucha aceptación.
Una segunda teoría ve dos razas diferentes de perro que proceden de dos especies de canes salvajes. Se cree que unos descienden del lobo y otros del chacal. Este punto de vista lo ha popularizado Konrad Lorenz en su libro El hombre encuentra al perro; pero investigaciones posteriores han mostrado que esa teoría del «doble origen» carecía de fundamento. Estudios cuidadosos de los chacales han revelado que, en realidad son muy diferentes tanto de los perros como de los lobos. Al mismo tiempo, la investigación acerca de los lobos ha mostrado que los perros son sorprendentemente parecidos a ellos en todos los sentidos.
Ahora es aceptada, en general, la tercera teoría; es decir, que todos los modernos perros domésticos han descendido, durante un período de entre ocho mil y doce mil años, de una sola especie: el lobo. Meticulosos estudios anatómicos y de la conducta han confirmado todo esto durante las últimas décadas y ahora esta conclusión parece evidente. Sin embargo, se sigue planteando una pregunta:
¿Por qué los perros asilvestrados no vuelven a un tipo más parecido al lobo? Esta pregunta se basa en una falta de comprensión de la clase de lobo del que procede el perro. Hoy, tanto en películas como en los zoológicos, los lobos que vemos son típicamente del helado norte: lobos rusos, escandinavos y canadienses. Son unos animales grandes y de recio pelaje, adaptados al área más fría del ámbito originario del lobo. El perro no es probable que se haya desarrollado a partir de uno de ellos, sino del lobo asiático, que es más pequeño, menos robusto y de pelaje más escaso, lo cual era común en las zonas más cálidas del ámbito de la especie. Este animal estaba mucho más cercano en estructura y apariencia a los perros asilvestrados de hoy y constituye el antepasado perfecto.
Observaciones de campo de manadas de lobos salvajes nos han enseñado mucho respecto a la verdadera naturaleza de este «monstruo merodeador». Lejos de ser una bestia salvaje, tiene una impresionante organización social, que incluye una amplia serie de restricciones, control del orden del rango y ayuda mutua dentro de la manada. Una saludable competición entre los individuos se contrarresta con una activa cooperación de varias clases: para la caza, durante la defensa y en las temporadas de cría. Adultos diferentes a los padres cooperan a la alimentación de los lobeznos, y existen muy pocas peleas dentro de cada grupo social. Queda claro que fue la gran similitud entre la vida social de los lobos y la de los hombres primitivos lo que llevó al fuerte nexo de atracción que creció entre ellos. Ambas especies vivían en «manadas» en un territorio defendido por el grupo. Las dos establecieron un hogar base en el centro del territorio, del que efectuaban salidas en búsqueda de alimento. Unos y otros se convirtieron en cazadores cooperativos especializados en unas presas que eran mayores que ellos. Hombres y lobos empleaban la astucia en la caza, usando tácticas de emboscada y de rodear a sus presas. Desarrollaron asimismo uniones de macho y hembra y las crías eran cuidadas por el grupo. Tanto el ser humano como el animal, incluían una compleja serie de señales corporales, que abarcaban expresiones faciales, posturas, movimientos y gestos.
En el primer momento, el contacto entre los hombres prehistóricos y los lobos debió de ser como competidores, dado que sus formas de vida eran muy similares. Resulta probable que algunos indefensos lobeznos fuesen llevados a los asentamientos humanos como sabrosos bocados para una comida sin prisas; pero luego se les permitió que correteasen por allí como juguetitos peludos para los niños del campamento. Puesto que existe una fase especial en el crecimiento de los lobeznos en que las crías se «socializan», los que fueron atrapados lo suficientemente jóvenes, al crecer, comenzaron a creer que pertenecían a una manada humana en vez de a una lupina. Esto habría significado, al hacerse adultos, que actuarían de manera automática como perros de guarda, dando la alarma si sus aguzados oídos captaban el sonido de alguien que se aproximaba al campamento por la noche. También es probable que los llevasen a las cacerías, pues olían la presa antes de que la detectasen sus compañeros adoptantes. Se hubiera requerido la presencia de un humano muy estúpido para no reconocer el valor de esos talentos caninos y no percatarse de su valor potencial. En vez de comerse a todos los lobeznos cautivos, sin duda permitieron vivir a algunos, quedarse en el campamento e incluso les alimentarían. Los individuos que fuesen demasiado agresivos o tímidos serían rápidamente despachados y comidos. Los demás se convertirían en socios, simbiontes, dentro del esquema humano de las cosas.
A medida que transcurrían los siglos, el perro original del tipo lobo cambió; pero lo más probable es que lo hiciera relativamente poco, aunque pudieran existir algunas alteraciones superficiales en el aspecto. Las formas extrañas de color que se presentasen, como negro, blanco, moteado o con manchas, se verían favorecidas como medios para identificar a los animales individuales; pero, más allá de eso, cabe pensar que existieron pocas acciones para modificar al prehistórico compañero canino.
Llegado el momento, la protección de la propiedad fue haciéndose más importante y es probable que los perros de guarda se convirtiesen en una raza especializada, al igual que los perros de caza y los empleados para vigilar los rebaños. Pero aún estaban muy lejos los centenares de razas que se conocen hoy, y su desarrollo pertenecería a un lejano futuro. En realidad, son el resultado de unos programas de crianza acelerados de una clase muy seleccionada durante los últimos siglos. En la Edad Media no existían probablemente en Europa más que una docena de tipos diferentes de perro, cada uno de ellos con una tarea principal que llevar a cabo.
La gran explosión de diferentes razas corresponde al inicio de la Revolución Industrial, que consiguió tantos perros, directa o indirectamente, que llegaron a sobrepasar las necesidades. Los entusiastas de estos animales, incapaces de emplearlos para tareas que ya no estaban disponibles, y al estar prohibido utilizarlos en deportes crueles, como el acoso de toros, persecución de tejones y luchas de perros, no tuvieron otro remedio que encontrar nuevos papeles para ellos. Durante el siglo XVIII se organizaron concursos en las tabernas para premiar a los «mejores perros», y ya en el siglo XIX tuvieron lugar exhibiciones caninas, según unos cánones establecidos. Incluso participó la familia real y en seguida comenzaron a estar en todo su apogeo las crías de perros, los concursos caninos y el establecimiento del pedigrí.
A medida que las ciudades crecían, el súbito florecimiento de los animales domésticos y de los perros de compañía, proveyó a estos urbanistas de un recuerdo nostálgico de la vida campestre. Sacar al perro a pasear por el parque se convirtió casi en el último resto de los placeres rurales para todos cuantos se sentían atrapados en el torbellino de la ciudad. En un medio ambiente con el pavimento de piedra y vallado de ladrillos y mortero, la necesidad de alguna clase de contacto con el mundo natural fue de lo más poderoso, y los perros emprendieron un largo camino para poder satisfacer esta necesidad. Y es algo que siguen haciendo hoy.