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Cómo detectar a un espía

En 1979, la estación de la CIA en Madrid sufre un inesperado descalabro. Los nombres de gran parte de sus agentes salen a la luz gracias a un informe elaborado por Cover Action,[149] publicación editada en Washington que incluye entre los miembros de su equipo de redactores a los antiguos funcionarios de la Agencia Philip Agee, James Wilcott y Elsie Wilcott.

La embajada de Estados Unidos en Madrid, situada en la calle de Serrano, 75, alberga un numeroso equipo de diplomáticos, ayudantes, empleados y otros funcionarios del Departamento de Estado. Entre ellos se enmascaran otros ciudadanos norteamericanos cuyas funciones tienen poco que ver con las legítimas actividades de los miembros del Cuerpo Diplomático. Todas las publicaciones oficiales, tanto del Gobierno norteamericano como del español, los catalogan como empleados del Departamento de Estado, con sus correspondientes cargos diplomáticos o con la categoría de agregados militares. Son, sin embargo, miembros de la CIA y de la NSA (National Security Agency) encargados del «trabajo sucio» en España.

Su máximo responsable es Néstor D. Sánchez, jefe de la estación de la CIA en Madrid, que coordina sus operaciones desde la oficina 705 de la embajada norteamericana. Se hace pasar por primer secretario y cónsul. «En España, como en cualquier otro lugar del mundo donde la CIA planta sus operadores clandestinos, los métodos de encubrimiento son bastante típicos. “Encubrimiento” indica las diversas ficciones que se crean para ocultar la identidad real de los espías a los ciudadanos, a las autoridades locales e incluso a la mayor parte de los funcionarios norteamericanos», señala el informe de Cover Action.

La mayor parte de las «coberturas» son diplomáticas o militares, por muchas razones. Sobre todo porque semejante tapadera da a los espías acceso a políticos locales, líderes de la oposición, dirigentes sindicales, cívicos, eclesiásticos o juveniles, y también a potenciales agentes españoles que quizá no mantendrían sus primeros contactos con los miembros de la CIA si conocieran la verdadera misión que éstos desarrollan. Además, la inmunidad diplomática les resulta a menudo esencial para su trabajo: cuando un funcionario es descubierto realizando actividades de espionaje, penadas por las leyes del país que le hospeda, el incidente se suele saldar sólo con la expulsión del espía. Finalmente, los agentes de la CIA y la NSA deben tener rápido acceso a los centros de telecomunicaciones que, por lo general, se encuentran en las embajadas norteamericanas.

Las coberturas diplomáticas y militares para el personal de la CIA en España se otorgan sólo a agentes con una larga trayectoria en el servicio y cuya «eficacia» ha sido ya acreditada en otros países. La necesidad de que puedan mantener en secreto sus actividades y acceder, con facilidad y completa libertad, a todos los servicios administrativos de apoyo que los norteamericanos tienen en España, hace que la mayoría de los agentes de la CIA con base en Madrid se encuentren acreditados en la embajada norteamericana. El ex agente de la CIA Philip Agee lo explica con claridad:[150]

Aunque los funcionarios de operaciones clandestinas pueden encontrar mejor cobertura en una empresa multinacional norteamericana o en algún sitio fuera de la embajada, la CIA prefiere mantener sus centros de operaciones en las embajadas, donde puede proteger con seguridad sus extensos archivos y sus comunicaciones secretas.

La publicación Cover Action, de la que Agee fue fundador, proporciona las claves para detectar a los espías camuflados entre el personal diplomático: «¿Cómo es posible que, sin estar relacionados con la CIA y sin tener acceso a sus secretos, podamos analizar la estación de Madrid y descubrir a esa gente?», se preguntan los redactores del informe. Y responden:

Se requiere una combinación de datos de conocimiento público con otras informaciones más concretas sobre los movimientos y el historial de los personajes investigados. Esos datos, confrontados y analizados, teniendo en cuenta las prioridades económicas, políticas y estratégicas de Estados Unidos en un país concreto, pueden ofrecer un, dibujo razonablemente claro de cuántos agentes están incluidos en la estación de la CIA y quiénes son, e incluso tener cierta idea de lo que pretenden hacer.

