Al día siguiente, Carmen Fernández telefoneó a Mariana para anunciarle que viajaba a G… a pasar con ella el fin de semana.
—¿Qué vas a hacer con Teodoro? —preguntó Mariana.
—Teodoro es el hombre completo —contestó su amiga—. Se queda aquí más feliz que una perdiz, aprovecha para arreglar todos los desperfectos de la casa, se va a comer y cenar con sus amigos y a lo mejor va el domingo a G… para ver el partido del Sporting, recogerme y llevarme a casa. Está encantado de la vida y matamos dos pájaros de un tiro.
Mariana ahogó un gesto de impotencia aunque estaba sola en casa.
—¿Por qué no me encontraré yo —protestó a su amiga— un hombre decente?
—Porque te va el morbo, qué quieres que te diga. Yo siempre he pensado que como te dediques al Penal, te acabas encamando con algún delincuente, con lo que te gusta ese morbo.
—Carmen, a ver si mides lo que dices.
—Tienes razón, perdona. Pero reconoce que estás un poco descolocada con respecto a los hombres.
—Mira, Carmen, menos simplezas. Lo que ocurre es que mujeres interesantes, hay muchas, pero hombres interesantes casi no quedan, o no quedan libres.
—Eso sí que es verdad. En fin, que yo voy el sábado por la mañana y nos dedicamos a pasarlo bien, así que dale el bote a tu novio.
—De tu parte —dijo Mariana y colgó.
La llegada de Carmen le estimuló porque, si bien en G… había empezado a hacer amistades, una relación como la que mantenía con Carmen era otra cosa. Aunque se telefoneaban a menudo, echaba de menos la confianza y la complicidad de su ex secretaria de juzgado.