Del diario privado de la maga Theana

Tengo miedo. He acabado de preparar mis cosas hace poco. El saco está sobre la cama. Dentro, todos los libros que creo me serán de utilidad; y también ampollas, viales y todo lo necesario para los encantamientos. El silencio es tan intenso que me duelen los oídos.

He tomado una extraña decisión, lo cual no es propio de mí. Tal vez me haya equivocado. Soy la discípula de Folwar, siempre a la zaga de Lonerin; soy Theana, la maga palatina. ¿Qué pinto yo al lado de una Asesina, errando por el Mundo Emergido, enrolada en una misión que tiene por objeto asesinar al rey de la Tierra del Sol?

* * *

Ella es menuda. Tiene el cabello castaño, corto, y los ojos profundamente oscuros. No es especialmente hermosa. Se llama Dubhe. Sé que ha pertenecido a esa secta que asesina en nombre de mi dios, Thenaar, predicando que ésa es su voluntad. Hasta donde yo sé, la Gilda la atrajo a su seno mediante una treta, y le impuso una maldición. Se trata de un sello que potencia la parte más malvada que habita en su interior, que hace emerger su sed de sangre. Le dijeron que sólo ellos podrían curarla, y gracias a esa argucia la mantuvieron engañada. En realidad, el sello sólo puede romperlo el mago que lo impuso. Pero aunque su destino sea terrible, no siento ninguna piedad hacia ella.

Por mucho que me esfuerce en comprender sus motivos y su dolor, soy incapaz de sentir ni un ápice de compasión. Y tampoco me siento culpable por ello. Tal vez sea una persona mezquina. Tal vez sea una mala persona.

En realidad, lo que nos mantiene divididas es un hombre: Lonerin. Ella lo conoció cuando aún estaba en la Gilda. Él había sido enviado por el Consejo de las Aguas. Se habían enterado de que Dohor, el rey de la Tierra del Sol, había suscrito un pacto secreto con los herejes de aquel culto. Por lo demás, él solo no sería capaz de conquistar la mayor parte de las Tierras del Mundo Emergido. Propusieron a Lonerin para que se infiltrase: con el pretexto de que era natural de la Tierra de la Noche y de que conocía bien las costumbres de la zona, logró que le asignaran la misión. Se presentó allí fingiendo ser un Postulante, uno de tantos desesperados que acuden al templo de la Secta de los Asesinos para ofrecer su propia vida a cambio de que el dios les conceda una gracia. Conozco tan bien a mi Lonerin, que se me rompe el corazón cuando pienso en la verdadera razón que le impulsó a hacerlo. De todo el Consejo de las Aguas, sólo dos de nosotros sabemos la verdad. Lo hizo por su madre. Ella se sacrificó en el templo, le rogó al dios que curase a su hijo de la fiebre roja. Desde aquel día, su corazón jamás abandonó el deseo de vengarse. Sólo me basta con mirarlo a los ojos para comprenderlo.

Lonerin y Dubhe se conocieron allí, en la Casa, la base subterránea de la Gilda. Hicieron un pacto: ella indagaría para él, y él buscaría el modo de librarla del sello. Huyeron juntos cuando descubrieron que los heréticos pretendían resucitar a Aster, el Tirano que llegó a conquistar la práctica totalidad del Mundo Emergido cuarenta años atrás. La Gilda lo considera un mesías, el único que puede instaurar ese mundo de sangre y muerte al que la secta ha aspirado desde siempre. Ahora, el alma de Aster se halla suspendida entre el mundo de los muertos y el de los vivos en un lugar secreto, en las entrañas de la Casa, y la secta quiere insuflarla en el cuerpo más adecuado para recibirla: el de un semielfo como él. Y el único semielfo que existe en el mundo es el hijo de Nihal y de Sennar.

Algo se agita en mi interior cada vez que pienso en el viaje que Dubhe y Lonerin realizaron desde el templo hasta aquí, los dos juntos, ambos escapando de la muerte, apoyándose mutuamente. Fue entonces cuando empezó todo. Cuando volvimos a vernos en Laodamea, Lonerin ya tenía una mirada distinta. Antes de partir, me había besado. Ahora, en cambio, sólo tiene ojos para ella.

* * *

Si la cosa hubiera acabado ahí, tal vez no me habría causado tanto dolor. Si Dubhe hubiera desaparecido tras el viaje, si hubiera regresado a las tinieblas de donde había sido escupida, quizá yo habría logrado superarlo. Por desgracia no fue así.

Cuando Lonerin informó al Consejo de cuanto había descubierto, decidieron consultar a Sennar, el mago que junto con la semielfa Nihal ya había logrado derrotar a Aster en una ocasión. El Consejo estaba persuadido de que únicamente él podría hallar el modo de devolver a Aster al mundo de los muertos.

Lonerin se ofreció de inmediato para la misión. Me dolió saber que volvía a poner en peligro su vida. Al verlo tan seguro, comprendí que un abismo nos estaba separando para siempre. Él lo es todo para mí, pero sin duda él siempre me ha visto como una compañera de estudios, nada más. La jovencita que sólo sabe moverse por las aulas de los palacios reales.