En 1979, el nombre de Néstor D. Sánchez aparece en el centro del entramado de la CIA en Madrid. Se tiene esa certeza después de analizar las listas de diplomáticos de la embajada norteamericana, publicadas por el propio Gobierno español, y también numerosas ediciones atrasadas del boletín oficial en el que figuran todos los integrantes del servicio exterior norteamericano. Además de otras publicaciones del Gobierno de Estados Unidos y diversos escritos sobre las actividades de la CIA en Latinoamérica y Europa Occidental. Al finalizar ese trabajo, los investigadores de Cover Action llegan a conclusiones muy precisas y las pulen aún más tras expurgar el registro de biografías elaborado por el propio Departamento de Estado norteamericano, que proporciona el perfil oficial de la mayor parte de los empleados del departamento. Por razones obvias, el registro debe incluir tanto a los espías como a los legítimos diplomáticos.

Durante el verano de 1976, el jefe de estación de la CIA en Madrid, Robert D. Gahagen, tiene que ser sustituido después de que la revista Cambio 16 revele su identidad. Gahagen había venido a Madrid, como jefe de estación, el 5 de noviembre de 1975. Entonces era ya un veterano de la división Hemisferio Occidental, con bastantes años de servicio en Guayaquil (Ecuador), Montevideo (Uruguay), Sao Paulo y Río de Janeiro (Brasil). Según Cambio 16, durante los meses que permanece aquí, «llega a entrevistarse, directamente o a través de personas interpuestas, con toda la oposición, incluido el PCE, y canaliza millones de dólares hacia partidos políticos españoles».[151] Robert D. Gahagen ha sido militar, y a sus cincuenta y cuatro años se ha convertido en jefe del llamado Office of Political Liaison, tapadera de la CIA que ocupa las oficinas 709 a 713 de la séptima planta de la embajada norteamericana en Madrid. Experto en operaciones clandestinas, se encuentra destinado en Brasil en 1964, como su jefe Vernon Walters, cuando se produce el golpe de Estado contra el presidente Goulart. Gahagen había ascendido allí al cargo de subjefe de estación. La Iglesia brasileña, con el respaldo de Pablo VI, le acusa de participar en la práctica de torturas contra los detenidos políticos.

Bajo sus órdenes operaba en Madrid William A. K. Jones, que también tiene que abandonar España a raíz del citado artículo de Cambio 16. Antes de llegar como «agregado» a Madrid, Jones había estado destinado en el consulado norteamericano de Barcelona. En su historial figura el cargo de asesor de Seguridad Pública en Saigón, durante los años 1959 y 1960. Allí es responsable de la preparación de una fuerza policial conocida por practicar sistemáticamente la tortura, por sus «jaulas tigres» y sus «aldeas estratégicas». Al ser descubierta la misión que desarrollan en Madrid, tienen que volver a Estados Unidos varios agentes más, además de Gahagen y Jones. Entre ellos, Francis S. W. Sherry III, de cuarenta y ocho años. Otro veterano de Saigón, donde ha estado destinado desde 1953 hasta 1960. Después actúa en México, donde ejerce de responsable de operaciones anticubanas, desde 1966 hasta que viene a España.

Néstor D. Sánchez llega a Madrid en agosto de 1976, en sustitución de Gahagen. Desde la marcha de éste hasta que Sánchez se hace cargo del mando de la CIA en España, es otro veterano agente, Dean J. Almy Jr., acreditado en la capital como diplomático desde septiembre de 1973, quien actúa como jefe de estación en funciones. Almy abandona España a finales de 1977 y su siguiente destino es Kingston (Jamaica), donde se hace cargo de la estación de la CIA. Volverá a Madrid a mediados de los ochenta, para reforzar las actividades de la Agencia durante el período anterior al referéndum de la OTAN.

La llegada de Sánchez a Madrid es la culminación de una larga carrera de servicios clandestinos dentro del cuerpo operativo de la CIA. Nacido en 1927 en Nuevo México, ingresa en el Ejército de Estados Unidos a los dieciocho años y, tras dos de servicio, pasa a estudiar en el Instituto Militar de Nuevo México, donde se gradúa en 1950. Un año más tarde completa su formación en la Universidad de Georgetown, de Washington D. C. De regreso a las filas del Ejército, sirve dos años como teniente, hasta que, en 1953, se incorpora a la estructura de la CIA.

