¿Así, sin más?

Mientras cantaba, el señor Schwartenfeger observaba al pequeño vampiro… con atención y un poco preocupado, según le pareció a Anton.

Sin embargo, Rüdiger mantenía los ojos cerrados y no daba muestras ni de repulsa ni de miedo.

—¿Te gustaría enterarte ahora de dónde sale la música, Rudolf? —preguntó el señor Schwartenfeger cuando terminó de cantar.

—No —contestó el pequeño vampiro sin abrir los ojos—. Pero oírla otra vez sí que quiero.

—¡Podrás escuchar esta música todas las veces que quieras! —dijo misteriosamente el psicólogo.

—¿Todas las veces que quiera? —repitió el pequeño vampiro entreabriendo un poco los ojos—. Entonces quiero oírla ahora —declaró—. ¿Por qué no empieza usted?

—¡Porque eres quien tiene que empezar! —repuso el señor Schwartenfeger.

—¿Yo? —dijo el vampiro abriendo ahora del todo los ojos—. Yo no canto… ¡Hoy por lo menos no!

El señor Schwartenfeger sonrió.

—Tampoco tienes por qué hacerlo, Rudolf. ¡Sólo tienes que levantar la tapa igual que he hecho yo!

—¿Levantar la tapa?

—¡Sí! —dijo el señor Schwartenfeger metiendo la mano en su cajón y sacando una caja de música forrada de terciopelo amarillo.

Anton contuvo la respiración: ¡con sus picos amarillos y una cara sonriente pegada, la caja de música representaba sin lugar a dudas un sol!

Sin embargo, Rüdiger no parecía en absoluto tener miedo o estar asustado…, sino más bien estar sorprendido e incluso sentir algo de curiosidad.

—¿Y esta repugnante cosa amarilla es lo que hace una música tan bonita? —preguntó con incredulidad.

El señor Schwartenfeger asintió con la cabeza.

—Sólo tienes que abrirla y empezará a sonar la canción… ¡Solamente para ti!

—¿Para mí solo? —dijo el pequeño vampiro dudándolo—. ¡Pero si Anton también la está oyendo!

—Si te gusta la caja de música —contestó el señor Schwartenfeger con ceremoniosa seriedad—, y si quieres tenerla… ¡te la regalo!

El vampiro levantó desconfiado las cejas.

—¿Se desprende usted de la caja de música… así, sin más?

—No —le contradijo el señor Schwartenfeger—. «Regalar» no significa «desprenderse así, sin más». Yo te la regalaría porque puede ayudarte a superar tu miedo a los rayos del sol.

—¡Ah, es por eso! —dijo el pequeño vampiro, a cuyo rostro asomó una sonrisa de alivio—. Ahora entiendo —hizo crujir las uñas y murmuró—: Si no fuera por ese asqueroso color amarillo… Pero la música… ¡es realmente estupenda!

—Y a Olga le encanta la música… —añadió tras una pausa.

Al parecer, el pensar en Olga era lo que le había hecho decidirse al pequeño vampiro, pues acto seguido, con su insolencia habitual, declaró:

—¡Bien, si es bueno para la terapia, me llevaré la caja de música!

—¿Si no, no te la hubieras llevado? —le preguntó el señor Schwartenfeger.

—¡No! —repuso muy digno el vampiro—. Yo no acepto nada de seres humanos —dijo haciendo desaparecer la caja de música bajo su capa—. Con una excepción…

—¡Sí! —observó burlón Anton—. A excepción de mis libros, de mis libros favoritos.

El pequeño vampiro le lanzó una mirada divertida.

—¡Alégrate de que yo de ti sólo quiera libros! —dijo con una risa socarrona—. Pero es que desgraciadamente con la lectura no me sacio —declaró poniéndose serio otra vez y levantándose.

Tarareando la melodía de la caja de música se dirigió hacia la puerta.

—¿Cómo era la letra? —preguntó hablando consigo mismo—. ¿«Cada noche salen las estrellas»? Sí, exactamente: «Cada noche salen las estrechas»…

Dicho aquello, salió de la consulta dando un portazo.

—¡Pero espérame! —exclamó Anton.

—¡Sí, espera! —dijo también el señor Schwartenfeger, a quien con su gruesa barriga le costaba salir de detrás de su escritorio.

Rüdiger ya había alcanzado la puerta de la casa cuando apareció el señor Schwartenfeger en el descansillo de la escalera.

—¡Hasta el sábado que viene, Rudolf! —exclamó—. ¡Y que tengas mucho éxito con la caja de música!

—¿Éxito? —gruñó el vampiro.

Pero luego se rió burlón y dijo:

—Sí, es verdad. Mi caja de música me proporcionará incluso un enorme éxito… ¡con Olga!

Con una risa ronca abrió de un tirón la puerta de la casa.

Ya fuera se elevó por los aires y se alejó con rápidos y fuertes braceos sin preocuparse ni lo más mínimo de Anton.

Anton echó a volar detrás de él lo más deprisa que pudo…, decidido a decirle al pequeño vampiro su opinión: ¡que aquel día Rüdiger estaba volviendo a mostrar la faceta más negativa de su persona!