Capítulo 34

Pude haberles contado entonces a mamá, a la señora Mank y a la señora Verlow que había visto a Mamadee. Pero no lo hice. No razoné el porqué de esa decisión, pues callármela fue cosa del instinto. Era algo que ninguna de ellas sabía, no acerca de Mamadee, sino acerca de mí.

—Pero ¿qué otra persona iba a ser? —protestó mamá—. ¡Ella me conocía! ¡Reconoció el adorno de la silla que bordó su propia madre! Reclamó el candelabro… —Y ahí fue donde se calló mamá.

—Se equivocó respecto a la silla, Roberta Ann —dijo la señora Verlow—. Usted misma me contó que la casa y todo lo que había en su interior se quemó hace muchos años.

Mamá me miró como si me implorase ayuda.

—Sonaba como Mamadee —le aseguré—, pero quizás era otra… otro fantasma que se hizo pasar por Mamadee.

—¿Con qué objeto? —preguntó mamá.

—Eso es exactamente lo que me hubiera preguntado yo, señora Dakin —admitió la señora Mank—. Puede que la que habló fuera la voz de su madre, o puede que fuera la voz de una entidad, o espíritu, maligna, o como quiera usted llamarla.

—¿Por qué razón iba a andar un espíritu tontaina detrás de mí? —preguntó mamá.

La señora Mank rió.

—A veces ni siquiera sé por qué yo hago lo que hago, así que no seré yo quien especule acerca de los motivos de los espíritus malignos, ni de los benignos; ni siquiera especularía acerca de los motivos que pueda tener esta niñita. Pero por lo poco que sé de la situación, intentaría convencerla de que no ponga esa conferencia a…

—Tallassee —respondí yo.

—¡Calley! ¿Podrías, de vez en cuando, morderte la lengua?

Hice el gesto de saltar de la silla.

—Si me discul… —empecé a decir.

—Señora Dakin —me interrumpió la señora Mank—, creo que la joven debería quedarse.

—Pues yo no —respondió mamá, que dio una larga chupada al cigarrillo y luego soltó el humo—. Pero si usted dice que debería quedarse, señora Mank, se quedará. Siéntate y estate quieta de una vez.

—Señora Dakin, suponga que pone esa conferencia a… ¿Tallulah? —continuó la señora Mank—. Imagino que comunicaría usted con el número de su madre. Si responde, sabría que sigue con vida. Pero ¿qué le dirá en ese caso? ¿«Ah, sólo quería saber si estabas viva o muerta»? Quedará como una pánfila, ¿no?

—No tendría por qué decir exactamente eso.

—Pero no ha hablado con su madre desde que se fue de Tallalulah. Si la llamase ahora, y ella respondiera, creería que está usted cediendo posiciones. ¿Acaso es eso lo que pretende?

—¿Y si llamase a alguna otra persona de Tall—Tallulah?

—Y preguntara: «¿Podría decirme si mi madre está viva o muerta, por favor?» —La señora Mank se estremeció con cierta teatralidad—. Dadas las circunstancias en que abandonó la casa de su madre, sabiendo lo dada que es la gente a las habladurías, su llamada telefónica no sería un secreto por más tiempo del que se tarda en colgar y marcar otro número.

—Pero podría ser sutil.

—Decirle a alguien: «Ah, ¿hizo el florista un buen trabajo con las flores que le encargué que pusiera al pie del ataúd de mamá?».

Mamá asintió, algo turbada. Ésa habría sido precisamente la clase de pregunta que hubiera formulado.

—Pero si hace una pregunta por el estilo y resulta que su madre no ha muerto, ¿qué pensará la gente? Podría optar por otra solución… «En calidad de amigo de la familia, dígame: ¿qué aspecto tiene últimamente mi madre? Me tiene muy preocupada, y como se niega a aceptar mi ayuda…» Si dijera usted algo así y la hubieran enterrado hace una semana, todos en la ciudad se enterarían de que ni siquiera estaba al corriente de la muerte de su madre.

—Calley podría llamar…

—Sabrían que usted la ha puesto al teléfono.

Los consejos de la señora Mank habían cortado de raíz el dilema que tenía mamá. La mayor preocupación era cómo quedaría mamá ante los demás, el bienestar de mamá y la tranquilidad de mamá.

La señora Mank ensartó el último pedazo de salchicha y lo degustó con el mismo placer que había demostrado anteriormente. Al cabo, volvió a llevarse la servilleta a los labios.

—Hay otro motivo por el que no le conviene hacer esa llamada, señora Dakin —dijo.

—¿Cuál?

—Suponga, por un momento, que su madre ha fallecido.

Mamá compuso una expresión de tristeza.

—Es probable. A diario vemos que en las necrológicas abundan nombres de difuntos más jóvenes que mamá. Por ejemplo, mi querido Joseph falleció en la flor de…

—Créame que lo siento —dijo la señora Mank con escasa sinceridad.

Pero mamá no se dejó intimidar.

—Gracias. ¿Decía?