Después de dos años de entrenamiento en la central de Langley (Virginia), Sánchez asume su primer trabajo en el extranjero, como «oficial de operaciones», en el consulado general norteamericano de Casablanca (Marruecos), en marzo de 1955. Su cobertura allí es de «vicecónsul» y «funcionario económico». Después de cinco años en Casablanca, vuelve a la central para recibir nuevo adiestramiento. En febrero de 1965 se le envía a la embajada norteamericana en Caracas, esta vez como agregado politico. Y en agosto de 1967 pasa a la embajada de Guatemala, donde tiene cobertura de primer secretario y funcionario supervisor político. Eso indica que, probablemente, ya es jefe o subjefe de estación. Y en julio de 1972 le destinan dos años a Bogotá, esta vez como primer secretario, cónsul y funcionario político. Tras este servicio regresa a Langley, como paso previo a su aterrizaje en Madrid.

Cover Action consigue localizar al menos nueve «agentes de casos y operaciones» que trabajan con Sánchez bajo la cobertura de la embajada de Estados Unidos en Madrid. Se llega a reconstruir el historial de algunos de ellos consultando la base de registros biográficos y la lista del servicio exterior del Gobierno norteamericano. Bajo presiones de la CIA el Departamento de Estado dejará de publicar estos listados poco después. Resulta muy «instructivo» examinar el pasado de los hombres de la CIA para intentar averiguar cuáles son las actividades a las que se dedican en España. «Debe saberse que el objetivo principal de estos individuos es reclutar agentes, convencer a españoles y personas de otras nacionalidades que viven o trabajan en España —mediante dinero, amenazas, sexo, alcohol y drogas— de que espíen para ellos, que traicionen a sus propios países y, cuando sea necesario, que acepten participar en los “trabajos sucios” (provocación, desórdenes, desinformación, sabotaje…), en cualquier cosa que los amos de la CIA consideren necesario para proteger los “intereses norteamericanos”», señalan los redactores de Cover Action.

Cuando se estudian las actividades de un agente de la CIA, es importante saber en qué países ha trabajado y cuándo. Un estudio de los acontecimientos producidos en esos países durante el tiempo que determinado agente estuvo destinado allí puede contribuir a desvelar las especialidades de ese espía. Y en conjunto los historiales de todos los agentes ilustran sobre las actividades más siniestras de los norteamericanos en todo el planeta. Uno de los más veteranos miembros de la CIA que operan bajo el mando de Sánchez es Dean P. Hanson. Nacido en 1928 en California, a los dieciocho años se incorpora al cuerpo de marines, donde permanece dos años. Obtiene su graduación universitaria en las universidades de Oregón y California del Sur y entra en la CIA poco después de cumplir los veintiocho años, tras cinco de entrenamiento. En octubre de 1961, bajo la cobertura diplomática de consejero del Departamento de Seguridad Pública (OPS), Hanson participa en el programa de entrenamiento de la policía de Phnom Penh (Camboya), mientras se recrudece la guerra de Vietnam.

Los proyectos de la OPS forman parte de los planes de actuación de la Agencia Internacional de Desarrollo (AID) —el programa de ayuda extranjera de Estados Unidos—, y están bajo control directo de la CIA durante sus quince años de existencia, hasta que el Congreso de Estados Unidos decide acabar con ellos, en 1975, cuando se hace público que están comprometidos en cursos de entrenamiento sobre torturas y terrorismo, bajo la apelación de «Programas de Seguridad Pública». Muchos funcionarios del OPS, como Hanson, pertenecen a la CIA y no a la AID.

