23-F, «una cuestión interna»
José Luis Cortina, destacado miembro de los servicios de información españoles, es quien coordina y dirige los movimientos de los militares que intervienen en el golpe del 23-F. Pocos días antes de que Tejero asalte el Congreso de los Diputados, el comandante Cortina, integrante del CESID, visita a dos importantes ciudadanos extranjeros acreditados en Madrid como diplomáticos: el embajador norteamericano, Terence Todman, y el nuncio del Vaticano, monseñor Antonio Innocenti. El golpe de Estado cuenta con el visto bueno del Imperio y con la bendición papal.
El propio Tejero afirmará, durante el juicio seguido contra él y los demás militares golpistas, que Cortina le aseguró que la operación tenía el apoyo de los norteamericanos. Y Juan García Carrés, el único civil procesado por participar en la operación, ratifica, en sus memorias inéditas,[156] el testimonio del teniente coronel de la Guardia Civil: «Tejero me comentó que se había entrevistado con el general Armada en casa de los padres de Cortina y que juntos ultimaron los detalles de la ocupación del Congreso. El comandante Cortina le dijo que había hecho gestiones de índole internacional, que Estados Unidos había dado su conformidad y que en España se aplicaría la doctrina Estrada, que es la de no inmiscuirse en las cuestiones internas de otros estados, que nuestra operación tenía la bendición del secretario de Estado norteamericano, Mr. Haig».
Poco después de los sucesos de febrero de 1981, el entonces comandante Juan Alberto Perote es destinado al CESID para sustituir, al frente de la AOME, al encarcelado José Luis Cortina. En su nuevo puesto descubre algunas pruebas que acreditan los encuentros de su antecesor con el embajador y el nuncio, a pesar de que, desde el primer momento, encuentra serias dificultades en «la casa» para investigar la trama del 23-F.
Una de las principales pistas borradas era un informe «Delta Sur» en el que se evaluaba la actitud de cada mando del CESID respecto a un cambio de régimen. Sin embargo, según pude averiguar por confidencias de mis nuevos subordinados, el material más importante eran unos edictos y decretos que debían difundirse cuando hubiese triunfado el golpe. Al parecer, éstos reservaban al hermano de Cortina el cargo de jefe de seguridad del Palacio de la Moncloa. Los textos en cuestión habían sido borrados de una máquina Composer, un prehistórico ordenador IBM que, poco antes del golpe, se adquirió por un millón de pesetas para facilitar y modernizar los trabajos del taller de documentación de la AOME. De haber recuperado a tiempo aquella memoria informática, habría podido elaborar una detallada radiografía de un iceberg golpista que nunca afloró.[157]
En el juicio por el 23-F, el comandante José Luis Cortina será absuelto por falta de pruebas, a pesar de que todos los implicados le sitúan en el centro de los acontecimientos. Un informe reservado, elaborado por el CESID en mayo de 1981, cita también sus entrevistas con los diplomáticos norteamericano e italiano: «Se conocen contactos del comandante Cortina con el nuncio de Su Santidad y con el embajador de Estados Unidos, Mr. Todman, en fechas previas al 23-F, según manifestó el capitán Gómez Iglesias». Este capitán era el responsable de los grupos operativos de la AOME y de una nueva unidad creada por Cortina para dar cobertura al golpe, denominada SEA (Sección Especial de Agentes). Durante la tarde del 23-F, Gómez Iglesias coordina con Antonio Tejero la llegada de los autobuses al Congreso. Será condenado a seis años por colaborar con los golpistas.
Otro antiguo miembro de los servicios de inteligencia españoles insiste en que los encuentros existieron: «El responsable de la antena de la CIA en Madrid, Estes, nos comentó que Cortina adelantó al embajador lo que iba a suceder en la tarde del 23-F, pero muchos de los documentos internos del CESID sobre estas investigaciones desaparecieron o fueron destruidos».
Gracias a algunos de sus nuevos subordinados, que antes han servido a las órdenes de Cortina, Perote descubre que éste había ordenado vigilar las reuniones conspirativas que se celebraron en distintos lugares de Madrid. Le aseguran que incluso se fotografió a todos los que participaron en dichos encuentros, pero ese material también ha desaparecido. Además, uno de sus agentes insiste en que, cuarenta y ocho horas antes del asalto al Congreso, Cortina mantuvo sendos encuentros con Todman y el nuncio. «El hombre que condujo a Cortina hasta ellos acabó convirtiéndose en uno de mis más estrechos colaboradores en el servicio», afirma Perote,[158] que aún hoy sigue sin querer dar el nombre de su informador. Jesús Palacios, en su libro 23-F: El golpe del CESID, asegura que ese hombre es Antonio Navarro, un guardia civil conocido por el sobrenombre de «Bwana», debido a los años que pasó en Guinea. Había sido el conductor de confianza de Cortina y permaneció en el servicio como chófer de Perote.
