Cuando terminó de tomarle la temperatura, la madre de Anton declaró:
—38,6o… ¡Eso significa que tienes fiebre!
—¿Fiebre? —murmuró Anton—. ¡O sea que… entonces sí que es varicela!
—Yo no soy médico —contestó ella—. Pero todo indica que sí.
—¡Aquí pone algo sobre la fiebre! —se hizo notar entonces el padre de Anton.
Se había llevado de la librería un grueso diccionario de la salud, y ahora empezó a leer en alto:
—«Habitualmente, la varicela va acompañada por un ligero aumento de la temperatura de hasta 38°. En casos graves, la fiebre puede subir hasta 39° o 40°.»
—¿En casos graves? —preguntó Anton tragando saliva.
—«¿Qué complicaciones pueden surgir con la varicela?» —siguió leyendo su padre—. «Primero: los granitos pueden infectarse. Segundo: en casos aislados aparece una neumonía. Tercero: en ocasiones sigue a la varicela una…»
Pero antes de que pudiera seguir leyendo, la madre de Anton le interrumpió:
—¡Le estás poniendo nervioso con esas horribles visiones!
Y dirigiéndose a Anton dijo:
—No te preocupes, la varicela es una inofensiva enfermedad infantil.
—¿Inofensiva? —gruñó Anton—. Tengo que estar una semana sin poder salir, me he entrenado para el campeonato de ping-pong para nada… ¿y te parece inofensiva?
La madre de Anton no se dejó sacar de sus casillas.
—Ahora voy a llamar por teléfono a la doctora Dösig y ya veremos luego —declaró.
Anton lanzó una mirada hacia su televisión, que llevaba estropeada una eternidad.
—¿Veremos? —dijo él riéndose secamente—. ¡No estaría mal!
—Papá y yo estamos contentos de que tú ya no estés constantemente viendo la tele.
—¿Contentos? —dijo Anton sintiendo que se le llenaban los ojos de lágrimas—. Pero si yo siempre estoy a verlas venir… ¡Con la mala suerte que tengo siempre!…
—Tu cita tenía que ser increíblemente importante —intentó bromear el padre de Anton—. ¡Así que yo sigo apostando igual que antes, que se trataba de una chica! ¡No era Jürgen, sino Julia!
Sin dignarse a contestarle, Anton se tapó con la sábana por encima de la cabeza.
—Vámonos —oyó que decía su madre—. Anton necesita sobre todo tranquilidad.
La puerta se cerró y luego se alejaron los pasos de sus padres.
«¿Tranquilidad?», pensó Anton volviendo a sacar la cabeza de debajo de la sábana. ¡Eso probablemente iba a tenerlo más que de sobra durante los días siguientes!