Dean P. Hanson es todavía un hombre de «seguridad pública» cuando se traslada a Saigón, en 1963, con la categoría de «analista de programas» de la AID. Después continuará con esa misma actividad en Laos, de 1964 a 1966.Tras volver dos años a Langley, cambia de escenario y viaja a Latinoamérica. Primero, al consulado norteamericano de Cochabamba (Bolivia), como diplomático. Se encuentra destinado allí cuando es asesinado el Che Guevara, en octubre de 1967. En 1972 retorna a Langley. Se desconoce su paradero desde 1974 hasta que aterriza en Madrid con su esposa, Ernestine Lupton, en julio de 1977. Viene para sustituir a otro veterano de la CIA, Francis S. Sherry III. La experiencia de Hanson en Indochina y Bolivia, durante unos años en los que se desarrollan intensos programas contrarrevolucionarios patrocinados por Estados Unidos, hacen de él uno de los mayores expertos en técnicas paramilitares que integran la estación de la CIA en Madrid durante los años de la Transición.

Otro veterano «agente de casos» destinado en Madrid es Thomas P. Keogh, de cuarenta y cuatro años. Ingresa en la CIA en 1967, después de estudiar en Georgetown y pasar cuatro años en las Fuerzas Aéreas norteamericanas. En abril de 1968 es enviado, bajo cobertura diplomática de «funcionario político», a la embajada de Estados Unidos en Montevideo. Allí permanece otros cuatro años y, a continuación, es destinado durante dos a México. En otoño de 1975 llega a Madrid junto a su mujer, María Sierra. Oficialmente, como miembro del llamado «destacamento» de las Fuerzas Aéreas.

Igual que su colega Hanson, Thomas P. Keogh está muy versado en «antiterrorismo». Como agente de la CIA en Uruguay, entre 1968 y 1972, se ve envuelto en la brutal represión desatada contra el movimiento guerrillero Tupamaros y toda la oposición de izquierda de este país del Cono Sur. La dureza de ese período está ejemplificada por las prácticas de un funcionario de la AID, Dan Mitrione, con quien Keogh comparte destino. Según diversos testimonios jurados, hechos públicos tras el fin de la dictadura, a finales de los setenta, Mitrione no sólo enseña técnicas de tortura a los policías uruguayos, sino que hace demostraciones, con detenidos vivos, de algunos novedosos instrumentos de tortura proporcionados por la «ayuda» norteamericana al desarrollo económico. En la década de los ochenta llegará a España otro especialista de la CIA en programas de tortura, también compañero de Mitrione en Montevideo, el jefe de estación Leonard D. Therry.

El oficial de operaciones de la CIA Dan Mitrione, experto en tortura y contrainsurgencia, operaba bajo la cobertura de «técnico agrícola». A finales de los setenta, la República de Uruguay sufría una dictadura sanguinaria encubierta aún bajo fórmulas de democracia parlamentaria. Su minucioso y terrible aparato represivo estaba engrasado directamente por Estados Unidos. Mitrione fue secuestrado en 1970 por el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y asesinado. Aquella acción desencadenó una operación de exterminio contra la guerrilla urbana uruguaya. Uno de los responsables de la ejecución de Mitrione fue el español Antonio Mas, que será liberado en 1985, tras pasar quince años en prisión.

Mientras Néstor D. Sánchez, Dean P. Hanson y Thomas P. Keogh desarrollan sus acciones encubiertas en Madrid, a finales de los setenta, se exhibe en la capital y en otras ciudades españolas la película Estado de sitio, de Costa Gavras. En ella el director de origen griego reconstruye el terrible clima represivo que se vivió en Montevideo en 1970, durante el secuestro de Mitrione, que en la pantalla está encarnado por un magnífico Yves Montand.

Otros agentes de la CIA que actúan en Madrid durante los años 1977, 1978 y 1979, descubiertos por los investigadores de Cover Action, son Jay K. Gruner, john Frederick Webb, Robert K. Simpson, Jenaro García, J. Perry Smith, Richard G. Raham y Richard Morendo. Todos ellos aterrizan en Madrid con un largo historial profesional a sus espaldas, desarrollado, sobre todo, en distintos países latinoamericanos durante los años sesenta y setenta, época de sangrientas dictaduras apoyadas por Estados Unidos en su «patio trasero».