En 1981, los informes de la situación real de las unidades militares españolas están en manos del jefe de la estación de la CIA en Madrid, el experto en golpes de Estado Ronald E. Estes. Muchos de los miembros de la División de Inteligencia del Cuartel General del Ejército son hombres cercanos a los servicios de información norteamericanos. A través de ellos, Estes conoce perfectamente el ambiente que se vive en las distintas unidades del Ejército. Su red tiene enlaces en los Estados Mayores de las distintas Armas, en la Junta de Jefes de Estado Mayor y en la Casa Militar del rey. Además de las secciones de infiltración en organizaciones sindicales, partidos políticos, grandes empresarios, CEOE, banca y embajadas.[159]
La CIA tiene información de primera mano. Ronald E. Estes, hombre de gran experiencia, se mueve por Madrid con absoluta libertad de maniobra. Mantiene contactos con personas clave de la Administración española y relaciones muy estrechas con algunos responsables del CESID. Además, el departamento de Contrainteligencia del Ejército es como su casa. Y paga el alquiler. Entre sus subordinados, cuenta con la estrecha colaboración de Albert Sasseville, experto en asuntos militares de la estación de la CIA en Madrid.[160] Su única misión en España consiste en entrevistarse con altos mandos del Ejército español y expertos en temas de Defensa de los principales partidos, para convencerlos de lo idóneo que sería para el país la integración plena y urgente en la OTAN.
Lo más preocupante de todo es que la Agencia Central de Inteligencia tenía noticias, desde enero pasado, de que en España se preparaba «algo gordo» y que no informó de ello a las autoridades locales, tal vez porque la estación Madrid de la CIA no le dio mucha importancia al tema o porque pensaron que los servicios secretos españoles estaban al corriente de la situación en los cuarteles —publica ingenuamente Cambio 16, en un reportaje titulado «Reagan se lavó las manos»—:[161] Las informaciones sobre el fallido golpe de Estado habrían llegado a conocimiento de la CIA a través de los militares norteamericanos que hay en España, plenamente introducidos en los ejércitos nacionales desde el Tratado de Cooperación y Amistad por el que se establecieron en España cuatro bases militares y otras instalaciones de carácter bélico para la defensa conjunta hispanonorteamericana.
Según el semanario, durante los días anteriores al golpe, estos militares estadounidenses informan del plan que se está gestando a los servicios de inteligencia de Estados Unidos en Madrid, que dan muestras de una gran actividad e imparten instrucciones para reforzar la vigilancia de las principales instalaciones militares norteamericanas en España. Incluso recomiendan a los hijos de algunos funcionarios estadounidenses radicados en Madrid que procuren no regresar a sus casas demasiado tarde durante los días anteriores al 23 de febrero y que no salgan de ellas en esa fecha. La embajada norteamericana en España tiene un conocimiento muy preciso de la ideología y de los anhelos golpistas de un importante sector de los militares españoles.
El hombre clave de la red tejida por la CIA en el Ejército es Ronald Edward Estes, acreditado en Madrid como primer secretario de la embajada norteamericana. Llega a España el 24 de julio de 1979 y tiene una larga experiencia en actividades encubiertas. Louis Wolf, redactor de la revista Cover Action, le sigue la pista desde hace tiempo. Según sus investigaciones, Estes ingresa en la Agencia en 1957, con veintiséis años, y durante los cinco siguientes forma parte de un amplio y complejo programa de entrenamiento especial. Un período inusualmente largo de instrucción, que sólo sigue un pequeño y muy selecto grupo de agentes. Su primer destino es Chipre. Llega a la capital de la isla, Nicosia, con una cobertura diplomática de muy baja categoría: «especialista en comunicaciones». Más tarde vuelve a Langley para continuar su adiestramiento. «Si se analiza la biografía de Estes, se ve claramente que, desde que llega a Chipre, en 1962, hasta que regresa a Langley, a mediados de 1964, asciende con mucha rapidez en el escalafón de la agencia», señala Wolf.[162] «Eso sugiere que, especialmente durante ese período, se evalúa con atención el trabajo que realiza y sus jefes llegan a la conclusión de que tiene condiciones para asumir enseguida misiones de mayor responsabilidad. Pero no creo que durante su estancia en Chipre actuara de forma exclusiva en el campo de las comunicaciones; esa sería sólo una de sus tareas. Aunque, no cabe duda de que el conocimiento a fondo de los sistemas de comunicaciones le resultará muy útil, más adelante, cuando sea destinado a Madrid».
