La masa misteriosa

Ella se volvió hacia la sala de consulta y con una voz completamente diferente y preocupada preguntó:

—¿Ahora Rüdiger tiene que comer?

Anton, que últimamente había prestado más atención a Anna que a lo que estaba ocurriendo en la habitación del psicólogo, se asustó.

El señor Schwartenfeger le había dado al pequeño vampiro una bandeja en la que había una masa grande de color amarillo.

—¿Comer? —dijo Anton poniéndolo en duda.

No, aquella extraña masa amarilla no parecía ser comestible.

¿O sí? Vio cómo el vampiro se acercaba aquella misteriosa masa a la nariz y la olía.

Luego le dijo al señor Schwartenfeger un par de palabras que Anton no pudo entender y empezó a modelar entre sus manos la masa amarilla formando una figura en forma de salchicha.

—¡Pasta, es pasta! —susurró animado Anton.

—¿Eso es pasta? —preguntó perpleja Anna—. Pero si vosotros lo que tenéis normalmente son monedas o billetes…

—¡No, no me refiero a ese tipo de pasta! —dijo Anton con una risita—. Es plastilina. Con ella se pueden modelar coches, casas, personas…

—¿Personas? —dijo Anna sonriendo irónicamente—. ¡No creo que Rüdiger vaya a modelar personas!

Y tenía razón: lo que salió de entre los huesudos dedos del pequeño vampiro parecía un ataúd… un mini ataúd.

Anton se sonrió.

—Última moda: ¡un ataúd amarillo!

Sin embargo, modelando, el pequeño vampiro parecía haberse olvidado incluso de su repugnancia al color amarillo, pues hizo además dos cruces de tumba y una rata. Cuando lo terminó ya había gastado toda la plastilina.

El pequeño vampiro levantó la cabeza y miró al señor Schwartenfeger muy esperanzado, pero el psicólogo sacudió la cabeza riéndose con buena intención.

—Al parecer la sesión de Rüdiger ha terminado por hoy —susurró Anton.

—¡Yo también tengo ya bastante! —le contestó Anna susurrando también.

Anton le dirigió una mirada sorprendida. A él los ejercicios le parecían siempre casi un juego. El pequeño vampiro, por el contrario, parecía estar muy agotado después de las sesiones. ¡Y parecía que a Anna le ocurría exactamente lo mismo a pesar de que sólo había estado mirando!

Debía de ser porque a los dos, como vampiros que eran, les resultaba completamente extraño obedecer órdenes.

Y luego además estaba el esfuerzo psíquico durante las sesiones, el miedo a que, a pesar de todo, el señor Schwartenfeger pudiera planear quizás algo contra ellos…

Y no había que olvidarse de una cosa: ¡Anna y Rüdiger llevaban ya más de ciento cincuenta años sin estar acostumbrados a tratar normalmente con seres humanos!

El pequeño vampiro se había levantado de la silla de relajación.

—¡Venga, vámonos volando! —dijo Anna.

—¿No vas a esperar a Rüdiger? —preguntó Anton.

—No, será mejor que no sepa que he estado aquí…, digo… que hemos estado aquí —respondió ella extendiendo su capa.

Con un par de braceos fuertes se elevó en el aire.

Anton la siguió… dudando si, a pesar de todo, no debería esperar al pequeño vampiro.

Por otra parte… ¡El sábado anterior en la consulta del señor Schwartenfeger Rüdiger se había portado tan mal y de un modo tan poco amistoso que Anton no sentía la más mínima necesidad de que volvieran a tratarle de aquella manera!