La noticia de la salida del coma de Covadonga Fernández la retuvo la juez de manera expeditiva. No debía trascender y no trascendió. La Juez De Marco temía —dijo— una reacción en cadena si la noticia salía afuera y por la seguridad de la enferma, que de todos modos se encontraba en una situación sumamente delicada; de manera que se limitó a comunicarlo a la familia directa, es decir, a Casio y le exigió silencio absoluto así como al personal del hospital que atendía a Covadonga. Fue muy a su pesar como se vio obligada a comunicárselo a Casio y cuando lo hizo aprovechó la ocasión para informarle de que el fiscal solicitaría una prueba de paternidad. Lo hizo por teléfono y la reacción de Casio fue muy violenta, la única ocasión en que Mariana le pudo ver fuera de sus casillas. La cubrió de improperios hasta el punto de que ella se vio obligada a cortar la comunicación no sin antes advertirle, si es que él pudo llegar a oírla, que, en caso de negarse a efectuar la prueba requerida y de acuerdo a derecho, se aceptaría la presunción de paternidad sin más dilación.
«Bien —se dijo—, al fin muestra este hombre su verdadera cara. Tanto temple y tanta prestancia no ha servido para nada en cuanto se ha visto acorralado. ¿Se necesita mayor prueba para obtener una convicción moral de su culpa? Ahora vamos a ocuparnos de lo que sigue». En cierto modo, se sentía en deuda con Covadonga y con su hija. Con Cova por su triste historia, por su desgraciada esclavitud y porque aquel gesto de defensa de su hija en mitad del horror quería decir que se merecía una ayuda que sólo Mariana podía ofrecerle en estos momentos; con Cecilia, porque no podía dejarla en manos de un destino más cruel aún del que ya de por sí le aguardaba. En la intención de Mariana había llegado la hora de ajustar las cuentas y cerrar el caso.