En 1965 es enviado a Checoslovaquia, y allí actúa durante dos años, con la cobertura de agregado comercial y económico, realizando actividades de espionaje encaminadas a desestabilizar al régimen comunista de ese país, durante el período previo a la «Primavera de Praga». Después, regresa otra vez a Langley para recibir nuevos cursos de adiestramiento, y permanece en la sede central de la Agencia varios años. Obviamente, la dirección de la CIA tiene previsto destinarle a cumplir encargos que requieren una gran cualificación. A finales de la década de los sesenta ya ha encontrado nuevo destino: Líbano. Desde la estación de la CIA en Beirut potencia y financia a las milicias ultraderechistas de la Falange Libanesa, con el objetivo de debilitar y dividir al Movimiento de Liberación Palestino. Su misión en el Líbano es muy significativa, teniendo en cuenta los sucesos que se están produciendo en ese momento en Oriente Medio —la guerra del Yom Kippur—, donde las actividades militares y paramilitares de Israel, con el respaldo de Estados Unidos, aumentan drásticamente. La Falange que Estes financia y adiestra tendrá un trágico protagonismo varios años después, con las matanzas de Sabra y Chatila.[163]
Ya entonces, Estes es un funcionario de la CIA de elevado rango. Su cobertura en Beirut es la de «segundo secretario de la embajada norteamericana y experto en asuntos comerciales». A principios de 1974 aterriza en Grecia, donde enseguida se va a derrumbar la dictadura de los coroneles, instaurada tras el golpe de Estado de 1967. Obviamente, Estes ha sido instruido especialmente para actuar en el área del Mediterráneo. En esta ocasión, su cobertura es militar, no diplomática. Tiene cuarenta y tres años y ocupa el cargo de subjefe de estación en el escalafón de la CIA. Permanece en el país heleno durante dos años, organizando clandestinamente unidades paramilitares que son armadas, financiadas y controladas por la Agencia. El 23 de noviembre de 1975, un comando de la Organización Revolucionaria 17 de Noviembre asesina al jefe directo de Estes, Richard Welch, máximo responsable de la CIA en Atenas.
La eficacia acreditada por Estes durante sus destinos en Praga, Beirut y Atenas le catapulta hacia una nueva zona de operaciones, España. En esta ocasión, ya como jefe de estación. Sustituye en Madrid a Néstor Sánchez, otro experto en complots, que ha hecho su rodaje en Latinoamérica antes de llegar a la séptima planta de la embajada de la calle de Serrano. En la sede central de Langley se considera a Estes uno de los mejores hombres de la Agencia, con más preparación que Sánchez para dirigir operaciones encubiertas «delicadas», y en Madrid se necesita a un «agente punta», un experto en golpes de Estado. Ronald Edward Estes es un peso pesado de la CIA.
Dentro de la estructura operativa de la Agencia, la figura del jefe de estación (chief of station, o COS) resulta clave. Casi siempre, el funcionario que ocupa este puesto se instala en los locales de la embajada norteamericana. Desde allí, intenta ir ampliando la infraestructura del espionaje norteamericano en el país donde actúa y sacar el mayor rendimiento de ella. La infiltración de la CIA en el seno de los partidos políticos, las asociaciones ciudadanas, los grupos estudiantiles, sindicatos, medios de comunicación, fuerzas armadas y distintos organismos gubernamentales puede describirse como una vasta tela de araña en cuyo centro se encuentra el jefe de estación. El COS forma parte del country team (equipo del país), dirigido nominalmente por el embajador y formado por los principales funcionarios del Servicio Exterior de la embajada asignados al país en cuestión. Su misión consiste en desarrollar y aplicar, «de forma concreta», las directrices «vagas» dadas por Washington. Al COS le corresponde la vertiente clandestina de esas directrices.
La CIA ha desarrollado también un complejo sistema de agencias de información dedicadas a intoxicar a la opinión pública desde los medios de comunicación. Una de estas agencias es la Heritage Foundation, localizada en Washington, que a finales de los ochenta se ha convertido en un reducto de los agentes de la CIA relevados de sus puestos a consecuencia de las campañas de limpieza llevadas a cabo por la Administración de Jimmy Carter, al principio de su mandato, en una cruzada para librar a la Agencia de los elementos más incontrolados. Tras la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca, estos funcionarios vuelven a contar con el respaldo expreso del Gobierno de Estados Unidos.
