Capítulo 19

La mañana de después

VIERNES 15 DE JULIO DE 1988

Rankeillor Street, Edimburgo

Cuando abrió otra vez los ojos, aún estaba el chico flaco, precariamente sentado al borde de la vieja silla de madera, de espaldas a ella, intentando no hacer ruido al ponerse los pantalones. Echó un vistazo al radiodespertador: las nueve y veinte. Habían dormido unas tres horas. Ahora él se iba a escondidas. Lo vio poner la mano en el bolsillo de los pantalones, para que no tintinearan las monedas. Luego se levantó y se empezó a poner la camisa blanca de la noche anterior. Un último atisbo de su espalda, larga y morena. Guapo. Era de un guapo absurdo, la verdad. Ella tenía muchas ganas de que se quedara, quizá tantas como las que manifestaba él de irse. Llegó a la conclusión de que tendría que hablar.

—¡No te irás sin despedirte!

Él se giró, sorprendido in fraganti.

—No quería despertarte.

—¿Por qué?

—Es que estabas tan guapa, dormida…

Les pareció a los dos muy poco convincente.

—Ah. Claro, claro.

Se oyó a sí misma, necesitada e irritada. No dejes que se crea que te importa, Em. Sé displicente. Sé… curtida.

—Te iba a dejar una nota de despedida, pero…

Él hizo el movimiento de buscar un bolígrafo, sin darse cuenta de que en la mesa había un bote lleno de ellos.

Ella levantó la cabeza de la almohada, y la apoyó en una mano.

—Me da igual. Si quieres irte, puedes. La vida nos junta y nos separa, y todo eso. Muy… ¿Cómo se dice? Agridulce.

Él se sentó en la silla y siguió abrochándose los botones de la camisa.

—Emma…

—¿Qué, Dexter?

—Me la he pasado muy bien, de verdad.

—Se te nota en la manera de buscar los zapatos.

—No, en serio. —Dexter se inclinó en la silla—. Me alegro mucho de que al final hayamos hablado. Y de lo otro también. Después de tanto tiempo… —Arrugó la cara al buscar las palabras indicadas—. Eres un encanto, Em, de verdad.

—Ya, ya, ya…

—Sí, en serio.

—Bueno, tú también eres un encanto. Ya te puedes ir.

Le concedió una sonrisita forzada. La reacción de él fue acercarse de golpe. En previsión de lo que pasaría, Emma levantó la cara, pero se lo encontró buscando un calcetín debajo de la cama. Él se fijó en que había levantado la cabeza.

—Un calcetín debajo de la cama —dijo.

—Ya.

Se sentó incómodamente en el box spring, y adoptó un tono de alegría forzada al ponerse los calcetines.

—¡El gran día! ¡Vuelta a casa!

—¿Adónde, a Londres?

—A Oxfordshire. Es donde viven mis padres. Bueno, la mayor parte del tiempo.

—Oxfordshire. Qué bonito —dijo ella, mortificada para sus adentros por la rapidez con que se esfuma la intimidad, dejando paso a palabras banales. Con todo lo que habían dicho y hecho por la noche, y ahora eran como dos desconocidos en la fila del autobús. Su error había sido dormirse, rompiendo el encanto. Si se hubieran quedado despiertos, quizá aún se estarían besando. Ahora, en cambio, ya había pasado todo. Se oyó decir—: ¿Y cuánto tardas? Hasta Oxfordshire.

—Unas siete u ocho horas. Mi padre es muy buen conductor.

—Ah.

—¿Tú no vuelves a…?

—Leeds. No, me quedo a pasar el verano. Ya te lo dije, ¿no te acuerdas?

—Perdona, pero es que ayer por la noche estaba bastante borracho.

—Señoría, solicito que el acusado sea declarado inocente.

—No es una excusa; es… —Él se giró a mirarla—. ¿Estás enfadada conmigo, Em?

—¿Em? ¿Quién es Em?

—Pues Emma.

—No estoy enfadada, pero es que… preferiría que me hubieras despertado, y no que quisieras irte así, tan furtivamente…

—¡Te iba a escribir una nota!

—¿Y qué habrías puesto, en tu famosa nota?

—Iba a poner: «Me llevé tu bolsa».

Emma se rio, una risa grave de recién despierta que se le atragantó un poco. Su sonrisa tenía algo tan gratificante, los dos hondos paréntesis en las comisuras de su boca, y aquel no despegar los labios, como si se callase algo, que Dexter casi se arrepintió de haberle dicho una mentira. No tenía ninguna intención de irse a la hora de comer. Sus padres se quedaban a dormir en Edimburgo. Saldrían juntos a cenar, y se irían por la mañana. Había sido una mentira instintiva, para facilitar una huida rápida y limpia; sin embargo, al inclinarse para darle un beso se preguntó si había alguna forma de anular el engaño. La boca de Emma era suave. Ella se recostó en la cama, que aún olía a vino, a su cuerpo caliente y a suavizante de ropa. Dexter pensó que en el futuro debería esforzarse en ser más sincero.

