El inspector Alameda se acercó al Juzgado esa misma mañana. Habían estado investigando de nuevo el ordenador de mesa de Cristóbal y Covadonga sin encontrar otro rastro de su entrada en la web que no fuera la referencia guardada en el historial. El inspector siempre desconfiaba de la capacidad del aparato de ponerse en marcha por los chirridos del módem externo al conectarse y asistía circunspecto a las manipulaciones del técnico. De haber dispuesto del pseudónimo que usaba ella —dijo el técnico— quizá habría podido avanzar, pero sin él resultaba de todo punto imposible. Aunque por un momento barajaron la posibilidad de conectar con los supuestos ordenadores de las otras tres personas fallecidas por la misma causa, al final desistió, convencido en parte por un ataque de fatalismo y en parte por lo complicado del operativo que requería y que sólo se fundaba en una simple hipótesis.
—Yo creo —le estaba diciendo Mariana— que hay algo bastante oscuro en la actuación de nuestra amiga Vicky. Fue un par de veces a la casa, una estando Covadonga viva y la otra con Covadonga en el hospital. ¿Por qué visitó a la niña el día siguiente al suicidio de Covadonga?
—Al intento de suicidio, querrá usted decir.
—Oiga, inspector, ¿se puede saber a qué viene esa quisquillosería? Usted me ha entendido perfectamente, ¿no?
—Perdone. En cuanto a su pregunta: no tengo ni idea.
—No se me ocurre el porqué. Quizá sea cierto que fue por encargo de Casio a comprobar cómo se encontraba la niña —dejó caer ese comentario en busca de una respuesta.
—Quizá —respondió el inspector.
—¿Pero…?
—Pero es una posibilidad para contentar a tontos. ¡Claro que no! Tiene usted toda la razón: ella fue allí por algo y me pica la curiosidad tanto como a usted. ¿Quiere que me encargue de ella?
Mariana se echó a reír.
—Ésa es una frase de sicario.
—Uno, que tiene la querencia.
Mariana sacó el cenicero del cajón y lo puso ante el inspector. Sin decir palabra, éste inclinó la cabeza con gesto de reconocimiento y procedió a extraer el paquete de cigarrillos del bolsillo de su abrigo.
—Esto es lo que yo pienso —empezó a decir mientras el inspector encendía su cigarrillo con parsimonia—. Uno: no hay razón alguna para pensar en una visita espontánea de Vicky a la casa. Dos: del testimonio de la criada se desprende que solamente se interesó por la niña. Tres: las dos se encuentran solas en casa, por lo que Vicky puede recorrerla a voluntad mientras Angelina permanece en la cocina o en la planta baja haciendo lo que sea; no consta que subiera a echar un ojo a la actividad de Vicky. Cuatro: en la primera visita quizá se cruzó con Cova; en la segunda, la niña no se hace eco de esa visita, lo cual tiene su lógica desde el punto de vista infantil; tendría que haberle preguntado expresamente por ello; ¿o es que no se dedicó a la niña? Cinco: en todo caso, se va muy pronto…
—Lo cual abona la idea de que fue una visita por encargo de Casio y nada más —interrumpió el inspector.
—Exacto. Ahora bien: ¿por qué demonios le importa tanto a Casio el estado de la niña? ¿Hay algo más? Su imagen de padre que arropa a su hija por encima de todo le pone al margen de toda sospecha con respecto al crimen, pues lo único que hace es encubrir a su hija y estar dispuesto a pagar por algo que no ha hecho… Hasta que se descubre el pastel. Yo qué sé: imaginemos por un momento que en la casa hubiera alguna carta, una anotación, un apunte en el ordenador, que no lo hay porque lo ha revisado usted… Es decir, algo que no desea que se sepa. Incluso algo que no tiene que ver con el crimen, algo personal, comprometedor…
—Eso sólo nos lo puede explicar la propia Vicky. Él no hablará. Y ella… Bueno, ella tampoco debe de ser fácil de intimidar.
—Guarda bien lo que sabe, pero es a ella a quien primero hay que probar a sacar la información. Suponiendo que no estemos una vez más elevando lo accesorio a fundamental.
—Hay que apretarle las clavijas.
—Pero eso nos da nada más que una pieza del rompecabezas, inspector, y no la más importante. Es un asunto intrigante, pero lateral. No nos engañemos: lo que de verdad nos importa es dejar negro sobre blanco que se ha tratado de un suicidio y que ella cometió el crimen. Entonces será cuando pueda cerrar la instrucción, enviarla al Juzgado que corresponda y que ahí decidan qué sentencia dictar y qué hacer si posteriormente Covadonga acaba saliendo del coma, por improbable que sea.
—En cuyo caso insiste usted en que sería culpable y tendría que afrontar la pena que le corresponde.
—Sí; qué historia más dura, de todas maneras.
—Y que lo diga usted.
—Muy bien, inspector. Nos ponemos en marcha. Usted va a por Vicky y yo me dedico a la familia Piles para ver cómo termino esta historia de la tutela y custodia de la niña.