25

El arma del enemigo

LO primero que Dubhe percibió en cuanto despertó fue un ruido grave y obsesivo. La memoria empezó a volver, fragmentada, pero la imagen de Learco llevado a lomos del dragón ocupó toda su mente de inmediato.

—¡Learco!

Se incorporó de golpe y las mantas se deslizaron a un lado. Una intensa punzada en el vientre la hizo doblarse sobre sí misma.

Estaba en una habitación de piedra, acostada en un lecho mullido e inmaculado. Más allá de la ventana, se le ofrecían las espectaculares vistas de una cascada que se precipitaba sobre las murallas de un gran palacio y caía caudalosamente por sus paredes: Laodamea.

—Todo va bien, no es muy grave.

Dubhe se volvió y vio, en la silla que había junto a la cama, la figura achaparrada y diminuta de un gnomo que estaba mirándola.

Ido.

—Han capturado a Learco —dijo Dubhe, mirándolo con desesperación.

Ido se permitió una mueca sarcástica.

—Ya puestos, también tienen a San.

—¡Quieren sacrificarlo a Thenaar, tenemos que ir a salvarlo!

Hizo el gesto de abandonar la cama, pero el gnomo la detuvo.

—Tus heridas requieren reposo. En tu estado no lograrías ir a ninguna parte.

—Pero ¡debo hacerlo, Theana también está con él!

Ido suspiró.

—Comencemos por el principio. Cuéntamelo todo.

* * *

No fue nada fácil. Habían sucedido demasiadas cosas durante aquellos meses, y un extraño pudor la frenaba a la hora de confesar los aspectos más íntimos.

¿Qué sentido podía tener a los ojos de un extraño el vínculo que había nacido entre el príncipe y ella? Y, sin embargo, tenía que hacerlo, de lo contrario Ido no entendería el papel que Learco había desempeñado en aquella complicada partida que estaba jugándose en la Tierra del Sol.

El gnomo escuchó en silencio mientras fumaba lentamente su pipa. No había censura en su mirada, sino más bien una cruda lucidez.

—El día del complot, Dohor ya debía de haber alertado a todos sus aliados para poner fin a la conjura con una carnicería —concluyó Dubhe. Sentía en su interior una desazón insoportable que la devoraba, pese a que en aquellos momentos no había nada que ella pudiera hacer.

¿Dónde estaba Learco? ¿Habría llegado ya a la Casa? ¿De cuánto tiempo disponía para ir a salvarlo? La idea de no poder tener noticias suyas, de estar completamente a oscuras con respecto a su suerte, la hacía enloquecer.

—Dohor no sólo está haciendo limpieza en su territorio. También ha habido crímenes fuera de la Tierra del Sol —comentó Ido.

Dubhe lo miró distraída.

Él dejó la pipa.

—Sé lo que sientes, y yo siento lo mismo. San se fue a la Gilda por propia voluntad, después de haber discutido conmigo. Y eso es algo que no logro perdonarme —le confesó con una sonrisa amarga.

Dubhe habría querido participar de su dolor, pero no era capaz. No podía dejar de pensar que lo más valioso que había poseído en esos momentos se encontraba en alguna parte, indefenso y en peligro.

—En cualquier caso, aún disponemos de una semana —añadió Ido.

Dubhe lo miró sin comprender.

—El ritual durante el que Aster renacerá, y el príncipe y tu amiga serán sacrificados, no se celebrará hasta dentro de siete días.

—¿Cómo lo sabes?

—Digamos que tuve un encuentro con alguien de la Gilda, un tipo extraño, viscoso como una serpiente. ¿Lo conoces?

Sherva. No podía ser otro.

—¿Os lo dijo él?

—Sí.

—¿Me estáis diciendo que ha traicionado a la secta?

En el fondo no era algo tan increíble. Cuando ella abandonó la Casa, Sherva no ocultaba su odio hacia Yeshol; sólo esperaba el momento propicio para matarlo.

—En cierto sentido. Al parecer, guarda el suficiente rencor hacia la Gilda como para darme el soplo.

—Podría tratarse de un embuste.

—Sin embargo, encaja a la perfección con tu historia. Él fue quien me dijo que Learco y Theana formaban parte del plan.

Dubhe estaba desconcertada.

—¿Lo sabíais y no hicisteis nada? ¿Habéis enviado a alguien tras la pista de los Asesinos que los capturaron?