—Señora Dakin, si su madre ha muerto, ¿por qué no ha sido usted informada de ello? ¿Por qué alguien, el abogado de su madre, sin ir más lejos, no le ha enviado un telegrama o la ha telefoneado?

—¡Porque no saben dónde estamos! Porque nadie sabe que estamos aquí.

—Fennie lo sabe —intervino la señora Verlow—. Y si su madre murió y alguien quisiera dar con usted, Fennie les diría que se aloja en esta casa.

Me sobresalté. ¿Por qué no iba a llamar la propia Fennie para contárselo a Merry Verlow, o a mamá? ¿Por qué no llamar a Fennie y hacerle la pregunta sin más?

—Así que mi madre no ha muerto —dijo mamá, que apenas pudo disimular la decepción que sentía.

—No necesariamente. ¿Y si sus amigos o parientes no estuvieran intentando dar con su paradero?

Mamá consideró la pregunta largo rato. Parecía el tipo de trampa en la que solía caer.

—¿Por qué no iban a hacerlo?

La señora Mank terminó los huevos antes de responder.

—Puede que debido a una disputa familiar. O debido al dinero. Al testamento de su madre, sin ir más lejos. ¿Mantenía usted una relación fluida con el abogado de la familia?

Mamá apretada mandíbula con fuerza.

—No. Me dejó tiesa. Él y mamá. También se quedaron con mi querido hijo.

—Supongo que ese abogado pretende tenderle una trampa. Si hace esa llamada, podría caer en ella.

—Pero si Winston Weems se ha propuesto estafarme de nuevo, ¿se supone que debo quedarme aquí sentada, de brazos cruzados?

—Pues claro que no —respondió la señora Manks—. Sólo he dicho que no debería hacer usted esa llamada.

—¿Y quién va a hacerla?

—Una amiga mía. Otra abogada.

Mamá sonrió.

—Ella sabrá qué hacer —aseguró a mamá la señora Mank.

Mamá dejó de sonreír.

—¿Una mujer abogado?

La señora Mank respondió sin titubear siquiera un instante.

—Dados sus reparos hacia las abogadas, señora Dakin, no volveré a mencionar el asunto.

En ese momento, Cleonie asomó para ver si era necesario preparar más café.

La señora Mank cruzó cuchillo y tenedor en el plato y dobló la servilleta.

—Creo que me tomaré esta taza en el porche —le dijo sonriendo a Cleonie. Se levantó con la sonrisa y la taza llena, e hizo ademán de dirigirse hacia la puerta.

Mamá había dado por sentado que la señora Mank pasaría el siguiente cuarto de hora convenciéndola de que le permitiera llamar a su amiga, la abogada, para que volcara todos sus esfuerzos profesionales en la defensa de sus intereses. Sencillamente, mamá no estaba acostumbrada a que le tomaran la primera y siempre exagerada palabra. Se asustó, tomó la taza y se levantó de un brinco.

—¡Qué buena idea! —exclamó.

La señora Mank se quedó de pie, con una mano en la puerta, y la taza y el plato de café en la otra. Cuando las volutas de humo le subieron al rostro, aspiró con fuerza el aroma del café.

—¿A qué idea se refiere? ¿Acaso retoma la conversación, señora Dakin?

—A lo de tomar el café en el porche —respondió mamá—, y también a lo de su amiga la abogada. Ambas cosas. Estaba tan distraída pensando en lo injusto que es perder a mamá tan pronto tras la muerte de mi querido Joseph… —Mamá adoptó la pose de la desamparada belleza sureña—. ¡Me siento tan aturdida! Pensará usted que no tengo nada en la cabeza.

Con una leve inclinación de cabeza para expresar que estaba de acuerdo con la última afirmación de mamá, la señora Mank salió al porche, seguida por mamá, la señora Verlow y yo.

Mientras se sentaba en una de las sillas que había afuera, la señora Mank me sonrió del modo en que los adultos sonríen a los niños a quienes aborrecen.

Aquello bastó para que mamá se creciera.

En cuanto se hubo tranquilizado, se dirigió a la señora Mank con sumo tacto.

—¿Sabe por qué?

—¿Por qué, qué?

—Por qué reaccioné del modo que lo hice cuando me habló de su amiga la mujer abogada. Fue por Martha Poe. Tú sabes a quién me refiero, ¿verdad, Calley?

Mamá quería que respaldara su mentira.

—¿Te refieres a la abogada, mamá?

—¿A quién iba a referirme, si no? Pues claro, sé que cualquier mujer que consiga ser abogada tiene que ser lista, más lista que un hombre, pero supongo que Martha Poe es la excepción que confirma la regla. La única razón por la cual consigue clientes Martha Poe es porque su padrastro es juez del tribunal y falla todos los casos en favor de Martha, de modo que probablemente también la contrate a ella. Sin embargo, si sólo dependiera de ella, Martha Poe no sabría ni cómo afrontar la reclamación de una multa. Ella es la única razón de que dijera lo que dije.