OPERACIÓN MARY

España, considerada coto privado por la CIA, es permanente escenario de enfrentamientos operativos entre los hombres de la Agencia y los agentes de otros servicios de inteligencia extranjeros. Durante décadas, desde los tiempos de la Guerra Fría, uno de los objetivos preferentes de Langley aquí es el control de las actividades del espionaje soviético en nuestro suelo. Y más tarde, a partir de los años sesenta, tras la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana, las tareas de infiltración en el entorno cubano se convierten en una obsesión para los hombres de la Agencia. Pero en algún caso les sale el tiro por la culata.

El más notable éxito cosechado en España por la CIA, en combinación con el contraespionaje español y europeo, es la llamada Operación Mary. A través de ella se desmantela un plan soviético de penetración en la estructura militar occidental.

Es el año 1968. La CIA ha detectado la existencia de una red integrada por oficiales «traidores» de los ejércitos europeos aliados de Estados Unidos y se lo comunica a los servicios de información de sus aliados. El plan de infiltración está organizado por la policía del Ministerio del Interior (MVD) soviética, que más tarde, hasta la desaparición de la URSS, será conocida como KGB (Komitet Gosudárstvennoi Bezopásnosti).

Los agentes de la URSS han conseguido captar a oficiales «traidores» o «vulnerables» de las Fuerzas Aéreas francesas, italianas, españolas… Su intención es establecer una serie de «reclamos» tecnológicos para que, llegado el caso, los proyectiles dirigidos desde el bloque del Este a centros militares neurálgicos puedan encontrar fácilmente sus objetivos. Por parte española, la operación encaminada a desmantelar esta red la dirige el general Luis Martos Lalane, perteneciente al Arma de Ingenieros y diplomado en Estado Mayor, que se encuentra al frente de la Tercera Sección del Alto Estado Mayor. El elemento clave en esta historia es un oficial del Ejército del Aire. «Para reclutar a los traidores a su propio país, normalmente, los servicios de inteligencia buscan gente con vulnerabilidades», explica el general Manuel Fernández Monzón, que participó en la Operación Mary. «Los agentes soviéticos “tocaron” a un teniente español que tenía una vida complicadísima, con líos de faldas, problemas con el alcohol… Y como suele ocurrir en estos casos, estaba ahogado económicamente. En fin, un desastre».[152]

Cuando recibe la oferta soviética, el teniente se lo comunica a su superior, el coronel Alonso, y éste, entonces jefe del Ala 21 de Caza, lo pone en conocimiento del servicio de Contrainteligencia. «Nosotros llamamos entonces a este hombre y le planteamos si quiere seguir adelante con la historia como agente doble», continúa el relato Fernández Monzón. «Él era un tío muy echado para adelante y dice que sí. Se le garantiza la protección de su mujer y unas condiciones económicas determinadas para él y su familia. Se le premia de forma doble, pagándole aquí un sobresueldo y permitiéndole que se quede con lo que le dan los soviéticos».

Al principio, sus contactos del Este le piden al teniente cosas insólitas, que no parecen cometidos de un espía de cierta categoría, como que les consiga las guías de teléfono y algunos mapas. Esto forma parte del aspecto sainetero del espionaje, que también existe. Lo cierto es que, en esa época, los soviéticos están muy controlados en España y tienen poca capacidad de maniobra. También le encargan algún trabajo más especializado, como hacer copias de las escalillas del Ejército. «Y cumple tan bien sus tareas que, a los pocos meses, le proponen ir a hacer un curso a Rusia», continúa Fernández Monzón. «Le decimos que esas son palabras mayores, porque no sabemos la información que ellos tienen de usted y lo mismo se juega la vida si acepta el viaje». Pero decide ir y vuelve nada menos que de subjefe de la red mediterránea.

En un determinado momento, la CIA decide que es el momento de desmantelar todo aquello, tiran de la manta y se desmonta la red. Caen dos comandantes italianos, tres oficiales franceses y otros dos españoles, en Zaragoza. El asunto no trasciende fuera del ámbito de los servicios de inteligencia. Esas cosas se silencian siempre. Y los soviéticos no llegan a tener la certeza de quién ha sido el agente doble que les ha hundido la operación.

