—¿Sabes que el club La Bruja tiene mala fama? —preguntó con intención Mariana a Jaime. Estaban sentados a una mesa del bar minimalista de tapas donde ella solía quedar citada con sus escasas amistades para picar algo o concentrarse antes de salir a cenar. Era la hora del almuerzo y habían decidido quedarse allí a comer, para variar.

—Claro que sí, uno de los de peor fama de la ciudad. ¿Te disgusta?

—No, me va el morbo —contestó Mariana con una sonrisa—. Lo que me pregunto es si es un lugar adecuado para un Juez.

—Todo depende del juez. También lo visita un colega tuyo. Y abogados.

—Dime con quién andas…

—Conmigo. ¿Te parece poco? ¿O es peligroso para tu dignidad?

—No lo sé. Puede —le dirigió una mirada provocativa—. ¿No te parece que mi dignidad ya está por los suelos saliendo contigo?

—Sí, es verdad, te has ganado cierta fama de fresca en poco tiempo.

—No me digas. ¿Entre quién?

—Bueno, ya sabes, la gente habla.

—Anda, deja de decir tonterías y pide algo para comer, que tengo mucho trabajo.

—Pero esta noche trabajas conmigo —dijo él, insinuante.

—Mira que eres macarra.

—Chulo, puede ser; pero macarra… —Jaime se acercó a ella y la besó en la boca; ella respondió al beso. Luego apartó la cara con cierta brusquedad—. ¿Qué pasa? ¿No te ha gustado?

—No es eso, perdona. Es que estoy muy preocupada con la niña pequeña de los Piles. La hija de Cristóbal —explicó.

—¿Qué le ocurre?

—¿Cómo que qué le ocurre? —preguntó Mariana desconcertada—. ¿Pero es que no te has enterado?

—No. ¿Le ha pasado algo a ella también?

—¡Joder! —saltó Mariana—. ¿Matan a su padre, se intenta suicidar su madre y queda en coma y tú me preguntas que qué le ha pasado?

—Oye, oye, conmigo no te pongas así, que yo todo eso ya lo sé. Sólo te he preguntado.

Mariana lo fulminó con la mirada.

—Está bien —dijo Jaime Yago alzando las manos—. No sabía yo que tenías tan mal carácter. Si tienes ganas de armar la bronca, vale, la armas y cuando termines, me avisas… Lo que yo no voy a ser es tu sparring, preciosa.

Mariana apretó los dientes y esperó. Trataba de controlar sus emociones antes de hablar. Los dos se observaban cara a cara sin bajar la vista, directamente a los ojos.

—De acuerdo —dijo ella al fin—. No te voy a armar la bronca, como tú dices. No es justo. Pero quiero que sepas que me alarma mucho tu indiferencia por el estado de la niña… y lo que eso significa.

—No es mi hija; no tengo que ocuparme de ella. Está tan mal como mucha gente, no hay que hacer un drama de eso. Es un asunto de su familia, que lo arreglen ellos.

—No me entiendes.

—Pues no lo entiendo, pero ése no es mi rollo, lo de la responsabilidad y todo eso. Tú te sientes responsable. Yo no. Cada uno se organiza su vida a su manera. Yo te acepto como eres, ¿no? Pues tú lo mismo.

Mariana respiró hondo.

—Muy bien. Está todo claro. No volveremos a hablar de esto —dijo para concluir.

De repente le pareció que el mundo estaba en sombras. Jaime Yago le tomó la mano con una sonrisa. «Ya está —pensó—. Todo arreglado, ¿no?». La bandeja de tostas llegó en ese momento a la mesa y empezó a comer, sin ganas, para no tener que hablar.