El director de la Heritage Foundation es Robert Moss. Anteriormente, entre 1970 y 1973, ha trabajado en Chile como corresponsal de The Economist y, según la revista Cover Action,[164] fue el agente encargado de controlar la «desinformación» en el convulso país andino durante ese período, que culminó con el cruento golpe militar de Pinochet contra Salvador Allende. Un informe respaldado por varios senadores norteamericanos le señala también como agente de la CIA encargado de «misiones sucias» de la organización. En cuanto a su conexión con España, el periodista José Luis Morales[165] destaca su «íntima amistad con Luis María Ansón, presidente de la Agencia EFE, miembro de la Comisión Trilateral, apologista de algunos golpistas y monárquico de pro de toda la vida».
En 1981, tras el triunfo de Ronald Reagan en las elecciones presidenciales, el embajador norteamericano en Madrid continúa siendo Terence Todman, otro experto norteamericano en apoyar a dictaduras militares. Nacido en las islas Vírgenes hace cincuenta y cuatro años, se ha educado en Puerto Rico y habla perfectamente español. Su continuidad al frente de la sede diplomática, a pesar del cambio de Administración, no resulta fruto de ninguna casualidad. Con Reagan se va a sentir aún más cómodo que con Carter. La revista Cambio 16[166] le señala directamente como agente de la CIA. Todman ha sido embajador en el Chad y, más tarde, en Costa Rica, antes de llegar a España. El ex presidente Jimmy Carter le nombra después secretario de Estado para Asuntos Interamericanos y, desde ese cargo, realiza manifestaciones públicas alabando las dictaduras de Jorge Videla en Argentina y Augusto Pinochet en Chile. Y las apoya política y económicamente. Más tarde, es designado embajador plenipotenciario. Llega a Madrid en septiembre de 1978, un año antes que Ronald E. Estes.
Diego Carcedo le dibuja así:[167]
El embajador Terence Todman es un hombre con vocación de virrey, defensor indisimulado de los regímenes políticos autoritarios, anticomunista e incluso antisocialista feroz y diplomático con escasa capacidad de discreción. Con frecuencia se permitía hacer críticas y juicios de valor en público que no encajaban con el comportamiento al que, por su cargo de embajador, estaba obligado.
Continuará con sus intrigas incluso después del 23-F, hasta tal punto que el ministro de Defensa, Alberto Oliart, tendrá que llamarle la atención por sus reuniones con altos mandos militares españoles sin conocimiento del Ministerio.
Uno de los militares españoles más vinculado a los norteamericanos es el coronel Federico Quintero Morente, que también interviene, desde la sombra, en la conspiración que desemboca en el golpe de Estado del 23-F. La mayor parte de su carrera la ha desarrollado en los servicios de información y es un franquista recalcitrante, educado en la lucha anticomunista permanente y en las ideas antidemocráticas. Experto en combatir la «subversión», ha viajado numerosas veces a Norteamérica para realizar cursos especiales de contrainsurgencia. También ha sido jefe superior de Policía de Madrid, con el terrible coronel Eduardo Blanco como director general de Seguridad, durante una época en la que este organismo estaba tomado por militares del ala más dura y represiva del régimen.
Quintero está destinado en la embajada de España en Turquía, como agregado militar, cuando se produce el golpe militar encabezado por el general Kenan Evren, el 12 de septiembre de 1980. A Quintero se le atribuye la redacción de un informe sobre el «golpe de Estado a la turca», que es distribuido entre militares españoles durante los meses previos al 23-F, a partir de diciembre de 1980. Antes, en 1978, ya habían consultado con él los golpistas Tejero e Ynestrillas cuando estaban planificando su frustrada Operación Galaxia. El 23-F, casualmente, Quintero no se encuentra en su destino de Ankara, sino en Madrid, «por razones de salud».
El «Informe Quintero» sobre el golpe militar en Turquía cobra toda su actualidad con la intentona de Tejero y Milans. Ese documento, que es ampliamente difundido entre los generales, jefes y oficiales del Ejército español, se redacta siguiendo las indicaciones de John H. Kenny, jefe de la estación de Ankara de la CIA, especialista en la preparación de grupos armados de extrema derecha y experto en análisis militares. El propio Kenny es quien determina y sugiere a Quintero la distribución en los medios castrenses españoles del citado informe. Ayuda a facilitar su difusión en Madrid el agente de la CIA James M. Warrick, quien, durante los años de la Transición, se ha encargado de distribuir fondos del Banco Interamericano de Desarrollo entre grupos ultraderechistas y colectivos militares golpistas. Warrick se entrevista en España con varios generales y con los miembros de la estación de la Agencia en Madrid. Poco después de su marcha, el general de la Guardia Civil Manuel Prieto López contribuye decididamente a dar a conocer el informe entre los integrantes del Ejército español.