Ido volvió a ponerse la pipa en la boca.

—Muy buena idea. Formamos un pelotón y llamamos a las puertas del templo. Si se lo pedimos con buenos modos, tal vez también nos devuelvan a San y nos presenten sus excusas.

Dubhe estrujó las sábanas con los puños.

—Así pues, ¿pensáis dejarlos morir?

—No, sólo digo que hay que planificar el ataque hasta en los más mínimos detalles. Y para hacerlo necesitamos evaluar a fondo nuestra situación. Hay que atacar con fuerza de una vez por todas y destruir la Gilda.

La chica se dejó caer sobre la almohada. Sentía que su cuerpo necesitaba reposo, pero su mente seguía trabajando y su corazón palpitaba desesperado.

—Por tanto pues, ¿ya sabéis cómo situar las piezas?

—Ahora, sí. Sennar y tu amigo ya han regresado.

Al oír mencionar a Lonerin, al saber que estaba a salvo, Dubhe apenas tuvo una ligera sensación de alivio. Ya era una persona que pertenecía al pasado.

—Esta noche reuniremos al Consejo y trataremos de hallar la estrategia oportuna. Más adelante, cuando estemos preparados, actuaremos.

—Quiero participar.

Ido se pasó una mano por los ojos.

—Tú, en realidad, nunca has formado parte de esta historia, y además tus objetivos eran distintos, no hay razón para que asistas.

—Mi misión siempre ha formado parte, si no voy errada…

—Has tenido tu oportunidad, y has fracasado. Ahora nos toca a nosotros.

—Sin embargo, ahora tengo un buen motivo por el que luchar. —Miró a Ido con intensidad.

—Has encontrado lo que buscabas, ¿no es así?

Dubhe se ruborizó. No había olvidado el encuentro que tuvieron meses atrás.

—Aquella noche en las murallas supe que un día vería en tu mirada la determinación que entonces te faltaba. Quien está perdido como tú, al final siempre acaba hallando su camino.

Dubhe sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos, y ni siquiera trató de reprimirlas.

—Necesito ir, debo recuperar aquello que me han quitado.

—No te unirás a nosotros hasta que tus heridas te lo permitan.

—He de ir a toda costa.

Ido se puso en pie con gesto cansado. Tenía la sensación de haber envejecido durante aquellos meses, y ahora era como si tuviera que librar la última batalla de su vida casi a su pesar.

—No me hagáis esto, Ido, os lo ruego —dijo, sujetándole un brazo. Sabía que no podía hablarle de aquel modo, pues ella a su lado no era nadie.

—El Consejo no estaba al corriente de tu misión. Sólo yo lo sabía. ¿Qué podrías decir esta noche para que la situación cambiase? Es inútil, ahora debes confiar en nosotros.

* * *

Lonerin estaba furioso. Recorría a grandes zancadas los corredores con el corazón en un puño y sentía un hormigueo en las manos.

—Ir allí a hablar no te servirá de nada —le había dicho Sennar.

—Sólo quiero saber.

—Precisamente. No hallarás respuesta a tus preguntas.

No lo escuchó. La inactividad lo estaba matando, y la falta de noticias lo hacía enloquecer.

Sennar y él habían llegado los primeros a Laodamea. Una semana después lo hizo Ido, pero no había ni rastro de Theana. Sin embargo, Lonerin tenía la absoluta certeza de que no tardaría en regresar.

«Está con Dubhe, y con ella no hay quien pueda», se repitió durante todo aquellos días de espera.

Aquel lento goteo de noticias lo torturó hasta el último momento. Nadie sabía qué había sucedido, una serie de imprevistos habían dado al traste con el plan inicial, y ahora que Dubhe había vuelto sola, sus peores temores se habían convertido en certezas.

Por fin Ido le contó someramente lo que sabía acerca de la aventura de las dos jóvenes.

—¿Por qué ella? —preguntó Lonerin, desesperado, pero la respuesta acudió a sus labios por sí sola. Theana era la hija del herético. Compartía la misma fe con la Gilda, pero la suya era más pura y más noble. Un pecado intolerable para los Victoriosos.

—Es una traidora, y Dohor quiere imponer un castigo ejemplar: ésos son sus métodos —le respondió Ido.

Una vez más, la Gilda trataba de arrebatar la vida de las personas que amaba. Primero su madre, después Dubhe y ahora Theana.

