—Por favor, por favor, mamá —rogué.
Sabía que no me estaba escuchando. Tras sacar el pintalabios, había volcado toda la atención en el reflejo que le devolvía el espejo.
Ford y ella iban a llevar el Edsel a nuestra casa en Montgomery para recoger algunas cosas que el señor Weems le había comunicado que tenía permiso para conservar. Puesto que mamá y el señor Weems ya no se hablaban, Mamadee los acompañaría también en el Cadillac, para supervisar a mamá y asegurarse de que no cogiera nada que no figurase en la lista del señor Weems. Teníamos permiso para conservar la ropa y algo a lo que llamaban efectos personales, por lo que supuse que debían de referirse a las muñecas de papel que ya hubiera recortado de los libros. Di por sentado que nuestra ropa no era de la talla de nadie del banco de Georgia.
Mamadee insistió en que las joyas de mamá formaban parte de los bienes. Todas las piezas que se encontraban en la caja fuerte de Montgomery habían sido requisadas cuando se abrió bajo la supervisión del entonces representante legal de mamá, el señor Weems. Sin embargo, las joyas que mamá se había llevado a Nueva Orleans o las llevaba puestas, o no salían del bolso, e iba a ser necesario que Mamadee y Winston Weems reclutasen a un ejército para quitárselas.
Apenas me miró.
—Calley, si no dejas de incordiar te daré un sopapo.
—Es un dólar de plata.
Me miró mientras giraba la rosca del pintalabios.
—Es un dólar de plata —repitió burlona—. ¿Tendrías la amabilidad de recordar que tengo otras preocupaciones en mente?
Entonces estaba convencida de que llegaría ella antes que Ford. Mi problema consistiría en recuperarlo. No quería acompañarla para cogerlo yo. Tenía un miedo atroz, acompañado de una sensación de ahogo. Si la casa estaba vacía de papá, sería la prueba de que se había marchado para siempre. Y si papá estaba allí, ¿seguiría siendo papá? Podía ser un espectro, o algo peor, si es que existía tal cosa.
Mientras estuvieron fuera, me subí al roble para observar a Leonard y a Papá Cook instalar la nueva puerta acristalada, sustituyendo la que había roto mamá. Sabían que me encontraba allí, de modo que no hice nada por mantenerme invisible. No les importaría que cantase un poco, y así lo hice, y a veces incluso me acompañaron y luego se rieron como si les hiciera felices.
Tansy también estaba de buen humor, y sirvió café, sándwiches y pastel de limón para todos. Leonard le sacó una silla de jardín y ella se sentó para disfrutar de la merienda con nosotros. De hecho, yo seguí sentada en el árbol, ella me puso un sándwich y una botella de leche llena de té helado en un cesto, y yo le arrojé una cuerda para poder subirlo. Así fue más divertido, y, por una vez, a Tansy no pareció importarle que me lo pasara bien.
Después de hartarnos, nos dimos palmadas en el estómago y comentamos que si comíamos una miga más nos reventaría la panza, así que bajé del árbol y la ayudé a llevar los platos de vuelta a la cocina.
Tansy inclinó un poco la cabeza para señalarme la primera planta de la casa; me dijo que no le pagaban para cuidar de los niños y que sería mejor que me escabullera antes de que acabase rompiéndole algo.
Toda aquella comida me dejó amodorrada. Subí y me dejé caer en la cama de hierro. No me desperté hasta que, en el abismo del sueño, oí regresar al Edsel y al Cadillac. Había pasado la tarde y empezaba a ceder la luz de la angosta habitación. Me limpié la comisura de los labios con la funda de la almohada. A pesar del ambiente fresco que reinaba allí, estaba sudando. Había tenido una pesadilla diurna. Los brazos con los que me rodeaba papá no me soltaban. La cabeza de papá cayó rodando de sus hombros. Vestida de doncella, Judy DeLucca y una enorme gorda a quien yo no conocía la recogieron e intentaron pegarla con una ancha tira de cinta adhesiva. Quise llamar a gritos a Ida Mae, pero también a mí me cortaron la garganta y me la pegaron con cinta adhesiva, y la voz se me quedó atascada en el húmedo y pegajoso corte.
De pronto, todos excepto yo salían y entraban de la casa, subían y bajaban la escalera, irrumpían y abandonaban los dormitorios. Leonard y Tansy y Mamadee y mamá y Ford acarrearon cajas y maletas. Era aburrido de oír. Esperé a que Leonard me trajera una maleta o una caja de ropa, puede incluso que algunos juguetes. Después de todo, ¿qué iba a hacer el banco con mi casa de muñecas? Pero no fue así porque no habían cogido nada de mi ropa o mis cosas en la casa de Montgomery. Lo que tenía era lo que tendría.
Hasta que pudiera mirarlos a los ojos, o escuchar sus mentiras, ya fuera en los silencios o en las palabras, no sabría quién había sido el primero en hacerse con mi dólar de plata, mamá o Ford. Me sentí aliviada. Me haría mayor para llevar la ropa, y también dejaría atrás los juguetes. Si mamá y Ford no me habían traído nada de la casa que ya no era nuestro hogar, también habrían dejado atrás lo que fuera que se aferraba a esas cosas. El mismo polvo de nuestra antigua casa podía ser depositario de mala suerte o de una maldición o hechizo. Aquella casa era un baúl repleto de recuerdos que necesitaba mantener cerrado bajo llave hasta que fuera lo bastante mayor para abrirlo con aplomo.