Capítulo 66

Mamá no estuvo desaparecida mucho tiempo. Hubiera sido raro que nadie la encontrara, flotando como estaba en aquella piscina, entre los cimientos de un hotel que se había alzado allí no hacía ni dos días, como un insecto en un charco en mitad del cementerio.

La señora Verlow pudo ponerse en contacto con nosotras el día diecinueve por medio de la radio marina, así supe que mamá había ido a Mobile. Había contratado a Roger para que la llevase en el Edsel. ¿Por qué en esa lata? Me pregunté si acaso habría pensado que verla en el coche complacería de algún modo oscuro a Ford.

Encontrar a Roger fue más costoso debido a que lo habían ingresado, aquejado de neumonía, en un refugio improvisado en una modesta iglesia de gente de color que había en Mobile. No recordaba cómo había llegado allí ni qué les había sucedido al Edsel o a mamá. Lo último que recordaba era que él y mamá fumaban en el Edsel, aparcado en un solar que era todo lo que quedaba de la agencia automovilística Ford que en tiempos perteneció a papá, debatiendo si debían o no buscar un refugio donde ponerse a resguardo del huracán. Mamá quería esperar a Ford, e insistía en que él le había prometido verla allí. El Edsel se balanceó de un lado a otro a merced de las ráfagas de viento, lo cual los asustó, aunque cuando Roger decidió que iba a salir cagando leches de allí y puso en marcha el motor, fue incapaz de ver nada en el exterior. El Edsel empezó a desplazarse por su cuenta, mientras mamá gritaba en el asiento trasero. Roger se aferró al volante. Los elementos se volvieron indistinguibles, un tren de mercancías apareció en medio del viento y la lluvia y, antes de chocar, Roger se preguntó si acaso había conducido el Edsel contra él.

Pasado el huracán, el empedrado del solar había desaparecido, para verse reemplazado por el tejado de un restaurante chino. El Edsel apareció volcado en mitad del casco de un barco rastreador dedicado a la pesca llamado Katie, que a su vez apareció en el East Beach Boulevard, también conocido como Ruta 90. De Dorothy y de Totó nunca más se supo.

La señora Mank me transmitió las noticias que le había dado Merry Verlow; lo hizo en el jardín de la casa de Brookline, que se extendía frente a la sala de estar de la planta baja. Había oído el timbre del teléfono, y la voz de Merry Verlow al auricular desde donde me encontraba, cómodamente estirada en una tumbona con un libro en la mano. La señora Mank colgó el auricular y se acercó a las puertas venecianas que comunicaban la sala de estar con el jardín.

—Ya lo sabes —dijo.

Asentí aturdida.

—¿Has oído algo?

Se refería a si había oído a mamá. Sacudí la cabeza para darle a entender que no. No mentía. Ella era consciente de que había estado a la escucha desde que supimos que mamá había desaparecido. También había estado a la escucha por si oía a Roger.

Mi hermano, Ford, o alguien que se identificó como tal, reclamó el cadáver de mamá. Ninguno de los funcionarios a los que preguntó la señora Verlow tenían ni idea de adonde se habría llevado Ford los restos de mamá, aunque le aseguraron que había mencionado la incineración. No pudo averiguar dónde o cuándo se efectuó la incineración, si se celebró alguna especie de funeral o servicio fúnebre ni si sus restos fueron enterrados en una urna o se esparcieron sus cenizas. La desolación del coronel Beddoes se agravó cuando supo que no iba a poder recuperar el anillo de mamá, ya que no fue encontrado. O el huracán se lo llevó consigo o lo hizo un ladrón.

El Camille también había alcanzado Isla Santa Rosa, aunque no con tanta fuerza como había irrumpido en Mobile y en Pass Christian. Arrancó buena parte del porche y dejó maltrecho el tejado de Merrymeeting, atravesado por troncos de pino y una silla de jardín. El parte de daños que hizo la señora Verlow vía la señora Mank mencionaba que un autocar escolar de Blackwater había sido encontrado medio sepultado en la duna que había frente a Merrymeeting. Tenía las ventanas completamente cerradas, y estaba lleno de agua y de serpientes mocasín.

Dos días después, la señora Verlow informó mediante carta a la señora Mank que Ford había reclamado el cadáver de mamá. Era la última hora de la mañana, y yo me encontraba de nuevo en el jardín, intentando infructuosamente leer, ya que el deseo de marcharme era muy intenso. La señora Mank estaba en su dormitorio, con su masajista. Había oído a la furgoneta del reparto en la gravilla, de modo que supe que había llegado el correo, y me llevé una sorpresa al ver que Appleyard salía de la casa con un sobre en la mano. Me lo tendió sin decir palabra.

