Allí en los matorrales hay algo

—Allí en los matorrales hay algo… —oyó Anton entonces que decía la voz de Tía Dorothee.

—Probablemente sean conejos —dijo Igno Rante.

—¿Conejos?

Tía Dorothee no parecía estar muy convencida.

—¡Sí, seguro! —dijo Igno Rante riéndose y con una voz aguda y artificial—. Conejos que celebran su boda… ¡igual que haremos pronto nosotros, querida mía!

—Conejos no son —repuso Tía Dorothee—. Yo más bien diría que…

Hizo una pausa.

El corazón de Anton latía como loco.

—¡… es mi indiscreto sobrino!

—¡¿Qué?!… —dijo indignado Igno Rante—. ¿Es que tu familia nos ha enviado acaso otro vigilante más? —preguntó señalando a Lumpi, que seguía roncando. Me acababa de hacer tres cruces, de tumba, porque por fin se había dormido ese mocoso— ¿y ya viene el siguiente?

—¡La siguiente! —exclamó entonces Anna… y para perplejidad de Anton dio la vuelta a los rosales y se dirigió hacia Tía Dorothee e Igno Rante.

—¿Tú? —dijo desdeñosa Tía Dorothee.

—Sí, quería comprobar si Lumpi cumplía realmente con su obligación —declaró Anna.

—¡Demasiado tarde! —observó Tía Dorothee.

—¿Tarde?

—¡Ya lo creo! —bufó Tía Dorothee—. ¡Un vigilante que ronca tanto que le retumban a una los oídos no creo que sea muy del agrado del Consejo de Familia!… Además, me resulta extremadamente penoso en presencia del señor Rante —añadió—. ¡Qué va a pensar de nuestra familia!

—Yo no tengo ninguna culpa de que Lumpi se haya dormido —se defendió Anna.

—Pero tú conoces sus problemas —repuso Tía Dorothee—. Por ser un vampiro que está en edad de crecimiento no se le deben imponer tantas cargas como a los demás.

—¡Siempre estáis defendiendo a Lumpi! —dijo furiosa Anna.

—¿Y qué es lo que tenías que hacer tú tan importante para tener que cambiarte por Lumpi? —preguntó entonces Tía Dorothee acechando desconfiada hacia donde estaba Anton.

A Anton se le paró el corazón de miedo.

Anna dudó durante unos segundos.

Luego, con una tranquilidad y una presencia de ánimo sorprendente, dijo:

—Quería buscar un regalo.

—¿Un regalo? —preguntó Tía Dorothee riéndose desdeñosa—. ¡¿Para qué necesitas un regalo si ya te va todo demasiado bien?!

—No era para mí —respondió Anna.

—¿No era para ti? —dijo Tía Dorothee volviendo a mirar hacia donde estaba Anton—. ¿Para quién era entonces?

—¡Era para vosotros dos! —declaró solemnemente Anna.

—Ah, para nosotros…

—¡Sí, un regalo de boda!