Alevosía

Anton aterrizó detrás de un frondoso rosal. A tan sólo unos pasos de distancia estaba la mesa en la que se sentaba Lumpi… o, mejor dicho, sobre la que tenía apoyada su cabeza. Anton percibía con mucha claridad los ronquidos de Lumpi, que iban seguidos por un tono agudo y silbante.

Un poco más allá se podía reconocer a dos figuras cuyas cabezas estaban juntas: una alta y bastante voluminosa y otra más pequeña y delgada.

—¿Son Tía Dorothee y su pretendiente? —susurró Anton dirigiéndose a Anna.

—Sí —le confirmó Anna en voz baja.

—¿Es que no se da cuenta Tía Dorothee de que Lumpi está durmiendo? —preguntó Anton.

—Claro que se da cuenta —contestó Anna—, pero eso a ella le viene de perlas: un vigilante que se duerme en lugar de cuidar de que se mantenga la decencia y la moral… ¡Y luego —añadió airada Anna— va al Consejo de Familia y se queja de que yo he hecho el cambio con Lumpi y Lumpi ha estado todo el tiempo roncando!

—¡Pero eso ya es alevosía! —exclamó indignado Anton.

—¡Efectivamente! —se reafirmó Anna—. ¡Pero lo del pretendiente ése es más alevosía aún!

—¿De verdad? —murmuró Anton.

Observó con malestar al pretendiente. Sus cabellos, de un negro intenso, estaban muy repeinados hacia atrás y tenían un brillo aceitoso como si los hubieran tratado con pomada.

—¡Fíjate si será alevosía que pretende incluso instalarse con nosotros! —le explicó Anna.

—¿Con… con vosotros?

—¡Sí! ¡Imagínate: ha pedido en matrimonio a Tía Dorothee!

—¡No! —se le escapó a Anton.

—¡Sí! ¡Y como ella acepte se instalará en nuestra cripta! —dijo Anna soltando un bufido de furia.

—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Anton.

—¿Que cómo? ¡Pues porque yo no me duermo cuando tengo que vigilar!

—¿Y has oído realmente que le hacía la petición de mano? —preguntó Anton, que seguía sin poder creérselo.

—No sólo eso —dijo—. ¡Él quiere adoptar el apellido de soltera de ella!

—¿Cómo que… el apellido de soltera?

—Tía Dorothee se apellida Von Schlotterstein de nacimiento y es viuda de Von Schlotterstein-Seifenschwein. Y el Juan Babas ése quiere apellidarse también Von Schlotterstein. Dice que ya no se identifica con su propio apellido… ¡Bah!

—Ah, ¿de verdad?

Anton intentó permanecer muy tranquilo. Por fin había llegado la ocasión de preguntarle a Anna por el nombre del misterioso pretendiente.

—¿Tan malo es su apellido?

—¿Malo? —dijo Anna arrugando la comisura de los labios—. Rancio, totalmente rancio es lo que es.

—¿Rancio?

A Anton parecía que se le iba a salir el corazón por la boca.

—¡Sí, Igno Rante! —confirmó Anna echándose a reír en alto…, amarga y descuidadamente alto.

Anton vio aterrado que las dos figuras de la mesa giraban sus cabezas y miraban en dirección a donde ellos estaban.