La vieja criada tardó en abrir. La casa estaba a oscuras salvo la luz de la escalera y Angelina presentaba todo el aspecto de un fantasma surgiendo de las sombras.

—¿Está aquí la niña? —susurró Mariana.

—Sí, señorita. La tengo acostada.

—¿Se ha enterado de algo?

—A su madre no la ha visto.

—Ya. Pero ¿se ha enterado de algo?

—Con los nervios, ¿sabe usted?, me descuidé y la niña se despertó, pero no ha visto a su madre desmayada.

—¿Avisó usted a la policía?

—No sabía qué hacer, señorita, como no están ni don Cristóbal, que en paz descanse, ni don Casio…

—¿Llamó a la policía sí o no?

—Llamé al médico y en la confusión se despertó la niña, pero no vio a la madre.

—Ya lo sé, ya lo he entendido, Angelina. ¿Vino el médico?

—Sí, pero él me dijo que llamase a la policía mientras llegaba.

—Escuche, Angelina: ¿cómo se dio cuenta de que a la señora le ocurría algo?

—Porque me acerqué a su dormitorio para cambiarle el agua.

—Y entonces se dio cuenta.

—Sí, señorita.

—O sea, que la vio tendida en la cama y fue consciente de lo que le estaba ocurriendo.

—Ay, yo no sé, señorita. Yo creo que ella no quería hacer nada malo.

—¿Quiere usted decir: matarse?

—Sí, señorita.

Mariana reflexionó. Se sentía repentinamente agotada.

—Dígame, Angelina, cuando usted llegó al dormitorio, ¿cómo estaba la señora?

—Estaba como muerta.

—¿No se movía?

—Nada. Como muerta.

—¿Le dijo algo el doctor?

—El doctor llegó más tarde que la policía. El policía vio a la señora y pidió una ambulancia a todo correr. El médico llegó al mismo tiempo que la ambulancia y se la llevaron en cuanto le echó la vista encima. Ay, Dios mío, y yo aquí sola con la pobre niña.

—¿Ha llamado a alguien de la familia?

—A los padres de don Cristóbal, pero no hablé con ellos sino con la señorita Ana. Cuando llamó usted creí que era ella.

—Está bien, váyase a su cuarto y tómese una tila o alguna infusión; y no se preocupe —añadió— que yo me quedo aquí hasta que venga Ana.

—Muchas gracias, señorita —Angelina echó a andar hacia la cocina, pero se volvió hacia Mariana antes de desaparecer—. ¿Quiere usted que le prepare a usted otra infusión o un café?

—No, gracias, Angelina. Muchas gracias. Ande, prepárese la suya y vuelva a su cuarto a descansar un poco.

Cuando la vieja criada se perdió en la cocina, lamentó no haberle pedido una manzanilla o un poleo para ella. Lo necesitaba. Algo que le sentase el estómago.