Al final, la historia tiene su anécdota: «Al teniente se le concede la Cruz del Mérito Aeronáutico, por los servicios prestados, pero alguien, olvidando la imprescindible reserva que requieren estas cosas, comete la increíble torpeza de enviar una nota al Boletín Oficial, comunicando que se ha concedido esa condecoración. Y eso se publica. Con el nombre del personaje y todo», explica Fernández Monzón. «Al final, hubo que improvisar enseguida un montaje evasivo, para evitar que el oficial del Ejército del Aire sufriera posibles represalias, y esconderle a él y a toda su familia».

LA CIA RECLUTA EN ESPAÑA

Pero la Operación Mary es un caso bastante excepcional. Quienes más gente captan en España para su servicio son los hombres de la CIA. A lo largo de varias décadas, Estados Unidos, a través de la Agencia, ha reclutado en nuestro país a centenares de elementos para que actúen a su servicio en otras partes del mundo. Militares, periodistas, hombres de negocios, diplomáticos… Durante los años ochenta, la CIA tiene bastantes hombres en España cuyo trabajo está encaminado a desestabilizar regímenes centroamericanos.

La captación de agentes de la CIA en nuestro suelo, para participar en acciones encubiertas se dirige contra los países hispanoparlantes de manera frontal. A partir de 1979, de modo especial contra la débil Nicaragua sandinista y, como siempre desde principios de los sesenta, contra Cuba. En 1988 llega a la ONU un dossier enviado por el Gobierno de la isla caribeña en el que se detallan numerosas actividades de la CIA contra terceros países. Toda esa información no llega a debatirse en la Asamblea, a consecuencia del veto impuesto por Vernon Walters, ex director adjunto de la Agencia y, en ese momento, embajador de su país ante la ONU. La mayor parte de los datos contenidos en el dossier hacen mención a las repetidas actuaciones ilegales, atentados y agresiones de los agentes norteamericanos contra Nicaragua, Argelia y Libia. Pero, sobre todo, contra Cuba. España aparece citada como uno de los lugares ideales para el reclutamiento de los agentes que actúan contra estos países.

El 5 de febrero de 1985, en Santiago de Cuba, Fidel Castro ya le había dicho al jefe de la Oficina de Asuntos Cubanos del Departamento de Estado norteamericano, Kenneth Skoug: «Sabemos que la CIA tiene gente en España tratando de promover deserciones entre los nuestros». Desde mucho tiempo atrás, los servicios de información cubanos no han parado de trabajar, con el objetivo de desactivar esos intentos de infiltración en sus filas por parte de los norteamericanos. En el informe del Gobierno cubano elevado a la Secretaría General de la ONU en 1988 se dan toda clase de pruebas documentales sobre «preparación de condiciones para atentar contra la vida del comandante en jefe Fidel Castro, agresiones a embajadas y consulados y campañas diseñadas y financiadas por la Administración norteamericana». Junto a estos expedientes aparecen demostraciones fotográficas, periciales y documentales, así como los testimonios de los reclutados, muchos de ellos en España. Pero, en realidad, varios de estos individuos son agentes dobles al servicio del Gobierno cubano, que han conseguido infiltrarse en la CIA después de pasar las correspondientes pruebas del polígrafo, más conocido como el «detector de mentiras».

Uno de los casos que mejor muestran cómo se desarrollan las actividades de captación de agentes por la CIA en nuestro país es el del capitán de la Marina Mercante cubana Juan Luis Acosta Guzmán, un miembro de los servicios de información de La Habana, el G-2, que permanece trece años infiltrado en la Agencia actuando como agente doble. Los norteamericanos lo rebautizan con el nombre en clave de «Ángel», quien desde su destino en la flota atunera cubana, informa puntualmente a su jefe de la Agencia, unas veces con radiotransmisor y otras a través de sus contactos en España. «Fui reclutado por la CIA en 1974, en el hotel Rompeolas de Las Palmas (Canarias), después de un proceso de acercamiento de cinco años, desde 1969 a 1974», declara en 1988 este doble agente.[153] «Entonces viajó hasta allí, desde Madrid, el subjefe de la Estación de la CIA en España, Albert Allen Morris, para darme, personalmente, el ingreso en las filas de la Agencia».