Era un sobre normal y corriente para postal, dirigido a la dirección de Brookline de la señora Mank, pero a mi atención. No constaba remite.

Dentro había una tarjeta de reborde negro en la que se anunciaba que se llevaría a cabo un servicio fúnebre para Roberta Ann Carroll Dakin en Tallassee, Alabama. La fecha y la hora situaban al evento al día siguiente, y el lugar sería un cementerio llamado La Tierra Prometida. Reconocí el nombre como el del cementerio donde enterraron a papá, el mismo nombre que fui incapaz de recordar cuando visité Tallassee con Grady. No figuraban datos de contacto.

—Obviamente es de Ford, y quiero verle —le dije más tarde a la señora Mank, cuando le mostré la notificación.

—Hay un largo camino —objetó ella, arrugado el entrecejo—. ¿Cómo vas a ir?

—Tomaré un autocar —respondí. Por supuesto, no tenía un centavo. Tendría que robarlo, y lo haría si era necesario, o mendigaría en la estación de autobuses.

La señora Mank lo meditó al verme tan decidida y se encogió de hombros.

—Tomaremos un avión…

—A usted no la han invitado —dije.

Disimuló el sobresalto con una risilla fría.

—Sí —dije de pronto—. Tomemos un avión.

Un brillo de satisfacción le centelleó en la mirada.

—No seas pesada —dijo, cruzándose de brazos—. No estás en disposición de darme órdenes.

—Olvídelo —repliqué, volviéndome hacia la escalera—. Tomaré un autocar.

—No —dijo—. Tomaremos un avión.

Esbocé una sonrisa y subí la escalera para llenar la maleta con la ropa nueva. Partiríamos temprano, a la mañana siguiente, el día en que se celebraría la ceremonia.

Cenamos a la luz de las velas, las dos solas, como de costumbre, en el comedor de la casa de Brookline. La señora Mank había empezado a educarme en materia de vinos y comida. Me sorprendió descubrir lo bueno que era el vino, y todo cuanto aprendí únicamente me pareció importante para mi paladar, y no para impresionar a nadie. A la señora Mank le complació descubrir tanto mi capacidad para educar el paladar, como el hecho de que resultaba muy difícil embriagarme.

Al finalizar la cena, Price colocó las copas de cata sobre las bases de plata de ley. La señora Mank sirvió el brandy ella misma, y encendió el hornillo con un largo fósforo de madera.

El vino que degustamos durante la cena nos había templado a ambas, y como consecuencia se había reducido la tensión que se había generado tras mi desafío.

—Hábleme del circo. —Acto seguido, imité el estruendoso resuello del calíope.

La señora Mank se rió ante aquella muestra de atrevimiento.

—Has estado escuchando —dijo con una nota de orgullo en la voz.

Pues claro que había estado escuchando. Volví a imitar a un calíope y ella río de nuevo.

—Utilizo el término de forma genérica —dijo—. La vida es un circo, ¿no te parece?

—Mujeres gordas y acróbatas y leones… Dios mío.

—En efecto —concedió ella.

—Significa algo más, ¿verdad?

—Por supuesto. —Revolvió ociosa la copa de cristal, de tal forma que la luz de las velas proporcionase un brillo falso al contenido—. Valoro el talento, el talento especial. Las personas con talentos especiales tienen necesidades especiales. Sus talentos necesitan protección. La gente que destaca en la multitud —dijo—, por tener las orejas grandes como… Calley Dakin, por ejemplo, atraen a menudo el odio exacerbado de quienes lamentablemente carecen de talentos especiales, quienes conforman, en definitiva, la turba. ¿Existe un comportamiento más propio del ser humano que la quema de brujas?

Fui incapaz de refutar aquella afirmación.

—Mi circo proporciona un refugio para ciertas personas dotadas de talentos especiales. Y resulta que por lo visto estos talentos en los que tan interesada estoy pueden darse, y de hecho se dan, a menudo en algunas familias. Tu bisabuela, por ejemplo…

—Cosima…

La señora Mank asintió antes de continuar.