Dobló la esquina del corredor y se halló frente a la puerta tras la cual reposaba Dubhe. Pensó en todo lo que había sucedido en las Tierras Ignotas, en cuánto la había deseado y en todo lo que había sufrido cuando ella lo rechazó. Ahora en su interior ya no había espacio para ninguno de aquellos sentimientos.

Ni siquiera llamó, simplemente se limitó a abrir.

Estaba sentada junto a la ventana, contemplando la puesta de sol que teñía la cascada de reflejos sanguinolentos. No había cambiado, sólo tenía la tez más pálida y el cabello más largo. Cuando se volvió hacia él, notó aquella luz distinta que brillaba en sus ojos. Ya no eran pozos de oscuridad, sino laberintos rebosantes de un desasosiego similar al que él había experimentado en sus propias carnes.

De pronto, ambos se sintieron azorados. Aquellos pocos meses de separación parecían haber hecho añicos todo cuanto había habido entre ellos, incluida la confianza que tanto les había costado conquistar. Lonerin se preguntó consternado si realmente aquélla era la chica por la que lo había arriesgado todo en su anterior viaje.

—Me han dicho que habías vuelto —murmuró, sin hallar nada mejor que decir.

—Sí —respondió ella, tocándose el cabello por un instante. Ahora ya volvía a ser el suyo. Los filtros de Theana habían dejado de surtir efecto.

Se miraron brevemente, y él halló por fin la respuesta a la pregunta que lo había estado acosando durante aquellos días de espera: sí, entre Dubhe y él ya hacía mucho tiempo que había acabado todo; no sólo eso, posiblemente nunca había llegado a comenzar de verdad.

—¿Qué le ha pasado a Theana?

A Dubhe no pareció sorprenderle aquella pregunta. Lo miró con expresión comprensiva.

—Nos atacaron. Estábamos a un paso de la frontera y llegó Forra con sus hombres, montado en un dragón. El animal la capturó, sujetándola entre sus garras. —Lonerin no pudo reprimir un temblor en sus manos—. La ataron y se la llevaron junto con Learco.

Lonerin miró al suelo. Se sintió mezquino. No le interesaba en absoluto el sufrimiento de Dubhe, ni lo que hubiera podido sucederle durante aquellos meses. Habían compartido una noche de amor, y él la había amado, pero ahora sólo sentía rabia, pues había dado por sentado que ella no permitiría que le sucediera nada malo a Theana.

—¡Tenías que haberla protegido! —Al final no había sido capaz de reprimirse.

Dubhe no se mostró sorprendida.

—Huíamos de un complot fallido, supongo que ya habrás oído hablar de ello. Y ella no había venido conmigo para hacerme compañía.

Lonerin se llevó las manos a la cara y se dejó caer, deslizándose por la puerta, hasta acabar sentado en el suelo.

—Perdóname —murmuró, pero Dubhe ni siquiera escuchó sus palabras.

—Ha sido una aliada competente. Me salvó la vida en más de una ocasión y me apoyó en los peores momentos. Lo siento, Lonerin, de verdad.

Permaneció sentada, mirándolo.

Él se sujetaba la cabeza con las manos.

—No tendría que haberla dejado partir —se reprochó en voz baja.

—Theana no es una niña indefensa. Decidió seguirme después de haberlo sopesado.

Aquellas palabras lo hirieron. Dubhe parecía comprender a Theana mejor que lo que él había sido capaz en todos aquellos de aprendizaje con Folwar. Todo el mundo parecía saber la verdad menos él, que siempre se estaba debatiendo entre dudas absurdas, incapaz de aceptar la pura realidad de lo que tenía ante los ojos.

—Lo he estropeado todo…

Sintió que Dubhe se ponía en pie, con pasos pesados y trabajosos. Se inclinó frente a él, y en su mirada no había la menor censura, sólo compasión.

—Yo también he perdido a alguien que ahora está en la Casa junto con Theana, y que compartirá el mismo final si no vamos a salvarlos.

Lonerin había oído hablar de Learco, el hijo traidor de Dohor, que tras una vida dedicada a las masacres, había decidido pasarse al otro lado. Un personaje no exento de polémica, que suscitaba opiniones encontradas en la corte.

—¿Esta noche participarás en el Consejo?

Lonerin asintió.