«Gracias a la colaboración del general Prieto, pocos días después, circulaba fotocopiado por los cuarteles españoles, donde era objeto de comentarios y discusiones», escribe Diego Carcedo.[168] «En numerosas unidades, el “golpe a la turca” se convirtió en tema de discusión entre oficiales y jefes, que expresaban en voz alta observaciones y cálculos sobre las posibilidades de promover algo parecido en España». En un párrafo del informe, calcado del original elaborado por los golpistas turcos, se sustituye el nombre de Kemal Atatürk, considerado el fundador de la moderna Turquía, por el de Franco, y el problema «kurdo» se convierte en la cuestión «vasca». El documento es fotocopiado, ampliado y colocado en los tablones de órdenes de algunas salas de oficiales. El original dice:
Las Fuerzas Armadas se consideran depositarias y fieles cumplidoras del testamento nacional-político del fundador Atatürk y están atentas a la evolución de los acontecimientos en la nación, especialmente cuando creen detectar actividades que amenazan a la unidad territorial (problema kurdo), insultos y ultrajes a la bandera e Himno Nacional o intentos de desacreditar y difamar la figura del primer jefe del Ejército turco, Atatürk, así como cuando se trata de manipular los sentimientos religiosos de la población en beneficio de una política partidista dado que ello está totalmente prohibido por la actual Constitución.
En un estudio sobre la «Importancia del Mediterráneo y del llamado Flanco Sur de la OTAN», Louis Wolf, redactor de la revista Cover Action, afirma que resulta evidente la participación directa de la CIA en el golpe militar turco de 1980, fruto del prioritario interés norteamericano por tener bajo control a su aliado más oriental de la OTAN:
Los apologetas estadounidenses de la represión en Turquía utilizan a fondo la palabra clave «estabilidad» para justificar todo el asunto. El hecho de que cientos de turcos, tal vez miles, hayan sido encarcelados, torturados y, muchos de ellos, asesinados, según las propias informaciones de la prensa, demuestra que la clase de estabilidad que ofrecen al pueblo turco se basa exclusivamente en la represión y en un régimen dictatorial. Como ha ocurrido en tantas otras ocasiones en muchos países del Tercer Mundo, los Estados Unidos se están identificando de nuevo con la represión. Resulta evidente que Turquía es uno de los países esenciales en esta región y que, desde el punto de vista de los intereses estratégicos norteamericanos, posee un número importante de bases e instalaciones militares y de espionaje electrónico que hay que preservar. Sabemos también que, desde la caída del Sha en Irán, Turquía desempeña un papel muy importante en la tarea de controlar la situación en la zona.
Como en el caso de España, la situación geográfica de Turquía le otorga un papel muy relevante en la estrategia de la Guerra Fría. Los norteamericanos han seguido siempre, con permanente atención, los avatares de esa democracia formal con permanentes rasgos totalitarios y que, a pesar de las bendiciones occidentales, nunca ha conseguido consolidarse. Antes de que se llegue a producir el más mínimo peligro de desestabilización, la CIA interviene.
