Rasgo de amistad

Después de un rato el pequeño vampiro redujo la velocidad de su vuelo y se volvió hacia Anton con una risita de reconocimiento.

—No está mal —dijo—. Vuelas tan velozmente como si llevaras un siglo haciéndolo.

—Bah… —dijo Anton estirando la palabra—. Me conformo con estar haciéndolo así hoy. No tengo ninguna gana de regresar volando siempre solo.

—¿Eso es un reproche? —se puso furioso el pequeño vampiro.

—Más bien una propuesta —repuso Anton.

—Seguro que es un golpe al agua —dijo burlón el pequeño vampiro.

—O un golpe[2] en la cara —le contestó Anton.

—¡No me empieces ahora con sermones! —bufó el vampiro—. Suelta ya de una vez lo que quieres decir.

—¡Está bien! —dijo Anton carraspeando—. Mi propuesta es la siguiente: el sábado que viene también iré contigo a ver al señor Schwartenfeger.

El pequeño vampiro se quedó perplejo y mirándole fijamente.

—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó—. Si tú me acompañas siempre…

—¡Eso es lo que tú te crees! —dijo Anton moviendo con fuerza los brazos un par de veces.

—¡Sí, pero es lo acordado! —exclamó el vampiro.

—¿Lo acordado? —se rió secamente Anton—. Y aunque así fuera: yo no estoy obligado a acompañarte.

—Pero es que yo sin ti no puedo… —dijo de repente muy apocado el vampiro—. No es posible que tú quieras que vaya solo a ese…

—¡Es verdad que no lo quiero! —dijo Anton en un tono marcadamente condescendiente—. Y además te acompañaría si…

Dejó la frase sin terminar para que aumentara todavía más la tensión.

—¿Si qué? —exclamó el pequeño vampiro.

—¡Si tú te portas como un amigo! —declaró Anton riéndose irónicamente para sus adentros.

—¿Yo… como un amigo?

Durante unos segundos dio la impresión de que el pequeño vampiro le iba a saltar al cuello a Anton, pero luego pareció haber comprendido que en aquel momento Anton tenía todas las bazas en su mano.

Haciendo rechinar los dientes dijo:

—Está bien, me portaré como un amigo… ¡si tú te empeñas!

—¡Claro que me empeño! —dijo Anton saboreando su triunfo—. ¡Y ya sé también cuál es el primer rasgo de amistad que me puedes mostrar!

—¿Cuál? —preguntó desconfiado el vampiro.

—Ahora, como un verdadero amigo, me acompañarás hasta la puerta de mi casa; ¡no, hasta la ventana!

—Tus clases particulares de amistad empiezan de una forma muy emocionante —gruñó el pequeño vampiro.

Sin embargo, acompañó volando a Anton… hasta la colonia donde Anton vivía.

—Ya es suficiente con esto, ¿no? —resopló el vampiro.

—No. Querría que me llevaras hasta mi ventana —declaró Anton.

El pequeño vampiro soltó un bufido de rabia, pero luego, de repente, empezó a reírse irónicamente.

—Sí, sí, muy bien —dijo con una amabilidad exagerada—. ¡Con la condición de que después también me muestres a un rasgo de amistad!

Y para que Anton entendiera a qué se refería dejó al descubierto sus colmillos, afilados como agujas.

A Anton se le puso la carne de gallina.

—Yo… esto… no hace falta que me acompañes hasta la ventana —dijo precipitadamente.

—¿Así, de pronto? —preguntó con suavidad el vampiro.

—Ejem…, es que ya no está lejos y… —balbució Anton.

—¡Típico de Anton Bohnsack! —observó desdeñoso el pequeño vampiro—. A me exiges un rasgo de amistad, pero cuando te toca el turno a ti, no estás dispuesto a nada… ¡Ni siquiera al más pequeño rasgo de amistad!… Y además —añadió—, a un verdadero amigo nunca se le hubiera olvidado la bolsa, ¡no señor!

Resolló muy satisfecho de sí mismo, según le pareció a Anton… y luego se marchó de allí volando sin despedirse.

—¡Por mí de ahora en adelante puedes ir a casa de Schwartenfeger tú solo! —le gritó Anton.