Acosta Guzmán llega a tener acumulados en su cuenta corriente bancaria en Estados Unidos cerca de 100 000 dólares que nunca podrá retirar. Logra pasar tres veces el detector de mentiras —dos de ellas en España— sin ser descubierto. En lo que más le insisten los oficiales de la CIA en ese momento es en la información relacionada con Nicaragua. Y Juan Luis Acosta Guzmán, el agente «Ángel», aprovecha sus frecuentes travesías a este pequeño país centroamericano para ir «alimentando» la relación. «En un momento dado, ya con la euforia y la confianza de varias informaciones que yo les había dado y ellos habían verificado, y con una botella de ron por medio, el oficial de la CIA Héctor Reyes me dijo que el plan para acabar con la revolución sandinista en Nicaragua era bombardear el país y atacar por las fronteras con Honduras y Costa Rica utilizando blindados, al tiempo que desde el Pacífico y el Atlántico los barcos de guerra hacían fuego contra las costas. Mientras otras embarcaciones se encargaban de patrullar en las costas de Cuba, para evitar que nuestro país acudiese en ayuda de Nicaragua», declaraba Acosta a la revista Interviú.[154]

Juan Luis Acosta Guzmán, «Ángel» para la CIA y «Mateo» para la seguridad cubana, no es el único agente cubano reclutado en España. Los norteamericanos también contactan aquí con su esposa, que igualmente consigue infiltrarse en la CIA y se pone bajo las órdenes del oficial norteamericano Rudy Herrera. Teresa Martínez Trenco, «Mayte» para la CIA, oficialmente trabajadora de Navegación Mambisa, permanece más de veinte años infiltrada en la Agencia como miembro de los servicios de información cubanos. Realiza sus contactos en distintos puertos europeos, pero sobre todo en algunos españoles, principalmente en Canarias, Cádiz, Barcelona y Tarragona. En Cuba, su contacto con los norteamericanos es el oficial de la CIA Duanne Thomas Evans. Según Mayte, «Thomas enlazaba muchas veces con nosotros en España y, en una ocasión, introdujo en Madrid un recipiente encubierto con los libros de códigos (PADS), para transmitir con códigos secretos desde el RS-804, a través del satélite FLTSAT COM, hasta la sede de la central de la Agencia en la localidad virginiana de Langley», declara Mayte en el informe presentado por el Gobierno cubano en la ONU.

El servicio cubano consigue infiltrar en la CIA, también desde España, a la agente cubana Dulce María Santisteban Loureiro, convertida en «Regina» para los norteamericanos, y al sobrecargo de Cubana de Aviación Ignacio Rodríguez-Mena Castrillón, que se convierte en el agente «Julio». Además, son reclutados aquí, con la colaboración de los servicios de información españoles, el ingeniero Orlando Argudín y el economista Raúl Fernández Salgado.

Otro capítulo de esta conjura secreta contra Cuba y Nicaragua, utilizando el trampolín español, es el reclutamiento en nuestro país como agente de la CIA del italiano Mauro Casagrandi. Este diplomático, graduado en derecho, representa a las firmas Alfa Romeo e Hispano Olivetti en Cuba, donde reside desde mediados de los sesenta hasta finales de los ochenta. Después de muchos contactos previos, le capta la CIA para pasar información política, dadas sus permanentes relaciones con el Consejo de Estado y la cúpula gubernamental del país caribeño. Gracias a sus continuos viajes fuera de la isla, puede conectar fácilmente con sus oficiales de enlace, pertenecientes a la Agencia. La mayor parte de sus contactos los hace en el hotel Palace de Madrid, unas veces con Richard Para y otras con Edward John Bush Jr., ambos integrantes de la estación de la CIA en Madrid y destinados en la embajada norteamericana con cobertura diplomática. Desde la legación de la calle de Serrano también se dedica a reclutar agentes en España para realizar operaciones encubiertas contra Cuba y Nicaragua el oficial de operaciones de la CIA Norman M. Descoteaux, un experto en inteligencia militar que actúa bajo la cobertura de «primer secretario».