—Yo no —dijo Dubhe, mordiéndose el labio—. No me lo permiten, pero yo debo estar presente, ¿lo comprendes? No puedo quedarme aquí esperando a que Learco sea salvado. Tengo que ir a donde está él, porque ése es mi lugar.

Lonerin se preguntó si debería sentir celos, en vista de que aquel hombre había triunfado allí donde él fracasó. Para su estupor, comprobó que no estaba pensando en nada. Se había terminado definitivamente, y tal constatación le provocó una extraña sensación de vacío.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó al fin.

—Que busques el modo de que pueda asistir.

—Dubhe, no creo que me sea posible.

—De momento, cúrame. Sé que no lo merezco, pero hazlo. Te lo pido como un favor personal. —Sus ojos traslucían una súplica desesperada.

—¿Y después?

—Después encuentra el modo de que pueda participar en el Consejo. Cuando la misión parta, yo también debo formar parte de ella.

Se miraron y, por primera vez desde que habían empezado a discutir, se sintieron como en las Tierras Ignotas. Los vestigios de su relación habían dejado una herencia serena y valiosa, de la que podía nacer algo distinto.

—Podría decir que Folwar necesita un ayudante.

Los ojos de Dubhe se iluminaron como el cielo estival tras una tormenta. Lonerin le sonrió discretamente y se subió las mangas.

—Vuelve a la cama y muéstrame las heridas.

Ella lo miró con gratitud y le acarició la mejilla con un afecto infinito.

* * *

La sala del Consejo estaba medio vacía. Los fuegos que ardían sobre tres trípodes proyectaban sombras temblorosas y fúnebres en las paredes. Sólo estaba llena la primera fila del hemiciclo, en su mayoría por generales de la Marca de los Bosques. Habían comparecido pocas personas de las otras tierras: Ido, Sennar y algún alto mando militar que se encontraba en los alrededores. Por lo general se trataba de hombres que, posiblemente, en circunstancias normales no habrían sido admitidos en aquella asamblea, pero el tiempo apremiaba.

Ido, con el semblante tenso, puso al corriente al auditorio sin levantar demasiado la voz. Ni siquiera se ahorró una sola palabra acerca de su fracaso. No había servido de nada ocultarse bajo el mar.

—Ese chico estaba bajo mi responsabilidad, y lo dejé escapar. Trataré de enmendar mi error como sea —concluyó apesadumbrado.

Dubhe, oculta por la capucha de su capa, le lanzó una rápida mirada a Sennar. Éste se mantenía impasible, pese a que San era todo cuanto le quedaba en el mundo. Su rostro era una máscara de cera que había desterrado todo sentimiento.

«Como yo, antes de Learco», se dijo, y el habitual amago de dolor le mordisqueó el pecho.

Ido suspiró.

—Dentro de una semana se celebrará la ceremonia. Participarán todos: los mandos de la Gilda, por supuesto, pero sobre todo Dohor. Es entonces cuando atacaremos. —Un pesado silencio sofocó a los escasos asistentes. Dubhe ocultó aún más el rostro bajo la capucha, mientras se acercaba a Folwar.

—Creo que la solución es obvia: atacaremos en masa la Gilda y rescataremos a los rehenes —dijo Lonerin con vehemencia.

Ido sacudió la cabeza.

—¿Cuántos generales ves aquí? No tendremos tiempo de reunir las tropas a tiempo.

—Vos habéis sido capaz de recorrer el camino de la Tierra del Mar hasta aquí en poco tiempo. Si existe la voluntad de hacerlo, se puede lograr.

—Se trata de coordinar todo un ejército, es decir, miles de hombres. No hables como un estúpido, tú no lo eres —intervino Sennar, fulminándolo con la mirada.

Dubhe observó que a Lonerin se le habían blanqueado los nudillos de la rabia.

—Las tropas de Dohor ya están en la frontera, tenemos pocas posibilidades de superar con éxito ese obstáculo.

—¿Y con un pequeño destacamento? —comentó Dafne, la única monarca presente en el Consejo.

—Podría ser una solución, pero tendría que ser un destacamento bastante poderoso, capaz de enfrentarse a toda la Gilda y de burlar la vigilancia de las tropas.

Sennar tomó la palabra.

