El cambio de la Juez Mariana de Marco de Villamayor a la ciudad de G… se produjo a solicitud propia por la existencia de una vacante en los Juzgados de Primera Instancia e Instrucción de esta última; lo obtuvo tras ganar un concurso de traslados y tomó posesión del nuevo destino a mediados del mes de Enero del presente año de 1999. Seguía, pues, a orillas del Cantábrico aunque de nuevo teniendo que hacerse a un lugar donde carecía de amistades. Debía a sus dos mejores amigas cántabras el establecimiento de los primeros lazos, más de conveniencia y de utilidad que de amistad, que le ayudaron a instalarse. Ahora, en su nuevo destino, el único contacto era un primo segundo suyo, hijo de una prima hermana de su madre, llamado Juan García de Marco, conocido por Juanín. Este Juanín era un típico producto provinciano de funcionario cualificado, simpático y bien relacionado, cuya única expectativa en la vida era seguir siendo lo que era y vivir como vivía. Para él, la presencia de su prima resultaba ser una novedad excitante pues era bien consciente de que la presencia de una juez en su círculo de amistades suponía un plus de prestigio personal, además de un añadido exótico a su vida. Juanín se desvivió por encontrarle un piso donde acomodarse y por presentarle amigos y amigas que la acogieron con tanta cordialidad como curiosidad. Con todo, Mariana sentía nostalgia de su antigua y querida secretaria del juzgado de San Pedro del Mar, Carmen, y la telefoneaba a menudo porque echaba de menos una relación de amistad como aquélla.

«Es que Carmen no hay más que una», se decía para consolarse. Ni siquiera a su vieja amiga Sonsoles, de Santander, echaba tanto en falta como a Carmen porque ésta fue la primera nueva amiga que halló después de acceder a la judicatura e instalarse en San Pedro como primer destino, tras los años duros y desquiciados que siguieron al divorcio. Ahora, casada Carmen con Teodoro, resultaba de todo punto imposible pensar en la posibilidad de que abandonase San Pedro y se trasladara más cerca, quizá al mismo G…, lo que habría sido un sueño. De todos modos se encontraban a una hora y tres cuartos en coche y, meditaba con resignado pesar, probablemente se distanciarían aún más en el futuro, a medida que progresara la carrera de Mariana.

Juanín, además de funcionario bien instalado y acreditado en G…, era separado y rijoso. Esto último lo descubrió a la primera mirada que él le echó encima y como se dio cuenta de que la consanguinidad no la protegería suficientemente, decidió hacerle notar desde el primer momento que, por muy agradecida que estuviera y muy liberal que pareciese, no aceptaba con nadie ningún trato que fuese más allá de la mera compañía blanca y, a ser posible, en grupo. Esto, naturalmente, lo tomó Juanín a beneficio de inventario bajo la idea de que no era más que una precaución natural de la que pronto o tarde se apearía. Por otra parte, en una ciudad pequeña es muy fácil encontrarse por la calle, de manera que muy pronto comprendió Mariana que no se libraría fácilmente del marcaje de su primo y agradeció especialmente que le presentase a la gente de su círculo porque eso le permitía refugiarse entre las mujeres y, para el conflicto con los hombres —y sobre todo con Juanín—, rodearse de chevaliers servants; porque lo que también había observado es que Juanín respondía al tipo del pelmazo insistente que amaga y no da, que no se adelanta y conquista sino que espera la rendición durante el tiempo que sea necesario.

En el día de hoy, en el que el asunto de la muerte de Cristóbal Piles ocupaba por entero sus pensamientos, había quedado a tomar un aperitivo con su primo Juanín para quitárselo de encima antes del almuerzo. Es cierto que Juanín la estaba introduciendo en un grupo de gente bien situada de G…, pero no era menos cierto que estaba haciéndose incómodo. Mariana no tenía duda alguna acerca de su intención última; sin embargo, una vez más había aceptado casi sin resistencia porque ya desde su llegada y con la experiencia propia de quien se sabe obligado a cambiar periódicamente de destino, decidió que en lo tocante a descubrir nuevas relaciones era preferible optar primero por la cantidad para, después, ir poco a poco seleccionando por calidad. La cantidad se la suministraba su primo a cambio de irse poniendo cada vez más pegajoso aunque ella lo mantuviese a raya por el momento. Según su primo, todo el mundo estaba sobre ascuas por conocerla, lo que a Mariana le producía escalofríos; pero si echaba la vista atrás, lo primero que debía reconocer era que su actitud crítica con todo el que se le acercaba, fuera hombre o mujer, había acabado por llevarla bastante cerca de la misantropía. Ella no era precisamente una persona muy sociable; o, mejor dicho, lo fue y de esa afición sólo conservaba el hartazgo. Así que, en un intento de reequilibrar las cosas, desde su reciente llegada a G… se hallaba en una fase de acumulación aunque ya había comenzado a elegir y a separar a unos de otros, como este mismo mediodía, en el que había quedado citada para almorzar con Jaime Yago, por el que se sintió interesada desde el momento en que salieron juntos en pandilla. Y aunque éste no era el día más apropiado para ejercitarse en el trato social, ni siquiera pasó por su mente la idea de anular la cita en vista de las circunstancias sino que, al contrario, se prometió disfrutar de un buen almuerzo y despedir a su primo tras el aperitivo.

A la una del mediodía, sin embargo, recibió una llamada telefónica del inspector Alameda.

—Voy a quedarme merodeando por la zona —le comunicó a la Juez— porque quiero volver a mirar con más cuidado. Cosa personal.

—¿Está solo o sigue con los agentes? Me gustaría saber si tienen ya una primera impresión —preguntó ella.

—No. Seguimos aquí. No estoy contento. Quizá no haya buscado donde debiera —contestó Alameda; parecía contrariado.

—No se preocupe, no es un asunto claro; mejor ir despacio, pero avanzar con seguridad.

—Todo lo contrario —protestó Alameda—. Eso es lo que me sorprende: que, a mi modo de ver, está todo demasiado a la vista.

—¿Es que ya tiene una explicación? —preguntó Mariana, intrigada.

—Digamos que tengo una idea más o menos clara.

Mariana colgó el teléfono, perpleja.