La situación arranca desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En 1945, y de manera definitiva en 1947, con el comienzo de la Guerra Fría, los militares norteamericanos diseñan y ejecutan el Plan Pincher para garantizar, fundamentalmente, el control del petróleo de Oriente Medio y las comunicaciones entre Europa y Asia, pero también para utilizar la zona como enclave estratégico decisivo ante un posible ataque de la Unión Soviética. Según ese plan, el Ejército de la URSS, dada su superioridad en hombres, ocuparía la mayor parte de Europa Occidental, excepto la península escandinava, España y el sur de Italia. El golfo Pérsico es la zona que hace más vulnerable a la Unión Soviética: desde allí, los bombarderos norteamericanos, todavía capaces de transportar sólo un limitado número de bombas atómicas, podrían destruir las regiones petroleras del Cáucaso, privar a la URSS de regiones básicas en cereales y minerales y, además, alcanzar el propio corazón del país.[169]
En 1979, el desmoronamiento en Irán del régimen del Sha —que había alcanzado el poder tras el golpe de Mossadegh, apoyado por la CIA—, y su sustitución por el régimen islámico que encabeza Jomeini, trastocan las coordenadas políticas y militares norteamericanas en la zona. Estados Unidos comienza a reforzar militarmente a las monarquías del golfo y a Irak, amplía el despliegue de tropas en la base británica de la isla de Diego García y establece acuerdos con Kenia, Somalia y Pakistán. Toda el área mediterránea, desde Turquía hasta España, e incluso más hacia el oeste, hasta las Azores, pasa a ser espacio prioritario de comunicación aérea y de intervención de la VI Flota. Se amplía la ayuda militar a Egipto, Sudán, Túnez y Marruecos, incluyendo en algunos casos el estacionamiento de tropas. España y las bases aquí instaladas, situadas a mitad de camino entre Estados Unidos e Irán, adquieren también una mayor importancia estratégica. A este panorama se une, en 1979, el establecimiento de un régimen comunista en Afganistán, la Revolución sandinista en Nicaragua y el avance de las guerrillas en El Salvador. El presidente Carter endurece brutalmente su política exterior, pero pierde las elecciones. La victoria de Ronald Reagan, en noviembre de 1980, refuerza el vuelco de la política exterior norteamericana y lo hace aún más ultraconservador.[170]
El golpe militar del 12 de septiembre de 1980 en Turquía es anunciado por la propia Administración norteamericana. Según el periódico británico Daily Telegraph, «un portavoz del Departamento de Estado dijo que un alto oficial militar turco había telefoneado al jefe del organismo de ayuda norteamericana en Ankara, a las 2.45 hora local, para comunicar que el general Evren anunciaría la toma del poder a las 4.00 a.m.». El Gobierno norteamericano y sus aliados de la OTAN reaccionan con mucha calma ante la noticia del golpe.
El general Kenan Evren encabeza un pronunciamiento inicialmente incruento, que no encuentra especial resistencia. El golpe derriba al Gobierno constitucional del veterano Süleyman Demirel para reemplazarlo por otro de las Fuerzas Armadas. La operación les resulta bastante fácil a los hombres de la Agencia y a sus aliados golpistas: el pueblo turco vuelve a vivir bajo la dictadura y la opinión pública internacional permanece mayoritariamente impasible. Los norteamericanos sólo ven Turquía como un bastión de la defensa europea contra el avance del comunismo y los militares les garantizan mejor que nadie que todo permanezca bajo control.
Desde el final del mandato de Carter, una serie de acontecimientos sacuden la cuenca del Mediterráneo: en septiembre de 1980, el golpe militar en Turquía, sin objeciones de la OTAN; en enero de 1981 se pone en marcha una campaña de rearme en Marruecos, que se mantendrá, pese a su participación en un fallido golpe de Estado en Mauritania dos meses después; el 23-F en España y serios rumores de golpe en Portugal, ligados a los acontecimientos españoles; algo similar ocurre en Italia, donde se descubre una trama golpista en torno a la logia masónica P-2, en la que está implicada la red «Gladio»; también se realizan provocativas maniobras navales de la VI Flota norteamericana en el golfo de Sirte, en aguas territoriales de Libia, durante las cuales varios aparatos estadounidenses derriban dos aviones de este país. En este clima de tensión, se produce también el derribo de una nave comercial italiana sobre Ustica por fuerzas de la OTAN.
El nuevo secretario de Estado norteamericano del primer Gobierno Reagan, el general Alexander Haig, ha sido comandante en jefe de la OTAN desde 1974 hasta 1979. Y en España, la última renovación del alquiler de las bases se ha producido en enero de 1976, dos meses después de la muerte de Franco. En el marco de la nueva situación que se está creando en el Mediterráneo, Estados Unidos aprieta a España en 1980 para que ingrese en la Alianza Atlántica. Adolfo Suárez no lo tiene claro y las presiones se van endureciendo paulatinamente. Un rápido viaje —al parecer, forzado— del presidente de Gobierno español a Washington ese año tiene relación con esas presiones estadounidenses. Lo cierto es que siete días después de la toma de posesión de Reagan, Adolfo Suárez dimite sin dar una explicación clara de las razones de su renuncia. Su sucesor en el cargo, Leopoldo Calvo Sotelo, escribe: «En cuanto a la Alianza, apuntaba en Suárez un cierto antiamericanismo. Corregir y precisar ese rumbo fue uno de mis primeros propósitos como Presidente de Gobierno».[171]
La operación golpista que ha triunfado en Turquía se convierte en un nítido modelo para Milans, Tejero y los demás militares ultras. Saben que los norteamericanos han estado detrás del general Kenan Evren y que no aguantan a Adolfo Suárez. El secretario de Estado, Alexander Haig, mira con ojos críticos la evolución política de España y el embajador Todman y el jefe de la estación de la CIA, Ronald Edward Estes, son sus brazos ejecutores. Los norteamericanos consideran que Suárez ha perdido el rumbo y está patrocinando una ambigua política exterior que no les beneficia. Han visto con desagrado sus viajes a Cuba y Argelia. Los consideran veleidades tercermundistas. Además, el presidente de Gobierno español es un hombre de la época de Carter y la elección de un nuevo emperador siempre genera cambios. En esa misma época mueren, en extraños accidentes aéreos, el primer ministro portugués, Francisco Sa Carneiro (4 de diciembre de 1980) y el general panameño Ornar Torrijos (31 de julio de 1981). Al final, Suárez dimite, aunque con ese gesto no puede parar la inercia del golpe.
