La ciudad de G… fue en su antigüedad un castro prerromano asentado sobre un promontorio o cerro conocido actualmente con el nombre de Alto del Cerro, que figura en los viejos mapas como una especie de ariete que se adentra en el mar abriendo a derecha e izquierda lo que hoy son, respectivamente, la playa del paseo y la playa del Oeste. Tras romanizarse las gentes, la ciudad se asentó sobre el istmo y se rodeó de gruesas murallas defensivas. Después de diversas vicisitudes históricas por las que llegó a estar bajo el poder visigótico y más tarde árabe, la ciudad decayó ante el empuje de la cercana Vetusta y de la más lejana ciudad de León, pero su puerto siguió activo aunque con tráfico restringido, pues hasta el siglo XVIII no se le concedió la carta-puebla que le autorizaba a organizarse por sí misma y establecer los recursos necesarios para su desarrollo económico y social; sin embargo, siguió siendo una ciudad periférica. Sólo a finales del siglo XVIII comenzó por fin a emerger con entidad propia, pero, pese a que el rey autorizó al puerto a comerciar con las colonias de ultramar, su aislamiento geográfico, político y cultural la empequeñeció ante puertos vecinos como La Coruña o Santander. Por fin, en el último cuarto del siglo se concluyeron las obras de la carretera que la enlaza con Castilla y Madrid, lo que provocó un auge del comercio, y ya en la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a sentarse las bases del desarrollo urbano e industrial que convertiría la villa en una verdadera ciudad. La construcción de un nuevo puerto, la progresiva industrialización y la inauguración de la línea férrea Madrid-G… fueron elementos sobresalientes de este nuevo salto adelante. Tras la guerra civil española, la ciudad se rodeó de un cinturón de talleres, naves industriales y astilleros que, con la minería del carbón, transformaron el paisaje urbano y social de la ciudad, multiplicando por tres su población. A finales del siglo XX, la ciudad de G… se había convertido en la segunda ciudad en importancia de toda la costa cantábrica. Ahora era una ciudad próspera, cuidada, turística, dotada de puerto deportivo, pesquero y comercial, nuevas playas, abierta al mar, con una considerable mejora del tejido urbano: calles peatonales, parques y lugares de ocio, museos, rehabilitaciones de edificios y, en general, una excelente red de accesos. G… formaba parte destacada de la positiva transformación y modernización experimentada por las ciudades de provincias en la España del período que comenzó en el año de 1977 con las primeras elecciones democráticas tras la muerte del dictador, ciudades que ahora parecían entrar en el mundo contemporáneo, liberadas de su tradicional ensimismamiento y de su pacata ranciedad.
Ésta era la ciudad a la que Mariana de Marco había llegado como juez de Primera Instancia e Instrucción a principios del año 1999. Cuando surgió la oportunidad del concurso de traslados, no lo dudó. Su destino anterior se le había hecho pequeño y estaba deseando dar el salto de una villa como aquella de la que provenía a una verdadera ciudad. Desde el primer momento se sintió a gusto en G… porque era una ciudad tranquila, acogedora, del tamaño justo, ideal para caminar por ella. Y además estaba el mar, al que se asomaba abiertamente a lo largo de una extensa y generosa línea de costa. Nunca había estado antes en G…, excepción hecha de aquella noche de pernocta juvenil y otra posterior y fugaz, sin embargo sabía de ella por medio del capitán López, de la Guardia Civil, que había sido un estrecho colaborador suyo en la etapa anterior y cuya hermana residía allí. Y no se arrepentía de haber venido; muy al contrario, estaba convencida de que había sido un golpe de suerte.