—Cosima. Qué talento tenía esa mujer. Al césar lo que es del césar, razón por la cual debo admitir que suya fue la idea del circo como refugio. El caso es que no me sorprende en absoluto que la muerte no haya podido silenciarla. Personalidades de la fuerza de Cosima no se evaporan fácilmente. Se casó con tu bisabuelo cuando éste era el propietario de lo que él llamaba un «espectáculo itinerante». No le iban mal las cosas. Ella, sin embargo, lo convirtió en un circo de verdad. Atraía el talento como un imán. Lo convirtió en un hombre rico, y él la recompensó con la infidelidad. A cambio, ella se vengó cuidándolo durante la enfermedad que acabó con su vida, la sífilis. Antes de que la sífilis lo convirtiese en un espantajo desdentado y lunático, tuvo que sufrir su extraordinaria amabilidad y ternura. El perdón es algo terrible, Calley. Consume al culpable mucho más que el odio.

—Es una manera de verlo —opiné. No estaba dispuesta a comprometerme a perdonar a nadie, y menos aún a la señora Mank.

—Es la verdad —dijo, enderezando la espalda en la silla—. Cosima era un condenado ángel —aseguró con tono sarcástico—. Lo perdonó todo.

El brandy le había aflojado la lengua. No quise interrumpirla.

—Tu abuela solamente heredó su aspecto. Por supuesto, las mujeres hermosas abundan tanto como el pecado. Puesto que el mundo sobrevalora la belleza en la mujer, a menudo las mujeres atractivas se convierten en una cáscara vacía. Yo, sin ir más lejos, no soy una mujer hermosa —añadió.

Me pregunté si se refería al rostro que lucía en ese momento, con su fuerte parecido al de la actual reina de Inglaterra, o al que había tenido al nacer. ¿Se había cambiado la cara con un propósito estratégico, o simplemente porque odiaba su cara original?

—Tengo un talento particular, y es el de ser capaz de reconocer y utilizar los talentos que el resto de la población acostumbra sofocar durante la infancia. —Inclinó la cabeza en mi dirección.

Quizá quería que le diera las gracias. No lo hice.

Tomó un sorbo de brandy antes de continuar.

—Tu madre no heredó más que la belleza inútil de Deirdre y de Cosima. Tan sólo le trajo disgustos, eso puedo asegurártelo.

—Hablando mal de los muertos —dije.

—Si yo quisiera… —Se mordió los labios—. Las hermanas de tu madre tenían talento. Deirdre intentó matarlas. La mortificaba tener que cargar con ellas, con el tipo de gente de la que había huido al casarse con el «capitán» Carroll. —La señora Mank pronunció la palabra «capitán» con desprecio, burlándose de Mamadee—. Cosima las salvó de ella. Ay, lamentablemente tu madre deshizo todos los esfuerzos de Cosima. Cuando era adolescente y Deirdre empezó a sentirse celosa de su aspecto, se refugió en casa de Cosima.

—Es un cuento de hadas —dije—. Espejito, espejito, dime quién es más bonito.

La señora Mank esbozó una sonrisa avinagrada.

—Pues claro que lo es. En cuanto puso el pie en casa de Cosima, tu madre fue incapaz de soportar la idea de vivir con sus propias hermanas, esas jóvenes feas pero rebosantes de talento. ¿Se propuso, quizá, prenderle fuego a la casa y todos los que habitaban en ella, excepto a sí misma? Pregúntaselo a Cosima algún día, ¿lo harás? O a tu madre, si puedes. Ya poco importa. Faith y Hope desaparecieron, y Cosima también.

Permaneció sentada en silencio unos instantes, pensativa.

—Quise odiar a Cosima. Nunca se me dio bien. Estaba celosa, puesto que no tenía ni la belleza de Deirdre, ni un talento de la clase que poseían Cosima y tus tías. Los míos eran mucho más mundanos. Los talentos de Jack Dexter.

Sus facciones reflejaron desagrado.

—Sí, soy la hermana de Deirdre. Tu tía abuela. —Me miró con los ojos desmesuradamente abiertos—. Y estoy medio piripi —dijo.

Reí.

—Ha sido fascinante.

Ella también rió como si se hubiera mostrado muy hábil.

—Apuesto a que sí. Mira, he sido como una hada madrina para ti. Espero algo a cambio de mis desvelos. ¿Nos entendemos?

Asentí. La necesitaba para acudir a Tallassee y asistir al entierro de mamá.

Me bebí su brandy, y permití que siguiera creyéndose el maestro de ceremonias.