El primer informe lo adelantó verbalmente a la juez el inspector hacia las doce de la mañana. Según el mismo, Cristóbal Piles murió asaltado por una persona desconocida en el cobertizo situado en la parte trasera del jardín. Cuando fue atacado por la espalda se encontraba inclinado hacia delante y en esa posición recibió un primer golpe en la parte lateral derecha del cuello, golpe propinado con un instrumento cortante que le produjo una herida profunda con rotura de la carótida derecha. Es posible que conociera a su agresor, pues no parecía fácil acercarse al lugar sin que la víctima lo advirtiese. El asesino volvió a golpear con el mismo instrumento dos veces más, como si quisiera asegurar la muerte indudable del fallecido, de resultas de lo cual el cadáver presentaba el cuello casi seccionado. Se suponía que primero cayó de rodillas, recibió los dos golpes posteriores y se derrumbó en el suelo, quedando en la posición en la que lo habían hallado. Muy posiblemente el asesino esperó hasta cerciorarse de que estaba sin vida. Aún no se había encontrado el arma del crimen aunque seguían registrando el jardín e incluso los alrededores. El inspector creía probable que el asesino hubiese arrojado el arma al río cercano, aunque el examen de huellas no mostraba indicios del camino seguido por el asesino para alejarse del lugar del crimen. Todo indicaba que escapó a pie o quizá saltando el muro, pero hasta el momento no era más que una hipótesis.
—Un crimen brutal —comentó impresionado.
A falta del informe del forense, podía fijarse la hora de la muerte entre las doce y la una de la noche. El cadáver fue descubierto por el señor Casio Fernández Valle, suegro de la víctima, que se encontraba de visita en la casa. Éste, al observar la tardanza de su yerno, quien había salido al exterior a por una caja de cervezas que guardaba en el cobertizo, salió en su busca. No había luz en el cobertizo y a punto estuvo de tropezar con el cadáver. Al principio pensó que se trataba de un desvanecimiento, pero al prender la luz (Mariana recordó la bombilla colgante y el casquillo con el interruptor) comprobó horrorizado que se encontraba en medio de un charco de sangre. Apagó la luz y corrió al interior de la casa sin darse cuenta de que iba dejando un rastro. Sólo pensaba en el modo de ocultar el asunto a su hija, pero se encontró con ella al pie de la escalera, el rastro lo delató y la mujer se precipitó al exterior. Con la luz prendida, pudo ver con claridad lo que había ocurrido. De resultas se arrojó sobre el cuerpo de su marido y quedó abrazada a él en un estado de histeria. A duras penas consiguió apartarla del cadáver y retroceder hacia la casa. Estaba atrozmente manchada de sangre. Toda la preocupación del señor Fernández fue hacerla callar y evitar que despertase a su nieta, que dormía en su cuarto en el piso alto, y en esa operación lo sorprendió la niña. Consiguió calmar a su hija y a su nieta; encerrado en el cuarto de baño, las lavó, les cambió de ropa y les administró a ambas un tranquilizante. Después recogió la ropa de las dos y la suya propia y la metió en la lavadora. El señor Fernández no puede precisar si la niña llegó a ver algo más que a su madre manchada de sangre; al parecer estaba llorando y muy agitada. Según su declaración sólo deseaba acostar a las dos, madre e hija, para disponer de tiempo y encarar la situación. Luego limpió las manchas de sangre lo mejor que pudo y disimuló las que había en el jardín. Esto lo hizo sobre todo por proteger a la niña y aunque reconoció que con ello contaminaba el escenario del crimen, dijo no ser consciente dada la situación en que se encontraba.
—Eso no explica su silencio hasta el amanecer —había comentado Mariana.
El señor Fernández sólo pudo decir en su descargo que era muy tarde cuando hubo terminado todo y que decidió esperar y pensar antes de actuar. En todo caso, parece que se quedó dormido, probablemente agotado por el esfuerzo y la distensión que sigue a una situación extrema y cuando abrió los ojos ya estaba cerca del amanecer. Lo primero que hizo fue levantarse de la butaca en la que se había quedado dormido y acudir inmediatamente al cobertizo y después subió a comprobar el sueño de su hija y de su nieta. Luego reconoce que estuvo recorriendo la casa y el jardín, porque la oscuridad estaba empezando a aclararse, en un primer intento de comprender el suceso y el modo en que podía haber ocurrido, pero no pudo sacar nada en claro. Es en ese momento cuando comprendió que debía haber llamado a la policía desde el principio y, como ya estaba a punto de amanecer, esperó a que se alejara la oscuridad y telefoneó a la Comisaría. En términos generales, ésa era toda la información por el momento.
—En términos bastante vagos —precisó la juez para sí.