La señora Mank suavizó un poco la expresión, como si aceptase la explicación de mamá.

Yo sabía que Martha Poe no era abogada, sino que se trataba de la enfermera de Tallassee que en una ocasión pasó dos noches en Ramparts, cuando Mamadee tuvo problemas de piedras en el riñón.

—He estado pensando que otro punto a favor de una abogada es que probablemente no me cobre tanto como un buen abogado —añadió mamá.

La señora Mank se envaró.

—Me refiero a un hombre que sea un buen abogado —se corrigió rápidamente mamá—, quiero decir que una buena abogado no cobrará tanto. Y ¿cómo se llama?

—Adele —respondió la señora Mank sin la menor cordialidad—. Adele Starret.

—Adele es mi nombre favorito —aseguró mamá con un exceso de entusiasmo—. Si no le hubiera puesto a Calley el nombre de una musa, la habría llamado Adele. Fíjese que mi mejor amiga del colegio se llamaba Adele, señora Mank. ¿Puedo confiar en su buen hacer para que comente mi caso con su amiga Adele?

—Veremos —dijo la señora Mank.

—¿Cuándo? —insistió mamá—. Porque si no basta con…

—Me encargaré de ello, señora Dakin. Pero ahora voy a disfrutar del café. Merry, querida, ¿ha llegado ya el periódico?

Mamá no intentó presionar más a la señora Mank en lo tocante al asunto de la abogada, pero cuando finalmente la señora Mank dobló la última página del tercer periódico que leía aquella mañana, allí seguía mamá, sorbiendo su quinta taza de café y controlando apenas el temblor y la inquietud que le había provocado tanta cafeína. Mamá lanzó su suspiro de mártir, con la esperanza de que la señora Mank dijera algo, pero la señora Mank se limitó a dedicarle a mamá una correcta sonrisa superficial.

Mamá no pudo contenerse por más tiempo.

—¿La llamará usted hoy?

La señora Mank enarcó ambas cejas, burlona.

—¿Va a llamar a Adele Starret? Me refiero a su amiga, a la abogada que va a ayudarme. A la señorita Starret, quien quizá se avenga a ayudarme. Si quiere, claro. Si cree que puede valer la pena hacerlo.

La señora Mank dulcificó la sonrisa.

—Ah, sí, Adele.

La señora Verlow se puso en pie una fracción de segundo antes de que lo hiciera la señora Mank, y no sólo recogió su propia taza, sino también la de la señora Mank. Mamá se levantó también, pero yo me adelanté a ella y recogí la taza de mamá.

—Calley y yo nos llevaremos todo esto a la cocina —anunció la señora Verlow.

—Gracias —dijo la señora Mank—. Por favor, dile a Perdita que he disfrutado mucho del desayuno, especialmente de las salchichas. En ningún otro rincón del mundo encuentro salchichas tan buenas como las que prepara ella, y puedes asegurarle que lo he intentado.

La creí cuando dijo que lo había intentado en todo el mundo. Que yo supiera, nunca había conocido a nadie que hubiera estado en todo el mundo. Y la señora Mank se tomaba la molestia de hacerle un elaborado cumplido a Perdita.

Mamá, no obstante, no estaba ni para trotamundos ni para salchichas.

—¿Decía, señora Mank…?

—Ah, pero ¿estaba diciendo algo?

—Hablaba usted de su amiga la abogada.

—Ah, sí. De acuerdo. Hablaré hoy mismo con Adele, si está disponible.

—Vaya, muchísimas gracias…

La señora Mank inclinó levemente la cabeza y se alejó caminando por el porche.

Al día siguiente, mamá no salió mucho de la habitación. Se pasó el día caminando de un lado a otro, fumando como un carretero, maldiciendo a la señora Mank por su evidente frialdad, y maldiciendo también a la amiga de la señora Mank, la abogada, además de maldecir a la Merry Verlow y a su hermana Fennie, así como a todos los Dakin y a sus parientes consanguíneos o políticos, aunque mamá le dedicó las maldiciones más vehementes a Mamadee, viva o muerta, por todos los problemas que le había causado.

Puesto que era el lugar de la casa donde había menos probabilidades de que apareciera mamá, pasé buena parte del día en la cocina. Allí descubría gracias a Cleonie y Perdita que la señora Mank era un huésped regular, que siempre ocupaba las mismas habitaciones, que tomaba la mayor parte de las comidas en la suite, y que la señora Verlow la trataba como a la reina de Inglaterra.

—La señora Mank hizo un favor una vez a la señora Verlow —explicó Cleonie.

—Y le gustan las salchichas de Perdita. —A lo que añadí yo de buena fe—: Probablemente casi tanto como me gustan a mí.

Perdita no hizo ningún comentario al oír eso, pero aquella tarde mi té helado se vio misteriosamente templado con un chorrito de bourbon.

Perdita me hizo la siguiente advertencia:

—Ándate con ojo, ¿me has oído? La señora Mank no puede ni oler la mantequilla.