—¿Ru… Rudolf? —balbució Anton.
Probablemente nunca se acostumbraría al nuevo nombre que se había puesto el vampiro para el psicólogo… ¡como seudónimo!
—¿Qué va a haber dicho?
—¡Bueno, pues de la sesión de prueba! ¡Seguro que Rudolf te ha contado qué efecto le ha hecho mi programa!
—¿A mí? ¡No!
—¿No te ha dicho absolutamente nada?
—No, porque… es que tuvo que marcharse —contestó vacilando Anton.
No se sentía muy a gusto en el papel de informador. El psicólogo puso cara de decepción.
—Así es que no me puedes decir qué decisión tomará Rudolf… Si a favor de mi programa o en contra.
—No.
—Hummm. ¡Y precisamente ahora que sería tan importante que Rudolf se decidiera a favor de mi programa! —El señor Schwartenfeger se mezo el bigote—. ¡Ahora que casi me temo que Igno Rante me haya dejado en la estacada!
—¿Cómo… que en la estacada? —preguntó alarmado Anton.
—Bueno, pues ya ha faltado tres veces a la terapia —contestó el señor Schwartenfeger.
—¿Ha faltado tres veces? —preguntó asombrado Anton.
El señor Schwartenfeger asintió con la cabeza.
—Sí, y sin ninguna disculpa.
Anton tragó saliva.
Igno Rante era el paciente misterioso en quien el señor Schwartenfeger ya había probado su programa contra los miedos fuertes. Al parecer con mucho éxito, pues resultaba evidente que Igno Rante, que Anton estaba convencido de que era un auténtico vampiro, había perdido en gran medida su miedo a los rayos del sol… o su «fobia al sol», como lo llamaba el señor Schwartenfeger.
—¿Cree usted que podría haberle ocurrido algo? —preguntó consternado Anton—. Quiero decir que si su fobia al sol aún no estaba realmente curada y se ha puesto al sol… y se ha ido… extinguiendo…
—No, no lo creo —repuso con voz firme el señor Schwartenfeger—. ¡Con lo avanzado que iba ya Igno Rante en el programa de entrenamiento, no!
—¡Pero quizá sea justamente ése el motivo! —dijo después de una pausa—. Quizás Igno Rante ya se haya dado por satisfecho con lo que ha conseguido. Después de todo, el programa de desensibilización es muy duro y requiere una gran capacidad de resistencia…
El señor Schwartenfeger se interrumpió.
—¡Pero ahora debo volver con mi paciente! Sólo te pido un favor para terminar, Anton: si vuelves a ver a Rudolf, anímale… ¡anímale mucho!
Antes de que Anton pudiera decir nada el señor Schwartenfeger había abandonado ya la sala de espera.
Anton se quedó allí desconcertado.
Anímale… ¿No sería mucho más conveniente prevenir al pequeño vampiro?
Anton llegó a casa bastante confuso y con los miembros agarrotados.
—¡Jürgen te ha debido de obligar a que te quedaras a cenar! ¿No? —observó su padre.
—¿Es que he estado tanto tiempo fuera? —se hizo el sorprendido Anton.
—¡Más bien sí! —dijo su madre con gesto sombrío—. ¡Casi creíamos que también ibas a pasar la noche en casa de ese Jürgen!
Anton se sonrió agotado.
—¿Es que hubiera tenido que hacerlo?
Pero realmente estaba demasiado cansado como para enredarse en disputas con sus padres. Dejó ostensiblemente el chándal en medio de la mesa de la cocina y se retiró a su habitación; supuestamente porque todavía tenía que resolver un problema de matemáticas. Sin embargo, se metió enseguida en la cama para estar un poco más fresco cuando el pequeño vampiro —¡lo que Anton esperaba fervientemente!— llamara aquella noche a su ventana.
¡Y entonces Anton hablaría con él sin falta sobre el señor Schwartenfeger y sobre la nueva y preocupante evolución de los acontecimientos con Igno Rante!