Capítulo 21
Arthur’s Seat
VIERNES 15 DE JULIO DE 1988
Rankeillor Street, Edimburgo
Dexter se dio un baño en el cuarto de baño, destartalado y lleno de humedades. Después se puso la camisa de la noche anterior. Como olía a sudor y a cigarrillos, también se puso la chamarra, para que no saliesen los olores. Finalmente, se echó pasta de dientes en el índice y se frotó los dientes.
Fue a la cocina, donde estaban Emma Morley y Tilly Killick, bajo un cartel sucio de Jules y Jim de Truffaut que ocupaba toda la pared. Debajo de la risa de Jeanne Moreau, compartieron incómodos un desayuno de retortijón seguro: pan integral tostado con margarina de soya y una especie de muesli en grumos. Al ser una ocasión especial, Emma había lavado la cafetera italiana, de esas que siempre parece que tengan moho dentro, y tras la primera taza de líquido negro y aceitoso, Dexter empezó a encontrar algo mejor. Sin decir nada, escuchó las bromitas que se hacían las dos compañeras de piso, ambas con lentes grandes que llevaban como una insignia, y tuvo la vaga sensación de haber sido hecho rehén por una compañía de teatro underground. Quizá sí hubiera sido un error quedarse. En todo caso, lo había sido salir del dormitorio. ¿Cómo besar a Emma con Tilly Killick ahí sentada, hablando por los codos?
A Emma, por su parte, la presencia de Tilly la estaba empezando a desquiciar. Pero ¿no tenía nada de discreción, o qué? Todo el rato sentada, con la barbilla apoyada en una mano, tocándose el pelo y chupando la cucharita… Emma había cometido el error de bañarse con un bote de gel de frambuesa de Body Shop sin haberlo probado antes, y era penosamente consciente de que olía como un yogur de frutas. Se moría de ganas de ir a quitárselo, pero no se atrevía a dejar a Dexter a solas con Tilly, cuya bata abierta daba un buen panorama de su mejor ropa interior, un body rojo a cuadros de Knickerbox. A veces era tan transparente…
Volver a la cama: eso era lo que quería de verdad, y estar otra vez parcialmente vestida, pero ya era demasiado tarde; ya estaban todos demasiado sobrios. Impaciente por marcharse, se preguntó en voz alta qué harían hoy, en su primer día de licenciados.
—¿Y si vamos al pub? —propuso Dexter sin mucha convicción.
Emma gruñó de asco.
—¿Y a comer? —dijo Tilly.
—Demasiado caro.
—¿Y al cine? Pago yo —se brindó Dexter.
—No, hoy no. Demasiado buen día. Mejor algo al aire libre.
—Bueno, pues a la playa, a North Berwick.
Emma se estremeció. Significaba llevar traje de baño en presencia de Dexter, tortura para la que no tenía bastantes fuerzas.
—Yo para la playa soy una negada.
—Pues entonces ¿qué?
—Podríamos subir a Arthur’s Seat —dijo Tilly.
—Nunca he estado —dijo Dexter como si nada.
Se quedaron mirándolo, boquiabiertas.
—¿Nunca has subido a Arthur’s Seat?
—No.
—¿Has estado cuatro años en Edimburgo y nunca has…?
—¡Estaba ocupado!
—¿Haciendo qué? —dijo Tilly.
—Estudiando antropología —dijo Emma.
Se rieron cruelmente las dos.
—¡Pues tenemos que ir! —dijo Tilly.
Fue el preludio de un breve silencio, en que los ojos de Emma destellaron de advertencia.
—No tengo el calzado adecuado —dijo Dexter.
—Si sólo es una montañita, no el K2.
—¡No puedo ir de excursión con zapatos de vestir!
—Tranquilo, que no cuesta nada.
—¿Con traje?
—¡Sí! ¡Podríamos hacer picnic!
Emma, sin embargo, sintió que empezaba a decaer el entusiasmo, hasta que finalmente Tilly dijo:
—Ahora que lo pienso, es mejor que vayan ustedes solos. Yo tengo… que hacer unas cosas.
Al mirarla de reojo, Emma captó el final de un guiño, y pensó que sería capaz de acercarse y darle un beso.
—¡De acuerdo, pues vamos ya! —dijo Dexter, también más animado.
Un cuarto de hora después, salieron a una mañana brumosa de julio, con los Salisbury Crags erguidos al final de Rankeillor Street.
—¿En serio que vamos allí arriba?
—Podría subir hasta un niño. Hazme caso.
Compraron las cosas para el picnic en el supermercado de Nicolson Street, un poco incómodos los dos con el rito extrañamente doméstico de compartir la cesta de las compras, y cohibidos a la hora de elegir. ¿Las aceitunas eran demasiado lujosas? ¿Tenía gracia llevarse Irn Bru, el refresco de cola escocés? ¿Era ostentoso comprar champán? Tras llenar la mochila militar de Emma con los víveres —los de ella en broma, los de Dexter con ínfulas de refinamiento—, volvieron hacia Holyrood Park y empezaron a subir por la base del risco.
Dexter iba rezagado, sudando por dentro del traje, y resbalando por culpa de los zapatos. Tenía un cigarrillo entre los labios, y dolor de cabeza por el vino tinto y el café del desayuno. Se daba vaga cuenta de que había que fijarse en el esplendor de las vistas, pero él lo que miraba era las nalgas de Emma, con unos 501 azules descoloridos, muy apretados en la cintura, y unas botas Converse All-Star negras.
—Eres muy ágil.
—¿Yo? Una cabra montesa. En casa de mis padres hacía muchas excursiones, durante mi fase Cathy: ¡venga a caminar por los páramos salvajes! Era de un profundo… «¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No puedo vivir sin mi alma!»
Dexter, que escuchaba a medias, supuso que era alguna cita, pero le distrajo una franja oscura de sudor que se estaba formando entre los omóplatos de Emma, y el atisbo de una tira de brasier en el cuello ancho de su camiseta. Se le apareció otra imagen fugaz de la última noche en la cama, pero justo entonces ella se giró a mirarle, como si se lo reprochase.
—¿Qué, cómo va, sherpa Tenzing?
—Muy bien. Si no fuera por estos zapatos, que ya podrían tener un poco de agarre… —Emma se estaba riendo—. ¿De qué te ríes?
—No, nada, es que nunca había visto a nadie de excursión y fumando.
—¿Qué más tengo que hacer?
—¡Mirar las vistas!
—Una vista es una vista es una vista.
—¿Eso es de Shelley o de Wordsworth?
Dexter suspiró y se detuvo, con las manos en las rodillas.
—Bien, bien, ya estoy mirando.
Al girarse, vio los bloques de protección oficial, los campanarios y almenas del casco viejo al pie de la gran mole gris del castillo, y al fondo de todo, en una neblina de calor, el Firth of Forth. Dexter tenía por norma general no mostrarse impresionado por nada, pero sí que era un panorama espléndido, que reconoció por las postales. Le extrañó no haberlo visto antes.
—Muy bonito —se permitió decir.
Siguieron caminando hacia la cumbre, preguntándose qué pasaría al llegar.