En sus Confesiones,[172] Juan Alberto Perote relata así la dimisión de Suárez:
Joaquín Garrigues Walker, estrechamente relacionado con el gobierno de UCD, sostenía que el presidente Suárez había tomado su decisión de dimitir tras acudir al Palacio de la Zarzuela, donde el Rey le recibió en compañía de dos generales. En un momento determinado, Don Juan Carlos se ausentó y los dos militares pusieron sus pistolas sobre la mesa exigiéndole su dimisión.
La CIA conoce muy bien el ambiente que impera en los cuarteles, tiene información precisa de las conspiraciones que están en marcha. Puede contribuir decisivamente al éxito del golpe que la operación se desarrolle con la participación del rey y en nombre de la Constitución y la democracia. Turquía es el ejemplo a imitar. Con un Gobierno militar fuerte en cada extremo del Mediterráneo, Reagan podrá dormir tranquilo en su nueva residencia de Washington. Gracias a la llegada de este nuevo presidente a la Casa Blanca, la CIA encuentra más facilidades para «defender» los intereses norteamericanos en el exterior. En más de una ocasión Reagan ha dicho que Estados Unidos irá a proteger esos intereses «allí donde estén en peligro, sea en países comunistas o no».
La victoria del candidato republicano en las elecciones presidenciales es sentida como propia por los militares españoles golpistas. Fernando Reinlein relata una ilustrativa anécdota:[173]
La noche del 8 de noviembre, las radios dieron como vencedor a Reagan en la carrera presidencial. Varias unidades de la División Acorazada estaban esa noche de maniobras en la zona de Chinchilla, provincia de Albacete. Hacía mucho frío y la mayoría de la oficialidad se encontraba en una amplia tienda de lona, donde estaba instalado el bar.
El capitán Rafael Tejero entraba a buscar un whisky cuando escuchó una algarabía dentro de la gran tienda de campaña. Estaban brindando por la victoria de Reagan. Entre los oficiales se encontraban el coronel San Martín, el comandante Pardo Zancada y los capitanes Tamarit y Álvaro Ballarín.
—¡Pues ni que hubiera ganado Fraga! —exclamó Tejero.
—Tú no entiendes nada —le respondieron algunos, que siguieron con sus manifestaciones de alegría.
Durante todo el año 1980 han sido constantes los rumores sobre reuniones subversivas, conspiraciones y proyectos de golpes de Estado. La situación se le escapa de las manos a Adolfo Suárez.
El manifiesto enfrentamiento entre éste y los mandos del Ejército no ha escapado a la vigilancia de la CIA, ni tampoco el odio que algunos de ellos sienten hacia el general Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno.
Terence Todman es consciente de que Suárez atraviesa una situación crítica y hace saber a una serie de generales, entre los que está Armada, su interés por mantener una entrevista con cada uno de ellos. A partir de entonces esos contactos se intensifican.
Según el coronel Arturo Vinuésa:[174]
El 14 de febrero, el embajador Todman se reúne, en una finca situada en las cercanías de Logroño, con el general Armada, con quien estudiará el desarrollo de los posibles acontecimientos futuros. Contemplan los distintos aspectos del probable relevo del Gobierno y hacen especial hincapié sobre la necesidad de garantizar los intereses norteamericanos en España. Además, según el embajador, valoran «el coeficiente de estabilidad política que supone para España tener como aliado a Estados Unidos».
