Atractivas perspectivas

Anton sintió que se ponía colorado.

—¿Celos? —dijo Anton haciéndose el ignorante—. ¿Celos de quién?

—¡Bueno, ¿de quién va a ser?! —dijo Anna riéndose disimuladamente—. Pero no temas, no he aceptado los regalos del tío Igno.

—¿Del tío Igno? —preguntó irritado Anton—. ¡Antes estabas en contra de llamarle «tío»!

—Antes… —dijo sin cargo de conciencia Anna—. Pero se puede cambiar de opinión, ¿no?

—¡Igual que Tía Dorothee! —observó sarcástico Anton.

—Sí, ¿no es increíble? —dijo Anna riéndose—. Tía Dorothee ha dicho que puedo ponerme el vestido siempre que me venga en gana.

—¿Siempre que te venga en gana? —repitió Anton.

¡Qué perspectivas tan fascinantes!

Después de una pausa preguntó él:

—Tú has dicho los regalos. ¿Qué más había?

Sin decir una palabra y sonriendo misteriosamente, Anna se sacó del escote de su vestido una larga cadena de oro de la que colgaba un corazón cubierto de piedras azules y verdes.

—¿También te ha regalado la cadena de oro? —preguntó Anton desconfiando cada vez más.

—¡Me la ha prestado! —le corrigió muy digna Anna—. Ya te he dicho que no había aceptado los regalos.

—¿Prestado? ¡Yo creía que entre los vampiros no había ninguna diferencia entre «prestado» y «regalado»!

—¡Seguro que eso lo has leído en uno de tus libros de vampiros! —dijo Anna con una risita.

—No, me lo contó Rüdiger el día de tu aniversario de vampiro.

—¿Rüdiger? ¡Pues ya ves los cuentos que va contando por ahí!… ¡Pero al ver los anillos del tío Igno casi me desmayo! —añadió ella tendiéndole a Anton su mano derecha.

En sus dedos corazón e índice lucían dos anillos de oro; uno con una piedra de color rojo sangre y el otro con una blanquecina.

—¿Son acaso piedras preciosas? —preguntó Anton.

—Pues claro que sí —dijo con orgullo Anna—. La roja ha dicho el tío Igno que es un rubí, y la clara una piedra de la luna.

Con la punta de los dedos rozó arrobada la piedra blanquecina.

—¿No es un nombre maravilloso? Piedra de la luna… —preguntó ella.

—Yo… —dijo Anton carraspeando.

Por muy entusiasmada que estuviera Anna… a él le parecía sospechoso que Igno Rante le quisiera regalar el vestido y las joyas.

—A mí me parece un soborno —dijo él.

—¿Un soborno? —dijo Anna con una risita—. ¡Ay, Anton, tú estás aún más celoso que Rüdiger aquella vez con su Olga! ¡Conmovedor, me parece realmente conmovedor!

—¿Conmovedor? —dijo Anton poniendo cara de furia.

Anna volvió a soltar la risita.

—Realmente tú no te puedes oponer en absoluto a que yo de vez en cuando le tome prestadas un par de cosas buenas a mi nuevo tío. Pero cuando se es tan celoso como tú… Claro que yo me he puesto guapa sólo para ti —añadió tiernamente—. Para que veas que no soy una cenicienta como Rüdiger dice siempre.

Yo nunca he dicho que tú seas una cenicienta —repuso Anton.

Poco a poco tuvo la sensación de que, igual que cuando hablaba de Olga con el pequeño vampiro, le estaba hablando a una pared. Dijera lo que dijera, Anna sólo se sonreiría burlona y replicaría que él tenía algo en contra del tío Igno. Pero Anton necesitaba forzosamente hablar con Anna sobre una cosa; una cosa que para el pequeño vampiro y posiblemente también para Anna… ¡podía ser de gran importancia!