—Resulta imperativo detener a la Gilda, y eso aún podemos hacerlo. Lonerin y yo nos hemos movido por la zona que se encuentra bajo control de Dohor, y lo hemos hecho sin ningún problema. Lo haremos de nuevo. El talismán está en nuestras manos, nuestro joven mago ya está casi listo para el ritual. Iremos a la Gilda y haremos lo que nos corresponde: liberaremos a Aster y moriremos en el intento, si es necesario, y el Mundo Emergido estará a salvo.

Ido cerró los ojos y suspiró de nuevo.

—Por el momento. Pero Yeshol no desistirá, y Dohor seguirá libre para hacer lo que quiera del Mundo Emergido. Ésa no es la solución.

—Es lo mejor que podemos hacer —replicó Sennar con voz contrariada.

—¿Y los prisioneros? ¿Y San? —preguntó Lonerin, exasperado.

—En este momento nuestra prioridad es detener a Yeshol.

Fue como si el tiempo se hubiera paralizado. Dubhe tuvo que cerrar los ojos para que la sala dejara de dar vueltas. Nadie pensaba ir a buscarlos, y lo peor era que, al parecer tampoco, existía la menor posibilidad de lograrlo.

Una profunda congoja se abrió paso desde el fondo de su corazón. ¿Así era como iba a acabar todo? Se negaba a aceptarlo, le parecía una broma del destino. La respuesta llegó de lo más profundo de sus entrañas, allí donde habitaba la Bestia. Abrió los ojos y lo comprendió.

—Si no nos queda otra alternativa… —dijo Dafne con tristeza.

—Yo sé cómo hacerlo.

Dubhe se descubrió la cabeza, ignorando la mirada perpleja de Ido y el resto de los presentes. Sentía la garganta seca y el corazón desacompasado, pero de repente sabía lo que tenía que hacer, y aquella decisión le infundió un nuevo vigor.

—Poseemos una arma que hasta el momento nadie ha tomado en consideración.

—No deberías estar aquí —la reconvino Ido con voz firme.

Dubhe sostuvo su mirada.

—Yo soy una arma, y puedo ser utilizada como tal —insistió con convicción.

Un murmullo recorrió la sala, y la agitación se extendió entre todos los presentes.

—Estoy maldita, en mi interior vive una Bestia que posee una fuerza sobrehumana, un animal sediento de sangre, mucho más fuerte que todo un destacamento de hombres.

Ido la miró impasible.

Lonerin se puso en pie de un salto.

—La Bestia resulta incontrolable, lo sé por experiencia propia. Tu propuesta es una temeridad.

—¿Cuál es exactamente la naturaleza de esa maldición? —preguntó uno de los generales.

Dubhe lo explicó todo en una exhalación. La conciencia de haber tomado por fin una decisión le dio fuerzas para soportar aquel suplicio.

Les habló del joven que se la había inoculado, del complejo mecanismo a través del cual Dohor logró desviar la maldición que iba destinada a él, y de la increíble potencia que podía desencadenar.

—En cualquier caso, yo ya estoy muerta —dijo con despiadada frialdad—. Hasta ahora he permanecido con vida porque Lonerin primero, y Theana después, me han proporcionado pociones y rituales que retrasan el efecto de la maldición. Pero está creciendo. Y nada puede detenerla. Entonces ¿por qué no volver las garras del enemigo contra sí mismo?

—¡Lo que estás diciendo es un estupidez! —gritó Lonerin—. No es cierto que tu final ya esté escrito, ¡existe un ritual que puede salvarte!

—He fracasado —replicó Dubhe, volviéndose hacia donde él se encontraba—. Fui a la corte de Dohor con la intención de matarlo, pero no lo logré. Ahora ya me queda poco tiempo, y no tengo ninguna posibilidad de salvación.

—¡Me opongo, maldita sea! —gritó Lonerin fuera de sí, golpeando con el puño la repisa de madera que había frente a su escaño.

—Sabéis que tengo razón —insistió Dubhe mirando directamente a los ojos de los consejeros—. Sé que puedo conseguirlo. Bastará con nosotros cuatro: Ido, Lonerin, Sennar y yo. La vieja generación y la nueva. Sólo cuatro personas. Y destruiremos a la Gilda.

En la sala se alzó un murmullo de incertidumbre. No resultaba fácil tomar una decisión al respecto.

—Procederemos a votar… —dijo Ido, tratando de restablecer el orden.

—¡No tenemos tiempo! —protestó Dubhe, desafiando a los presentes. Ahora que ya había tomado una decisión, quería que todo acabase lo ante posible.