Dadas las circunstancias, Todman ordena el control de la red de comunicaciones españolas, especialmente las de las autoridades, los mandos militares y las unidades dependientes de estos últimos, para lo que solicita a Washington el envío de un avión AWACS a la capital portuguesa.[175] A principios de 1981, todos los elementos que, de una u otra forma, están decididos a intervenir en el golpe de Estado se encuentran dispuestos para asumir su papel. El embajador soviético, Yuri Dubinin, avisa al Gobierno de que se ha producido una reunión de generales. Y el rey, que está de cacería en Cuenca, se ve obligado a volver a Madrid en helicóptero. Juan José Rosón, ministro de Interior, regresa también precipitadamente a la capital. El golpe avanza.
Fernando Jáuregui y Pilar Cernuda relatan cómo se realizan los preparativos para utilizar la Sala de Conferencias de la embajada norteamericana, especialmente protegida contra las escuchas, durante la tarde del 23 de febrero. La preparación la lleva a cabo el jefe de mantenimiento de la legación diplomática, un español llamado Rogelio Fernández Vaquerizo.[176]
Sincronizada con el Estado Mayor de las fuerzas americanas acantonadas en territorio español, la estación de la CIA en Madrid advierte de la inminencia del golpe de Estado. La 16.ª Fuerza Aérea de Estados Unidos pone en acción todos sus dispositivos cuatro días antes del 23 de febrero. A primera hora de la mañana del día que va a entrar Tejero en el Congreso, el Strategic Air Command, sistema de control aéreo norteamericano, a través de la estación central de Torrejón de Ardoz, anula el Control de Emisiones Radioeléctricas español (CONEMRAD) y se mantiene a la espera de los acontecimientos. Sus pilotos permanecen en alerta y las tropas norteamericanas de Torrejón, Rota, Morón y Zaragoza, preparadas para cualquier emergencia. Frente a las costas de Valencia permanece un contingente significativo de la VI Flota, en misión de «vigilancia mediterránea». Las razones de esas maniobras no serán explicadas nunca. Estes y Todman esperan ir recibiendo las órdenes de sus superiores según se vayan desarrollando los acontecimientos. Sus contactos con la Casa Blanca y el Pentágono se simultanean.
A las 4.30 de la tarde, hora de Washington, se produce la primera reacción del Gobierno norteamericano tras el asalto de Tejero al Congreso de los Diputados. En Madrid son las 22.30 horas y aún está todo por decidir. Alexander Haig, secretario de Estado y antiguo máximo dirigente de la OTAN, se ve obligado a responder a las preguntas de los periodistas sobre el golpe de Estado en España. Se encuentra en Washington, en compañía del ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-François Poncet, que realiza una visita oficial a Estados Unidos y con quien acaba de mantener una larga entrevista. Mientras el político francés condena sin paliativos la intentona golpista, Haig declara: «Estamos siguiendo el desarrollo de los acontecimientos y parece que es una cuestión interna». Lo que ya le había adelantado Cortina a Tejero.
Cambio 16, en el reportaje citado anteriormente, publica:
Poco clara debió de ser la actitud de los Estados Unidos cuando el ex presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, que 48 horas después del golpe de Estado emprendía un largo viaje privado por Estados Unidos y Panamá, anulaba una entrevista concertada por la embajada norteamericana en Madrid con el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig. La entrevista, cuidadosamente preparada por el embajador de Washington en Madrid, Terence Todman, desde hacía una semana, tuvo que ser anulada ante la oposición rotunda de Adolfo Suárez a mantener ningún contacto con Haig. El argumento manejado por el ex presidente Suárez fue que el comportamiento del general norteamericano no había sido muy claro durante la dramática noche del 23 de febrero y que su primera reacción tras conocer el asalto al Congreso no se correspondía con la amistad entre dos aliados políticos y militares.[177]
El semanario añade:
Lo que sí parece cierto es que la actitud indiferente y poco resolutiva que los Estados Unidos demostraron en los primeros momentos de la intentona militar pudo estar influenciada por la postura adoptada por el embajador extraordinario y plenipotenciario USA en Madrid, Terence Todman, quien, por su comportamiento confuso y poco claro ha perdido la confianza de las autoridades españolas.
La desarbolada situación que vive Suárez, tras su propia dimisión y el intento de golpe, queda resumida en esta frase, pronunciada durante su viaje a Estados Unidos: «A mí no me presiona nadie, y menos los norteamericanos». Poco después, el Parlamento español aprueba el ingreso de España en la OTAN. Eso sí, con el voto en contra del PSOE, que aún proclama su «OTAN, de entrada, no». Hasta que llegue al Gobierno.