Aún fue peor saber que Dubhe lo acompañaría, para así poder preguntarle a Sennar si conocía algún modo de romper el sello. En ese momento me sentí terriblemente impotente. Estaba perdiendo a Lonerin para siempre, y todo por culpa de esa Niña de la Muerte.

Así, mientras Ido partía en busca del hijo de Nihal y de Sennar, vi como Lonerin volvía a cruzar aquella puerta, quizá para no regresar jamás.

No logro entenderlo. No entiendo qué puede tener ella que yo no tenga, para que él la haya seguido mientras que yo no he sido capaz de retenerlo aquí. Pero quizá sean demasiadas preguntas sin sentido. ¿Acaso no es ése el motivo por el que he decidido marcharme?

* * *

Ignoro qué sucedió entre ellos durante el viaje. Atravesaron las Tierras Ignotas, vieron lugares oscuros y misteriosos, huyeron del acoso de los Asesinos que la Gilda había puesto tras sus pasos. Tal vez eso ha sido lo que los ha unido, o tal vez sólo son ilusiones mías y en realidad ha habido algo muy distinto entre ellos. Pero el modo en que se miran, en que se tocan, la intimidad que mantienen me consterna. Soy una ilusa, siempre lo he sido. En sólo dos meses ella se encuentra donde yo no he sido capaz de llegar en años.

El Consejo ha vuelto a reunirse. Ido ha regresado con San, el nieto de Nihal y de Sennar. Él era el auténtico objetivo de la Gilda. Un niño extraño con poderes inquietantes. Lo percibí en cuanto lo toqué la primera vez. Fue cuando lo salvé. El gnomo había sido envenenado con la espada de Learco, el hijo de Dohor, tras haber logrado arrebatarle el niño a Sherva, un Asesino de la Gilda. Había sido precisamente él quien había raptado al nieto de Sennar tras asesinar a sus padres y arrancarlo de su hogar. Cuando socorrí a Ido utilicé mis poderes de sacerdotisa por primera vez. Resultó extraño. Por fin me sentí útil. Tenía miedo, y las manos me temblaban, pero fue gratificante. Tal vez todo comenzó entonces, quién sabe…

En cualquier caso, ahora ha de encargarse de poner a salvo a San, mientras que Lonerin vuelve a partir con Sennar con la misión de encontrar el talismán del poder, el único objeto —según dice el anciano mago— que puede liberar el espíritu de Aster. Se trata del mismo talismán que utilizó Nihal muchos años atrás para derrotar al Tirano.

Esta vez, sin embargo, no pienso quedarme esperando. Y ésa es la decisión que tanto miedo me provoca, que hace que mi corazón y mis manos tiemblen. Ya no puedo seguir esperando su regreso, debo hacer algo.

He decidido irme con Dubhe: Sennar le ha explicado qué debe hacer para librarse del sello. La maldición no iba dirigida a ella, sino a Dohor. Estaba vinculada a ciertos documentos que ella misma había robado por cuenta del rey. Precisa encontrar al menos un fragmento de esos documentos y utilizarlo en un ritual mágico bastante complejo, pero que yo soy capaz de celebrar. Entonces ella tendrá que matar a Dohor. Y será libre.

Podría hacerlo cualquier otro mago. Quizá incluso podría haberlo hecho Lonerin. Pero lo haré yo.

No sé por qué. Ahora que estoy sola, ni siquiera me siento capaz de reconstruir con exactitud la cadena de pensamientos que me han conducido a decirle que la ayudaría.

No tengo interés en que se salve. Su destino me resulta indiferente. Incluso es posible que la odie en lo más profundo de mi ser.

Pero también me siento cansada. Siempre he vivido aquí, en palacio, y nunca he usado mi magia. Siempre he estado a la espera, siempre he mirado cómo Lonerin arriesgaba la vida. Lo he amado y admirado. Pero él no me ha querido. Ya es hora de decir basta. De cambiar. De hacer algo que no se corresponde con mi naturaleza, pero que siento que debo experimentar.

Iré con Dubhe. La ayudaré a matar a un hombre. Emplearé mi magia para algo inconcebible. Algo que me resulta totalmente ajeno.

Quisiera tener la fuerza suficiente para reprimir las lágrimas. Quisiera no volver a pensar en Lonerin, en el modo en que se acaba de despedir de mí, en las palabras con que me ha dicho que no me fuera, en ese beso que todavía me quema, aquí, en la frente. Tiene que desaparecer, ha de dejar de existir para mí. Por su culpa no he hecho nada en todos estos años. Por su culpa no he crecido, no he hallado mi camino. Lo olvidaré durante el viaje. La propia conciencia de mi misión anulará todo cuanto he sentido por él y por fin seré libre.

Mañana tendré que despertarme temprano. El palacio real de la Tierra del Sol, en Makrat, se halla a varias leguas de aquí.