—¡Ahora, no! —La voz de Ido aún podía elevarse por encima de todas las demás; el gnomo llamó a todos al orden—. Lo haremos al amanecer. Que cada uno se retire a sus aposentos a reflexionar. Cuando salga el sol, todos habréis madurado vuestra decisión. Se suspende la sesión.

La sala comenzó a vaciarse lentamente.

Dubhe vio que Lonerin avanzaba hacia ella muy alterado, dando grandes zancadas.

—¡Estás loca! —dijo, agarrándola de un brazo—. ¡Es la muerte que más has temido siempre, una muerte insoportable! ¡Es la única razón por la que has hecho todo lo que has hecho este último año!

Dubhe se mantuvo impasible. Estaba sorprendida de ver hasta qué punto le tranquilizaba conocer por fin la resolución de su destino.

—Ahora es otro motivo el que me impulsa.

—Vas a morir, ¿lo entiendes? ¡Morirás!

—Si Learco muere, también será mi muerte. Así pues, tanto da morir si es para salvarlo.

Lonerin se quedó mirándola, atónito.

—No estarás hablando en serio…

—¿Tú no morirías por ella? ¿No partirías ahora mismo para ir a salvarla? ¿No te enfrentarías a la Gilda con las manos desnudas si fuera necesario? ¿No querías hacerlo por tu madre cuando eras un niño?

Lonerin disminuyó la presión de su mano.

—Entonces, seguro que puedes comprenderme.

Dejó caer los brazos a lo largo de su cuerpo y agachó la cabeza.

—Te devorará, como cuando mataste a Rekla. —Su voz sonaba llorosa.

—Lo sé.

La miró. Por un instante Dubhe se sintió conmovida al verlo así.

—Dime que votarás a favor.

El joven sacudió la cabeza.

Ella le cogió las manos.

—Si alguna vez me has querido, tienes que hacerlo.

—No puedes pedirme eso…

—Antes de que capturasen a Theana, le supliqué que encontrara un modo de matarme. Ya sabía que no tenía salvación, y buscaba una escapatoria. Ella me dijo que sí. Espero que tú también estés a la altura.

Lo miró a los ojos, pero él rehuyó su mirada.

Le estrechó las manos.

—Te lo ruego.

Lonerin sacudió la cabeza, soltó sus manos y se dirigió hacia la puerta.

* * *

Un séquito de nubes de una tonalidad amarilla ácida anunció la llegada del alba. El verano tocaba a su fin, y el primer día con sabor a otoño ya estaba a las puertas.

Los consejeros entraron en silencio, y Dubhe tras ellos. No tenía miedo, sólo deseos de actuar. Si de ella dependiese, partiría en ese mismo instante. Comprendió la fe ciega de los Asesinos, su determinación. Tal vez se sentían como ella antes de una misión. Tal vez se sintió así el muchacho que fue enviado a inocularle la maldición, y que sabía que iba a morir en cuanto pusiera el pie fuera de la casa. Pero si ella moría, Learco estaría a salvo, y de aquel baño de sangre nacería un nuevo mundo. Eso bastó para infundirle fuerzas.

Todos se sentaron, y Dubhe localizó a Lonerin en un rincón, junto a Folwar. Rezó para que hiciera lo que debía.

—Ha llegado el momento de votar —dijo Ido, sin más preámbulos—. La propuesta es la siguiente: constituiremos un comando formado por Dubhe, Lonerin, Sennar y yo mismo. Llevaremos a Oarf con nosotros. Iremos a la Casa, y una vez allí, atacaremos valiéndonos de la maldición de Dubhe. Desarticularemos a la Gilda, liberaremos a los prisioneros y yo mataré a Dohor. Que levanten la mano quienes estén de acuerdo.

Un leve murmullo se extendió por la sala.

Ido alzó la mano casi de inmediato, mirando fijamente a Dubhe. Había dolor en sus ojos, y también comprensión. La mano de Sennar se alzó inmediatamente después, al igual que las de los generales. Dafne mantuvo la suya bajada, pero no así Folwar. Dubhe hizo el recuento con un nudo en la garganta. En aquella asamblea votarían quince personas, no había posibilidad de empate. El último que alzó la mano fue Lonerin, con la cabeza gacha. Ocho.

Dubhe cerró los ojos.

—Partiremos de inmediato —concluyó Ido.