Los servicios de inteligencia cubanos siempre han trabajado intensamente para desvelar las conexiones entre los militantes anticastristas y la CIA en España. En 1980 ya habían descubierto la vinculación a la Agencia de Fernando Bernal, alias «Bichi», miembro del Centro Cubano de Madrid y empleado en el grupo Chubb Alarms Ltd. de Londres. Según el G-2, Bernal trabajó con Rolando Cubela, ex comandante del Ejército cubano reclutado en España por la CIA para participar en un frustrado atentado contra Fidel Castro. En un artículo de Cambio 16[155] se señala que la inteligencia cubana también relaciona con los preparativos de otro atentado contra Castro a Félix Granados García, director de la empresa Ascona, cuyas oficinas comerciales están ubicadas en la madrileña calle de Valverde. Además, en el semanario se afirma que en los hoteles Eurobuilding, Meliá Castilla y Castellana, la CIA tiene contratadas habitualmente varias habitaciones donde sus hombres mantienen contactos con los agentes cubanos anticastristas.

Otras piezas del entramado anticastrista montado por la CIA en Madrid durante los años setenta y ochenta lo constituyen la empresa Salisport, situada en la madrileña calle de López de Hoyos y, sobre todo, el Centro Cubano, de la calle de Claudio Coello, 42. Su presidente es el doctor Enrique Trueba. Miembros de los servicios de información españoles detectan encuentros en ese local entre agentes norteamericanos de la CIA, como Herman Wesley Odom, y elementos del exilio cubano y nicaragüense.

Un destacado elemento de esta red es Alberto César Augusto Rodríguez Gallego, profesor de las escuelas de idiomas Berlitz en España a principios de los ochenta. En 1985 llega a dirigir la academia Berlitz Madrid de esa cadena. Nacido en La Habana en 1922, Rodríguez estudia derecho en Estados Unidos, y allí ingresa en la CIA. En el historial de este personaje hay un hito fundamental: su conexión indirecta con el asesinato del presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy. Es sabido que el FBI y los servicios de inteligencia estadounidenses actuaron para impedir a toda costa el esclarecimiento de las auténticas circunstancias en las que se produjo el magnicidio, que fue provocado por los disparos de varios tiradores de élite. Como cortina de humo, se intentó involucrar a Cuba en esa muerte. Los elementos habían sido cuidadosamente elaborados y el posterior informe de la Comisión Warren sobre el asesinato de Kennedy señalaría a Lee Harvey Oswald como «el único asesino». Después, el presidente Lyndon B. Johnson, en sus memorias tituladas The Vantage Point, pretendió confirmar que el asesinato de su antiguo superior fue fruto, exclusivamente, de una operación diseñada y ejecutada por el régimen de Fidel Castro.

Para apuntalar esa versión, Oswald había visitado el consulado de Cuba en México el 27 de septiembre de 1963. Justo cincuenta y seis días antes del asesinato de Kennedy. Y dos semanas después de esa visita le fue negada su solicitud de visado para viajar a La Habana, como escala hacia la Unión Soviética. El Gobierno cubano le había identificado como agente de la CIA, reclutado en 1957 para infiltrarlo en la Unión Soviética.

Pero lo que conecta al «profesor de idiomas» Rodríguez Gallego con el caso Kennedy es la existencia, desde 1961 hasta 1972, de un centro de vigilancia fotográfica situado enfrente del consulado de Cuba en México, cuya misión es «fichar» a todas las personas que entran en él. El director de ese centro fotográfico de la CIA es, por supuesto, Alberto Rodríguez Gallego. Cuando la Comisión Warren pide las fotos de Oswald entrando y saliendo del consulado, la CIA entrega las correspondientes a un hombre de gruesísimo cuello, completamente diferente a Oswald. Y se desata el escándalo. Nunca se llega a saber si aquello fue un error, un intento de ganar tiempo o una maniobra para sembrar confusión. Lo cierto es que jamás aparecieron las fotos de Oswald. Rodríguez Gallego, director de ese centro de vigilancia fotográfica de la CIA, deja México para recalar en Madrid, en 1972, en un despacho situado en el edificio Cuzco, en la calle de Sor Ángela de la Cruz. El sabrá dónde fue a parar el retrato de Oswald.