Emma rodó, apartándose del beso.

—Me voy un momento al cuarto de baño —dijo al levantar los brazos de Dexter, para pasar por debajo.

Se levantó, metiendo dos dedos por el elástico de los calzones para taparse las nalgas.

—¿Hay teléfono, para hacer una llamada? —preguntó él, mientras la veía cruzar descalza el cuarto.

—En el pasillo. Lo siento, pero es un teléfono de broma. Muy estrafalario. Tilly lo encuentra «hilarante». Sírvete tú mismo. No te olvides de dejar diez peniques.

Salió al pasillo y se fue al baño.

Ya estaba abierta la llave, para uno de los épicos baños calientes de verano de su compañera de departamento, que duraban todo el día. Tilly Killick, en bata, esperaba a Emma con los ojos muy abiertos tras los grandes cristales empañados de sus lentes rojos, formando una O escandalizada con la boca.

—¡Vaya con la mosquita muerta de Emma Morley!

—¿Qué?

—¿Tienes a alguien en tu cuarto?

—¡Puede ser!

—No será quien yo creo…

—¡Sólo Dexter Mayhew! —dijo Emma con indiferencia; y las dos chicas se empezaron a reír, a reír, a reír…

Dexter encontró en el pasillo el teléfono con forma de hamburguesa, de un realismo sorprendente. Se quedó con el panecillo de ajonjolí abierto en la mano, escuchando los susurros del baño, con la satisfacción que experimentaba siempre que hablaban de él. A través del tabique se oían palabras y frases sueltas: «¿Qué, sí o no?». «¡No!» «Pues ¿qué ha pasado?» «Sólo hemos hablado, y cosas.» «¿Cosas?» «¿Qué quiere decir eso de cosas?» «¡Nada!» «¿Y se queda a desayunar?» «No lo sé.» «Pues procura que se quede a desayunar.»

Miró pacientemente la puerta, en espera de que reapareciese Emma. Marcó 123, el servicio de información horaria. Después se apretó el panecillo a la oreja y habló a través de la ternera molida.

«… la hora, patrocinada por Accurist, será las nueve horas, treinta y dos minutos, veinte segundos.»

Esperó a la tercera señal para iniciar su interpretación.

—Hola, mamá, soy yo… ¡Sí, un poco cansado! —Se despeinó con la mano, gesto que creía entrañable—. No, me quedé a dormir en casa de un amigo…

Miró a Emma, que estaba cerca, con camiseta y calzones, fingiendo leer el correo.

«… la hora, patrocinada por Accurist, será las nueve horas, treinta y tres minutos, cero segundos.»

—Escucha, me ha surgido algo. Quería preguntarles si no podríamos dejar la vuelta para mañana a primera hora, en vez de salir hoy… Es que he pensado que así papá no se cansaría tanto… No, si a ti te parece bien, a mí también… ¿Papá está contigo? Pues pregúntaselo ahora.

Esperó treinta segundos, dejando hablar al servicio horario, mientras le sonreía a Emma con todo su afecto. Ella también le sonrió, pensando: qué simpático, cambia de planes sólo para mí. Quizá lo haya juzgado mal. Sí, es un idiota, pero no necesariamente. No siempre.

—¡Perdona! —articuló él con los labios.

—No quiero que cambies de planes por mí… —dijo ella, en tono de disculpa.

—No, es que me dan ganas…

—En serio que si tienes que irte a casa…

—No, para nada, mejor así…

«… a la tercera señal, la hora patrocinada por Accurist será las nueve, treinta y cuatro minutos, cero segundos.»

—No me molesta, ¿eh? No estoy ofendida, ni nada…

Dexter levantó la mano para que se callase.

—¿Hola? ¿Mamá?… —Una pausa; crea expectación, pero sin exagerar—. ¿De verdad? ¡Ah, pues perfecto! ¡Bien, paso luego a verlos por la casa! De acuerdo. Hasta ahora. Adiós.

Cerró de golpe la hamburguesa, como una castañuela. Se quedaron donde estaban, sonriéndose.

—Muy lindo, el teléfono.

—Deprimente, ¿verdad? Cada vez que lo uso me dan ganas de llorar.

—¿Todavía quieres los diez peniques?

—Para nada. Te invito.

—¡Bueno! —dijo él.

—Bueno —dijo Emma—, ¿cómo aprovechamos el día?